La Adelita (Ingrid Linuet Nava Tovar) y el Valiente (Quetzalcóatl Rodríguez del Río) en Estampas.
Como parte de las dramaturgias michoacanas presentes dentro del ciclo de lecturas dramatizadas dedicado al bicentenario de la Independencia y al centenario de la Revolución, el Colectivo Artístico Morelia ha participado en el programa con Estampas (José Luis Rodríguez Ávalos, 1997), una obra híbrida que comparte índices del sociodrama y del sketch a partir de una serie de estampas que reflexionan sobre la palabra y la música como forjadoras de memoria, de costumbres, de identidad y de crítica.
Como parte de las dramaturgias michoacanas presentes dentro del ciclo de lecturas dramatizadas dedicado al bicentenario de la Independencia y al centenario de la Revolución, el Colectivo Artístico Morelia ha participado en el programa con Estampas (José Luis Rodríguez Ávalos, 1997), una obra híbrida que comparte índices del sociodrama y del sketch a partir de una serie de estampas que reflexionan sobre la palabra y la música como forjadoras de memoria, de costumbres, de identidad y de crítica.
El comparsa (José Luis Rodríguez Ávalos, también autor de la obra).
Todo entre tres
Con una pareja antitética y un comparsa, Estampas se erige sobre tres personajes: la Adelita (Ingrid Linuet Nava Tovar), el Valiente (Quetzalcóatl Rodríguez del Río) y el Comparsa (José Luis Rodríguez Ávalos).
Los dos primeros son convocados en el cuadro inicial por el comparsa en papel de pregonero, quien abre el espacio ritual de la puesta a partir del ludismo de la Lotería: ese juego construido a partes iguales de arquetipos y de azar, pero en el que esta vez aparecen además los retruécanos del ingenio popular.
Sin escenografía, los protagonistas sólo portan al pecho carteles que los identifican, “a la usanza del Teatro Campesino”, como detallaría previamente Rodríguez Ávalos.
Y aunque a lo largo de la puesta surcarán la obra diversos ejemplos de la canción popular, del corrido, del son y de la valona, tampoco hay algún predecible instrumento musical (la elección obvia habría sido una guitarra), sino apenas una subrepticia armónica que aparecerá fugazmente en uno o dos momentos, más ambientando que acompañando a alguna letra. Así pues, las canciones serán ofrecidas sin música, privilegiando la palabra y las cualidades de su fraseo natural.
La combinación de estos elementos construye una experiencia bien plantada en un costumbrismo que recrea modismos y usos, tanto existenciales y líricos, como políticos y culturales.
He aquí un teatro de estampas que, como describirá en algún momento la Adelita, “es algo así como retazos de historias que recuerdan hechos que pasaron, personajes, actos heroicos, un pueblo en lucha…”.
De este modo, respondiendo a los arquetipos de los que han sido extraídos, el Valiente se asume a sí mismo como “un hombre valeroso, bragado y entrón”. Sin embargo, en los hechos el personaje terminará revelándose como la encarnación del pensamiento más institucional y, en este sentido, conservador, pero sin perder los atributos del macho, parrandero y jugador, tan caros al prototipo nacional.
La Adelita, en cambio, será la manifestación de la conciencia popular más rebelde y contestataria. Aquella que constantemente pone en entredicho lo ya establecido y que no se conforma con la realidad tal cual (situación clara desde el siguiente diálogo en el que ella lleva la voz cuestionadora: “¿Dice que el pueblo mexicano no existe porque no sale en las fotos?”. “Fíjese bien: todo el mundo conoce a los mariachis y a los charros porque siempre estamos presentes a la hora de la foto”. “¿No será que nuestro pueblo hizo la independencia y la revolución en contra de los de las fotos?”. “¡Qué pasó, Adelita! ¿Aparte de peleonera va a salir revoltosa?”).
Desde este juego de caracteres en oposición, las discusiones y posturas de los personajes echarán a andar el anecdotario de canciones, refranes y apuntes a nuestra historia, con el comparsa dando voz a la letra de los temas que surcan el devenir nacional, desde los días de la independencia a nuestra época.
Todo entre tres
Con una pareja antitética y un comparsa, Estampas se erige sobre tres personajes: la Adelita (Ingrid Linuet Nava Tovar), el Valiente (Quetzalcóatl Rodríguez del Río) y el Comparsa (José Luis Rodríguez Ávalos).
Los dos primeros son convocados en el cuadro inicial por el comparsa en papel de pregonero, quien abre el espacio ritual de la puesta a partir del ludismo de la Lotería: ese juego construido a partes iguales de arquetipos y de azar, pero en el que esta vez aparecen además los retruécanos del ingenio popular.
Sin escenografía, los protagonistas sólo portan al pecho carteles que los identifican, “a la usanza del Teatro Campesino”, como detallaría previamente Rodríguez Ávalos.
Y aunque a lo largo de la puesta surcarán la obra diversos ejemplos de la canción popular, del corrido, del son y de la valona, tampoco hay algún predecible instrumento musical (la elección obvia habría sido una guitarra), sino apenas una subrepticia armónica que aparecerá fugazmente en uno o dos momentos, más ambientando que acompañando a alguna letra. Así pues, las canciones serán ofrecidas sin música, privilegiando la palabra y las cualidades de su fraseo natural.
La combinación de estos elementos construye una experiencia bien plantada en un costumbrismo que recrea modismos y usos, tanto existenciales y líricos, como políticos y culturales.
He aquí un teatro de estampas que, como describirá en algún momento la Adelita, “es algo así como retazos de historias que recuerdan hechos que pasaron, personajes, actos heroicos, un pueblo en lucha…”.
De este modo, respondiendo a los arquetipos de los que han sido extraídos, el Valiente se asume a sí mismo como “un hombre valeroso, bragado y entrón”. Sin embargo, en los hechos el personaje terminará revelándose como la encarnación del pensamiento más institucional y, en este sentido, conservador, pero sin perder los atributos del macho, parrandero y jugador, tan caros al prototipo nacional.
La Adelita, en cambio, será la manifestación de la conciencia popular más rebelde y contestataria. Aquella que constantemente pone en entredicho lo ya establecido y que no se conforma con la realidad tal cual (situación clara desde el siguiente diálogo en el que ella lleva la voz cuestionadora: “¿Dice que el pueblo mexicano no existe porque no sale en las fotos?”. “Fíjese bien: todo el mundo conoce a los mariachis y a los charros porque siempre estamos presentes a la hora de la foto”. “¿No será que nuestro pueblo hizo la independencia y la revolución en contra de los de las fotos?”. “¡Qué pasó, Adelita! ¿Aparte de peleonera va a salir revoltosa?”).
Desde este juego de caracteres en oposición, las discusiones y posturas de los personajes echarán a andar el anecdotario de canciones, refranes y apuntes a nuestra historia, con el comparsa dando voz a la letra de los temas que surcan el devenir nacional, desde los días de la independencia a nuestra época.
El director y fundador del Colectivo Artístico Morelia en la plática posterior a la función en el Colegio de San Nicolás.
México a través de su música popular
Son doscientos años de historia los que recorren las letras de canciones que integran Estampas.
La velada comenzará con una décima acerca del amor y con las estrofas del famoso A qué le tiras cuando sueñas, mexicano, de Chava Flores. Proseguirá dando un salto al pasado con el corrido postrevolucionario Juan sin tierra (cuyas líneas miran críticamente el destino del movimiento armado: “El general nos decía: ‘peleen con mucho valor / les vamos a dar parcela… cuando haya repartición’ / Gritó Emiliano Zapata: quiero tierra y libertad… / y el gobierno se reía cuando lo iban a enterrar. / Mi abuelo fue peón de hacienda, yo fui revolucionario, / mis hijos pusieron tienda y mi nieto es funcionario…”)
Seguirá una demostración de que el corrido, siempre asociado a la Revolución Mexicana, en realidad nació mucho antes, durante la Independencia. De ejemplo, un corrido insurgente que se hizo popular tras el heroico episodio en que las fuerzas de Morelos rompen el sitio de Cuautla y cuya estrofa final reza: “Por un cabo doy dos reales; / por un sargento, un tostón. / Por el General Morelos / doy todo mi corazón”.
Pero como el corrido no sólo se ha ocupado exclusivamente de las grandes épicas, sino también de narrar los diminutos dramas personales, también hay espacio para la rima de Juana Matamaridos: “Entre las diez y las once Juana se puso a pensar: / Voy a matar mi marido para salirme a pasear. / Luego que ya lo mató, se agachaba y le decía: / ‘Ya te moristes José, lucero del alma mía’. / Le trasculcaron la casa, como lo manda la ley. / Le hallaron una pistola y una navaja de muey. / Calle de la Palma Real, por qué estás tan espantosa: / Es que se ha muerto José y lo ha matado su esposa”.
Y es que, como dice el Valiente en algún momento, “No me puede negar que la canción mexicana contiene mucha verdad y hace retratos de la vida de nuestra patria”.
De ahí se pasará a la letra de la no menos famosa Adelita y a una sucesión de fragmentos que celebran entrañables excesos etílicos (“nuestro deporte nacional”) que en el imaginario musical mexicano pasan por ejemplo por la primera de siete estrofas de una humorística canción dedicada a la Semana Santa: “El lunes por la mañana, bastante malo me vi / fui a curarme a la cantina, se me pasó y la seguí”; por los desengaños amorosos como excusa para empinar el codo: “Yo me enamoré, ranchera; / tú no me quisiste amar. / ¡Ay, chirriones, ya quisiera! / Vale más irme a tomar” y por otro fragmento de Chava Flores: “La burocracia va a las 2 a la cantina, / todos los cuetes siempre empiezan a las dos” (en Sábado, Distrito Federal).
Habrá asimismo espacios para otros excesos de prosapia centenaria ( “La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta, porque no tiene, marihuana qué fumar”).
El anecdotario de placeres mundanos exigirá volver una vez más, brevemente, a la dimensión de la querencia amorosa con fragmentos de Cielito lindo y de La piedrecita (“desde que la vi venir le avise a mi corazón que bonita piedrecita para darme un tropezón”).
Pero finalmente, el tema del corrido y de otras formas afines regresará a su entorno natural, que es el de los problemas del país. Por ejemplo los de un campo que “ya pasó a la historia porque ahora los negocios se hacen en la ciudad”.
Con este perfil, la función llegará a su recta final con temas alusivos, como el que reza: “La autopista es de agrarismo, / allá un cerrito se ve. / Son la vaca y el buey / de Secretaría de Turismo. / Al turista da lo mismo / si el campo no es de verdad. / Sólo busca novedad, / que le prendan el sol; / con un poquito de alcohol / se parece a la ciudad,” en los que se describe la miseria de un campo al que “nadie le echa la mano”.
Habrá cuestionamientos al proverbial colonizaje cultural que nos hace admirar las formas musicales pop y foráneas, en detrimento de lo popular, y la velada concluirá con una valona de nuestros días, emprendida al estilo y usanza de la región de Apatzingán, que nos instala en la actualidad con una letra elegante y aguda en sus ironías. El tema comienza, inmejorable: “Amigo vengo a decirle / que este gobierno tan gacho / hizo a este país vendible… / y no me guardó ni un cacho”. Concluye la letra, ominosa, pero realista y contundente: “La despedida es de a mil / y a ver a quién le conviene: / el chingadazo se viene, / yo ya tengo mi fusil”.
EN VIDEO
México a través de su música popular
Son doscientos años de historia los que recorren las letras de canciones que integran Estampas.
La velada comenzará con una décima acerca del amor y con las estrofas del famoso A qué le tiras cuando sueñas, mexicano, de Chava Flores. Proseguirá dando un salto al pasado con el corrido postrevolucionario Juan sin tierra (cuyas líneas miran críticamente el destino del movimiento armado: “El general nos decía: ‘peleen con mucho valor / les vamos a dar parcela… cuando haya repartición’ / Gritó Emiliano Zapata: quiero tierra y libertad… / y el gobierno se reía cuando lo iban a enterrar. / Mi abuelo fue peón de hacienda, yo fui revolucionario, / mis hijos pusieron tienda y mi nieto es funcionario…”)
Seguirá una demostración de que el corrido, siempre asociado a la Revolución Mexicana, en realidad nació mucho antes, durante la Independencia. De ejemplo, un corrido insurgente que se hizo popular tras el heroico episodio en que las fuerzas de Morelos rompen el sitio de Cuautla y cuya estrofa final reza: “Por un cabo doy dos reales; / por un sargento, un tostón. / Por el General Morelos / doy todo mi corazón”.
Pero como el corrido no sólo se ha ocupado exclusivamente de las grandes épicas, sino también de narrar los diminutos dramas personales, también hay espacio para la rima de Juana Matamaridos: “Entre las diez y las once Juana se puso a pensar: / Voy a matar mi marido para salirme a pasear. / Luego que ya lo mató, se agachaba y le decía: / ‘Ya te moristes José, lucero del alma mía’. / Le trasculcaron la casa, como lo manda la ley. / Le hallaron una pistola y una navaja de muey. / Calle de la Palma Real, por qué estás tan espantosa: / Es que se ha muerto José y lo ha matado su esposa”.
Y es que, como dice el Valiente en algún momento, “No me puede negar que la canción mexicana contiene mucha verdad y hace retratos de la vida de nuestra patria”.
De ahí se pasará a la letra de la no menos famosa Adelita y a una sucesión de fragmentos que celebran entrañables excesos etílicos (“nuestro deporte nacional”) que en el imaginario musical mexicano pasan por ejemplo por la primera de siete estrofas de una humorística canción dedicada a la Semana Santa: “El lunes por la mañana, bastante malo me vi / fui a curarme a la cantina, se me pasó y la seguí”; por los desengaños amorosos como excusa para empinar el codo: “Yo me enamoré, ranchera; / tú no me quisiste amar. / ¡Ay, chirriones, ya quisiera! / Vale más irme a tomar” y por otro fragmento de Chava Flores: “La burocracia va a las 2 a la cantina, / todos los cuetes siempre empiezan a las dos” (en Sábado, Distrito Federal).
Habrá asimismo espacios para otros excesos de prosapia centenaria ( “La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta, porque no tiene, marihuana qué fumar”).
El anecdotario de placeres mundanos exigirá volver una vez más, brevemente, a la dimensión de la querencia amorosa con fragmentos de Cielito lindo y de La piedrecita (“desde que la vi venir le avise a mi corazón que bonita piedrecita para darme un tropezón”).
Pero finalmente, el tema del corrido y de otras formas afines regresará a su entorno natural, que es el de los problemas del país. Por ejemplo los de un campo que “ya pasó a la historia porque ahora los negocios se hacen en la ciudad”.
Con este perfil, la función llegará a su recta final con temas alusivos, como el que reza: “La autopista es de agrarismo, / allá un cerrito se ve. / Son la vaca y el buey / de Secretaría de Turismo. / Al turista da lo mismo / si el campo no es de verdad. / Sólo busca novedad, / que le prendan el sol; / con un poquito de alcohol / se parece a la ciudad,” en los que se describe la miseria de un campo al que “nadie le echa la mano”.
Habrá cuestionamientos al proverbial colonizaje cultural que nos hace admirar las formas musicales pop y foráneas, en detrimento de lo popular, y la velada concluirá con una valona de nuestros días, emprendida al estilo y usanza de la región de Apatzingán, que nos instala en la actualidad con una letra elegante y aguda en sus ironías. El tema comienza, inmejorable: “Amigo vengo a decirle / que este gobierno tan gacho / hizo a este país vendible… / y no me guardó ni un cacho”. Concluye la letra, ominosa, pero realista y contundente: “La despedida es de a mil / y a ver a quién le conviene: / el chingadazo se viene, / yo ya tengo mi fusil”.
EN VIDEO
Algunos instantes de Estampas, de José Luis Rodríguez Ávalos
En honor del corrido
Lo primero que hay que decir de Estampas es que se trata de una dramaturgia muy disfrutable por su sabor carpero, de género chico, armada a su vez con el aire de un teatro contestatario como el del Teatro Campesino que había citado el autor al comienzo de la función, y genuinamente instalado en el nervio de lo popular (no sólo al darle voz a las expresiones de cómo el pueblo padece, soporta y se rebela contra lo injusto político-social, sino al expresar sus penas y alegrías más íntimas: las del amor o las del chínguere y la bravuconería.
En medio de todo esto, incluso son posibles guiños a la parateatralidad (el teatro dentro del teatro) con esos dos personajes continuamente conminados por el director a que cumplan aquello por lo cual han ido al escenario: a montar una obra de teatro que nunca veremos, convidados a compartir con los dos personajes, “tras bambalinas”, sus opiniones, corajes y pasiones más genuinas con una vis humorística deliciosa en la dramaturgia (“Es que yo no vine a hacerle al actor. Yo soy hombrecito, pa’ que lo sepa. Yo vine a cantar”. “Pues cántele, pues”. “¿Y qué canto?” “¡Oh, qué la canción! P’os ahi verá si llamamos a la Judicial para que de veras cante…”).
Este humor, absolutamente mexicano en sus infinitos juegos para el doble sentido, alcanza crestas notables (“¡Ah qué don valiente! –le cuestiona la Adelita a su acompañante en algún momento–; usted no tiene pelos en la lengua, ¿verdad?” Y el otro le replica, zalamero: “P’os porque usted no quiere…”, segundos antes de la sonora bofetada).
Pero lo esencial, en cuanto al discurso, es la revisión que se propone a la música popular y a las distintas variables del corrido, ese género que efectivamente nació en la independencia, pero que se popularizó con la Revolución. Esa forma no sólo musical, sino literaria y popular que derivó a lo largo del siglo XVIII del romance español para cumplir, ante todo, con un fin eminentemente informativo o, si se quiere, hasta noticioso, dando cuenta de las epopeyas y heroísmos o traiciones protagonizadas o padecidas por líderes, causas populares y movimientos sociales.
Palabra de autor
En breve entrevista al término de la función de Estampas en el Colegio de San Nicolás, José Luis Rodríguez Ávalos detalla:
“Esta obra la estrenamos en 1994, con Mariano Rodríguez muy joven aún… bueno, quiero decir, todavía es joven, pero entonces lo era más. Y en Uruapan, en la Universidad Don Vasco. Ante todo es una puesta que se ocupa de las cuartetas, la valona, la décima… estrofas de todo tipo, porque con eso uno puede dar un paseo por la historia nacional, tanto la antigua como la contemporánea. La idea era recuperar lo que la gente opinaba de los tiempos en que le tocó vivir, aquellos coincidentes con lo que ahora son el tema del centenario y del bicentenario”.
Acerca de la respuesta del público en esta nueva temporada de Estampas, indica: “Me preocupaba lo que pensaran los jóvenes. Me alegra haber descubierto que les ha gustado. Este circuito lo comenzamos en la Facultad de Derecho de la Universidad Michoacana y fue una muy buena función. Estuvieron presentes no sólo los alumnos, sino maestros y personal administrativo: secretarias y todo eso. Y hubo debate al final de la función. Se dio solito y a mí eso me entusiasmó mucho”
Otras funciones se realizaron en La Escuela de Letras, en el Liceo Michoacano y ha habido incluso una transmisión radiofónica (muy ad hoc) en Radio Nicolita.
“Hay gente que opina que Estampas deberíamos ofrecerla con música. Pero yo pienso que queda bien así, como está. Porque a fin de cuentas se trata de restituirle su lugar a la palabra, a la música interna, propia, que tiene por sí misma. Finalmente es poesía”.
Con unas diez dramaturgias en su haber, Rodríguez Ávalos señala: “Esta la escribí allá por 1990. Lo más reciente que he escrito son sketches, dedicados sobre todo a indagar en
el asunto del doble sentido y el albur, que aunque lo parezcan, no son lo mismo. Mi idea es llegar al albur, ese otro lenguaje para que la gente diga cosas y me ha funcionado bien con los muchachos, los chavos de ahora capturan el mundo de otro modo y esto les da opción de completar su lenguaje. Es del año pasado. Y le ha ido bien, pero se lo doy a otros a leerlo.
¿Lo primero que escribí? Creo que fue una pastorela, por 1984. ¡Ah, no! En 1974 escribí una obra para jóvenes: El sol se mete por allá, que pretende hablar sobre la guerra, entendiendo que sobre ella no se puede hablar, ya que es algo que sucede a pesar de uno. Son dos historias: una de ellas es la de unos novios que viven en la ciudad y reciben la noticia de que hay guerra y la ciudad será sitiada. Buscan a dónde escapar y se van a un cerro; desde allí ven cómo es destruida la ciudad. Con el sentido de cuestionar la manewra en que los medios masivos ni nos salvan ni nos comunican gran cosa, resolví esa última escena como una experiencia que se convierte en un espectáculo”.
RECURSOS EN LA WEB
La controvertida valona
Un texto de José Luis Rodríguez Ávalos que apareció originalmente en noviembre de 2007, en un ejemplar de Ventana Interior dedicado a la lírica popular mexicana. Pero esta versión on line está tomada de la página electrónica Tramoya2, donde se publicó en junio de 2008. El autor explica que el acercamiento a la estrofa conocida como espinela nos permite reconocer una gran cantidad de ritmos y sonoridades emparentados con su canto o recitación , en ningún caso como producto citadino, sino como parte de la cultura campesina representada por el mestizaje fisiológico y cultural , pues tampoco se encuentra dentro de las manifestaciones literarias ni musicales indígenas prácticamente en toda Iberoamérica.
Fandango llamó a Borondongo
Un breve pero ilustrador artículo sobre las raíces africanas de la voz “fandango”, escrito por el historiador y ensayista Fernando Iwasaki.
Un baile perseguido del siglo XVIII, un son y un juego infantil del XX: algunos textos de la jeringonza en México
Notable ensayo de Mariana Masera que, con el tema de la jeringonza, explora El son del panadero y sus múltiples variantes: una pieza perseguida por el clero novohispano, poco antes del estallido de la Independencia de México, a causa de sus “estrofas licenciosas”, que convocaban al pecado.
En honor del corrido
Lo primero que hay que decir de Estampas es que se trata de una dramaturgia muy disfrutable por su sabor carpero, de género chico, armada a su vez con el aire de un teatro contestatario como el del Teatro Campesino que había citado el autor al comienzo de la función, y genuinamente instalado en el nervio de lo popular (no sólo al darle voz a las expresiones de cómo el pueblo padece, soporta y se rebela contra lo injusto político-social, sino al expresar sus penas y alegrías más íntimas: las del amor o las del chínguere y la bravuconería.
En medio de todo esto, incluso son posibles guiños a la parateatralidad (el teatro dentro del teatro) con esos dos personajes continuamente conminados por el director a que cumplan aquello por lo cual han ido al escenario: a montar una obra de teatro que nunca veremos, convidados a compartir con los dos personajes, “tras bambalinas”, sus opiniones, corajes y pasiones más genuinas con una vis humorística deliciosa en la dramaturgia (“Es que yo no vine a hacerle al actor. Yo soy hombrecito, pa’ que lo sepa. Yo vine a cantar”. “Pues cántele, pues”. “¿Y qué canto?” “¡Oh, qué la canción! P’os ahi verá si llamamos a la Judicial para que de veras cante…”).
Este humor, absolutamente mexicano en sus infinitos juegos para el doble sentido, alcanza crestas notables (“¡Ah qué don valiente! –le cuestiona la Adelita a su acompañante en algún momento–; usted no tiene pelos en la lengua, ¿verdad?” Y el otro le replica, zalamero: “P’os porque usted no quiere…”, segundos antes de la sonora bofetada).
Pero lo esencial, en cuanto al discurso, es la revisión que se propone a la música popular y a las distintas variables del corrido, ese género que efectivamente nació en la independencia, pero que se popularizó con la Revolución. Esa forma no sólo musical, sino literaria y popular que derivó a lo largo del siglo XVIII del romance español para cumplir, ante todo, con un fin eminentemente informativo o, si se quiere, hasta noticioso, dando cuenta de las epopeyas y heroísmos o traiciones protagonizadas o padecidas por líderes, causas populares y movimientos sociales.
Palabra de autor
En breve entrevista al término de la función de Estampas en el Colegio de San Nicolás, José Luis Rodríguez Ávalos detalla:
“Esta obra la estrenamos en 1994, con Mariano Rodríguez muy joven aún… bueno, quiero decir, todavía es joven, pero entonces lo era más. Y en Uruapan, en la Universidad Don Vasco. Ante todo es una puesta que se ocupa de las cuartetas, la valona, la décima… estrofas de todo tipo, porque con eso uno puede dar un paseo por la historia nacional, tanto la antigua como la contemporánea. La idea era recuperar lo que la gente opinaba de los tiempos en que le tocó vivir, aquellos coincidentes con lo que ahora son el tema del centenario y del bicentenario”.
Acerca de la respuesta del público en esta nueva temporada de Estampas, indica: “Me preocupaba lo que pensaran los jóvenes. Me alegra haber descubierto que les ha gustado. Este circuito lo comenzamos en la Facultad de Derecho de la Universidad Michoacana y fue una muy buena función. Estuvieron presentes no sólo los alumnos, sino maestros y personal administrativo: secretarias y todo eso. Y hubo debate al final de la función. Se dio solito y a mí eso me entusiasmó mucho”
Otras funciones se realizaron en La Escuela de Letras, en el Liceo Michoacano y ha habido incluso una transmisión radiofónica (muy ad hoc) en Radio Nicolita.
“Hay gente que opina que Estampas deberíamos ofrecerla con música. Pero yo pienso que queda bien así, como está. Porque a fin de cuentas se trata de restituirle su lugar a la palabra, a la música interna, propia, que tiene por sí misma. Finalmente es poesía”.
Con unas diez dramaturgias en su haber, Rodríguez Ávalos señala: “Esta la escribí allá por 1990. Lo más reciente que he escrito son sketches, dedicados sobre todo a indagar en
el asunto del doble sentido y el albur, que aunque lo parezcan, no son lo mismo. Mi idea es llegar al albur, ese otro lenguaje para que la gente diga cosas y me ha funcionado bien con los muchachos, los chavos de ahora capturan el mundo de otro modo y esto les da opción de completar su lenguaje. Es del año pasado. Y le ha ido bien, pero se lo doy a otros a leerlo.
¿Lo primero que escribí? Creo que fue una pastorela, por 1984. ¡Ah, no! En 1974 escribí una obra para jóvenes: El sol se mete por allá, que pretende hablar sobre la guerra, entendiendo que sobre ella no se puede hablar, ya que es algo que sucede a pesar de uno. Son dos historias: una de ellas es la de unos novios que viven en la ciudad y reciben la noticia de que hay guerra y la ciudad será sitiada. Buscan a dónde escapar y se van a un cerro; desde allí ven cómo es destruida la ciudad. Con el sentido de cuestionar la manewra en que los medios masivos ni nos salvan ni nos comunican gran cosa, resolví esa última escena como una experiencia que se convierte en un espectáculo”.
RECURSOS EN LA WEB
La controvertida valona
Un texto de José Luis Rodríguez Ávalos que apareció originalmente en noviembre de 2007, en un ejemplar de Ventana Interior dedicado a la lírica popular mexicana. Pero esta versión on line está tomada de la página electrónica Tramoya2, donde se publicó en junio de 2008. El autor explica que el acercamiento a la estrofa conocida como espinela nos permite reconocer una gran cantidad de ritmos y sonoridades emparentados con su canto o recitación , en ningún caso como producto citadino, sino como parte de la cultura campesina representada por el mestizaje fisiológico y cultural , pues tampoco se encuentra dentro de las manifestaciones literarias ni musicales indígenas prácticamente en toda Iberoamérica.
Fandango llamó a Borondongo
Un breve pero ilustrador artículo sobre las raíces africanas de la voz “fandango”, escrito por el historiador y ensayista Fernando Iwasaki.
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Notable ensayo de Mariana Masera que, con el tema de la jeringonza, explora El son del panadero y sus múltiples variantes: una pieza perseguida por el clero novohispano, poco antes del estallido de la Independencia de México, a causa de sus “estrofas licenciosas”, que convocaban al pecado.