La foto institucional. El gobernador de Michoacán, Leonel Godoy Rangel, sostiene la bandera nacional y tañe la campana para proferir el triple "¡Viva México!", este 15 de septiembre de 2010 a las 21:33 pm. Una ceremonia de apenas diez minutos... y todos a su casa, para no darle tentaciones al diablo.
Fue un grito desangelado. Un grito más bien triste, matizado por la llovizna pertinaz que atinó a desatarse minutos antes de las 21:30 (insólita hora programada para la ceremonia-exprés) y que ocasionó que el protocolo se adelantara todavía más de lo previsto (a las 21:27 minutos, tiempo del reloj de la catedral moreliana).
Entre la concurrencia, el breve y tenue aguacero arrancó primero chiflidos de “a ver si se apuran allá arriba, que nos estamos mojando”, dirigidos al vacío balcón principal de Palacio de Gobierno, conforme el agua arreciaba ligeramente; aunque también es cierto que los asistentes “de primera fila” apechugaron como los machos y no se movieron de su sitio sobre la avenida Madero.
Pero también es preciso decir que, como es usual en ceremonias de este tipo, tales “asistentes de primera fila” eran, prácticamente todos, funcionarios, empleados y/o familiares de funcionarios y empleados de la administración estatal: la primera línea de seguridad informal de cualquier gobierno, de cualquier régimen, de cualquier estructura de autoridad en una ceremonia pública, más allá de la seguridad oficial, rubricada por los uniformados de distintas instituciones.
¿Esto significa que durante el Grito del Bicentenario, en esta noche del 15 de septiembre de 2010 en Morelia (que fue la cuna ideológica de la Independencia), no estuvo reunido “el pueblo”? No. Eso tampoco sería cierto. También hubo ciudadanos comunes, es decir, de esos que ni trabajan para el gobierno ni tienen compromisos qué cumplir con la cúpula en turno y que solamente llegaron al centro para tratar de participar en una conmemoración ella misma agrisada, en la que ni siquiera el programa artístico se cumplió a cabalidad, sobre el templete instalado en la avenida Madero esquina con Morelos, a causa de la llovizna que iba y venía.
Pero lo que sí es cierto es que esa presencia popular se vio radicalmente acotada por distintos factores. No es difícil enumerarlos: el temor ante el recuerdo de los hechos violentos de 2008; el recelo y la incertidumbre ante el operativo de seguridad desplegado este día (que congregó desde temprana hora a elementos de Seguridad Pública, Tránsito, Servicios Periciales, Policía Federal Preventiva, Policía Judicial del Estado, Protección Civil, Cruz Roja y elementos del Ejército Mexicano); el desasosiego que despierta la situación general del país (como que ya estábamos medio acostumbrados a la crisis económica, pero no a los horrores de esa guerra que corre a nuestro lado, con su saldo de muertos y violencia), así como el clima lluvioso, que ya poco antes de las 19:00 horas dio su primer gemido, ahuyentando hacia la protección de los portales a la concurrencia más tempranera y que, a la mera hora de la ceremonia también hizo que bastante gente se replegara a la zona de los cafés del centro histórico moreliano.
Entre la concurrencia, el breve y tenue aguacero arrancó primero chiflidos de “a ver si se apuran allá arriba, que nos estamos mojando”, dirigidos al vacío balcón principal de Palacio de Gobierno, conforme el agua arreciaba ligeramente; aunque también es cierto que los asistentes “de primera fila” apechugaron como los machos y no se movieron de su sitio sobre la avenida Madero.
Pero también es preciso decir que, como es usual en ceremonias de este tipo, tales “asistentes de primera fila” eran, prácticamente todos, funcionarios, empleados y/o familiares de funcionarios y empleados de la administración estatal: la primera línea de seguridad informal de cualquier gobierno, de cualquier régimen, de cualquier estructura de autoridad en una ceremonia pública, más allá de la seguridad oficial, rubricada por los uniformados de distintas instituciones.
¿Esto significa que durante el Grito del Bicentenario, en esta noche del 15 de septiembre de 2010 en Morelia (que fue la cuna ideológica de la Independencia), no estuvo reunido “el pueblo”? No. Eso tampoco sería cierto. También hubo ciudadanos comunes, es decir, de esos que ni trabajan para el gobierno ni tienen compromisos qué cumplir con la cúpula en turno y que solamente llegaron al centro para tratar de participar en una conmemoración ella misma agrisada, en la que ni siquiera el programa artístico se cumplió a cabalidad, sobre el templete instalado en la avenida Madero esquina con Morelos, a causa de la llovizna que iba y venía.
Pero lo que sí es cierto es que esa presencia popular se vio radicalmente acotada por distintos factores. No es difícil enumerarlos: el temor ante el recuerdo de los hechos violentos de 2008; el recelo y la incertidumbre ante el operativo de seguridad desplegado este día (que congregó desde temprana hora a elementos de Seguridad Pública, Tránsito, Servicios Periciales, Policía Federal Preventiva, Policía Judicial del Estado, Protección Civil, Cruz Roja y elementos del Ejército Mexicano); el desasosiego que despierta la situación general del país (como que ya estábamos medio acostumbrados a la crisis económica, pero no a los horrores de esa guerra que corre a nuestro lado, con su saldo de muertos y violencia), así como el clima lluvioso, que ya poco antes de las 19:00 horas dio su primer gemido, ahuyentando hacia la protección de los portales a la concurrencia más tempranera y que, a la mera hora de la ceremonia también hizo que bastante gente se replegara a la zona de los cafés del centro histórico moreliano.
Un poco de humor negro
Día medio nublado, rubricado muy de mañana por la ceremonia en la que autoridades estatales y municipales depositaron la ofrenda floral a las víctimas mortales de los atentados de septiembre de 2008.
Desde la víspera distintas calles habían comenzado a ser cerradas con las vallas que ya se hacen habituales en distintas ceremonias públicas y por los accesos detectores de metales.
Ya durante la mañana del 15, en uno de mis ires y venires, franqueando el perímetro de seguridad, un momento de humor negro. Paso a revisión ante el acceso de la calle Vasco de Quiroga, por la plaza Valladolid. Mientras le ofrezco al GOE mi mochila, el uniformado me pregunta si llevo en ella algo metálico.
– Sí –le respondo–, sólo mi cargador.
– ¿De Uzzi? –me lanza al vuelo
Sonrisa.
– No –replico y se lo muestro–. Mi cargador de pilas. Para mi cámara.
La camioneta que rompió el perímetro
Pero, como decía la abuela, “el horno no está para bollos” y la tensión por la seguridad encontraría su breve momento de paranoia durante el insólito incidente de la tarde: una camioneta Nissan Frontier de color gris que circulaba sobre la calle Quintana Roo embistió contra la valla de esa vía y rompió el perímetro de seguridad del Centro Histórico poco antes de las cuatro de la tarde. Una vez remontado el cerco, la conductora del vehículo, identificada como Marlén Hapipiluasco Cerna, de 27 años de edad, pisó el acelerador, viró a la derecha sobre la avenida Madero, ya perseguida por unidades de Tránsito Municipal, a las que se sumaron otras de Seguridad Pública y del Ejército. Aún así alcanzó a llegar a las mismísimas puertas de la catedral, frente a Palacio de Gobierno, donde finalmente fue interceptada y detenida.
El sobresalto disparó los niveles de adrenalina en el corazón moreliano. La tensión arterial entre los elementos de seguridad, altísima, debió andar en los 180/100 por espacio de casi una hora mientras la señora Hapipiluasco era trasladada a barandilla, donde finalmente explicó a las autoridades policiacas su insólita conducta: en medio de un fuerte problema doméstico con su esposo, en el que iban de por medio sus hijos, ella y su cónyuge habían acordado reunirse en el centro histórico de Morelia para discutir la situación que viven. Y ella, decidida a cumplir la cita e irritada por el obstáculo de los retenes que le impedían llegar a tiempo, decidió brincarse a la brava la valla de seguridad. Así fue como le arrancó un susto de muerte a los responsables de la seguridad en la ceremonia del Grito.
Claro, más allá de la versión oficial los rumores no se hicieron esperar y ni a cuál irle de más descabellado, pero finalmente, al término de la jornada, el saldo fue prácticamente blanco: solamente un detenido, un joven oriundo del Infonavit Camelinas que portaba mariguana para su consumo personal y que fue detenido en uno de los accesos al centro porque ya estaba visiblemente bajo los efectos de la Cannabis.
Día medio nublado, rubricado muy de mañana por la ceremonia en la que autoridades estatales y municipales depositaron la ofrenda floral a las víctimas mortales de los atentados de septiembre de 2008.
Desde la víspera distintas calles habían comenzado a ser cerradas con las vallas que ya se hacen habituales en distintas ceremonias públicas y por los accesos detectores de metales.
Ya durante la mañana del 15, en uno de mis ires y venires, franqueando el perímetro de seguridad, un momento de humor negro. Paso a revisión ante el acceso de la calle Vasco de Quiroga, por la plaza Valladolid. Mientras le ofrezco al GOE mi mochila, el uniformado me pregunta si llevo en ella algo metálico.
– Sí –le respondo–, sólo mi cargador.
– ¿De Uzzi? –me lanza al vuelo
Sonrisa.
– No –replico y se lo muestro–. Mi cargador de pilas. Para mi cámara.
La camioneta que rompió el perímetro
Pero, como decía la abuela, “el horno no está para bollos” y la tensión por la seguridad encontraría su breve momento de paranoia durante el insólito incidente de la tarde: una camioneta Nissan Frontier de color gris que circulaba sobre la calle Quintana Roo embistió contra la valla de esa vía y rompió el perímetro de seguridad del Centro Histórico poco antes de las cuatro de la tarde. Una vez remontado el cerco, la conductora del vehículo, identificada como Marlén Hapipiluasco Cerna, de 27 años de edad, pisó el acelerador, viró a la derecha sobre la avenida Madero, ya perseguida por unidades de Tránsito Municipal, a las que se sumaron otras de Seguridad Pública y del Ejército. Aún así alcanzó a llegar a las mismísimas puertas de la catedral, frente a Palacio de Gobierno, donde finalmente fue interceptada y detenida.
El sobresalto disparó los niveles de adrenalina en el corazón moreliano. La tensión arterial entre los elementos de seguridad, altísima, debió andar en los 180/100 por espacio de casi una hora mientras la señora Hapipiluasco era trasladada a barandilla, donde finalmente explicó a las autoridades policiacas su insólita conducta: en medio de un fuerte problema doméstico con su esposo, en el que iban de por medio sus hijos, ella y su cónyuge habían acordado reunirse en el centro histórico de Morelia para discutir la situación que viven. Y ella, decidida a cumplir la cita e irritada por el obstáculo de los retenes que le impedían llegar a tiempo, decidió brincarse a la brava la valla de seguridad. Así fue como le arrancó un susto de muerte a los responsables de la seguridad en la ceremonia del Grito.
Claro, más allá de la versión oficial los rumores no se hicieron esperar y ni a cuál irle de más descabellado, pero finalmente, al término de la jornada, el saldo fue prácticamente blanco: solamente un detenido, un joven oriundo del Infonavit Camelinas que portaba mariguana para su consumo personal y que fue detenido en uno de los accesos al centro porque ya estaba visiblemente bajo los efectos de la Cannabis.
EN VIDEO / ESTAMPAS DEL DIA DEL GRITO
La lluvia, las rechiflas, el Grito
La lluvia, cuya primera acometida se registró faltando unos veinte minutos para las siete de la noche, fue la presencia que se robó la jornada. Un chubasco súbito y violento que replegó a los reunidos en la avenida (como se aprecia en el video arriba de estas líneas) y que a partir de entonces iría y vendría, desanimando todavía más la participación a los pocos espontáneos que acudieron al centro.
De una a otra cosa, esa misma lluvia malogró parcialmente el programa artístico que debió realizarse en el templete preparado al efecto en la esquina de las avenidas Madero y Morelos a partir de las 19:30 horas. Hasta el muy popular Ballet Folclórico de Michoacán tuvo que limitarse a una sola aparición porque justo en ese momento la lluvia adquirió densidad y obligó al público a buscar resguardo más allá de la plancha de la plaza Ocampo y de la avenida Madero, mientras los organizadores del festival artístico optaban por la alternativa de ambientar con música por los altavoces.
Conforme se acercaba la hora del Grito, la gente se fue congregando ante la valla colocada frente a Palacio de Gobierno. Una multitud compacta, conformada en lo fundamental por funcionarios de segundo y tercer nivel del gobierno del Estado y familiares y amigos suyos. A las nueve de la noche, media hora antes de la ceremonia, la lluvia regresó. Primero como una suave llovizna. Más adelante como un chubasco cuya vitalidad inquietó a la mayoría de los presentes, sin paraguas ni impermeables adecuados. Para las 21:25 comenzaron las rechiflas. Alegres, cómplices, pero rechiflas al fin. No de abucheo, sino de “date prisa, compadre, que nos vamos a empapar”.
Y, hasta eso, el protocolo gubernamental consideró razonable la demanda de los espectadores porque la ceremonia comenzó, no a las 21:30, sino tres minutos antes.
De tal suerte se rindieron los honores respectivos a los símbolos patrios, el gobernador apareció en el balcón central de Palacio, tañó la campana, ondeó la bandera y lanzó los tradicionales “¡Viva México!” “¡Viva Michoacán!” “¡Viva Morelos!” “¡Viva Hidalgo!” mientras las campanas de catedral también se lanzaban al vuelo. La ceremonia concluiría con el Himno Nacional… en total, poco más de diez minutos para el Grito del Bicentenario. Un grito en sordina, casi entre puros cuates. Un tenue vendaval desvanecido.
La lluvia, cuya primera acometida se registró faltando unos veinte minutos para las siete de la noche, fue la presencia que se robó la jornada. Un chubasco súbito y violento que replegó a los reunidos en la avenida (como se aprecia en el video arriba de estas líneas) y que a partir de entonces iría y vendría, desanimando todavía más la participación a los pocos espontáneos que acudieron al centro.
De una a otra cosa, esa misma lluvia malogró parcialmente el programa artístico que debió realizarse en el templete preparado al efecto en la esquina de las avenidas Madero y Morelos a partir de las 19:30 horas. Hasta el muy popular Ballet Folclórico de Michoacán tuvo que limitarse a una sola aparición porque justo en ese momento la lluvia adquirió densidad y obligó al público a buscar resguardo más allá de la plancha de la plaza Ocampo y de la avenida Madero, mientras los organizadores del festival artístico optaban por la alternativa de ambientar con música por los altavoces.
Conforme se acercaba la hora del Grito, la gente se fue congregando ante la valla colocada frente a Palacio de Gobierno. Una multitud compacta, conformada en lo fundamental por funcionarios de segundo y tercer nivel del gobierno del Estado y familiares y amigos suyos. A las nueve de la noche, media hora antes de la ceremonia, la lluvia regresó. Primero como una suave llovizna. Más adelante como un chubasco cuya vitalidad inquietó a la mayoría de los presentes, sin paraguas ni impermeables adecuados. Para las 21:25 comenzaron las rechiflas. Alegres, cómplices, pero rechiflas al fin. No de abucheo, sino de “date prisa, compadre, que nos vamos a empapar”.
Y, hasta eso, el protocolo gubernamental consideró razonable la demanda de los espectadores porque la ceremonia comenzó, no a las 21:30, sino tres minutos antes.
De tal suerte se rindieron los honores respectivos a los símbolos patrios, el gobernador apareció en el balcón central de Palacio, tañó la campana, ondeó la bandera y lanzó los tradicionales “¡Viva México!” “¡Viva Michoacán!” “¡Viva Morelos!” “¡Viva Hidalgo!” mientras las campanas de catedral también se lanzaban al vuelo. La ceremonia concluiría con el Himno Nacional… en total, poco más de diez minutos para el Grito del Bicentenario. Un grito en sordina, casi entre puros cuates. Un tenue vendaval desvanecido.
EN VIDEO / LA CAMIONETA DEL INCIDENTE