Un intruso ha penetrado al hogar de la pequeña Claudia y ha trastocado su delicada órbita afectiva.
La llegada del nuevo bebé, así como las atenciones que demanda de parte de los padres, hacen que la niña –hasta entonces hija única– se sienta desplazada. Lo peor es que la crisis recrudece los ataques de enuresis nocturna que Claudia ya padecía, ocasionando el enojo de Rodolfo, su padre, quien la urge a controlar sus esfínteres, a “volverse responsable” y a colaborar a la tranquilidad de mamá. La situación empuja a nuestra protagonista a buscar una salida contra tanto estrés y esta es la línea principal en la dramaturgia de la comedia didáctica Pipí.
Cuarta noche en la extensión Morelia del festival de monólogos y, en escena, el trabajo de dos cercanos conocidos y amigos para la escena michoacana: el tapatío Fausto Zapata en la dirección y el chilango Jaime Chabaud Magnus en el texto.
Dramaturgo, pedagogo, periodista, editor e investigador teatral, Chabaud ha ido cultivando un colmillo estilístico irreprochable a lo largo de las últimas dos décadas, aunado a una visión muy precisa de la relación que existe en la triada temas/públicos/éxito. Pipí, por ejemplo, tiene un nicho de público amplísimo y un alto perfil para ser ofrecido a la más variopinta serie de instituciones, organismos y planteles educativos como alternativa escénica, pues se ocupa del muy popular problema de los niños que se orinan en la cama.
La cuestión es abordada de forma positivamente luminosa por Fausto Zapata (otro hombre teatro de afilados caninos). Por ejemplo, el “Señor Monstruo” del cuento que Claudia no ha terminado de leer –falta que da origen a una parte de sus descalabros–, es más un amigo imaginario un poquito gandalla, pero amigo al fín, que una presencia realmente aterradora u ominosa.
Varias escenas alegremente coreografiadas dan una expresión amable, conciliadora, a la crisis que vive la pequeña Claudia y hasta el episodio más terrible de la historia (el de la inminente castración de Rodolfito, para que se convierta en niña y los papás ya no le festejen el hacerse pipí en todas partes, mientras que a ella la regañan por su incontinencia nocturna), es tratado con un encantador trabajo de ilustraciones en una caja de luces y un tono de humorismo negro que lleva todo el asunto por el camino de aceptaciones y “buena vibra”.
El tratamiento es correcto. Instalada entre las propuestas alegóricas, simbólicas y trascendentes de la velada previa, con Ron de arena, y del oscurísimo Beckett de la jornada posterior, Pipí se ocupa de un tema práctico, doméstico y cotidiano (propio de una pieza).
Lo más importante, sin duda, es que ni Chabaud ni Zapata se amurallan en el problema de la enuresis, sino que se apoyan en el asunto para desplegar una sincera y entrañable exploración del mundo de los niños: el miedo a la oscuridad, la natural fascinación por la lectura (es cierto: los niños tienen el potencial de grandes lectores; son las circunstancias alrededor las que los desmotivan); la espontánea vocación titiritera que le permite a Claudia dotar de vida a los objetos más simples o fragmentarios; el sufrimiento de medirse con un mundo de adultos incomprensibles (como la maestra Narizotas, en la escuela) o de compartir vulnerabilidades con otros niños como Petronio y ese Clemente de Jesús y Guadalupe que es quien le da a Claudia la idea de proceder a la amputación (nunca consumada, salvo en los sueños) del “pirrín” del incómodo hermanito.
La operación, aunque sólo simbólica, basta para contribuir a curar a Claudia de sus ansiedades. El cumplimiento de deberes pospuestos, como la lectura del libro de cuentos, es otro factor decisivo para la niña, quien aprende al fin a encontrar su lugar en el universo hogareño. Un círculo se abre y se cierra en el tránsito por esta húmeda protesta infantil que, como toda crisis, lleva de una confrontación a una conciliación.
Un punto notable en la escenografía es la confección de esa cama cuyas partes han sido acondicionadas para cumplir múltiples tareas: hogar de un monstruo de patas bettlejuiceanamente largiruchas, percha para cunas, mesa titiritesca, navío, escenario de las crisis de incontinencia y, finalmente, cual debe ser: generoso espacio del reposo y el sueño de quien ha puesto la conciencia y los afectos en paz.