Directa y sin mayor complicación, esta es la anécdota del primer largometraje “no oficial” de la cortometrajista Elisa Miller (Palma de Oro en Cannes 2007 con Ver llover), quien todavía afina sus recursos discursivos para la que considera será en verdad su próxima primera película.
El filme, presentado en la sección oficial en competencia por mejor largometraje, se exhibió el miércoles y ha resultado una discreta road movie, mucho más ocupada en registrar sensaciones que en contar una historia.
En este sentido, en el de plasmar una subjetividad que busca su propio lugar en el mundo, a una edad en la que nada está definido, la cinta es una correcta aproximación al tumulto de sentimientos, pulsiones y soledades juveniles.
Por detrás de las mínimas anécdotas (el encuentro de Alicia con otros jóvenes argentinos que le comparten algunas de sus propias dudas y estilos de vida; su fallido intento de prosperar en un curso de acrobacia, en el cual, sin embargo, traba amistad con su instructor; así como su encuentro con un afable y joven velador que cuida uno de los hoteles de la zona, desierto porque están “fuera de temporada”), la cinta consigue enganchar al espectador atento con esa sensación de indefiniciones que bordea continuamente la pregunta (universal) del “¿qué estoy haciendo aquí?”.
Al término de la proyección, durante la conferencia de prensa, pude agradecer a la cineasta por “llevarme de viaje con ella”. Mientras, Miller, su productor (Christian Valdelièvre) y otros creativos del filme explicaron que Vete más lejos, Alicia, ha sido ante todo un experimento, la respuesta a un impulso para filmar sin guión ni otro preparativo que no fueran algunas charlas previas acerca de ideas generales.
Una experiencia discreta (reitero), pero satisfactoria.