En un futuro en el que las estrategias de control social han llevado al gobierno mexicano a distribuir una enzima que altera el metabolismo humano, a fin de que la mitad de la población lleve una vida diurna y la otra mitad una existencia nocturna, la pequeña Luna (Gala Montes de Oca) es inoculada en su ADN y se convierte, como quien dice, en una criatura de la noche.
Como el gobierno que plantea la película también es un poquito más fascista que los que tenemos en el país actualmente (a nivel federal, pero también estatal), la citada estrategia de la enzima se suma a otras que han ido desintegrando el concepto de “familia” para reemplazarlo por el de adultos “protectores” que se encargan de cuidar a “infantes” asignados. Pero el caso de Luna es especial: ella ha vivido, trasgrediendo las normas, con su verdadera madre, la doctora Aurora Sagitario (Sandra Echeverría). Por eso, cuando el cambio se opera en la chiquilla, su madre se dedica a localizarla. Eventualmente la encuentra al cuidado de un joven (de cuyo nombre, perdón, no tomé nota, pero el intérprete es ¿Manuel Balbi?), que resulta ser el hijo de uno de los científicos que han colaborado a desarrollar la enzima que pone a roncar a todo cristiano en cuanto salen los rayos del sol. Los tres establecen una relación a través de mensajes videograbados (porque, no se olvide, la doctora se va a hacer la me-me en cuanto se oculta el sol, mientras que su hija y su guardián funcionan al revés y se despiertan con la ausencia de luz) y planean fugarse de la ciudad para encontrar una existencia libre, en contacto con la naturaleza.
El trío llega a una playa y allí se establece, todos resignados a la situación, pero entonces ocurre el milagro: un eclipse total de sol rompe el maleficio y, tan-tán, felices por siempre.
Mala como la carne de puerco, De día y de noche es un filme profundamente fallido. En realidad debería más bien llamarse Ni de día ni de noche, porque nada, absolutamente nada, está ocurriendo en sus 95 minutos de metraje, salvo una colección de tópicos que podemos describir así: el tema de la relación afectiva le hace guiños (lejanos) al THX de George Lucas; los atuendos recuerdan, en general, la serie ochentera de Logan’s run, mientras que las caracterizaciones de la doctora Aurora Sagitario y de cierto científico ruquito que anda por allí evocan (voluntaria o involuntariamente, pero también de manera distante,) a dos célebres personajes de la primera entrega de Final Fantasy o a otros procedentes de la novela gráfica Shinka, asequible en México gracias a la revista Heavy Metal. Por encima de todas las referencias citadas, hay un clásico del cine fantástico, también ochentero, con el que esta película está en deuda (no porque la retome, sino porque la destaza): Lady Hawk, de Richard Donner.
¡Qué jornadita la del martes, caray! Pero lo malo es que todavía hay más.
Así es, queridos cibernautas, todo esto no es lo peor. No. Lo peor es que el filme se carga a cuestas una soporífera lentitud contemplativa que valdría mucho la pena si hubiera algo qué contemplar… pero no lo hay.
Los problemas empiezan por un guión superficial, es decir, poco problematizado, y terminan en un concepto visual y unas actuaciones muy pobres o, en todo caso, incapaces de plasmar los matices que podrían darle algún interés al asunto. Entre una y otra cosa, la atención a lo que ocurre o no en la pantalla se disuelve más deprisa que un Alka-Seltzer en agua tibia y sólo una serpiente podría mirar el filme de cabo a rabo sin pestañear, no porque las serpientes sean muy estoicas y de sangre fría, sino porque no tienen pestañas ni párpados qué cerrar.
La nota de humor involuntario dentro toda esta desgracia viene cuando el realizador afirma que la lentitud del filme ha sido deliberada porque aspira a seguir los pasos del cine de Tarkovski. Registro el dato porque, a mi modo de ver, esa declaración ha sido el único y verdadero acontecimiento de ciencia ficción de la cuarta función de largometrajes mexicanos en competencia en esta edición del FICM.
Como el gobierno que plantea la película también es un poquito más fascista que los que tenemos en el país actualmente (a nivel federal, pero también estatal), la citada estrategia de la enzima se suma a otras que han ido desintegrando el concepto de “familia” para reemplazarlo por el de adultos “protectores” que se encargan de cuidar a “infantes” asignados. Pero el caso de Luna es especial: ella ha vivido, trasgrediendo las normas, con su verdadera madre, la doctora Aurora Sagitario (Sandra Echeverría). Por eso, cuando el cambio se opera en la chiquilla, su madre se dedica a localizarla. Eventualmente la encuentra al cuidado de un joven (de cuyo nombre, perdón, no tomé nota, pero el intérprete es ¿Manuel Balbi?), que resulta ser el hijo de uno de los científicos que han colaborado a desarrollar la enzima que pone a roncar a todo cristiano en cuanto salen los rayos del sol. Los tres establecen una relación a través de mensajes videograbados (porque, no se olvide, la doctora se va a hacer la me-me en cuanto se oculta el sol, mientras que su hija y su guardián funcionan al revés y se despiertan con la ausencia de luz) y planean fugarse de la ciudad para encontrar una existencia libre, en contacto con la naturaleza.
El trío llega a una playa y allí se establece, todos resignados a la situación, pero entonces ocurre el milagro: un eclipse total de sol rompe el maleficio y, tan-tán, felices por siempre.
Mala como la carne de puerco, De día y de noche es un filme profundamente fallido. En realidad debería más bien llamarse Ni de día ni de noche, porque nada, absolutamente nada, está ocurriendo en sus 95 minutos de metraje, salvo una colección de tópicos que podemos describir así: el tema de la relación afectiva le hace guiños (lejanos) al THX de George Lucas; los atuendos recuerdan, en general, la serie ochentera de Logan’s run, mientras que las caracterizaciones de la doctora Aurora Sagitario y de cierto científico ruquito que anda por allí evocan (voluntaria o involuntariamente, pero también de manera distante,) a dos célebres personajes de la primera entrega de Final Fantasy o a otros procedentes de la novela gráfica Shinka, asequible en México gracias a la revista Heavy Metal. Por encima de todas las referencias citadas, hay un clásico del cine fantástico, también ochentero, con el que esta película está en deuda (no porque la retome, sino porque la destaza): Lady Hawk, de Richard Donner.
¡Qué jornadita la del martes, caray! Pero lo malo es que todavía hay más.
Así es, queridos cibernautas, todo esto no es lo peor. No. Lo peor es que el filme se carga a cuestas una soporífera lentitud contemplativa que valdría mucho la pena si hubiera algo qué contemplar… pero no lo hay.
Los problemas empiezan por un guión superficial, es decir, poco problematizado, y terminan en un concepto visual y unas actuaciones muy pobres o, en todo caso, incapaces de plasmar los matices que podrían darle algún interés al asunto. Entre una y otra cosa, la atención a lo que ocurre o no en la pantalla se disuelve más deprisa que un Alka-Seltzer en agua tibia y sólo una serpiente podría mirar el filme de cabo a rabo sin pestañear, no porque las serpientes sean muy estoicas y de sangre fría, sino porque no tienen pestañas ni párpados qué cerrar.
La nota de humor involuntario dentro toda esta desgracia viene cuando el realizador afirma que la lentitud del filme ha sido deliberada porque aspira a seguir los pasos del cine de Tarkovski. Registro el dato porque, a mi modo de ver, esa declaración ha sido el único y verdadero acontecimiento de ciencia ficción de la cuarta función de largometrajes mexicanos en competencia en esta edición del FICM.
Me pregunto si la película estará tan mala como este texto, incapaz de revasar el nivel de lo chusco. ¡Qué bárbaro maestro, dedíquese usted a otra cosa, lo suyo lo suyo, se ve que no es la crítica sino las carnitas! jeje
ResponderEliminarHola. La respuesta a tu pregunta es: "No, la película es, larga, largamente mucho peor de lo que se deja ver aquí".
ResponderEliminarY es que, ojalá cayera siquiera en lo chusco (eso, por lo menos, le daría algún interés al metraje); desgraciadamente eso no ocurre. La razón, según yo, es un exceso de pretenciones aunado a carencia de recursos (creativos, que no materiales, lo cual es lo más triste del asunto).
Por lo que atañe a tu sugerencia, probablemente no fui claro en el tono que empleé en este texto. Explícitamente estoy demenuzando carnitas (el único placer que podía extraerle a un material tan pobre). Saludos