Empujado por un sueño recurrente (la visión de un paisaje nevado en el que se ve a sí mismo desenterrando un misterioso cofrecito), a lo que se suma el azaroso encuentro de un llavero silueteado y con una indescifrable inscripción (“Sprague river”), el joven pastor de cabras Jacinto Medina (Gabino Rodríguez, sobresaliente), decide un día abandonar la miserable ranchería de Las cabecitas, en el desértico municipio potosino de Matehuala, y emprende el más incierto de los viajes.
Así comienza la opera prima en largometraje de Sebastián Hiriart, A tiro de piedra, que compite en el Festival Internacional de Cine de Morelia dentro de la sección oficial de largometraje. Lo más sorprendente de la cinta es su vocación abierta a lo impredecible.
El joven Jacinto (a quien Rodríguez le imprime una inocencia y una transparencia cautivadoras) va a abandonar su estrecho jacalito y va a cruzar la frontera con Estados Unidos, hacia el estado de Oregon. Pero a diferencia de lo que dicta el cine de migrantes habitual, nuestro personaje no va a realizar su travesía en pos de dinero; tampoco va en busca de algún pariente, de mejores expectativas de vida ni está huyendo de la ley o de cualquier otra cuenta pendiente. Simplemente, está emprendiendo su viaje en pos del misterio, de lo desconocido, de ese algo indefinible que lo impele a poner un pie delante del otro y a seguir hacia adelante… hacia su destino.
Aquellos familiarizados, en general, con la literatura fantástica (pero no con cualquiera, sino específicamente con la de autores como Borges o Calvino), no tendrán problemas en adivinar muy pronto qué busca y qué encuentra nuestro buen Jacinto a lo largo de su viaje. Se busca a sí mismo. Y lo mejor, a mi modo de ver, es que el filme de Hiriart nos muestra cómo ese “buscarse a sí mismo” es, en realidad, un “construirse a sí mismo”.
El cándido e ingenuo Jacinto que sale un día de Las cabecitas no tendrá absolutamente nada que ver con el Jacinto al que veremos volver a su pueblo, pero esto me obliga, en este texto, a ser más detallado.
De entrada, el desenlace puede desconcertar a los menos avispados, ya que luego del costoso recorrido que lo ha llevado al filo de la nieve, casi en la frontera con Canadá, este joven sencillo regresa con las manos materialmente tan vacías como el día en que se fue. Sin embargo, el viaje sí que le ha dado algo. Le ha abierto las puertas a un mundo en el que ha aprendido que hay gente en la que se puede confiar y otra en la que no; su odisea le ha brindado la experiencia de un primer y fugaz amor y lo ha colocado, en general, por primera vez en su existencia ante desafíos inéditos. Se ha visto incluso de cara con la muerte.
He aquí, pues, un filme de iniciaciones que resulta absolutamente grato y que le da su primer respiro a una sección en competencia que, hasta hoy, no las había tenido todas consigo.
Lo importante de A tiro de piedra es que, dentro de sus discretas sorpresas (todas ellas bienvenidas), es un filme absolutamente consecuente consigo mismo, empezando por un Jacinto que (así sea ficcionalmente) muestra llevar bien plantada en la sangre su herencia racial. En efecto, la Matehuala natal del personaje fue, en tiempos prehispánicos, tierra de huachichiles, célebres por ser un pueblo nómada.



Pero uno de los asuntos de fondo es que todo ha sido correctamente problematizado en este filme y, antes que nada, el cineasta ha sabido rodearse del elenco ideal. Ya se sabe que en cine (como en teatro), la elección de un reparto siempre conlleva por lo menos el 50 por ciento del éxito del proyecto.
En este sentido, el actor Gabino Rodríguez sabe darle a su Jacinto la textura precisa de vulnerabilidad y de sencillez. A su vez, el elenco de personajes que lo acompañan como secundarios son interpretados, no por actores, sino por gente sembrada en la geografía recorrida por el filme. Y cada uno de ellos es conducido hasta lograr interpretaciones creíbles en su diversidad de circunstancias y de temperamentos (la benévola prostituta Laura, sus primos norteños gandallas, el anciano pollero con quien Jacinto entabla el primer contacto para pasar al otro lado, la Janice que ha perdido a un hijo en México y que, aunque recupere su llavero de la manera más extraña, seguirá sin saber qué fue del vástago…).
Por lo demás, si A tiro de piedra fuera un mero drama naturalista, todo lo anterior no dejaría de ser sino apenas apuntes correctos, tópicos ya muy revisitados y extenuados. Es en este punto donde la película también aporta una textura novedosa, porque no se trata en absoluto de una historia de intenciones neorrealistas (sea lo que sea que la palabra pudiera significar hoy), sino que tiene el tono y la textura de una fábula.
Y no es sólo porque se inspire (libremente) en el cuento oriental de aquel hombre que sueña con un tesoro oculto en un lugar, que viaja hasta allí para encontrar a otro personaje que le narra, a su vez, su sueño, el cual lleva al hombre de regreso a su punto de partida para encontrar, “a tiro de piedra”, lo que estaba buscando, sino que el filme, para decirlo, en breve, aspira a una historia universal y para conseguirlo respeta cierta sentencia clave: “píntame tu aldea y me pintarás el mundo”.
Visualmente atractiva, argumentalmente interesante, metafóricamente rica en lecturas, A tiro de piedra es una odisea de iniciaciones absolutamente fiel a su vocación narrativa. Correrá con buena estrella, independientemente de lo que ocurra el sábado entrante en este festival.




Bajo la premisa de que “el amor no termina, sólo cambia de rumbo”, el cineasta Dylan Verrechia y la actriz y ahora guionista Aideé González colaboran por segunda ocasión (debut en 2007 con Tijuana makes me happy) en el filme Tierra madre: un drama que recrea autobiográficamente algunas experiencias de la propia Aideé en su triple faceta como madre soltera, como lesbiana y como trabajadora del table dance. El filme se presentó en la jornada dominical del FICM dentro de la sección oficial de largometraje mexicano en competencia.
Más interesada en confirmar que el amor ofrece los mismos tropiezos y satisfacciones en las relaciones heterosexuales que en las de tipo homosexual, y que –en general– las rutinas, gozos y desafíos son similares en ambos casos, Tierra madre es una película que opta por condensar anecdóticamente la biografía del personaje de Guadalupe “Gío” (Aideé González interpretándose a sí misma, tal como ocurre con casi todo el resto del reparto), que en concentrarse y, como se dice, “extraerle el tuétano” a cualquiera de los distintos temas que van surcando la trama. La misma voluntad, supongo, conduce al filme por caminos que evitan cualquier irrupción de los excesos y de la violencia que habitan, por ejemplo, el mundo de los espectáculos nocturnos, especialmente en ciudades tan extremas como la fronteriza Tijuana, y que pueden llegar a ser radicalmente sórdidos.
De esta manera, Tierra madre se ocupa de exhibir un mosaico de situaciones que pasan indistintamente por la vida doméstica y laboral de Lupe, por su convivencia cotidiana con vecinas y colegas y por las estrategias y confidencias que comparte con algunas de sus amigas mientras cada cual “hace por la vida” en el día a día. La cinta también aborda, desde luego, las altas y bajas de las relaciones de pareja que va construyendo Lupe.



El tratamiento tiene sus bemoles, pero también sus aciertos.
Hay momentos que captan con éxito encantadoras experiencias de vida directa (la escena en la que la hija de Lupe, Yesenia, y su prima, Carla, se van a acostar porque ya es hora de dormir, pero la primera de ellas, a causa del nerviosismo, hace un movimiento violento y se da un sopapo contra la cabecera de la cama, a pesar de lo cual la cámara continúa grabando, la escena sigue corriendo y las dos niñas concluyen su trabajo con frescura).
Hay momentos que crean auténtica anticipación y enganchan al público (la escena en que Lupe y Angélica acuden como paleras de Patricia para ayudarla a consumar la venta de un auto de segunda mano) y otras en las que se manifiestan críticas pertinentes sobre la calidad del sexo que pueden disfrutar las mujeres con sus compañeros varones (la escena en que Lupe y Amalia comparten sus puntos de vista sobre el desempeño de los hombres que han conocido, a la hora del coito).
Sin embargo estos y algunos otros inspirados momentos (entre ellos la secuencia de apertura, con el encuadre a ese miserable jacalito donde Lupe nació, mientras se escuchan las primeras estrofas de Paloma Negra y el sonido del viento se va avivando) son como islas en medio de un discurso desafiantemente plano. La consecuencia final es que una propuesta que apuntaba a la construcción de vitalistas matices de metafórico rojo (vehementes, intensos, apasionados) va virando a la tibia neutralidad del rosa.



En el marco de las actividades del VIII Festival Internacional de Cine de Morelia, este lunes la Filmoteca de la UNAM organizó una sesión dedicada a Carlos Monsiváis y a su perspectiva acerca del cine mexicano. Jorge Volpi, de la Filmoteca de la UNAM, y el crítico de cine Carlos Bonfil, abordaron el tema al mediodía en una sesión que tuvo como sede el auditorio "José Rubén Romero", de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
En el video, arriba de estas líneas, algunos de los momentos sustantivos de la actividad.




Érase una vez la Revolución / Sergio Leone / 157 mins.
Dentro del programa México imaginario, inaugurado en el FICM el año pasado, hoy se proyecta esta auténtica rareza de 1971, firmada por el padre del Spaghetti western y autor de obras maestras entre las que sobresale, significativamente, Érase una vez en América. La anécdota tiene como protagonistas a un dinamitero irlandés y a un bandolero mexicano en tiempos de la Revolución Mexicana.
11:45 / Sala 5

Armadillo / Janus Metz / 70 min.
Armadillo, es el nombre de un campamento militar danés, en la provincia de Helmand, Afganistán, donde se filmó este documental que sigue a Meds y Daniel en su primera misión. La cinta triunfó en la Semana de la Crítica, en Cannes, pero los analistas de cine en el orbe no están de acuerdo acerca de ella. En principio, es un filme que muestra cómo el idealismo se topa con la realidad.
12:00 / Sala 3

Love Aaj Kal / Imtiaz Ali / 123 min.
El tercer largometraje del cineasta indo Imitaz Ali es, de nueva cuenta, una comedia romántica. La reseña oficial describe: “Dos parejas distintas en dos épocas distintas, viven amores en paralelo. En el Londres de 2009, Jai y Meera zon una pareja divertida y poco convencional que no cree en el compromiso y cuando sus carreras los llevan a ciudades distintas, deciden separarse. Mientras, en la Delhi de 1965, Veer Singh se enamora de Harleen, jura casarse con ella y la sigue hasta Calcuta, a donde ella se muda para contraer matrimonio con otro. Habrá que ver.
12:30 / Sala 4

Corto mexicano / Programa 1 / 82 mins.
Siete títulos en competencia:
1. Luna • Raúl Cárdenas, Rafael Cárdenas • 8 min
2. Una habitación vacía • Diana Peñaloza • 14 min
3. La mina de oro • Jacques Bonnavent • 10 min
4. Globo azul • Izabel Acevedo • 20 min
5. Lupano Leyva • Felipe Gómez • 10 min
6. Si maneja de noche procure ir acompañado • Isabel Muñoz • 10 min
7. The Second Bakery Attack • Carlos Cuarón • 10 min
13:00 / Sala 1

Ingmar Bergman: Images from the Playground... But Film is my Mistress / Stig Björkman / 96 min.
Este documental es, sin duda, obligatorio. La embajada de Suecia y la cátedra Ingmar Bergman en cine y teatro de la UNAM ofrecen este documental de Björkman que registra testimonios inéditos de uno de los mayores cineastas del siglo XX y, sobre todo (aunque esta faceta suya es màs desconocida) uno de los mayores hombres del teatro mundial. Simplemente, el cinéfilo que no acuda se merece pasar 40 años en el Horno de Microondas cuando le toque irse pa´l Otro Barrio.
14:00 / Sala 3

Clean / Olivier Assayas / 11 mins.
La joven adicta Emily, recién salida de la cárcel, trata de reconstruir su vida, lo cual implica asumir la muerte de su pareja y recuperar los lazos afectivos con su hijo en este poderoso filme de Assayas. Una de las imprescindibles del célebre cineasta galo.
14:45 / Sala 5

Documental mexicano / Programa 2 / 72 mins
Dos títulos en competencia en este segmento:
1. La región invisible • Bruno Varela • 20 min
2. Una frontera, todas las fronteras • David Pablos • 52 min
15:00 / Sala 1

Perdida / Viviana García Besné / 117 mins.
La nieta del magnate mexicano Guillermo Calderón Steel escudriña la historia de su abuelo y de su familia, pioneros y protagonistas de la historia cinematográfica mexicana que, a lo largo de casi un siglo construyeron cines y estudios y llegaron a ser los mayores distribuidores de cine mexicano en Estados Unidos. Pero lo más atractivo del filme, aparte de recuperar la historia de un emporio familiar que produjo cerca de 200 películas (incluidas las primeras sonoras del país), es que al fin revela a detalle la historia de los primeros desnudos en el cine mexicano, de cómo surgió el cine de Rumberas y, sobre todo, lanza luz a la anécdota de las dobles versiones de filmes de El Santo (que en México se destinaban para consumo infantil y en el extranjero eran reeditadas con escenas de contenido sexual más explícito), entre ellas la antológica El Vampiro y el Sexo.
15:45 / Sala 2

García / José Luis Rugeles / 95 mins.
Dentro del programa de estrenos internacionales, el FICM ofrece hoy esta opera prima del colombiano José Luis Rugeles. La anécdota tiene como punto de partida al García del título: un velador de condición proletaria y casi sexagenario que al fin ha podido cumplir el sueño de su esposa: adquirir una casa propia… aunque ese bien patrimonial tiene poco que ver con el hogar que la mujer esperaba.
16:00 / Sala 4

Fanny para siempre / Daniel Álvarez / 74 min.
La protagonista de este filme es real: Fanny Mikel: actriz, directora, empresaria de teatro y promotora cultural argentino-colombiana, célebre por la manera en que fue capaz de impulsar proyectos creativos inimaginables en un país acorralado por la violencia. El documental es la opera prima del colombiano Daniel Álvarez MIckey… y sí: el apellido no es casualidad.
16:15

El sentido de la vida / Monty Python / 112 mins.
A lo largo de una docena de episodios, los Monty Python reflexionan sobre los sinsentidos de la vida con un humor que va desde lo escatológico (pocos momentos en la historia del cine tan grotescos como el dedicado a Mr. Creosote en el restaurante, hacia el minuto 62 del filme) hasta la parodia al cine musical (la extraordinaria coreografía “Cada esperma es sagrado”, en “El milagro del nacimiento segunda parte: el Tercer Mundo”, que aparece promediando los primeros 10 minutos del metraje). De una a otra cosa, en su papel de actor, Terry Gilliam inventa un personaje extraordinario: el de un judío rasta y con bigotito a la Hitler en el episodio dedicado a la donación de órganos. Por lo demás, el notable corto que precede al filme es una cátedra de animación antes de los efectos digitales. Hay tantos momentos inolvidables en este filme: Eric Idle desternillante como la reprimida esposa del pastor protestante; la escena del tigre; la de la Muerte arribando a la cena; la clase de sexo en un aula de High School; el episodio de los soldados tratando de festejar el cumpleaños de su comandante en plena trinchera… Indispensable
17:00 / Sala 5


El aniversario del fallecimiento de la suegra de Enhart / Hermanos Alva / 60 mins.
Como parte del homenaje a los hermanos Alva se proyecta este filme de 1912. La página de cine mexicano del ITESO en la internet describe: “es una trama simpática inspirada en las comedias del francés Max Linder, actor muy famoso en aquella época y quien serviría de inspiración a la futura estrella de la comicidad cinematográfica llamada Charles Chaplin. Enhart y Alegría formaban una pareja cómica que triunfaba en esos días en el Teatro Lírico. Es de suponerse que los hermanos Alva encontraron en ellos la posibilidad de un rápido triunfo comercial, realizando un producto que compitiera con la abundante exhibición de material extranjero que desde entonces dominaba las pantallas mexicanas. Pero lo más importante de este filme –algo que los hermanos Alva jamás planearon– es su valor como testimonio de la vida cotidiana del México de 1912. La ciudad de México de los días posteriores al cuartelazo de Huerta es retratada con su gente, lugares, costumbres y ritmos. En este filme está presente el México urbano de los días revolucionarios, en medio de una aparente tregua que poca relación guarda con los eventos de la Decena Trágica.
18:15 / Sala 3

Y el río sigue corriendo / Carlos Pérez Rojas / 70 min.
El videoasta mexicano de Mirando hacia adentro, la militarización en Guerrero (2005) y otros notables documentales, ofrece este material que describe la resistencia de comunidades rurales cercanas al puerto de Acapulco contra la creación de loa presa hidroeléctrica La Parota.
18:30 / Sala 2

A tiro de piedra / Sebastian Hiriart / 94 min.
El primer largometraje del cineasta chilango Sebastián Hiriart es una historia de iniciación, una crónica metafórica del paso de la juventud a la madurez. Aburrido de su vida como pastor en el norte de México, Jacinto Medina, de 21 años, encuentra un llavero en el suelo. Lo ve como una señal y emprende un viaje de miles de kilómetros hacia Oregon, EU.
18:45 / Sala 4

Documental mexicano / Programa 1 / 77 mins.
Tres títulos en competencia oficial:
1. Luces • Luis Javier Rodríguez López • 10 min
2. Vagonero • Javier Sánchez Velasco • 13 min
3. 12 onzas • Patricio Serna Salazar • 54 min
19:00 / Sala 1

Los bandidos del tiempo / Terry Gilliam / 116 mins.
El primer filme de la trilogía de Gilliam dedicada a explorar el papel de la imaginación en la vida humana es, también, el primero de sus filmes en los que deja aflorar directamente el enorme cariño que el cineasta siente por la niñez o, mejor dicho, por esos atributos infantiles que no deberían diluirse al paso de los años.
20:00 / Sala 5

La peluquera / Doris Dörrie / 106 min.
La cineasta que despuntó vigorosamente en 1985 con Hombres estrena en México este filme cuyo personaje es una mujer desempleada que decide echar a andar su propio negocio para salir adelante. Una mirada inteligente que explora los bemoles detrás de la filosofía chatarra de la superación personal. Buena premier.
20:15 / sala 3

Corto Mexicano / Programa 3 / 114 min.
Compoten siete títulos:
1. Ponkina • Beatriz Herrera Carrillo • 4 min
2. Chiflando en la loma • Andrés Monterrubio • 14 min
3. Danzón no. 2 • Guillermo Ortiz • 14 min
4. El vacío • Abraham López • 18 min
5. Hacia la vida • Fidel Arizmendi • 16 min
6. En la ciudad (Xoco) • Raúl Antonio Sanabria • 18 min
7. Gaza • Irving Uribe • 30 min
20:30 / Sala 2

Nómadas / Ricardo Benet / 90 min.
El segundo largometraje de Benet (debut en 2005 con Noticias lejanas) se aleja del mundo rural de su primer filme y se inserta en escenarios más urbanos, pero con personajes tan huérfanos de certezas como los de hace tres años. El filme compite en la sección oficial del FICM.
21:00 / Sala 4

El tío Boonme que recuerda sus vidas pasadas / Apichatpong Weerasethakul / 113 min.
Este extrañísimo título (y cómo no, si proviene de Tailandia), se llevó la Palma de Oro en Cannes.. Dice la reseña oficial: Víctima de una insuficiencia renal, el tío Boonme decide pasar sus últimos días rodeado de sus seres queridos en el campo. Para su asombro, el fantasma de su esposa aparece para cuidarlo y su hijo desaparecido regresa bajo una forma peculiar. A partir de entonces, Boonme explora sus varias vidas pasadas y reflexiona sobre las razones de la enfermedad que lo aqueja.
21:15 / Sala 1

Contracorriente / Javier Fuentes-León / 102 min.
La ópera prima de Javier Fuentes-León pone sobre la mesa el tema del amor homosexual en la historia de Miguel y Santiago, uno pescador y otro artista, en un pueblito del norte peruano. Una situación sobrenatural desata el conflicto en el personaje principal (Miguel), quien debe tomar una decisión importante que, por un lado, lo enfrenta con la posibilidad del juicio social y, por el otro, lo compromete para salvar o condenar el espíritu de Santiago.
22:45 / Sala 3


Madre e hija dan cuenta de un cuerpo, apenas ocultas por un tenue velo durante el filme Somos lo que hay, que abrió la competencia oficial de largometraje mexicano en el VIII FICM

Cuando el paterfamilia muere envenenado, los jóvenes hermanos Alejandro, Julián y Sabina, todavía inexpertos y con muchas más dudas que certezas, deben ocuparse de llevar el sustento al hogar. Pero esta situación, que así descrita es universal en la experiencia de cualquier familia que viva semejante trance, aquí se vuelve un poquito más literal: tanto la madre como los tres muchachos (y claro, el difunto padre,) se han venido dedicando a periódicos rituales caníbales que ahora es necesario perpetuar.
En estos términos se resuelve la anécdota de Somos lo que hay, que el sábado abrió la sección oficial de competencia en largometraje mexicano dentro del octavo Festival Internacional de Cine de Morelia.
Sin embargo, si tal es la anécdota, el tema es otro cantar. Más que una película de género (que es lo que uno esperaría de primera intención), el debut de Jorge Michel Grau procura una mirada híbrida que acentúa, grotescamente, disfunciones familiares y sociales contemporáneas.
El resultado es ambiguo. Uno nunca estará seguro de estar viendo Temporada de patos (Eimbcke), con su mirada deliberadamente distante y desdramatizada, pero en versión soft-gore; un homenaje no pedido a La invención de Cronos (Guillermo del Toro) o a El castillo de la pureza (Ripstein), con sus estructuras de representación enfiladas hacia la caricatura, o un melodrama familiar mexicano (el que ustedes gusten) mellado por el reborde.
Tan ambiguas como la película misma, las observaciones del párrafo anterior procuran cuestionar, pero también podrían ser un elogio. A mi modo de ver, el problema con Somos lo que hay es que todos los ingredientes de su estructura son, por el momento, mera latencia. Pulsiones que apuntan en diversas direcciones pero que en más de un caso no concretan lo que ofrecen.
Existe en Somos lo que hay una voluntad explícita de hacer “otra cosa”, de proponer algo más allá de la mera fabulita de terror o de querer calcar estilos como el de Reygadas, por ejemplo. Esta intención es correcta. También está presente el coqueteo con referencias clarísimas (los Dardenne, sin ir más lejos), que son parámetros para las generaciones emergentes de cineastas. Hay que celebrar esa vocación, pero en otros ámbitos, entre ellos el de la conjugación de tonos narrativos y el de la dirección de actores, el filme sufre y pierde eficacia.
De lo primero, me parece que ha sido muy difícil controlar la conjugación precisa entre el humor negro, la caricatura de brocha gorda y las tensiones reales que se generan al seno de la familia (el mismo pie del que cojeaba el proyecto privado regiomontano Las lloronas, de hace algunos años).
De lo segundo, las deficiencias en la dirección de actores contribuye a que el ritmo de la película se caiga apenas promediando los primeros veinte minutos. Y señalo esto (benévolamente), porque durante el comienzo del filme Grau ha ido construyendo con eficacia –lo cito como ejemplo– una tensión muy convincente en torno al personaje de Sabina y sus maniobras para poner a competir a sus dos hermanos desde una posición que le permita a ella asumir el verdadero poder dentro de la reconfiguración del clan familiar. Pero el arco, que hasta ese momento se ha ido desarrollando con enorme veracidad, se cae (de hecho, ni siquiera cumple su ciclo) y se lleva entre las patas todo lo demás.
Sin duda, va a ser cuestión de seguirle los pasos a Michel Grau porque, en germen, hay elementos de interés en su película: el humor tribilinesco con el que retrata a dos los judiciales del filme, síntesis de la ineptitud del aparato político-policial mexicano; la caricatura grotesca de esa madre castradora que, para detener en seco las pulsiones eróticas de sus dos hijos ante el cuerpo de la prostituta sometida sobre la mesa, la mata de tres certeros palazos en la cabeza y asunto arreglado; la espiral de una violencia que convierte a esta familia de outsiders (¿ya todos somos outsiders en el México lindo y querido que nos regaló la transición a la democracia?) en víctimas de una presencia más aterradora: el canibalismo de un estado policial que le apuesta a la estrategia de “muerto el perro, se acabó la rabia”… aunque, como siempre, Sabina sobreviva al tiroteo y a la masacre para convertirse en el huevo de la serpiente.

Despertar a la gente

El cineasta Terry Gilliam durante la conferencia de prensa con medios en el auditorio José Rubén Romero, en Morelia, este domingo al mediodía.

“Yo estoy tratando todo el tiempo de despertar a la gente” afirma el cineasta Terry Gilliam (Minneapolis, Estados Unidos, 1940), cuando le hago la siguiente observación: “Mucha gente piensa que lo tuyo es el cine fantástico, pero yo estoy cada vez más seguro de que lo que realmente haces es cine documental; quiero decir que tu cine siempre está hablando de la realidad; la fantasía sólo sirve para acentuar lo que dices acerca de lo que nos rodea”.
La charla –ni modo–, ha tenido que darse al seno de una conferencia de prensa, con otros ochenta medios reunidos en el auditorio José Rubén Romero de la Universidad Michoacana. No importa. A pesar de la concurrencia, sólo se formularán nueve preguntas, a cada una de las cuales Gilliam da amplias respuestas.
Desde este blog se le han podido formular dos.
A la observación ya citada, Gilliam ha respondido:
“Sí. Siento que mi caso ha sido como con Fellini, a quien admiro. Yo también pensaba que el cine de Fellini era un cine fantástico, pero cuando al fin pude ir a Italia y conocer los lugares donde él filmó, o al mirar con más atención a las personas, descubrí que su cine no era fantástico en absoluto. Más bien, lo que pasó es que Fellini tuvo la atención suficiente para mirar a la gente que nadie veía y describir las situaciones a las que nadie les prestaba atención. Es decir: Fellini no estaba inventando nada, simplemente estaba registrando lo que tenía a la mano. El mundo es como él lo describe en sus películas”.
Una pausa. Agrega: “A mí me parece que eso es precisamente lo que deberían de estar haciendo todos los cineastas: mirar lo que les rodea, encontrar su propio lenguaje y dar su punto de vista personal acerca de qué es el mundo para ellos”.
“Podemos transformar la realidad –añade–; de eso se trata el cine. Por lo menos, mi cine es eso. Vivo, como los demás, en una realidad en la que los medios de comunicación nos dicen: ‘el mundo es esto’, y nos bombardean con imágenes de violencia, de peligros, de descomposición. Y precisamente es allí donde yo digo: ‘no, no es cierto’. Y lo digo por una razón simple: si solamente aceptamos el mundo que nos muestran los medios, nos quedaríamos apenas con la imagen más pobre del mundo. Los medios nos hablan de un mundo de violadores, de corruptos, de injusticias. Desde luego, eso es parte del mundo, pero no es todo el mundo”.
“Ahí es donde entra la obligación de los cineastas, que a mí me parece que es la de pensar el mundo de formas nuevas”.
El autor de 12 monos, Compañía de seguros Permanente Carmesí y Brazil, entre otros largos y cortometrajes, ejemplifica:
“Desde que llegué a México, en las conferencias de prensa nunca falta la pregunta de qué opino yo de la violencia, del narcotráfico y de la corrupción que, me dicen, está destruyendo a la sociedad mexicana. Cuando me preguntan ese tipo de cosas, a mí me dan ganas de preguntarles a mi vez: ‘¿Y a ustedes qué les parece la violencia y la corrupción que hay en Inglaterra?’ Porque, a fin de cuentas, lo que les puede estar sucediendo a ustedes aquí es algo que está ocurriendo en todo el mundo. Quiero decir: no hay que ser fatalistas a priori. Yo, por ejemplo, sin pretender negar los problemas que ustedes tienen, siento en México y en ciudades como Morelia una vibra distinta a lo que me preguntan, muy positiva. El mundo es cruel, sí. Pero también hermoso”.


Una imagen del realizador, el sábado, durantre la develación de la placa del festival de este año en Cinépolis Morelia centro.

Mientras tanto, varias preguntas de los colegas de la prensa nacional se concentrarían en las expectativas de Gilliam de cara a uno de sus proyectos más acariciados y, hasta hoy, no concretados: una versión cinematográfica de Don Quijote de la Mancha, de Cervantes.
El cineasta concedería, como alguien sugirió, que le encantaría filmarla en México (entre otras razones “porque filmarla aquí sería mucho más barato, pero también porque me encanta el espíritu que hay en este país… por ejemplo, me intriga mucho la mentalidad con la que ustedes, los mexicanos, conmemoran el Día de Muertos. Ese es un tema que a los europeos y a los estadunidenses nos causa una sola emoción: horror… o, en todo caso, tristeza”).
Sin embargo, prudentemente evitó formular cualquier compromiso definitivo acerca de las perspectivas del Quijote y prefirió destacar las virtudes de la obra de Cervantes.
“Me parece que es una historia muy poderosa, sobre todo por el par de personajes protagonistas, que son el soñador y el realista, es decir, Don Quijote y su escudero, Sancho. Es una historia que anda rondando los cuatrocientos años y sin embargo es muy moderna, muy actual”.

La primera pregunta que le pude formular giró en torno a sus orígenes y a la herencia de ese comienzo: “Han pasado más de veinte años desde que trabajaste con el colectivo de The Monty Python. A esa distancia ¿qué piensas que fue lo mejor que te dejó esa experiencia?
El cineasta contestó: “La confianza que adquieres cuando aprendes a trabajar en equipo, a confiar en el talento de los demás”.
Agregaría: “Ante todo, los Monty Python significaron para mí la posibilidad de hacer reír a la gente, pero también de hacerla pensar. Y éramos seis, de modo que lo primero que aprendí con ellos fue a compartir el trabajo y, sobre todo, los errores. A mí me parece que los errores son muy positivos si realmente estás dispuesto a aprender de ellos. Y lo digo porque, en aquella época, nos lanzamos como unos auténticos salvajes a hacer cine. No sabíamos nada acerca del cine, pero decidimos hacerlo a nuestro modo. Y fue divertido pero también interesante; bastó con que los nombres de Terry Jones y el mío aparecieran con el crédito de dirección en Los Monty Python y el Santo Grial, para que, de manera casi mágica, todo el mundo asumiera que éramos directores, que sabíamos lo que hacíamos y nos trataran con el respeto correspondiente. Pero la verdad es que no sabíamos nada; aprendimos sobre la marcha. Y hubo miles de errores, pero no me arrepiento de ninguno. Todos fueron buenos”.


Con la directora del festival, Daniela Michel, al término de la conferencia de prensa, el domingo al mediodía.

Con el desenfado más encantador… ese que se desprende del hecho de ser uno mismo, Gilliam también hablaría de las experiencias al filmar varios de sus títulos.
Acerca de Brazil (seguramente su obra maestra), indicó: “Éramos piratas. Yo, por ejemplo, no tenía una carrera qué arriesgar y fue por eso que me atreví a hacer tantas cosas en esa película. Pensándolo bien, en aras de esa libertad, yo les recomiendo a todos que, si van a embarcarse en alguna empresa temeraria, procuren no tener una carrera, porque cuando uno ya la tiene, se lo piensa más antes de arriesgarse. Al estudio, una vez que terminamos la película, no le gustó el resultado. Querían cambiarle varias cosas y yo me negué porque eso habría significado traicionar la historia y traicionar al personaje de Sam Lowry. De todos modos, en una primera escaramuza, los estudios cancelaron el proyecto, lo enlataron”.
“Fue en ese momento –agrega– cuando supe por primera vez lo importantes que pueden llegar a ser los medios de comunicación para dirimir conflictos como estos. Una parte de la prensa y de la crítica conoció los problemas que estaba sufriendo Brazil y emprendieron una campaña… y esa es la mejor manera de volver loco a un corporativo. Así que, al final, Brazil pudo salir tal como la habíamos concebido. Fue una experiencia importante para mí. Aprendí a no tener miedo”.

Más adelante hablaría con enorme cariño de Las aventuras del barón Munchausen. Luego, al ser interrogado en el sentido de cómo ha ido cambiando la perspectiva que tiene de sus películas al paso del tiempo, declararía que tiene por costumbre no ver de nuevo las cintas que ha filmado. “Cada una es como un hijo que crece y se vuelve autosuficiente y uno, como padre, lo único responsable que puede hacer es decirle: ‘pues bueno, hijo, a volar; vete’. Sin embargo, hace poco, en un festival, volví a ver Brazil. Fue una experiencia extraña. Sentí que yo ya no soy el que era cuando la filmé. En muchos sentidos, Brazil fue una catarsis para mí; en esa película exorcicé muchas cosas que traía dentro, mis preocupaciones acerca de la gente del poder que no se hace responsable del poder que tiene. También me ha sorprendido que mucha gente me diga que Brazil le parece, hoy, más vigente que nunca. No sé qué pensar. Yo creo que eso significa, simplemente, que el mundo no ha cambiado; en todo caso, solamente se ha vuelto más transparente”.
Hacia el final de la charla, luego de citar un proyecto de su hija para recopilar entre tapas duras toda su obra como viñetista, dibujante y diseñador, Gilliam hablaría del malestar que le causan los cineasta actuales, particularmente aquellos egresados de escuelas de cine.
“No son cineastas, son enciclopedias de cine que procuran copiar, imitar o robarse las ideas de los cineastas a los que han estudiado. Yo pienso que un director de cine tiene como responsabilidad principal la de decir algo. Y eso es lo que no veo, especialmente entre los que egresan de las escuelas de cine”.
Por otro lado, acerca de las tendencias generales del cine actual, ponderó: “No sé. Creo sinceramente que necesitaríamos salirnos de todo esto, de esta especie de periodo Rococó de la cinematografía, porque la situación me parece algo desesperada: casi todo el cine que vemos es brillante en lo técnico, pero son películas que en el fondo no tienen nada qué decir. No estoy en contra del espectáculo, porque también puede ser una forma de vida honesta, pero limitarse al cine que se está haciendo en la actualidad es como alimentar a la gente con comida para bebés: la gente se acostumbra a eso, pero es difícil afirmar que realmente se esté nutriendo”.

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