El sueño de Lu / Carlos Hari Sama
La crónica de un buen duelo
Es mentira que el tiempo cure las heridas, como dice cierta sentencia popular. Lo que realmente hace, si se dan los procesos correctos, es enseñarnos a vivir con ellas. De esto se ocupa el segundo largometraje de ficción del cineasta Carlos (Hari) Sama, El sueño de Lu (México, 2011). El realizador ha dirigido previamente los cortos Una suerte de galleta (1996), La cola entre las patas (2005) y Tiene la tarde ojos (2007), así como el largometraje Sin ton ni Sonia (2003).
Lejos, muy lejos del ritmo, tono y tratamiento del último título, pero no tanto de sus temas, El sueño de Lu es una crónica de sanaciones.
Abrazando permanentemente a su oso de peluche, al que lleva consigo de un lado a otro como metáfora de su pena y como fetiche para mitigar el vacío, la Lu del título deambula como una zombie tras la muerte de su hijo Sebastián, de apenas cinco años de edad.
Entre apuntes realistas que documentan el día a día de la protagonista y las difíciles estaciones que surca en sus relaciones con su familia y el resto del mundo, así como entre otros apuntes de corte cósmico, trascendente, que se decantan en las secuencias dedicadas a las ballenas grises del Mar de Cortés (con una intencionalidad muy parecida a las escenas similares de Jinete de ballenas [Niki Karo. Nueva Zelanda, 2002]), el filme registra el proceso de duelo que sigue Lu al entrar en contacto con un grupo de autoayuda para “madres desmadradas y desmadrosas” que se apoyan mutuamente para salir adelante.
Eventualmente, como es natural, la propia Lu saldrá adelante. Para lograrlo surcará y nos invitará a compartir con ella ese viaje por las fases del proceso de curación que comienza con el aturdimiento del shock y concluye con la plena aceptación de la realidad y el reacomodo de la vida en función de ello.
Pero la descripción anterior es demasiado fría y técnica. Por el contrario, el acierto del director y de su sobresaliente actriz protagónica, Úrsula Pruneda, es darle dimensión y emotividad a este tránsito.
Un elemento importante es la música de Darío González Valderrama (Cinco días sin Nora, 2008. Episodios de Revolución, 2010, al lado de Andrew Grush y de The Newton Brothers; así como los cortos La cola entre las patas y Tiene la tarde ojos, del propio Sama). Su composición para guitarra en tres movimientos, cada uno de los cuales abraza los correspondientes actos del filme, es un discreto pero hermoso himno a la vida que puntúa delicados matices que enriquecen cuanto vemos en pantalla.
El momento estelar del filme, sin embargo, tiene como acompañamiento musical un tema que surge del foclor popular jarocho: La bruja (“Me agarra la bruja / me lleva a su casa / me vuelve maceta / me da calabaza. / Y dígame, dígame, / Y dígame usted: / ¿cuántas criaturitas / se ha chupado usted? / Ahora sí, maldita bruja / ya te chupaste a mi hijo; / ya te chupaste a mi hijo, / ahora sí, maldita bruja, / ¡Ay mamá!).
Un ejercicio riguroso, tanto en sus momentos vociferantes como en sus lapsos de ternura y delicadeza. Vale la pena seguir los pasos de un cineasta capaz de esos registros, dentro de la construcción de un lenguaje en movimiento.