El premio / Paula Markovitch
Crecerse al castigo
Las pequeñas Laura Agorreca y Paula Galinelli en una imagen del filme El Premio, de Paula Markovitch.
La pequeña Cecilia Edelstein tiene siete años, pero a tan corta edad ya guarda secretos que matizan su existencia y que contribuirán a modelar su camino hacia la madurez, pues es hija de disidentes en la Argentina de tiempos de la dictadura y su padre es un perseguido político.
La crónica del primer año de Cecilia en la comunidad balnearia de San Clemente del Tuyú, en Argentina, donde su madre ha decidido ocultarse, así como el clandestino ingreso de la niña a la escuela de Enseñanza General Básica Serafín Dávila, establecen la situación de El Premio, debut en largometraje de la escritora y guionista mexico-argentina Paula Marcovitch (Sin remitente, Elisa antes del fin del mundo, Temporada de patos y Lago Tahoe, entre otras historias y/o libretos).
El premio se proyectó el martes, en la tercera función dedicada a los títulos que compiten por El Ojo en la categoría de Largometraje mexicano de Ficción en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM).
Rodada con las estrategias del Cine Directo que hace dos años le dieron el triunfo en el FICM a Alamar (Pedro González Rubio, 2009), El premio es una historia que se inserta con buena estrella en una vertiente cinematográfica que habla de la infancia en condiciones extremas de persecución o de violencia. En esta línea vale recordar a dos diamantes inolvidables: los títulos Ven y mira (Elem Klimov, 1985) y Adiós a los niños (Louis Mallé, 1987), así como a una pieza de cine-chatarra de mucha fortuna mediática: La vida es bella (Roberto Benigni, 1997, robándose alevosamente las ideas del script de El tren de la vida, de Radu Mihaileanu, que tardaría un año más en ver la luz, en 1998, pero cuyo plagio también fue su castigo porque Benigni no volvió a filmar nada que valiera la pena).
Lo interesante en El premio es que la debutante directora logra compartirnos un mundo mínimo, pero intensamente significante al ir construyendo el retrato de esa pequeña Cecilia que añora a su padre ausente; que pasa largos ratos en la playa, afrontando a solas los tempestuosos vientos anunciadores del porvenir y que, en pequeñas estampas de experiencia cotidiana, va construyendo su lugar en el mundo mientras cuestiona o trata de comprender el mundo de adultos que la rodea.
Habitando la edad de las iniciaciones, Cecilia memorizará su primera mentira, instruida por su propia madre (“Mi padre vende cortinas, mi mamá es ama de casa”), mientras las dos habitan un maltrecho caserío playero que se inunda constantemente durante los temporales. Ingresará a la escuela local del pueblito (que hoy es un polo turístico en el país de bandera albiceleste) y compartirá la práctica materna de ocultar aquellos libros comprometedores por las ideas que manifiestan, aunque también le confiará a su madre la maravilla de sus nacientes habilidades intelectuales ("mamá, pienso descripciones"). Afrontará la primera deslealtad de parte de su amiga y condiscípula, la morenita González, quien la delata en la escuela por pasarle los resultados de cierto examen a un compañero y, entre otros episodios en los que está presente la constante tensión entre el impulso natural de ser sincera y la necesidad de proteger su identidad y la de su madre, finalmente encarará el mayor de los peligros cuando escriba una composición escolar en la que dejará salir todo el horror y miedo que realmente le inspira la situación en la que vive, y por la cual obtendrá el premio que da título al filme.
La película de Paula Markovitch es una producción de FOPROCINE, Kung Works, IZ Films (por México), Mille et Une Productions (por Francia), Staron Films (por Polonia) y Niko Films (por Alemania) y está resultando una muy agradable sorpresa dentro del programa de largometraje mexicano en competencia en esta edición del festival.
Por lo pronto, la película es una experiencia muy honesta y, en ese mismo sentido, muy emotiva. Pienso que el Truffaut de Los 400 golpes (Francia, 1959), por ejemplo, estaría complacido de ver lo que nos propone Markovitch en esta cinta acudiendo a apuntes que, si bien son autobiográficos, también están debidamente ficcionalizados. Y acentúo esto último porque, si bien la historia se inspira en recuerdos y, sobre todo, sensaciones de la infancia de la cineasta, El premio, como película, no es un simple testimonio o documento de tales memorias, sino un filme que consigue crear todo un universo propio, con el cual es coherente y definitivamente iluminador para narrarnos esta historia de una niña que se crece al castigo de los rigores cotidianos, inmersa, como tantos argentinos de los setenta, en una dictadura que no solamente asesinó personas, sino ideas, anhelos y pensamientos libres.
La crónica del primer año de Cecilia en la comunidad balnearia de San Clemente del Tuyú, en Argentina, donde su madre ha decidido ocultarse, así como el clandestino ingreso de la niña a la escuela de Enseñanza General Básica Serafín Dávila, establecen la situación de El Premio, debut en largometraje de la escritora y guionista mexico-argentina Paula Marcovitch (Sin remitente, Elisa antes del fin del mundo, Temporada de patos y Lago Tahoe, entre otras historias y/o libretos).
El premio se proyectó el martes, en la tercera función dedicada a los títulos que compiten por El Ojo en la categoría de Largometraje mexicano de Ficción en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM).
Rodada con las estrategias del Cine Directo que hace dos años le dieron el triunfo en el FICM a Alamar (Pedro González Rubio, 2009), El premio es una historia que se inserta con buena estrella en una vertiente cinematográfica que habla de la infancia en condiciones extremas de persecución o de violencia. En esta línea vale recordar a dos diamantes inolvidables: los títulos Ven y mira (Elem Klimov, 1985) y Adiós a los niños (Louis Mallé, 1987), así como a una pieza de cine-chatarra de mucha fortuna mediática: La vida es bella (Roberto Benigni, 1997, robándose alevosamente las ideas del script de El tren de la vida, de Radu Mihaileanu, que tardaría un año más en ver la luz, en 1998, pero cuyo plagio también fue su castigo porque Benigni no volvió a filmar nada que valiera la pena).
Lo interesante en El premio es que la debutante directora logra compartirnos un mundo mínimo, pero intensamente significante al ir construyendo el retrato de esa pequeña Cecilia que añora a su padre ausente; que pasa largos ratos en la playa, afrontando a solas los tempestuosos vientos anunciadores del porvenir y que, en pequeñas estampas de experiencia cotidiana, va construyendo su lugar en el mundo mientras cuestiona o trata de comprender el mundo de adultos que la rodea.
Habitando la edad de las iniciaciones, Cecilia memorizará su primera mentira, instruida por su propia madre (“Mi padre vende cortinas, mi mamá es ama de casa”), mientras las dos habitan un maltrecho caserío playero que se inunda constantemente durante los temporales. Ingresará a la escuela local del pueblito (que hoy es un polo turístico en el país de bandera albiceleste) y compartirá la práctica materna de ocultar aquellos libros comprometedores por las ideas que manifiestan, aunque también le confiará a su madre la maravilla de sus nacientes habilidades intelectuales ("mamá, pienso descripciones"). Afrontará la primera deslealtad de parte de su amiga y condiscípula, la morenita González, quien la delata en la escuela por pasarle los resultados de cierto examen a un compañero y, entre otros episodios en los que está presente la constante tensión entre el impulso natural de ser sincera y la necesidad de proteger su identidad y la de su madre, finalmente encarará el mayor de los peligros cuando escriba una composición escolar en la que dejará salir todo el horror y miedo que realmente le inspira la situación en la que vive, y por la cual obtendrá el premio que da título al filme.
La película de Paula Markovitch es una producción de FOPROCINE, Kung Works, IZ Films (por México), Mille et Une Productions (por Francia), Staron Films (por Polonia) y Niko Films (por Alemania) y está resultando una muy agradable sorpresa dentro del programa de largometraje mexicano en competencia en esta edición del festival.
Por lo pronto, la película es una experiencia muy honesta y, en ese mismo sentido, muy emotiva. Pienso que el Truffaut de Los 400 golpes (Francia, 1959), por ejemplo, estaría complacido de ver lo que nos propone Markovitch en esta cinta acudiendo a apuntes que, si bien son autobiográficos, también están debidamente ficcionalizados. Y acentúo esto último porque, si bien la historia se inspira en recuerdos y, sobre todo, sensaciones de la infancia de la cineasta, El premio, como película, no es un simple testimonio o documento de tales memorias, sino un filme que consigue crear todo un universo propio, con el cual es coherente y definitivamente iluminador para narrarnos esta historia de una niña que se crece al castigo de los rigores cotidianos, inmersa, como tantos argentinos de los setenta, en una dictadura que no solamente asesinó personas, sino ideas, anhelos y pensamientos libres.
CONFERENCIA DE PRENSA