EN VIDEO / Velada de homenaje
La proyección de dos cortometrajes, la composición de un versificador, los comentarios de tres escritores locales, una intervención institucional a cargo del Secretario de Cultura y la lectura en formato de teatro en atril de la dramaturgia Orquídeas a la luz de la luna, inscrita dentro del programa federal Leo… luego existo, conformaron una velada de homenaje a la figura y la obra del escritor Carlos Fuentes, quien falleció el pasado mes de mayo. En total, ocho espejos humeantes, veteados de colores y alcances precisos, para reflejar otros tantos catetos de uno de los mayores escritores mexicanos del siglo XX.
La proyección de dos cortometrajes, la composición de un versificador, los comentarios de tres escritores locales, una intervención institucional a cargo del Secretario de Cultura y la lectura en formato de teatro en atril de la dramaturgia Orquídeas a la luz de la luna, inscrita dentro del programa federal Leo… luego existo, conformaron una velada de homenaje a la figura y la obra del escritor Carlos Fuentes, quien falleció el pasado mes de mayo. En total, ocho espejos humeantes, veteados de colores y alcances precisos, para reflejar otros tantos catetos de uno de los mayores escritores mexicanos del siglo XX.
El acto, organizado por la Secretaría de Cultura de Michoacán, tuvo como sede el teatro Melchor Ocampo, el martes 24 de julio, e incluyó dos pequeños stands en los que se estuvieron vendiendo títulos del autor nacido en Panamá en 1928.
Las dos Aura: Fuentes desde
la mirada del corto universitario
¿La cámara, María? ¿La cámara es nuestra salvación? ¿En la cámara se reúnen nuestras oraciones? ¿La cámara es nuestro altar común?
Carlos Fuentes / Orquídeas a la luz de la luna
La velada comenzó con la proyección de dos cortometrajes de factura universitaria inspirados en Aura (Carlos Fuentes, 1962), el relato más popular del autor. Se trató de Aura (Orfi Aguayo, Edgardo Arredondo, Sheyla Carrasco, José Luis Alanís y Daniel Peraza, 2010) y del filme animado Los ojos del Deseo (Humberto Isaías Garrido y Yazmin Sánchez Martínez, 2011).
Todos, supongo, conocen la historia y su tema: conducido por un anuncio clasificado, el joven historiador Felipe Montero acepta trabajar para la muy anciana señora Consuelo, ordenando los manuscritos de su difunto esposo, el general Llorente, en una antiquísima casona de la calle Donceles, en el centro histórico del DF. Allí, Felipe queda flechado por la belleza de Aura, sobrina de Consuelo, y desde ese primer momento la atención de nuestro investigador crece paralela entre el deseo de acercarse a la muchacha y la necesidad de desentrañar los acertijos que le van anunciando los viejos diarios y carpetas que revisa, en los que halla pistas de la estrecha relación que guardan las dos mujeres y el autor de los documentos. Cartas antiguas, correspondientes a “las fechas de un siglo en agonía”, así como añejas fotos de 1876 y 1894, revelan finalmente las claves que conducen a un desenlace (muy similar, por cierto, al del filme El resplandor, de Kubrick), que se ocupa del tema del Eterno Retorno tal como lo plantea Nietzche en su Zaratustra y en Gaya ciencia, y que pone en tensión los conceptos antagónicos de determinismo y libre albedrío en un escenario de reminiscencias góticas a la mexicana y de relatos de brujas y vampiros.
De todo lo anterior, el filme Aura, ópera prima de la firma PerroNoble Films, conformada por egresados de la Universidad Anáhuac Mayab y ganador del primer lugar en el concurso yucateco de cortometraje inter-universitario Alternoflexia, en 2011, logra un guión respetuoso y austero, pero una puesta en escena que sufre a causa de una iluminación muy mal resuelta y de un ritmo con un timming pobre.
La cinta fue filmada en el invierno de 2010, en Mérida y sólo cabe esperar a conocer nuevos trabajos de este grupo porque, a pesar de sus carencias, también hay en este corto valores germinales de interés, particularmente en la dirección de arte.
En cuanto a Los ojos del deseo, su mayor valor radica en el tratamiento anime que ha recibido. Tratándose de un material concebido por una generación joven, la fusión oriente-occidente es pertinente como una influencia viva. No sólo en lo formal, sino en lo temático. Recordemos solamente que en la tradición japonesa del relato fantástico la mujer es el personaje que lleva sobre sí las más altas responsabilidades espirituales para manifestar a las potencia del bien y del mal. Este rasgo se integra muy bien a una de las facetas del relato de Carlos Fuentes. Una moderada incursión en el terreno de la animación erótica también es coherente, tanto con los contenidos del relato original como con ciertas vertientes del anime y de los OVA japoneses (aunque no es ecchi [falta lo cómico] ni mucho menos hentai).
El resultado es parco, aunque revela audacias que, de madurar, serán fecundas. Bien, por lo pronto, aunque sea “bien a secas”, para los chicos de la facultad de teatro de la Universidad Veracruzana.
Que el pueblo conduzca al
país hacia el nuevo milenio
Lo interesante es ver qué pasa cuando entramos en contacto con alguien que nos pone en duda y que, sin embargo, sabemos que nos hace falta. Y que nos hace falta porque nos niega.
Carlos Fuentes / Las dos Helenas
En la primera de tres intervenciones, el escritor, teatrista y promotor cultural José Luis Rodríguez Ávalos señaló que México es un país de muchas preguntas y pocas respuestas. “Quienes se aprontan a dar respuestas no solicitadas son los políticos; con ellas aportan numerosas pistas acerca del por qué del hundimiento de México por parte de los mismos políticos”.
Continuó: Carlos Fuentes propone en Los cinco soles de México, ese trabajo ensayístico del año 2000, una serie de cuestiones interesantes. Sobre todo porque en aquel momento está por inaugurarse el nuevo siglo y el nuevo milenio. Allí se hace una serie de cuestionamientos, muchas preguntas que todos nos hemos hecho alguna vez desde que México es México y lleva ese nombre. Se pregunta qué es México, qué somos nosotros. De dónde venimos y hacia dónde vamos.
Y en vez de respuestas, formula propuestas. Propone que sea la gente, no los políticos, la que conduzca a este país hacia el nuevo siglo. Con esto no quiero decir que los políticos no sean gente sino que, al tener un cargo, al tomar las riendas de un gobierno, los políticos adquieren otra connotación. Dejan de ser pueblo o, más bien, el pueblo espera que ellos ayuden a resolver nuestros problemas.
Quizás Carlos Fuentes, planteando algunas de esas antiguas y hoy casi ignoradas propuestas del marxismo, dijera que si el pueblo, junto con sus gobernantes, conducen al país, este llegará a buen puerto.
Esto es en Los cinco soles. Quienes no escatiman esfuerzos sociales, políticos e intelectuales para denunciar las traiciones de los políticos, son los artistas, los escritores atentos a la historia, el devenir y la actualidad del país en el mundo.
Hoy nos reúne la Secretaría de Cultura como representantes de tres generaciones y, claro, yo soy el que represento a la más antigua: por eso me ponen primero. Vamos a reflexionar en torno a la obra de Carlos Fuentes, uno de esos escritores que llegó a erigirse en faro de la crítica mexicana, vanguardia de las letras latinoamericanas, representante de México como diplomático y escritor.
Personaje cosmopolita, le tocó descollar entre muchos otros escritores que dio el México contemporáneo. Ningún país tiene escritores o artistas prescindibles, pero sí hay algunos cuyas letras son imprescindibles. Allí está Carlos Fuentes con una literatura que es monumental de muchas maneras. Desde Los días enmascarados, su temprana publicación de 1954, revela su interés por el México de ayer y hoy, al que vuelve de manera diversa en cada uno de sus libros. Desde 1958, con La región más transparente, habrá de producir casi un libro por año. Entre la investigación, lo historiado, la actualidad, la verdad y la ficción, ingresa a su obra, con retazos autobiográficos, su propia manera de ver la existencia.
En esto creo, se llama esta mesa, para recordar su trabajo ensayístico de 2002 que dedica a su hijo Carlos, fallecido en 1999 y antes de la muerte de su hija Natasha, ocurrida en el 2005.
En esto creo me sirve también para referirme a Silvia Lemus, su esposa durante más de treinta años, después de Rita Macedo, con la que vivió 14 años y con la que procreó a su hija, Cecilia.
Hoy tendremos oportunidad de escuchar a Felipe Nájera con parte de esa comedia de 1982, Orquídeas a la luz de la luna, que es un ejemplo de su poca dramaturgia, de la cual dos son obras: Todos los gatos son pardos junto con El tuerto es rey, ambas escritas y publicadas en 1970, y que fueron escenificadas en Morelia a fines de esa década. Antes de que Todos los gatos… se convirtiera en Ceremonias del alba, en 1991, su dramaturgia se enriqueció con los siete guiones cinematográficos que produjo, dos de ellos en colaboración con Gabriel García Márquez, así como el libreto para la ópera Santa Ana.
Carlos Fuentes no avanza solitario en las sendas de la literatura mexicana. De hecho, es una cara de la moneda, que contiene a Octavio Paz del otro lado. No en balde se mencionó a Fuentes muchas veces para el premio Nobel.
Pero Fuentes viene de muchos escritores. Compartió tiempo, espacio, anhelos y esperanzas con quienes fueron sus contemporáneos y muchos otros le siguen en lo que llamamos el porvenir de las letras contemporáneas latinoamericanas.
Ante la dificultad de elaborar una nómina de quienes ejercieron la literatura con Fuentes, y ni siquiera poder aproximarme al panteón de autores contemporáneos, expongo aquí solamente la perplejidad que le despertó a Fuentes la muerte de dos escritores fundamentales en 2010, ambos mexicanos: Carlos Montemayor el 23 de febrero y Carlos Monsiváis el 19 de junio, sin saber que a él le tocaría coronar la trilogía de los Carlos el 15 de mayo de este año.
Para mayor perplejidad, a nosotros nos toca asistir a la muerte de estos tres Carlos fundamentales y preguntarnos por qué ellos, y no el Carlos que tanto daño le ha hecho a este país.
Han sido tres Carlos que se tocan en todo momento. Carlos Montemayor, con su trabajo entre los grupos étnicos, es de los menos conocidos, pero Fuentes abrevó de allí porque le interesaba ese México, todavía desconocido el día de hoy. Con Carlos Monsiváis compartió una obra destinada a lo contemporáneo, al México de hoy, al México diverso, así como la tarea de presionar al Poder y llegar a mostrar las posibilidades de un México nuevo, de un México diferente.
Pero aunque la obra de los tres sea prolífica, está orientada en un solo sentido, el de advertirnos que nuestro México tiene más posibilidades de las que le estamos dando. Fuentes nos exige que reflexionemos sobre el papel que a cada quien le toca en el proceso de reelaborar a un México que está en una situación angustiosa, pero que, aun así, sí puede llegar a ser el país con el que todos soñamos. Creo que la literatura tiene principalmente esa función.
Omar Arriaga: Fuentes y la
búsqueda de los orígenes
Y todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder creer en ellos.
Carlos Fuentes / Chac Mool
En su turno, el escritor Omar Arriaga ponderó los siguientes asuntos (la transcripción no es textual en algunos párrafos, pero en todos los casos respeto el contexto y el sentido de las frases originales):
Una amiga me preguntaba si existe alguna influencia de la literatura de Carlos Fuentes en las letras michoacanas y si esa influencia es visible. Yo le contesté que me parece que no, por lo menos no entre los autores jóvenes o pertenecientes a mi generación, ni más allá de lo meramente temático.
Carlos Fuentes abre un ciclo en México: el del escritor profesional que puede vivir de esa práctica. Antes de Fuentes, todos los escritores, incluidos Rulfo y Octavio Paz, que ya eran figuras consagradas en ese momento, no podían vivir de su trabajo como escritores. Tenían que ser funcionarios, burócratas, profesores... Pero, con Fuentes, ese profesionalismo que llega a la literatura abre nuevas posibilidades para que sean los jóvenes los que tomen ahora la batuta para continuar la búsqueda que Fuentes emprendió desde Los días enmascarados, que es su primer libro de cuentos y en el que ya están contenidas las semillas de todo cuanto desarrollará más adelante.
Una vez, hace varios años, platicando en el café de Las Rosas con Sergio J. Monreal, hablábamos del cuento Chac mool, que por un lado es una batalla entre lo prehispánico, con la aparición de esa estatua del dios maya de la lluvia y, por el otro, la herencia española, que no es meramente la herencia de un país, sino de toda la región del Mediterráneo.
Me parece que Carlos Fuentes siempre oscila entre estas dos búsquedas: por una parte la del pasado indígena que siempre ha visto a España desde la leyenda negra, pero también desde el origen español con Terra nostra y otras obras, como El espejo enterrado. En Chac Mool el protagonista está en cierto sentido luchando por su vida, y al final escapa a Acapulco, pero muere en el océano, porque parece que el dios de piedra que, en un sótano, está convirtiéndose en un ser humano, al final así lo decide.
La de Fuentes es una obra totalizante, que toca a menudo, con sus reinvenciones de la historia, un tópico de los años sesenta en México: el de que los novelistas mexicanos eran mejores historiadores que los historiadores mismos, al abordar temas que la historia no se atrevía a contar. Sin embargo, la literatura, como el cine y otras artes, no es historia, aunque se inspire en hechos reales. Es ficción. Y aún las novelas históricas en las que Fuentes trata de desentrañar el pasado deben verse con esa lupa. No puede darse por sentado que la realidad sea de esa forma.
El espejo enterrado es un ensayo clave en su momento, que se refiere a la búsqueda de nuestro pasado español. En ese libro figura un ensayo dedicado a la fiesta brava, en donde Fuentes alude a la corrida de toros como un rito en el que los españoles se encontraban a sí mismos. Ese es otro tema que causa escozor en nuestros días, cuando se ha estado prohibiendo la lidia en diversas partes. En su ensayo, Fuentes hace ver que parte de esa fiesta tenía un significado que nos pertenece y nos pone, como ocurría con las tragedias griegas, ante un personaje que se enfrenta a un Destino irrevocable en el que va a ser destruido. El choque tan fuerte entre la sensación de piedad por el inminente desenlace del personaje, junto con el sentimiento de repulsión por el propio proceder del personaje, llevaba al espectador del teatro griego a la catarsis, una purificación con la que ellos se limpiaban de cierta manera. No iban al teatro solamente en pos de una experiencia estética, sino de algo mucho más fuerte. Y parece que Carlos Fuentes está de acuerdo en que el hecho de acudir a la fiesta brava tiene que ver con una experiencia similar a la del teatro griego porque vamos a la plaza de toros, vemos el duelo entre el hombre y el animal y eso nos hace ver que todos estamos condenados a matar y a comer para poder sobrevivir.
Pero la parte que más me interesa de la obra de Fuentes son sus primeros libros. En ellos lo más importante es esa búsqueda de los orígenes. Ese cómo ir en pos de cómo forjar una identidad nacional. Parece que en este momento es necesario reinventar cuanto Fuentes plantó. Su influencia es decisiva, dejó mucho. En este México en el que vivimos sigue siendo vigente su legado pero, al mismo tiempo, parece que necesita ser completado porque hay cosas que se están quedando sin decir.
Sejumov: Carlos Fuentes y la
revolución institucionalizada
(…) Elegirás. Para sobrevivir, elegirás; elegirás entre los espejos infinitos uno solo, uno solo que te reflejará irrevocablemente y llenará de una sombra negra los demás espejos; los matarás antes de ofrecerte, una vez más, esos caminos infinitos para la elección.
Carlos Fuentes / La muerte de Artemio Cruz
Sergio J. Monreal Vázquez (Sejumov, de acuerdo al primero y, hasta donde sé, único seudónimo que el escritor ha empleado alguna vez, de forma regular, como columnista en medios impresos), comenzaría confesando que tiene algunos años peleándose de manera más o menos subterránea con Carlos Fuentes. “Por un lado es un autor que, personalmente, me toca. Aquellos puntos en los que la travesía de Carlos Fuentes coincide con la mía como lector, como mexicano y como ser humano, han sido altamente significativos. Entonces, puedo decir que es un autor al que aprecio y quiero”.
Pero al mismo tiempo –continuaría– es un escritor hacia el que tengo cierta incomodidad. Y, como suele pasar ante las gentes a las que queremos, durante muchos años pospuse el momento de cuestionarme qué es lo que me incomoda de Fuentes. A raíz del ochenta aniversario del maestro, ese tema pendiente volvió. Primero con sus pronunciamientos relacionados con el proceso electoral que acaba de entrar… en… no sé qué fase… y, después, obviamente, con el fallecimiento del propio escritor.
Ante todo quiero decir que eventos como el que nos reúne esta noche nos exigen ser lo suficientemente responsables y lo suficientemente generosos para que no se conviertan en ritos huecos, en formas de cortesía banales que terminan por dejar tan intacto al hipotético homenajeado como a los que estamos aquí: vamos en masa a una serie de eventos por todo el país e, incluso, a veces allende las fronteras, a repetir un montón de lugares comunes, a repetir un montón de rituales idénticos de los que uno sale con la sensación de que habría dado lo mismo hacerlos o no hacerlos, asistir o no asistir. Me parece que, en principio, los homenajeados –si algún valor tienen– no se merecen eso.
Y, por supuesto, nosotros mismos no nos merecemos esa falta de respeto para con nosotros mismos.
En ese sentido, apenas recibí la invitación del departamento de Literatura para participar en este acto de homenaje, me puse a pensar, a tomar apuntes y a tratar de clarificar mi relación con Carlos Fuentes, procurando que esa relación estrictamente personal pudiera, de alguna manera, generar algún eco entre los asistentes al evento de esta noche.
La primera cosa que voy a decir a lo mejor suena muy fuerte pero, bueno: es mi conclusión fundamental.
Considero que Carlos Fuentes, junto con otros escritores (en principio, sobre todo, Octavio Paz), es a la literatura mexicana lo mismo que el PRI: es, ni más ni menos, la revolución institucionalizada.
Yo sé que decir una cosa como esta puede sonar, simple y sencillamente, como un insulto para Fuentes. Pero me parece que, justamente en aras de dimensionar nuestra condición histórica y nuestra perspectiva como nación y como ciudadanos, es necesario que nos apartemos tanto de los prejuicios afirmativos como negativos. Yo sé que es difícil, sí, pero olvidémonos de que la revolución institucionalizada está relacionada con un partido político específico, porque la institucionalización de la revolución es un momento en la historia de este país y es un momento del que todos los mexicanos formaron parte, de una u otra manera.
En este sentido, pienso que necesitamos acabar con la idea de que hay una serie de Fuerzas del Mal, llámense Lex Luthor o el Duende Verde, que están atentando contra los buenitos e indefensos mexicanos, quienes estamos condenados a decirles: “¡ay!, yo soy bien bueno. Y te vencería…, pero nunca te puedo vencer”. No. La configuración de la historia humana, y en particular la configuración de la historia nacional, es el resultado de lo que los mexicanos somos capaces e incapaces de constituir.
De modo que, finalmente, debemos decir que la Revolución Mexicana es sin lugar a dudas el gran evento histórico para México en el siglo XX. Pero lo es a luz y a sombra. No podemos pretender que todo sea solamente luz o que todo sea sombra. En realidad es mucho más. Hasta antes de la Revolución Cubana (1959), nuestra Revolución era identificada como el gran evento histórico del siglo para todo el continente hispanoamericano.
Y realmente fue un gran momento. Fue un momento de reconstitución de la nación mexicana, pues una revolución hace justamente eso, revolucionar: derriba un orden antiguo, imagina una multiplicidad de posibles órdenes o desórdenes nuevos y trata de implementarlos.
La Revolución aportó intuiciones para una nueva idea de nación que de ninguna manera son unívocas, porque la idea de que todos los protagonistas de la Revolución Mexicana perseguían el mismo ideal es falsa; la Revolución fue Villa, fue Madero, fue Zapata, fue Carranza, y cada uno tenía sus propias ideas acerca del país que necesitábamos. Y, finalmente, el país resultante es la mezcla de todo eso: de transar, de acordar, de discutir, de ir a reunirse en Querétaro en el Congreso Constituyente a debatir las múltiples intuiciones de país que había.
Y el gran resultado de la Revolución Mexicana es la contradictoria, importantísima, fundamental, pero de ninguna manera impoluta ni perfecta Constitución Mexicana. Así que el paso de este movimiento armado, de esta lucha intensa para regenerar y reinventar una nación, termina por consolidar un orden institucional, con todo lo que eso tiene de positivo y de negativo.
A nosotros nos ha tocado vivir el momento de la euforia neoliberal, que sostiene que las instituciones son la peor cosa que tiene este país y que hay que tirarlas para que todo sea propiedad de la Iniciativa Privada. Y ese es un discurso intencionado que nosotros nos tragamos completo. Es evidente que en la infraestructura institucional generada por la Revolución Mexicana y que comenzó a ser desmantelada a partir de 1982, hay mucho de negativo y que nos tiene verdaderamente nefasteados como mexicanos. Pero parte de nuestra obligación es reconocer al mismo tiempo los valores fundacionales depositados en ese andamiaje institucional. Este país no sería el mismo sin una Secretaría de Educación Pública, sin una Universidad Nacional y sin un Instituto Nacional de Bellas Artes, sólo por poner tres ejemplos.
Y es en este sentido en el que me ocupo de este aspecto: hicimos la Revolución y luego la revolución se institucionalizó. Yo tengo la impresión de que eso es exactamente lo que hacen Octavio Paz con la poesía y Carlos Fuentes con la novela. Es decir, generan una revolución y es una revolución poca madre: están reinventando la manera de soñar el mundo desde México y de rearticularlo a través de la palabra a partir de las reglas específicas de la lírica (con Paz) y de la novela (en Fuentes). Pero en la misma medida en que les correspondió la invención de ese sueño posible, también les correspondió –¡y ojo!: les correspondió porque ellos así lo decidieron– la institucionalización de esas intuiciones revolucionarias.
Y seríamos absolutamente irresponsables si pasáramos esto por alto.
Hay que decir que Carlos Fuentes es uno de los más grandes novelistas que ha habido en la historia de este país, de la misma manera en que Octavio Paz es uno de los más grandes poetas que ha dado la historia de este país. Pero también hay que decir, junto con eso, que también han sido dos de los más grandes caciques culturales que ha habido en la historia de este país.
Y se podría aducir: “bueno, pero esa es su vida, no es algo que se refleje en su obra”. Por supuesto, eso no es cierto. En el caso específico de Carlos Fuentes, que es quien nos ocupa esta noche, eso es completamente transparente.
Coincido con varias de las cosas que ha dicho Omar Arriga en su intervención, pero particularmente en el asunto de que hay una diferencia cualitativa entre las primeras travesías creadoras de Carlos Fuentes y las últimas. Y no porque el Carlos Fuentes de las primeras obras sea mejor escritor que el de las últimas (al contrario, probablemente el escritor de las últimas décadas sea infinitamente superior a aquel joven que se destapó de manera deslumbrante en los años cincuenta).
La diferencia es que el joven escritor de los años cincuenta fue más que un escritor: fue el agente de una revolución de la conciencia espiritual de lo mexicano. Y eso, que Carlos Fuentes fue capaz de hacer en títulos como La región más transparente, Aura o La muerte de Artemio Cruz, no fue capaz de volver a hacerlo. Y uno se preguntaría por qué Carlos Fuentes ya no fue capaz de escribir otra obra de la magnitud, la pertinencia y el alcance de La región más transparente, a pesar de que él fuera cada vez más lúcido en términos intelectuales y ensayísticos. El novelista da la impresión de que sufrió una suerte de estancamiento. No literario, sino espiritual. Y esto es lo que me parece clave para comprender la figura de Carlos Fuentes.
Porque Fuentes formó parte de un momento de la historia de México en la que había cosas que estaba permitido decir y otras que no. Y Fuentes eligió jugar en esa parte de la cancha en la cual, si querías figurar, si querías escribir, si querías destacar, tenías qué asumir como un acto de voluntad el callarte ciertas cosas.
Del otro lado ¿quiénes están? O bien los perseguidos, como José Revueltas, o los ninguneados, como Francisco Tario o –una generación después– Jesús Gardel. Y son este tipo de cosas las que me han estado dando vueltas en la cabeza porque son temas de pertinencia nacional… no en el sentido de “agenda política” o de alguna agenda literaria, sino en los términos de quiénes queremos ser en las próximas décadas y quiénes hemos sido hasta hoy.
Carlos Fuentes es nuestro gran cronista de los orígenes. La novela de la Revolución, de la cual me parece que Fuentes es el punto culminante, está autorizada para hacer eso: puede contarnos cómo se construyó la Revolución Mexicana y nos lo narra en términos de espesísimas sombras. No hay literatura más sombría que la de Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán o Nelly Campobello, porque a esa literatura le ha estado permitido el decirnos “¡mira! la Revolución Mexicana consintió la traición, consintió la usura y la tranza”.
Pero después… ¿Qué faltó? ¿Qué falta en este país, desde esa perspectiva literaria totalizadora, de la cual participó Carlos Fuentes, así como otros escritores de su generación? Falta la gran novela del priísmo. ¡Jamás se escribió!
Es decir: se escribió la novela de cómo se institucionalizó la Revolución Mexicana. Pero ya no hubo espacio, ni tiempo, ni permiso para que se contara el cómo y el por qué del corporativismo de órganos como la CTM o las centrales campesinas, así como la persecución de la disidencia política. Todas esas fueron temáticas que se comenzaron a dirimir en la periferia de la crónica, del periodismo y de la literatura.
Es en este punto donde las disidencias literarias de ese momento cumplen un papel similar al de las disidencias que, en el terreno de las artes plásticas, se dieron a partir del movimiento muralista de comienzos del Siglo XX y más allá de los muralistas. En este sentido coincido plenamente con el juicio de Carlos Monsiváis cuando propone que Carlos Fuentes es a la novela el equivalente de lo que fueron al muralismo Orozco, Siqueiros y Rivera. Y es que, como todos sabemos, las grandes disidencias, las grandes preguntas y las grandes intuiciones de la plástica nacional tuvieron que ser formuladas no sólo fuera del muralismo, que ya se había institucionalizado, sino a contracorriente del muralismo.
Todas estas consideraciones no pretenden ser una conclusión, sino más bien lo que tendríamos qué perseguir en eventos como este. Son nudos de problematización que no nos corresponde responder a los que nos dedicamos profesionalmente a la literatura sino que, finalmente, si la obra homenajeada realmente tiene la pertinencia que intuimos, nos atañen íntima y personalmente a todos y a cada uno como mexicanos, como seres humanos y como individuos.
Marco Antonio Aguilar Cortés: Carlos
Fuentes y la mirada internacionalista
“[En Latinoamérica] se puede hablar de una cultura continua desde los descubridores hasta nuestros días […] La tradición política es más frágil, se ha interrumpido demasiadas veces”.
Carlos Fuentes / El siglo que despierta
Al término de la mesa de comentaristas, el Secretario de Cultura de Michoacán, Marco Antonio Aguilar Cortés, protagonizó una breve intervención para agradecer a los ponentes y aportar algunas visiones propias al tema. Dijo:
Lo que ha hecho la Secretaría de Cultura esta noche ha sido convocar a un público sensible. Gracias por la asistencia de todos ustedes. Y, por otra parte, lo que ha hecho la Secretaría de Cultura al invitar a Omar, a José Luis y a Sergio, es reunir a autores valiosos, de talento, de imaginación y de estudio; no sólo en el campo de la literatura, sino dentro de los fenómenos sociales que vive México.
Cada uno de ustedes, con su modo, con su objetivismo, con su sistema, revelan también esa sensibilidad de carácter social.
Para una de las generaciones del Siglo XX, de la cual formo parte, hubo en nuestra educación secundaria, preparatoria y de facultad tres grandes escritores de nuestro país: Octavio Paz, Carlos Fuentes y Fernando Benítez. Eran Los Tres Grandes, y de una u otra manera tuvimos contacto con sus obras. Pero nuevas generaciones, como las de ustedes, encuentran nuevas perspectivas y distintas interpretaciones sobre ellos.
Fueron, sin duda, gente que fue autoridad en el campo de la literatura. Y eso –dice alguno de ustedes– los hizo caciques. Tendríamos que plantearnos si hay caciques buenos y caciques malos. Pero esa no deja de ser sino una metáfora. Lo cierto es que dominaron la escena cultural del país, pero la dominaron a partir de la calidad.
Y en el caso de Carlos Fuentes, desde mi perspectiva, a diferencia de Octavio Paz y de Fernando Benítez, es un autor que contó con una visión más internacionalista, en lo que tuvo que ver seguramente su nacimiento en Panamá y el formar parte de una familia de diplomáticos que pasaban de un país a otro, mientras el niño que los acompaña iba viendo lo que es Montevideo, Buenos Aires o Quito. Incluso lo que es Europa.
Y parece que no, pero el temperamento de una gente que sabe que el mundo no termina entre el Punhuato y el Quinceo da una visión distinta, tanto de la Revolución Mexicana como de sus personajes. Eso es lo que hace Fuentes: da una visión diferente; los otros autores la tuvieron después, pero Fuentes, desde niño, gracias a su formación, adquiere este elemento especial que es el que me parece que distingue su obra.
A Octavio Paz y a Fernando Benítez tuve el honor de conocerlos y tratarlos. A Carlos Fuentes solamente por teléfono, una vez, para invitarlo, en 2002, a que aceptara dar el discurso oficial del 8 de mayo en el Colegio de San Nicolás. Me dijo: “no se imagina, pero tengo que salir en dos horas de aquí porque cumpliré una estadía en Londres”. Recuerdo su voz. Pero lo importante es que su obra dejó impacto en nosotros desde Las buenas conciencias. Con una estructura muy universalista de lo que era la vida. O el tratamiento de Aura para esa misma mujer en dos cuerpos distintos.
En fin. Lo hicieron muy bien. Los felicitamos y les agradecemos. También los invitamos a que en fechas posteriores también podamos traer a otros autores, como hemos hecho esta noche con Carlos Fuentes, para colaborar a difundir el quehacer de los artistas y pensadores sobresalientes.
Fuentes desde la
lectura dramatizada
A la luz de la luna / he de suspirar, / me sentiré feliz, / reviviré tu amor, / me acordaré de ti. / Y al abrir las orquideas, / me inundaran de luz (…)
Vincent Youmans / Orchids in the Moonlight, 1933
La noche concluyó con la lectura dramatizada que el actor Felipe Nájera hizo de un fragmento de Orquídeas a la luz de la luna, la tercera dramaturgia escrita por Carlos Fuentes.
Lo interesante con este texto (que recién descubrí completo hace unos tres años, buscando cierta información específica del actor y director norteamericano Orson Welles), es que por debajo de su gracejo humorístico y de su aparente tono menor es un drama de alcances trágicos.
La obra nos presenta a Dolores y María: dos ancianas, probablemente chicanas, que se marchitan en un departamentito de Venice, California, mientras sueñan y se convencen a sí mismas de que en realidad son las divas a las que admiran: Dolores del Río y María Félix, en cuyas personalidades se desdoblan continuamente.
Este tratamiento parateatral le permite a Fuentes no sólo jugar con los guiños surreales y metafísicos que participan de buena parte de su obra literaria, sino reflexionar sobre los grandes temas de la relación entre los mitos y el sentimiento de pertenencia, así como en la manera en que medios como el cine sirven de canal a esa relación.
Desde otro plano, la obra sirve también para explorar pasajes diversos en la vida de esas actrices que se constituyeron en verdaderas estrellas nacionales, cuando nuestro cine aún era una industria, y para poner en perspectiva los temas de la fama, el olvido y la intemporalidad del fenómeno cinemático.
La interpretación de la primera parte del texto corrió a cargo de un muy correcto Felipe Nájera, actor y director que ya tiene un camino muy recorrido en este asunto de interpretar a La Doña y de participar en ejercicios unipersonales o de stand up comedy a la mexicana. Nada menos, en 2009 estrenaba la puesta de Palabras de Mujer, en la cual ya daba vida a María Félix (mientras que Alejandra Barros lo acompañaba interpretando a Dolores del Río).
Por lo pronto, para concluir, vale la pena recordar que el título de este trabajo teatral fuentesiano es ya, por sí solo, un homenaje a Dolores del Río. Es el título de un tango escrito por el popular compositor Vincent Youmans como tema musical del filme Volando hacia Río, uno de los primeros títulos del cine sonoro norteamericano, rodado en 1933. El estelar femenino de esa película lo llevó, precisamente, nuestra Dolores del Río, quien tuvo el privilegio de bailar el tango con el inmortal bailarín Fred Astaire (aunque el protagónico masculino no fue para Astaire, sino para el actor Gene Raymond).