Nos vemos, papá / Lucía Carreras

Parafílicos fantasmas

Pilar y su reflejo, en una de las imágenes del largometraje Nos vemos, papá, que figura en la competencia oficial de largometraje mexicano del FICMM 2011.

Ya treintañera, la introvertida Pilar Guillén (Cecilia Suárez más ratonil que nunca) es incapaz de sobreponerse a la muerte de su amado padre, al que ha cuidado desde que su madre murió, cuando ella era una niña. Así, luego del funeral, Pilar comienza una espiral introyectiva que la lleva a proyectar la imagen del padre ausente y a convivir con ese espectro mientras se acurruca en un aislamiento radical. La mujer comienza a romper deliberadamente todos los lazos afectivos que la unían al mundo, se enclaustra en la enorme casona porfirista familiar y, paulatinamente, va cumpliendo con el fantasma paterno una serie de fantasías y actos rituales que satisfacen necesidades diversas.
Esta es la línea que sigue el personaje protagónico de Nos vemos, papá, la ópera prima de la guionista Lucía Carreras (Año Bisiesto, Suerte de Eternidad, Ofelia, así como Tamara y la Catarina, entre otros, algunos de ellos en proyecto y otros sin filmar). El filme se presentó el lunes en la segunda función de la competencia de largometraje mexicano en el Festival Internacional de Cine de Morelia.
Cine crepuscular, Nos vemos, papá es una taciturna historia de enfermizo amor. De hecho, se ocupa (aunque sea de modo metafórico) de una parafilia: el incesto que Pilar consuma con la sombra de su padre muerto. Lo desconcertante, así las cosas, es que el libreto de la directora y guionista sea incapaz de llevar el asunto más allá de lo anecdótico o incluso de alcanzar, desde esa mera dimensión, la suficiente astucia para lograr la credibilidad pertinente.
Hay varias cosas que, definitivamente, no me convencen en esta película. Pero antes de pasar a ellas, hay qué hablar de lo que, creo, vale la pena.
La muy planificada puesta en escena, en términos de encuadres y composición es, por ejemplo, una buena experiencia. La cineasta adopta para este filme, en varios momentos, la táctica de la cámara al hombro y la estrategia logra el enganche deseado, al menos desde un punto de vista técnico.
Otro punto sobresaliente son las actuaciones, comenzando por la de una Cecilia Suárez que sabe imprimirle a su personaje toda la vulnerabilidad e incertidumbre que hacen falta… aún a costa de irse encasillando (como la propia actriz señalaría en algún momento de la conferencia de prensa) en personajes “raritos”. Pero, en general, todos los actores cumplen.
El departamento de arte también tiene buenos puntos, que se suman a los de una fotografía que aprovecha bien la desolada expresividad de los claroscuros en interiores. También hay una edición cuyo ritmo es acezante o contemplativo en los momentos precisos.

NOS VEMOS, PAPÁ / Avance

La escena en que Pilar imagina jugar ajedrez con el espectro de su padre, antes de la llegada de su hermano, José.

Pero –se preguntarán– si todo lo anterior funciona, qué es lo que no me convence de la película.
Siento que, a la hora de abordar el tema del incesto o, como proponían la actriz protagónica, el productor y la directora: a la hora de hablar del complejo de Elektra, los responsables del filme no se han atrevido a ensuciarse lo suficiente y, por lo tanto, el resultado final es más bien ascéptico y, en la misma medida, inofensivo.
Esto me queda claro con el muy autocomplaciente final que, me parece, traiciona lo poco o mucho que se ha ido construyendo durante el metraje: el hermano de la protagonista, quien a lo largo de la historia ha mostrado su preocupación por su hermana y que en algún momento ha optado incluso por vender la propiedad paterna para alejar a Pilar de los recuerdos que la enferman, decide finalmente entregarle a Pilar las llaves de la casa y, en un happy end digno de Disney, dejar que la mujer viva su vida y sea feliz a su manera, enclaustrada en su burbuja de cristal.
Durante el encuentro con los medios e interrogada al respecto, la cineasta reivindicaba con ese final el derecho que todos tenemos a ser felices, incluso hundidos en la irracionalidad. Estoy de acuerdo. El problema es que esa argumentación tampoco se ve plasmada en la película.
Porque, vamos a ver: Pilar vive una fantasía. ¿Está loca? Es una manera de decirlo. Pero lo cierto es que hay formas correctas de volverse loco y hay otras que no lo son. El fiel de la balanza es el mismo que distingue al genio del alucinado: uno puede enloquecer en un espasmo de ceguera, cuando todo pierde sentido, pero también puede enloquecer por un arrebato supremo de videncia, cuanto todo tiene sentido.
Y entre esos dos extremos, por ninguno de los cuales se decanta la historia de Pilar, tenemos una consideración adicional: La tentación del incesto es, al menos en principio, la seducción del espejo. Es decir, una confusión narcisista. ¿El conflicto de tal estado de cosas? Bueno, pues que ninguna palabra es posible ante un reflejo, ante un doble o ante cualquier ser u objeto privado de alteridad. Esta es precisamente la razón –dicho sea de paso– por la que la amante ideal entre los románticos del siglo XIX era en realidad el signo de la Muerte. Y en este sentido, los complejos denominados de Edipo y de Elektra son también índices de ese Absoluto y pueden servir para erizarnos de horror con sus abismos, o para iluminarnos con sus cimas… pero claro: a condición de que sean objeto de una correcta problematización a la hora de abordarlos. Esa problematización es la que falta en Nos vemos, papá y deja todo en mero preámbulo.
Para comprenderlo cabalmente, basta acudir a las piezas maestras que otras artes y otros títulos le han aportado al tema. En cine la referencia obligada (e insuperable) la da el realizador sueco Ingmar Bergman, así como en teatro un momento supremo de horror y crueldad lo encontramos en las Clara y Solange de Las Criadas (Jean Genet, 1947), mientras que en la narrativa hay que remitirse sin posibilidad de escalas a Anaïs Nin, que le aporta al tema tanta ternura como inquietud en sus Diarios y en su texto Incesto, por citar solamente tres momentos supremos, precedidos por todas las Delgadinas que surcan la tradición juglaresca de la España feudal.
Estas honduras son las que nos queda a deber el filme. En rigor, desde términos exclusivamente terapéuticos, la situación en Nos vemos, papá es muy elemental. Quiero decir, didáctica (y, en ese sentido, pertinente para exhibirse en ciclos o circuitos temáticos de cine y psicoanálisis, pero poco más): A la muerte de su madre, la pequeña Pilar se hace prematuramente responsable de su amado padre, supliendo el rol de la mamá en términos afectivos, pero al hacerse adulta semejante esquema le impide realmente crecer (porque, como escribe Jung, a quien por cierto le debemos el concepto clínico del complejo de Elektra: “Antes de ser padre, es preciso dejar de ser hijo”).
De modo que, en cierto sentido, el personaje de Cecilia Suárez en este filme es el de una niña. Físicamente Pilar podrá andar en los treinta y tantos, pero mentalmente no pasa de los ocho años de edad y aunque este hecho (que podría haberle dado muchas posibilidades al libreto) es aprehensible intelectualmente en el filme, nunca se alcanzan a disponer las cosas con el suficiente rigor para que realmente lo sintamos.
De allí, pienso, viene mi irritación con ese final de buenas intenciones pero por completo tramposo. Es un final Disney. Oscuro, sí, pero a la Disney.
Un último apunte. A pesar de todo lo citado, Nos vemos, papá, sigue teniendo su valor. Creo que si leo esta película como la metáfora de un México actual temeroso de su realidad y que prefiere habitar entre fantasmas del pasado (aún a costa de convertirse él mismo en un fantasma), puedo decir que la cinta sigue hablando de una realidad, aunque haga todo lo posible por darle la espalda.

Conferencia de prensa