PRIMER ENCUENTRO ESTATAL DE MONÓLOGOS

PERSPECTIVA

EN SIETE OBRAS 

El Primer Encuentro Estatal de Monólogos, organizado por la Secretaría de Cultura de Michoacán, se realizó la semana pasada, del lunes 18 al sábado 23 de noviembre. Tuvo como sede el foro La Bodega, en Morelia, y reunió ocho obras.
El perfil de la actividad fue generoso, ya que un encuentro es más fraternal que un festival: no se compite por un premio, se comparten quehaceres de la escena.
El adjetivo "estatal" quedó apenas en una buena intención, pues todos los participantes fueron morelianos.
Doy cuenta de siete de los ocho trabajos, como sigue:  

CENA DE COMPROMISO
Ansioso por compartir su felicidad con sus amigos, Rodrigo los invita a la cena en la que pedirá la mano de Ana Luisa. Mientras la espera, narra cuitas que van anunciando el desastre que se avecina y que es evidente para todos, salvo para el propio Rodrigo.
Desde esta anécdota, Cena de compromiso se desarrolla como una pieza de Teatro-Bar, en dirección de Verónica Villicaña.
Noche afortunada, con un Manuel Barragán que desde la dramaturgia y la actuación juega con el potencial de los géneros chicos: del sketch carpero y los guiños al burlesque hasta la Stand-Up Comedy, para conducir al público de lo cómico a lo trágico a través de un personaje que se crece y se disminuye al vaivén de sus esperanzas y desilusiones.
Lo mejor de Cena de compromiso, a mi modo de ver, es que detrás de la anécdota sentimental e íntima Barragán nos muestra al prototipo del hombre de hoy: un personaje que nunca dirime en qué pie está parado, ciego a una realidad que lo desborda y que termina por ahogarlo; todo desde un tono que coquetea con esa actitud tan mexicana del "¡Viva mi desgracia!" 
Un ejemplo de que no es necesario debatirse entre el compromiso estético y el inmediatismo político para lograr una experiencia que hable de lo cercano y que valga la pena. Sólo es cuestión de integrar los aparentes opuestos. Un ejercicio eficaz, agridulce y verazmente escénico.


EL RITUAL MAYA

Libremente inspirada en Ritual Maya del Dios Desconocido (Raúl Cáceres Carenzo, Chiapas, 1990), esta "pieza mágica de voz y danza" en un acto es a la vez rito y documento, memoria y premonición.
Revelándose como una de las manifestaciones del dios Chac, el personaje de Huay-Cuento aparece en escena y habla de los orígenes del pueblo maya; narra sus gestas y holocaustos, la hora agónica de la Conquista y pone en perspectiva las riquezas del mundo antiguo en contraste con la pobreza de nuestro "oscuro tiempo sin dioses".
Un trabajo veterano del grupo Foro-4, estrenado hace casi veinte años (hacia 1994) en el extinto foro La Librería de la Calzada, que homenajea la cultura raíz y a los pueblos originarios.
La dramaturgia es de una gran belleza poética, es decir, reveladora. Hace suya la premisa que da sentido al teatro indígena latinoamericano que conocemos: aquella que pide restaurar un tiempo ancestral, capaz de vivificar mitos fundadores a través de un ejercicio corporal que haga suyos los pulsos y ritmos del universo.
La puesta en escena, tal como la resuelve el director Sergio Camacho, opta por lo austero más que por lo exuberante: no hay tiempo ni espacio para la danza celebratoria. En cambio, despliega cuadros, estampas plásticas y fraseos corporales que generan sensaciones simétricas a los tonos más hieráticos y sombríos del texto.
Hay una excelente escenografía que opera en términos simbólicos, una música que homenajea al olvidado Jorge Reyes y un correcto manejo de la multimedia, con imágenes en video alusivas a la realidad de los pueblos chiapanecos contemporáneos. Por lo demás, como fruto de la experiencia y el tiempo, el trabajo tiene limpieza y unidad.
Una poética escénica en la que pervive la intensidad de "la Flor y el Canto".


EL CORAZÓN DELATOR

Magnificados por su conciencia culpable, los latidos del corazón de un asesino hacen que el criminal se delate y enloquezca, justo cuando cree que su delito puede quedar impune. Esta mínima anécdota, magistralmente desarrollada por Edgar Allan Poe, configura El corazón delator, uno de los mayores cuentos de horror gótico del Siglo XIX.
El relato es un diamante. Pienso que Poe condensa en unas cuantas páginas todo lo que Dostoievsky, con otra textura, nos legó en su Crimen y castigo. El meollo en ambos casos es el de una conciencia en acto que le pasa la factura de sus trasgresiones a personajes incapaces de lidiar con la magnitud de lo que han hecho.
Desde este punto de vista, la adaptación de Alan Delgado me resulta ambigüa. Le añade un rasgo al protagonista: cólicos nefríticos que lo atormentan y lo hacen consciente de su propia vulnerabilidad.
Idealmente este apunte le daría al criminal una dimensión más humana, pero tal como se resuelve en la puesta y desde los alcances en la actuación de Dulce Rangel, la adenda más bien desdibuja el despiadado conflicto interno del protagonista. Distrae del enfrentamiento del asesino con su locura y, sobre todo, entorpece el implacable ritmo con que las emociones de horror y de demencia incuban, crecen y se apoderan del alma del obsesivo malhechor.
Como en toda experiencia escénica, hay algunas imágenes eficaces, ciertos trazos afortunados (a los que hay que sumar una buena ambientación escenográfica, siempre sugerente, nunca explícita), pero en su esencia, el trabajo me queda a deber. 


VIDA EN SUEÑO AZUL

Anita despierta y se deleita en experiencias simples como caminar o beber a sus anchas un sorbo de agua. Comparte sus inquietudes de adolescente, vagamente perturbada por la idea de ser "un algo entre cuatro paredes". Nada parece distinguirla de cualquier otra joven de su edad, hasta que el cuadro final revela que está confinada en un hospital y que sufre parálisis cerebral.
Concebida como una obra para públicos específicos, Vida en sueño azul es probablemente la mejor dramaturgia de Alan Delgado. El texto debe tener al menos quince años y se sustenta en lo elemental del tema y de la anécdota: una serie de estampas donde el personaje hace explícito todo lo que en la vida real es incapaz de hacer, a fin de que valoremos la riqueza de esas "pequeñas cosas" y los retos que sortean quienes poseen capacidades diferentes.
El trabajo cumple cuanto exige ese subgénero que (de modo particular en el cine) se ocupa de las víctimas de diversas disfunciones. La actriz Landy Medina resuelve el compromiso con la mínima corrección, ya que aún se le pueden sacar y/o modular muchos matices a su personaje. Mientras, la edición musical responde bien al perfil melodramático del asunto y la escenografía propone los elementos indispensables sin rebuscamiento.


LA CALACA CATRINA

El personaje inmortalizado por Diego Rivera hacia 1947 (aunque la autoría sea de José Guadalupe Posada, casi cuarenta años antes) sube al escenario para hablar de su prosapia en este monólogo poco convincente y que está concebido como una experiencia de Teatro-Bar.
La actriz Yesenia Barajas, distante de lo que le hemos visto en trabajos como La ópera descuartizada (Durán, 2011), no afianza el tono de su personaje, que va de cierta ingenuidad ridícula a la dignidad postiza, pero sin alcanzar nunca la estatura que de veras le corresponde: la de una presencia sobrehumana, lo cual le daría a sus momentos de humor y de crítica una dimensión perturbadoramente metafísica.
La dramaturgia está poco problematizada; no dice algo que vaya más allá de lo elemental (digamos, de lo que cualquiera puede encontrar en la Wikipedia) y en tales términos, sin agudezas ni intensidad, lo banal se apodera pronto de la experiencia.
Hay un intento de enriquecer la propuesta con elementos de video e imagen y de acudir a recursos musicales como el popular tema La Calaca, de Amparo Ochoa. Empero, con lo actoral en entredicho y con una dirección de trazos más bien esquemáticos, el espíritu catrinesco, que tanto tiene que ver con lo mexicano, no alcanza a cumplir su cita.
Un ejercicio que es todavía un work en progress.  


LOS CUENTOS DE PIMPLUNA

La cuentacuentos itinerante Pimpluna sube al escenario para narrar la pequeña odisea de tres amigos: Lucas, Jos y Alejandra, quienes resuelven un misterio que tiene que ver con la llegada de un circo a su pueblo y la extraña desaparición de fotos en los hogares de la comunidad.
Original de Sandra Rangel, quien también actúa, este unipersonal es un ejercicio de cuentacuentos concebido para representarse ante un público infantil y juvenil, con mucha interacción y en espacios públicos.
Hay, ante todo, un correcto despliegue escenográfico, con diaporamas que ambientan situaciones y espacios sobre el ciclorama, el uso de sencillos artilugios de enmascaramiento (pelucas, sábanas, narices de clown...) y un animismo intenso en movimientos y colores, como pide el decálogo de las experiencias escénicas dedicadas a los niños.
A pesar de todo, "el coco" de la puesta recae en Sandra, a quien le cuesta mantener el ritmo y, por tanto, el interés hacia cuanto sucede a lo largo del relato. A esto pudo contribuir, el día de la función, el hecho de que hubo poco público y muy, muy escasos niños.
Aun así, vale la pena que la actriz revise su manejo de energía. Necesita fortalecer su presencia escénica, a fin de que la veracidad artística legitime este ejercicio imaginativo.


DE PRINCESAS, PRÍNCIPES Y OTROS BICHOS
En pos del sapo perfecto, aquel capaz de transformarse en un Príncipe Azul, cierta fresa y modosa princesa / científica, en plan de la Alicia de Lewis Carroll, comparte con el público las desventuras de su búsqueda y de cómo está a punto de terminar (contra todas las convenciones de clase que la limitan) en los brazos de un alucinado y barriobajero Sapus Pachecus.
Desde esta anécdota, la actriz Valeria Ortega reelabora la exquisita dramaturgia de Paola Izquierdo en lo que ha sido la tercera experiencia de Teatro-Bar dentro del Encuentro Estatal de Monólogos.
El texto es una delicia porque bocabajea todos los tics, manías y complejos de la élite social mexicana actual y revisa en particular los prejuicios que acotan al mundo femenino chic.
A pesar de su eficacia, ocurre algo exasperante con el trabajo de Valeria. Ella es indudablemente una actriz. Tiene, sobre todo, algo que le falta desesperadamente a otros actores y actrices que hemos visto en este encuentro: un control preciso de la bioenergía, gracias a lo cual consigue investir a su personaje de una soberana y genuina presencia escénica. Es capaz de llenar el escenario con su presencia. No obstante esta virtud, todavía necesita explorar matices más delicados, ya que se desborda, con la energía arriba, pero nada más. A momentos vocifera demasiado. Falta un equilibrio con la sutileza.


CONFORMARSE O ARRIESGAR
El arte es siempre Porvenir y madura en el mundo de lo incierto. El suyo es el reino de lo aún no dicho, de lo todavía no configurado. Una experiencia artística genuina es siempre el salto hacia un abismo que, iluminado por las audacias de la conciencia imaginante, revela nuevas parcelas de lo Posible transfiguradas en Realidad.
Desde tal perspectiva, los siete trabajos de los que da cuenta esta entrega muestran un conjunto de dramaturgos, directores y actores que tienen como desafío remontar sus certezas, desprenderse de la seguridad de la rutina y arriesgarse hacia territorios en los cuales los primeros en sorprenderse sean ellos mismos. En términos estrictos, sólo Manuel Barragán nos ha ofrecido una experiencia novedosa con su Cena de compromiso: ha dado un salto hacia el Teatro–Bar y a la comedia, trasladando con éxito a ese ámbito sus inquietudes, habitualmente sombrías.
Por lo demás, los veteranos Sergio Camacho y Alan Delgado han ofrecido puestas ya muy trabajadas y que datan de mucho tiempo. Vida en sueño azul y El ritual Maya se han ido modulando al vaivén de los años con distinto éxito, pero ese mismo añejamiento atenta contra la frescura, la creatividad y la posibilidad de innovar y de descubrir dentro de una trayectoria artística. Particularmente en el caso de UnomásOtros Teatro, me parece que el grupo se ha ido encajonando en la rutina de hacer simplemente lo que ya sabe hacer. Esa forma de cómoda conformidad es peligrosa porque cuando uno se estanca en aquello que ya sabe hacer, sin luchar por el hallazgo de horizontes más amplios, lo que suele pasar es que, a medida que corre el tiempo, ese hacer seguro va perdiendo eficacia y lo que se ha sabido con tanta confianza se va debilitando hasta perder su sentido.
El único remedio contra esas dos acechanzas es la permanente búsqueda de nuevos desafíos.
La observación no es personal. Va para todos los participantes de este encuentro, ya que aún los autores e intérpretes más jóvenes (Landy, Bernardo, Sandra, Yesenia…) participan de cierta dosis de ese conformismo que paraliza y vuelve infructuosas las mejores intenciones.