El glaciar de Perito Moreno, en el Parque Nacional de los Glaciares, en Calafate, destino final del personaje de Vete más lejos, Alicia, de Elisa Miler.
Cuando la joven Alicia ya está harta de la familia y atraviesa la típica crisis juvenil en pos de sentidos para el mundo, decide poner tierra de por medio y se lanza hasta el extremo más sureño de la Argentina (el culo del mundo, como solemos decir), a la provincia de Calafate, en La Patagonia. Su viaje responde, en el fondo, a la obsesión de encontrarse a solas con la nieve y alcanzar el célebre Perito Moreno, en el Parque Nacional de los Glaciares.
Directa y sin mayor complicación, esta es la anécdota del primer largometraje “no oficial” de la cortometrajista Elisa Miller (Palma de Oro en Cannes 2007 con Ver llover), quien todavía afina sus recursos discursivos para la que considera será en verdad su próxima primera película.
El filme, presentado en la sección oficial en competencia por mejor largometraje, se exhibió el miércoles y ha resultado una discreta road movie, mucho más ocupada en registrar sensaciones que en contar una historia.
En este sentido, en el de plasmar una subjetividad que busca su propio lugar en el mundo, a una edad en la que nada está definido, la cinta es una correcta aproximación al tumulto de sentimientos, pulsiones y soledades juveniles.
Por detrás de las mínimas anécdotas (el encuentro de Alicia con otros jóvenes argentinos que le comparten algunas de sus propias dudas y estilos de vida; su fallido intento de prosperar en un curso de acrobacia, en el cual, sin embargo, traba amistad con su instructor; así como su encuentro con un afable y joven velador que cuida uno de los hoteles de la zona, desierto porque están “fuera de temporada”), la cinta consigue enganchar al espectador atento con esa sensación de indefiniciones que bordea continuamente la pregunta (universal) del “¿qué estoy haciendo aquí?”.
Al término de la proyección, durante la conferencia de prensa, pude agradecer a la cineasta por “llevarme de viaje con ella”. Mientras, Miller, su productor (Christian Valdelièvre) y otros creativos del filme explicaron que Vete más lejos, Alicia, ha sido ante todo un experimento, la respuesta a un impulso para filmar sin guión ni otro preparativo que no fueran algunas charlas previas acerca de ideas generales.
Directa y sin mayor complicación, esta es la anécdota del primer largometraje “no oficial” de la cortometrajista Elisa Miller (Palma de Oro en Cannes 2007 con Ver llover), quien todavía afina sus recursos discursivos para la que considera será en verdad su próxima primera película.
El filme, presentado en la sección oficial en competencia por mejor largometraje, se exhibió el miércoles y ha resultado una discreta road movie, mucho más ocupada en registrar sensaciones que en contar una historia.
En este sentido, en el de plasmar una subjetividad que busca su propio lugar en el mundo, a una edad en la que nada está definido, la cinta es una correcta aproximación al tumulto de sentimientos, pulsiones y soledades juveniles.
Por detrás de las mínimas anécdotas (el encuentro de Alicia con otros jóvenes argentinos que le comparten algunas de sus propias dudas y estilos de vida; su fallido intento de prosperar en un curso de acrobacia, en el cual, sin embargo, traba amistad con su instructor; así como su encuentro con un afable y joven velador que cuida uno de los hoteles de la zona, desierto porque están “fuera de temporada”), la cinta consigue enganchar al espectador atento con esa sensación de indefiniciones que bordea continuamente la pregunta (universal) del “¿qué estoy haciendo aquí?”.
Al término de la proyección, durante la conferencia de prensa, pude agradecer a la cineasta por “llevarme de viaje con ella”. Mientras, Miller, su productor (Christian Valdelièvre) y otros creativos del filme explicaron que Vete más lejos, Alicia, ha sido ante todo un experimento, la respuesta a un impulso para filmar sin guión ni otro preparativo que no fueran algunas charlas previas acerca de ideas generales.
La libertad de esta forma de “producción en vivo”, como la definiría Valdelièvre, me resulta afortunada, siempre y cuando no se le saque de su contexto como una experiencia de ensayo y aprendizaje. Y la verdad es que, sin mayor aspiración, esa es la dimensión de la película y el resultado cumple satisfactoriamente: nos plantea un personaje que parte en pos de lo Porvenir Desconocido (un poco a la manera de A tiro de piedra, de la que creo sinceramente que puede ser la ganadora de esta edición del Festival Internacional de Cine de Morelia) y que luego de probar experiencias, algunas tan cotidianas como las que pudo practicar en su México natal, termina con un enorme fundido en blanco al alcanzar la meta de sus esfuerzos: el glaciar de Perito Moreno, en el extremo más sureño del continente y en el Nadir de una crisis existencial que a partir de ese momento, como proceso interior, puede abrir nuevas rutas. Y es que, cuando tocas el sótano, como ocurre con el personaje del filme, no queda enfilar hacia ninguna otra dirección que no sea hacia arriba.
Una experiencia discreta (reitero), pero satisfactoria.
Una experiencia discreta (reitero), pero satisfactoria.
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