El poder es el afrodisiaco más fuerte
Nietzche
Todo poder es una conspiración permanente
Balzac
Ya hacia el final de la velada, otro de los sketches ofrecidos por el grupo centroamericano en el teatro Melchor Ocampo.
Una singular operación se ha registrado en la experiencia ofrecida por La Fragua. El vodevil ha sido la estructura genérica empleada para articular la velada, pero de los rasgos del vodevil habitual sólo ha quedado el elemento cómico (o mejor dicho, humorístico, ya que primero pide reflexionar y luego reir). Por el contrario, la frivolidad y los números musicales han sido exorcizados para generar, de esta manera, una suerte de vodevil crítico y didáctico, cuyo objetivo es acercar la obra de Pinter a los grandes públicos latinoamericanos.
Desde esta perspectiva, Una noche con Harold Pinter le apuesta al contraste permanente de sus dos ámbitos en tensión. El primero es la voz del artista, las palabras del Pinter que reflexiona sobre el proceso creativo, sobre la responsabilidad ética del artista y sobre sus compromisos como ente social. El segundo han sido los sketches en sí y su explícita carga política, siempre cuestionadora de la hipocresía y los absurdos que subyacen al uso del poder, ya sea entre las instituciones (a nivel social) o entre los individuos (a nivel personal). Entre los sketches han sobresalido El aspirante, donde se desnudan todos los múltiples factores extra-laborales que inciden en la selección de un candidato a un puesto de trabajo, desarmando esos “puntos ciegos” en los que la genuina búsqueda de eficiencia pasa a mejor vida en aras de juicios venales y hormonales (el primer sketch del programa). Hombres en venta, donde todos los sinsentidos del culto fetichizado hacia la mujer-objeto son bocabajeados gracias al recurso más simple: invertirlos, para aplicarlos a los varones (quinto sketch), así como Disturbios en la fábrica y la célebre Conferencia de prensa (sketches segundo y cuarto), que se ocupan de diseccionar con una agudeza deliciosa los despropósitos del pensamiento empresarial (esos artículos absurdos, contra los que se rebelan los trabajadores de una fábrica) y del sometimiento de los medios al poder en turno (los reporteros “cumpliendo su papel” ante el Ministro de Cultura, un ex jefe de la policía secreta lleno de esa mentalidad simiesca, propia de quien ejerce la tortura, la coerción y la censura, y que ahora transporta esos modelos a la labor de garantizar canales de ilustración al pueblo).
Esta es la primera vez que se montan en nuestra ciudad títulos de Pinter, recién fallecido el año pasado.
Caricatura y exceso
Hay que celebrar el quehacer de La Fragua con este trabajo. Ante todo porque Harold Pinter es ciertamente uno de los autores esenciales de la dramaturgia europea del Siglo XX, uno de los más lúcidos cuestionadores de los mecanismos y procesos que nos han conducido a la pesadilla neoliberal que hoy estamos pagando todos, aunque no le debamos ninguna factura, sino al revés.
A pesar de esto, también hay que señalar que la función de este lunes ha brindado un retrato muy esquemático, acaso demasiado superficial, del verdadero espíritu pinteriano.
Quienes conocen la obra de Pinter saben que el rasgo fundamental de su dramaturgia es una ironía de matices muy sombríos, pues la principal ocupación de Pinter en sus textos ha sido la de desarmar y exhibir al lenguaje como el instrumento de dominación más mortífero: la palabra como herramienta de poder. Así, la sonrisa que esbozan los textos de Pinter siempre es agridulce y generalmente muy amarga.
Esta cualidad turbia, enrarecida, ha subsistido un poco en la puesta en escena gracias a los textos en sí mismos. Pero el tratamiento del maestro Jack Warner y el registro de sus actores caricaturizan demasiado la ironía y la llevan al terreno de la farsa, creando personajes de trazo grueso cuya composición escénica se ha estereotipado, en detrimento de la fidelidad al autor.
A lo anterior habría que añadir que, por alguna razón, la del lunes fue una función débil, con imprecisiones y erratas que no parecen adecuadas para una obra que tiene ya dos años en el repertorio de un grupo. En el video adjunto a esta entrega aparece una, justo al final del primer cuadro editado, que logra ser salvada por Margo Wickesser (“Creí que ya no venía”, reitera su compañera, olvidando un fragmento de diálogo o perdiendo su continuidad. “Siempre viene, aunque ya no viene tanto como antes. Eso es todo”, concluye Wickesser)
Pero acerca de los trazos gruesos, valga aquí el beneficio de la duda. Es posible que este efecto se deba a la ausencia de la obra prevista para la segunda parte del programa, El lenguaje de la montaña (1988), que es un texto intensamente doloroso (esa anciana kurda, ese sargento turco, enfrentados los dos en un conflicto cuyo fin es anular la lengua materna de la sometida, humillar la libertad implícita en un idioma, para pisotear a través de esa censura brutal la identidad de los conquistados y asesinarla así, con tanta eficacia como podría hacerlo una bala). Es posible, manteniendo en pie la duda razonable, que para equilibrar la crudeza de este otro texto ausente, se haya optado por aligerar los matices de la primera parte del programa. Pero como nos hemos quedado sin ver El lenguaje de la montaña, jamás podremos afirmar con certeza si esto ha sido así.
Mientras, del discurso de Pinter al recibir el Nobel, acaso valga recuperar de manera particular las líneas finales, aquellas en las que el guionista del filme La mujer del teniente francés detalla:
“Cuando miramos un espejo pensamos que la imagen que nos ofrece es exacta. Pero si nos movemos un milímetro la imagen cambia. Ahora mismo, nosotros estamos mirando un círculo de reflejos sin fin. Pero a veces el escritor tiene que destrozar el espejo, porque es en el otro lado del espejo donde la verdad nos mira a nosotros”.
“Creo que, a pesar de las enormes dificultades que existen, una firme determinación, inquebrantable, sin vuelta atrás, como ciudadanos, para definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras sociedades, es una necesidad crucial que nos afecta a todos. Es, de hecho, una obligación”.
“Porque si una determinación como ésta no forma parte de nuestra visión política, no tenemos esperanza de restituir lo que casi hemos perdido: la dignidad como personas”.
El encuentro nocturno de Colin y Mary con el taciturno Robert en Juego veneciano (Paul Schrader, 1990): un filme indispensable para aprehender el mundo de Harold Pinter.
Otra probadita de Pinter
Yo llegué tardíamente a la obra de Pinter. Y no a través del teatro, sino del cine. Mi primera experiencia fue hacia 1992 o 1993, con Juego Veneciano (Paul Schrader, 1990, sobre guión de Pinter, quien adaptaba la novela El placer del viajero, de su incisivo paisano Ian McEwan). El filme me caló y, de los amigos con quienes la ví, la Negra Esquivel afirmó haber tenido pesadillas. Se lo creo.
Más adelante llegaría a mis manos El retorno al hogar y, luego del 2005, cuando la entrega del Nóbel, su recopilación El amante, Escuela nocturna y sketches de revista (Ed. Losada, Argentina), así como la edición traducida por Carlos Fuentes donde figura, precisamente, El lenguaje de la montaña con otros dos títulos. Mi sugerencia a los que quieran conocer a fondo a Pinter es que busquen sus obras y las lean. Y sobre todo que procuren encontrar en alguna tienda de videos o DVD Juego Veneciano (título original en inglés: The comfort of strangers). He ahí una tragedia contemporánea en la que todos los temas propios de Pinter (las palabras como medio de ocultamiento, el erotismo enrarecido, el ejercicio del poder como forma de destrucción…) están a flor de piel, potenciados por la extraordinaria música de Ángelo Badalamenti, la vehemencia del siempre obsesivo director Paul Schrader y la fotografía, a la vez amenazante y melancólica, de Dante Spinotti sobre los paisajes de una decadente y esplendorosa Venecia. Un gran pastel coronado (factor clave para un quehacer tan sutil y contundente como el de Pinter) por un elenco de primera línea en el que sobresalen Helen Mirren, Christopher Walken, Natasha Richardson y Rupert Everett. Hasta anda por allí, perdido en un papel incidental en el epílogo, nuestro Antonio Serrano (Sexo, pudor y lágrimas, 1999; La hija del caníbal, 2003) interpretando a uno de los dos policías que interrogan a Mary.
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