Norteado, de Rigoberto Perezcano

Discretos encantos fronteriles

Un novedoso tratamiento comparte una forma distinta de mirar a la frontera y el tema migrante en la cuarta jornada de largometraje mexicano en competencia

El tema de la frontera y los migrantes, recurrente con distintos tratamientos en las cinegrafías de México y de países como Alemania, Turquía, España, Francia o India, que comparten o padecen problemas de flujos humanos irregulares y de discriminación, adquiere una perspectiva fresca, digamos “amablemente taciturna”, con el tratamiento que el documentalista zaachilense Rigoberto Perezcano le ha dado a Norteado, su multi apoyado primer largometraje de ficción.
La película se proyectó en la cuarta jornada del VII Festival Internacional de Cine de Morelia, en la competencia al mejor largometraje como Opera prima.

Una frontera en el Más Acá
En una entrevista publicada a comienzos de 2005 por el periódico chicano El Oaxaqueño, con motivo de la exhibición de su documental XV en Zaachila (México, 2003) en el Festival de Cine de Los Ángeles de aquel año, Perezcano decía a la periodista Victoria García: “Si yo filmara una película en Los Ángeles, la rodaría en el centro de la ciudad. Y trataría sobre oaxaqueños trabajando en un restaurante griego involucrados con la mafia italiana. Un poco raro ¿no?” (1).
Un sentimiento de rareza similar (perto bienvenido), despierta el buen experimento en Norteado, que comienza su metraje con un tono documental y de allí se desliza a una ficción preñada de candidez, austeridad y humor.
En breve, Norteado es la historia del mestizo Andrés García (sí: un guiño al actor mexicano de los setenta), quien deja a su familia en la Oaxaca natal para emprender el camino hacia Estados Unidos en pos de unos primos. Pero una vez en Tijuana, uno de los principales puntos de tránsito legal e ilegal, Andrés descubrirá que el salto furtivo es más difícil de lo que parece. Una y otra vez intentará, de distintas maneras, llegar al Otro lado, y una y otra vez regresará a la ciudad bajacaliforniana, donde consigue protección y amistad con Ela, la madura propietaria de una de esas tiendas abiertas las 24 horas.
Náufrago en tal tierra extraña, en cierto sentido tan desconocida como la que está más allá de la línea, el filme se ocupa de las relaciones que Andrés establece en el enclave fronterizo con otros personajes, entre ellos la joven Cata y Ascencio.
Una decisión valiosa en este trabajo es, pues, la de pensar la frontera, pero no desde “el Otro lado”, sino desde este, en una parcela de territorio que todavía es México, pero que a pesar de eso resulta tan ajena como si fuera otro mundo. Un “otro mundo” que se torna querible al espectador por el peso de los afectos en los personajes, que continuamente se mueven entre la melancolía por lo que se está dejando atrás y la esperanza por lo que se puede encontrar en el futuro. Emociones y apegos que oscilan entre el recuerdo de familias y matrias y la mordedura agridulce por aquellos seres queridos que ya brincaron, que quizás “ya la hicieron”… pero que ya no volvieron jamás.

Humor de situación
Hasta aquí, Norteado daría para una melancólica crónica de fracasos y desarraigo, pero lo interesante es que el director le entra al tema desde una perspectiva diferente, pues Norteado es una película que no pide ni se deja derrotar por el desaliento. Por el contrario, marca su distancia y se ríe críticamente de situaciones y cotidianeidades en ese ámbito de intersecciones.
Este es el atributo que más se le ha festejado hasta hoy al filme y que, de hecho, le ha abierto puertas internacionales incluso desde que era un proyecto en el papel. Sin, embargo, llegados a este punto, también hay que puntualizar que en Norteado las situaciones humorísticas lo son más por ellas mismas (por su naturaleza ligeramente absurda, casi surreal en ciertos momentos) que por un trabajo propiamente formal, de rigurosa composición escénica (con un par de excepciones, entre ellas el plano-gag dedicado a las fotos de Bush Jr., a la sazón presidente norteamericano, y de Arnold Terminator Schwarzenegger, gobernador de California, lado a lado en unas oficinas de la Border Patrol, ironizando la estudiada amabilidad de un interrogatorio surcado antes y después por escenas más oscuras, así como el inteligente contrapunto entre el discurso musical y el discurso cinemático hacia el final de la historia).
Así es. Fuera de las excepciones citadas (¿que confirman la regla?) Norteado no sobresale tanto por proponer o ejercitar una variedad de recursos cinematográficos (de composición visual, de movimientos de cámara, de cortes, de elipsis, etcétera), sino por la atención que dedica a captar a los actores aprovechando al máximo el tono con que ellos han construido a sus personajes. Hay poder en los silencios y las miradas, por ejemplo. Y en el caso de Andrés, la calculada dosis de neutralidad que le inyecta a su personaje es lo que hace estallar la risa o la carcajada con esos diálogos o reacciones parsimoniosos, algo atolondrados, en los cuales lo que cuenta no es lo que dice, sino cómo lo dice.
Norteado es también una serie de encrucijadas abiertas, con personajes que tienen las puertas de par en par para tomar elecciones (afectivas, de relación, de acción, de destino), a pesar de lo cual la mayor parte de ellas no se consuma. Eso crea una tensión adicional, acaso acertada por el hecho de que personajes como Andrés se van asimilando a la textura vital de lo que significa una frontera (el borde donde las posibilidades están allí, listas para ser elegidas, pero sin optar por alguna todavía).

De Kaurismäki a Scorsesse
Con apenas media decena de experiencias previas, y todas documentales, entre Qué pasa con tu cuerpo cuando mueres (1994) y la premiada XV en Zaachila, (2003, que ni en su momento ni después he podido ver completa), este primer largo de ficción de Perezcano ha gozado de muy buena crítica en las Europas y en el Festival de Cine de Toronto, Canadá (que es casi lo mismo).
Ya en una nota difundida por la agencia EFE el pasado 21 de septiembre desde el Festival de Cine de San Sebastián, por ejemplo, el comentarista español de cine Mateo Sancho Cardiel detallaba el cálido recibimiento de la cinta y acotaba: “Inspirada por el cineasta finlandés Aki Kaurismäki y proyectada en la sección Horizontes Latinos, Norteado llegaba avalada por haber conseguido en este mismo festival el premio Cine en Construcción cuando todavía era un proyecto”.
De Kaurismäki conozco muy poco. La siempre imprescindible Cineteca Nacional, en el DF, proyectó a comienzos de 2008, poco antes de Semana Santa, un ciclo dedicado al finlandés: casi 20 películas, de las que por cuestiones de agenda sólo pude ver una (y ni siquiera la que yo pretendía, que era Hamlet vuelve a los negocios). De todos modos conocí Los Vaqueros de Leningrado en América (1989), con ese grupo de estrafalarios músicos que viajaban desde Finlandia a Nueva York y de allí a Los Ángeles en una road movie muy inventiva y alocada que terminaba por dejarlos (fracasados en todos sus intentos, pero eso sí: muy felices) tocando para una boda en México, de este lado de la frontera.
La referencia finlandesa es pertinente. Nuestro Perezcano también se está ocupando en su Norteado de retratar a personajes periféricos y con un humor que, a veces irónico, a veces un poco satírico, muestra algunos absurdos de la realidad en que se mueven.
Pero quizás tampoco tendríamos por qué irnos tan lejos. La referencia finlandesa está muy bien, pero el hecho es que en el cine social norteamericano de los años setenta y ochenta hay por lo menos un título que tiene mucho qué ver con Norteado. Al momento en que nuestro buen Andrés García va siendo convertido en un sofá, como una estrategia mimética más para despistar a los controles fronterizos, en medio de la carcajada yo solamente podía acordarme del pobre diablo de Paul Hackett en Después de hora (Griffin Dunne en uno de los mayores filmes de Scorsesse, de 1982), quien a fin de salvar el pellejo de la horda que lo perseguía por las calles nocturnas del Soho, era transformado en una estatua de yeso de la que apenas asomaban sus ojillos y se convertía así, involuntariamente, en una versión viviente de El grito (Edward Munch, óleo y pastel sobre cartón, 1893).
La referencia es más que anecdótica. Norteado comparte (aunque desde un temperamento latino, que es necesariamente más colorido, un poco más luminoso y acaso menos incisivo) un humor levemente sombrío y, en todo caso, poderosamente conectado a lo cotidiano. Pero en los dos casos los protagonistas se mueven en ámbitos que les son esencialmente ajenos, desconocidos. Hay un fondo que intersecta ambas experiencias cinematográficas, si bien (nuevamente), Norteado se desmarca al generar un humor menos negro.

Al gato y al garabato
Aparte de lo anterior, Norteado me parece que un filme muy equilibrado en sus intenciones y sagacidades mercadológicas. Me refiero a que, con absoluta legitimidad, Rigoberto Perezcano parece haber calculado muy bien su filme, con un ojo puesto en los festivales pero el otro en el público. El resultado es digno. Entretiene y propone, buscando un enfoque distinto, una forma nueva de mirar temas tan revisitados que parecen a punto del agotamiento. Una apuesta válida.

EN VIDEO




(1) La nota se ha conservado en la página electrónica de Myspace de la periodista. El texto (donde el cineasta también se extiende sobre su proyecto Modelo tropical, un filme acerca de los trasvesti juchitecos) es asequible en:
http://blogs.myspace.com/index.cfm?fuseaction=blog.view&friendId=450120720&blogId=469476417

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