Contribución a México
Vista del mural desde el primer piso del edificio
Con el título Michoacán, 200 años de contribución a México, el Supremo Tribunal de Justicia (STJ) de Michoacán inauguró este miércoles un mural que conmemora a los michoacanos que intervinieron en las luchas de Independencia, en el periodo de la Reforma y en la Revolución.
La obra, en técnica de óleo sobre tela y con dimensiones de 17 metros de longitud por 6 metros de altura, se aloja en el vestíbulo principal de la sede del poder judicial michoacano, donde fue inaugurada por el gobernador de la entidad
Los antecedentes
La idea de emprender una obra de estas características se remonta al origen mismo del actual edificio del Supremo Tribunal de Justicia. Desde su diseño, el proyecto arquitectónico de la actual sede del Poder Judicial, impulsado por Jorge Orozco Flores e inaugurado en 2006, ya preveía el muro del vestíbulo como soporte para un fresco.
Hace todavía un año, el anteproyecto para esta obra por parte del STJ y del Consejo del Poder Judicial del Estado de Michoacán contemplaba una inversión de medio millón de pesos. Mientras, los artistas que han consumado el mural fueron convocados tras un proceso de auscultación y concurso.
Los realizadores seleccionados han sido, todos ellos, exponentes de la pintura moderna mexicana y todos han tenido experiencia muralística: José Luis Soto (Celaya, 1948), Luis Palomares (Morelia, 1931), Jesús Escalera Romero (Peribán, 1933-Morelia, 2009) y Janitzio Escalera Coria (Morelia, 1958).
El primero de los cuatro citados, en entrevista con este blog, indicó que el proceso de trabajo para la obra demandó cuatro meses de labor directa, en técnica de óleo, sobre la tela preparada en el muro, los cuales fueron antecedidos por un año de tareas de planeación (el “trabajo de mesa”) y bocetos.
Retratos, signos, alegoría
El resultado es una obra alegórica que combina el retrato de diferentes protagonistas michoacanos de la historia nacional con símbolos y signos alusivos al México constituido por esos procesos.
Dividido en tres partes, tal disposición es el primer rasgo alegórico, ya que cada segmento distribuye el espacio a partir de los colores de la bandera nacional mexicana: el verde, dedicado al periodo de la Independencia; el blanco, correspondiente a la Reforma, y el rojo, destinado a la Revolución.
El mural comienza con el segmento El despertar del México independiente, emprendido por José Luis Soto.
El segmento en verde, dedicado a la gesta de Independencia.
Independencia en verde
Un retrato de Morelos sosteniendo el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana es el motivo principal de este segmento. Le secunda en protagonismo un plano en el que aparecen las distintas banderas y blasones de la gesta insurgente (del estandarte de El doliente de Hidalgo hasta la bandera del Ejército Trigarante), acompañadas por el perfil de una cabeza de águila en actitud guerrera. La composición incluye un busto de la Corregidora, Josefa Ortiz de Domínguez
Estos dos planos monumentales (el de Morelos y el de las banderas con el águila), tienen como soporte integrador otros dos planos que, intercalados a los primeros y en orden ascendente, comienzan en la base del mural con una imagen en la que figuran los conspiradores de Valladolid en torno a una mesa. En la mesa se ve el mapa de la península ibérica y, justo sobre España aparece, en posición de jaque mate, la diminuta pieza de un rey negro del juego de ajedrez.
Este plano continúa detrás de los conspiradores con alusiones a distintos levantamientos populares previos al estallido de 1810 y con una imagen de la catedral de Valladolid.
El segundo plano registra la entrada triunfal del ejército de las Tres Garantìas al zócalo de la ciudad de México. Uno de los elementos interesantes en esta parte de la composición es la silueta de la pirámide del Sol de Tenochtitlán, que se transparenta sobre el edificio del actual Palacio Nacional.
El segmento central, en blanco, dedicado al periodo de la Reforma.
La Reforma nívea
Si Morelos es el personaje central del primer segmento muralístico, Melchor Ocampo es la figura que domina el segundo, que fue proyectado por Jesús Escalera pero que fue concluido por su hijo, Janitzio, tras el fallecimiento del primero en un accidente automovilístico a comienzos del pasado mes de agosto.
En esta parte de la composición, Ocampo sostiene un ejemplar de las Leyes de Reforma, entre jirones de blanca bruma que también surcan el retrato de otros tres personajes del periodo, todos bajo el cobijo de una estilizada águila que, en esta ocasión, ya porta en el pico una serpiente y ostenta el penacho característico, no de las águilas, sino de los quebrantahuesos, tal como podemos distinguir al ave en cualquier moneda y en la bandera nacional.
A los pies de la composición y de forma muy disimulada aparece, derrotado, un personaje del clero, a cuya derecha se advierte una cruz y, al lado, monedas que podrían o no aludir a los treinta denarios que sirvieron de pago a la traición de Judas.
El segmento en rojo, dedicado al periodo de la Revolución
En rojo… y azul
A diferencia de los dos segmentos anteriores, el que se dedica al México que surgió de la Revolución Mexicana no tiene a un protagonista en particular. Las imágenes de Lázaro Cárdenas del Río y de Francisco J. Múgica (ambos militares y estadistas) aparecen, austeros, en la periferia de una composición donde hay cuatro elementos dominantes: un enorme sol amarillo que se asoma sobre una montaña; la figura de una anónima soldadera, dos bustos equinos (en azul y rojo) entre llamas y una estilizada paloma de la paz que en el pico sostiene un documento en el que está escrito “2010” en números romanos.
Cierra esta parte de la obra, realizada por Luis Palomares, una alusión a la tecnología en la forma de una locomotora y de herramientas fabriles que se distinguen en la base del mural, área a la que también se integran los números 27 y 123, que junto con el 3º, implican artículos constitucionales fundacionales, engendrados por el México que surgió de la Revolución.
Los autores José Luis Soto, Janitzio Escalera y Luis Palomares.
Celebración en perspectiva
Michoacán: 200 años de contribución a México, es un mural de intención celebratoria, emprendido de cara a la oportunidad que brindan las conmemoraciones del bicentenario y el centenario del año próximo.
En ese sentido, procura festejar los tres momentos emblemáticos para la conformación de nuestra nación durante los últimos dos siglos.
Perdura en el ejercicio la noción muralista mexicana que hace del fresco, al mismo tiempo, mensaje y propaganda. También es una obra que procura respetar los códigos esenciales que fueron establecidos por el muralismo nacional de hace casi un siglo (el sentido celebratorio ya citado, a lo que se añaden el tratamiento monumentalista, los colores cálidos y vibrantes, las formas atentamente configuradas desde la geometría, entre otros códigos estéticos específicos).
Sin embargo, aunque el trabajo cumple como una recapitulación y una apología (y en tal sentido es una tarea correcta, alegre y festiva, que vuelve sobre los rostros y las gestas de la historia nacional), también hay que decir –y esto es una nota bene– que el trabajo no parece alcanzar la convicción que el muralismo de hace cincuenta años todavía despierta ahora.
Aquí hay una observación crítica, pero benévola.
Escenarios y definición
Ante todo (ahora que ya no dependo de otros amos que no seamos yo y mi conciencia), me gustaría que lo que quiero decir se comprenda correctamente. Me explico:
Cuando a fines del siglo XIX y comienzos del XX los artistas latinoamericanos modernos a la Europea (caso de Diego y de Siqueiros, en nuestro país), regresaron de sus correrías por el Viejo Mundo y comenzaron a innovar estilos, a partir de los cuales se generaría un arte moderno latinoamericano legítimo, no sólo estaban creando nuevas configuraciones estéticas, sino que se planteaban intervenir la realidad a través de sus ideas y de sus propuestas artísticas.
Este fue el caso del muralismo, que celebraba con vehemencia unos ideales de país que el nacimiento de un nuevo orden, al término de la Revolución, hacía aparecer como asequible. Es decir: los muralistas creían absolutamente en el país al que saludaban en sus invenciones nacionalistas. De allí el brío y la autenticidad que se puede respirar en los mejores frescos que nos legaron.
Pero tanto la situación del país como el clima que se respira ochenta años después son muy distintos y esta realidad es la que hace difícil que un artista actual (sea cual sea) pueda despertar a una convicción profunda y definida en torno a los temas de que se ocupa una obra como esta.
La placa develada por el gobernador del Estado
Tres apuntes
Por ejemplo, en términos de vigor y de energía, el segmento mural concebido por el maestro José Luis Soto es el que ostenta aquí la potencia más definida, así como la sagacidad plástica mejor articulada. Esto se debe, en parte, a esos activos y enérgicos trazos (casi de primera intención) que surcan como vendaval la composición y que le añaden dinamismo a escenas esencialmente bélicas, y en parte por la muy estudiada organización compositiva desde sus dos pares de planos, que se alternan en una disposición de 1-4 / 2-3, a lo que se agregan preocupaciones interculturales que le son muy cercanas al autor (el caso de la pirámide que se transparenta en Palacio Nacional). Es por cuestiones como estas por las que este segmento se revela como la parte más viva del mural y, en ese tenor, la más honesta.
En este resultado también tiene que ver el hecho de que hay en la composición del maestro Soto un personaje fuerte e indiscutible: Morelos, quien al lado del águila le da sentido a todo lo demás.
Pero esta honestidad vital, de la que se desprende el vigor del segmento en verde, comienza a echarse de menos en las otras dos intervenciones. La parte central del mural parece la menos convincente, pero sobre esto no abundaré. Muy difícil debió ser, en los hechos, suplir la inesperada pérdida del maestro Escalera Romero.
Mientras, el segmento en rojo, emprendido por el maestro Luis Palomares y alusivo a la Revolución, despierta un inquietante sentimiento de indefiniciones. Ni el general J. Múgica ni el general Cárdenas parecieron lo suficientemente decisivos para darles un protagonismo más explícito. Y el caso es que tampoco se le entrega ese protagonismo a ninguna de las otras imágenes-idea que surcan esta parte del mural: ni la soldadera, ni el sol o los caballos. La misma Constitución (que es como el Acta de Nacimiento de un país) se antoja opaca. Hay un gran virtuosismo técnico en la solución pictórica; hay una muy buena composición, pero no la acompaña el apasionado nervio de quien asume una idea y se vuelca en ella con todas sus entrañas.
El virtuosismo, la convicción
Lo anterior no quiere decir en absoluto que los maestros Palomares o Escalera Coria no sean buenos artistas, o que el maestro Soto sea superior a ellos. Cada uno, por sí mismo, ha construido una trayectoria sólida desde preocupaciones temáticas y estilísticas particulares.
En cambio, lo expuesto sí quiere llamar la atención al hecho de que, enfrentados al compromiso de emprender una obra que celebre doscientos años de presencia michoacana en las gestas decisivas para la construcción de un México post revolucionario que hoy se revela absolutamente extenuado, les es difícil conectarse con embelesos y convicciones genuinos.
Está presente el virtuosismo, el sello de cada uno de los autores (maravillosamente integrado con el de los otros compañeros de creación), pero no se advierte –salvo en el caso del maestro Soto–, cuáles son realmente aquellos ideales y valores en los que los artistas depositan su fe.
Un reportero de fuentes políticas robando cámara ante el mural
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