Game Over, exposición colectiva
La galería del Archivo Histórico Municipal de Morelia (Museo de la Ciudad) abrió la actividad cultural capitalina el Día de Reyes con una muestra llena de punch, audacia e irreverencia; un grupo de jóvenes autores ensaya lecturas y evocaciones de infancia a partir de la instalación, el collage y el arte objeto
Miedoso (Óleo sobre madera, clavos y juguete. Leo Flores, 2009), una de las obras que más se arriesga en la colectiva del Museo de la Ciudad.
No es frecuente, pero cuando ocurre, es motivo de fiesta. La primera actividad cultural en Morelia es una colectiva de extraordinaria garra y audacia. El Museo de la Ciudad inauguró ayer, 6 de enero, la muestra Game Over, organizada por integrantes del colectivo Uh-lalá Team y en la que participan autores de formaciones diversas, desde los autodidactas hasta los que cursan actualmente estudios en la Escuela Popular de Bellas Artes.
He aquí una exposición colectiva en la que sus 22 firmantes (varios con seudónimo, de modo que es difícil saber cuántos autores distintos son en realidad) ofrecen un abanico de propuestas que comparten una misma intensidad a la hora de mirar a la infancia con ojos ensoñadores, críticos, melancólicos, ácidos, crueles o juguetones.
En este sentido, Game over es un verdadero festín y así nada más, arrancando el año, ya augura quedar entre las muestras más interesantes de la ciudad en este 2010, a cargo de realizadores locales.
Elefante (plastilina, óleo, plumas y material reciclado. Caro, 2009)
Íntimo Elefante
Un elefante bebé se sienta y se brinda a sí mismo un refrescante baño en Elefante, una de las primeras obras que integran esta exposición y que está firmada por Caro.
Este primer trabajo tiene lirismo íntimo y un juguetón aprovechamiento de sus materiales reciclados, entre los que sobresale el empleo de una nívea pluma para representar el chorro de agua que fluye desde la trompa del paquidermo.
La obra, de pequeñas dimensiones, cumple como una estampa muy sintética y que, sin derrapar nunca hacia lo cursi (acaso porque el temperamento kistch ha sido conscientemente asumido), propone una mirada luminosa hacia lo que ha sido la propia niñez.
Sin título (arena de mar, fichas y metal. Tsade, 2009)
Para crear castillos
También sintética e íntima es una pieza de arte-objeto sin título que figura a un lado de Elefante. Esta obra, firmada por Tsade, consiste en un perol lleno de arena de mar. Un cucharón de metal de largo mango acompaña a la composición, que se completa con varias fichas y esferas de plástico sembradas en la arena.
La evocación de la niñez desde estos recursos tan simples abre, en su sencillez, la posibilidad de distintas lecturas, pero la más interesante tiene que ver con todo el potencial latente en la pieza. Arena, cuchara y esferas. No falta nada más para construir, a partir de esos materiales, los mundos y personajes que a uno se le antojen. Aquí reside la mayor fortaleza del trabajo, en toda la latencia que atesora.
Horses Box (Textil, piel y ensambles de plástico. Miguel Ángel Herrera, 2009)
Juguete y metáfora
Más malicioso que los otros autores, Miguel Ángel Herrera y su Horses box propone un discurso más atento a las realidades que habitamos y para las cuales su instalación es una suerte de juguete-revelación. La pieza consta de una caja de mimbre pintada de negro. En lo alto de ella, un perro caracterizado con un sombrero y con la cabeza montada sobre un cuerpo equino, generando un inquietante proceso de hibridez, vigila atentamente a otros tres personajes, caballos todos ellos, que interactúan con la caja, ya fundidos a ella o en sus inmediaciones.
Detrás de la aparente simplicidad de la composición hay, pues, un orden y un discurso que tienen que ver con la vigilancia, la autoridad, las mutaciones y el mantenimiento de un status quo. Un trabajo muy interesante.
El mono y el avión (Fieltro relleno en estambre. Julieta H. Ferrer, 2009)
Espejo de suelo y cielo
En El mono y el avión (fieltro y estambre), Julieta H. Ferrer plantea un lúdico juego de espejos. Los reflejos ya vienen dados desde el título, que se resuelve en la construcción de dos figuras casi idénticas: una en cálidos colores y la otra en neutros blanco y negro, que también resultan más duros, más rígidos.
Entre una y otra, las semejanzas formales crean una tensión que es enfrentada por otra, la el contraste cromático. Volveremos a ver este recurso en otras obras de la colectiva, pero aquí hay una bella operación de mímesis, en la que una imagen se torna el alter ego de la otra, haciendo suyo ese atributo del pensamiento infantil en el que un agente es capaz de tornarse completamente el otro, en aras de las reglas del juego.
Muñecas para niñas que escupen fuego (Tela, plástico y estambre. Niño, 2009)
Alien como tú
Uno de los grandes momentos de esta colectiva es la escultura Muñecas para niñas que escupen fuego. ¿El tema? La Otredad.
Pregunta: ¿Con qué juegan las niñas dragones?
Respuesta: con muñecas que representan suculentas niñas humanas.
El principio de metátesis que alienta a este trabajo (invirtiendo roles) no es nuevo, claro, pero la solución del autor es lo bastante traviesa y eficaz para darle a la pieza una gran potencia. Ya como ocurrencia, ya como juego de espejos que se convierten en ventanas para mostrarnos otra realidad, la del de junto, la del diferente, la del extraño. A pesar de lo cual, siempre hay una oportunidad de ponerse en los zapatos del otro para coexistir.
Aparte de esta lectura esencial, este trabajo se corresponde un tanto con las intenciones de Horse's box en la manera de abordar otredades híbridas, mutantes, que trastocan el orden establecido con una sana nota de anarquía
Melting house (Ensamble. Simulacra, 2009)
La imagen punch
Cruel como pocos, pero al mismo tiempo totalmente caricaturezco, el ensamble Melting House (es decir, Casa disolviéndose) es ante todo un gag, una imagen-punch.
He aquí, a primer golpe de vista, a un personaje vagamente reptílico, al que la casa le ha caído en la cabeza y lo ha convertido en una sanguinolenta mancha en el piso.
La propuesta es sencilla pero eficaz. Hace suyo, a partir de esta primera lectura, el discurso tan particular que en su momento tuvieron las antiguas caricaturas de la firma Warner (siempre más anárquicas que las que producía la casa Disney).
Sin embargo, una vez acometida esta primera aproximación, esta obra tiene un sentido adicional que es muchísimo más perturbador. En realidad, respondiendo al título del trabajo, Melting house es precisamente eso: un hogar que se disuelve en sangre, en tanto que un cerdo y un perro beben del vital líquido, dándole al asunto una nota de cruel nihilismo adicional. Una imagen muy poderosa acerca de la violencia, de la desintegración, de todos esos factores que le han ido arrebatando al ámbito doméstico su papel habitual como espacio de la familia, "célula de la sociedad". Un trabajo notable.
Sin título (Ensamble. Paulina Morales, 2009)
La CiFi rupestre
Dando una relectura, a partir del empleo de materiales alternativos, a la cultura pop de la que es heredera, Paulina Morales presenta un ensamblaje sin título que recupera el tema de los invasores del espacio y los folletines (pulp) de aventuras de fantasía y ciencia ficción.
Un rasgo de enorme valor (que emplearán a su vez otros autores de esta colectiva) tiene que ver con la selección de materiales para darle forma a esta visión. En efecto, la autora toma personajes y situaciones de la CiFi, pero en vez de acudir al metal o al plástico, echa mano de cortezas y madera para crear a los personajes.
La sensibilidad implícita en esta elección de materiales (que hablan de una cultura regional) para darle voz al discurso de las formas (procedentes de la cultura primermundista sajona) es un deleite.
Robot-Pulpo (Díptico en acrílico sobre madera. Bolla, 2009)
Monstruos y robots
Otro de los trabajos que acude a la cultura pop de las series televisivas y de la estética de los dibujos animados que la ha definido en los últimos quince años es el díptico Robot-Pulpo, que nos muestra el duelo entre los dos personajes del títulos, ambos cifrados desde una composición de trazos gruezos y bien modulados, colores planos y una paleta muy económica.
Un juego en sí misma, la composición recupera entrañablemente la cultura mediática que define a la generación del autor.
Los óleos sobre madera y juguetes Miedoso y Sin título (Leo Flores, 2009)
Guiños de Ero-guro
Recuperando en lo general las lecciones del estilo Muzan-e y su estética de violencia gráfica explícita que apareció en Japón a fines del siglo XVIII, aunque su paternidad en términos contemporáneos se la debamos al autor nipón Maruo Suehiro (Nagasaki, 1956), los dos óleos sobre madera de Leo Flores, Miedoso y Sin título, son Ero-guro en estado proteico, absoluto: cuerpos mutilados, rostros dolientes, personajes infantiles víctimas de una violencia al mismo tiempo física y espiritual.
Muy sombrío, debido a los temas de que se ocupa, el díptico presenta dos torsos desnudos, el de un niño y el de una niña ya puberta. Ambos con el rostro sufriente (miradas agónicas, gestos ya aturdidos o suplicantes, con la faz surcada por hilos de sangre reseca), los personajes comparten la mutilación de los brazos (la parte del cuerpo con la que nos extendemos hacia el mundo) y del tronco. Desventrados, la tortura ha incluido (en Miedoso) la introducción en la boca del niño de un patito de hule, a modo de bozal, así como el desgarramiento de una oreja, y (en Sin título) la obscena presencia de unas piernas de muñeca Barbie que se asoman por la boca de la casi adolescente, que para ser más cosificada ha sido semidegollada con un collar de perlas.
Los trabajos no tienen vuelta de hoja. Desde una perspectiva muy precisa nos hablan de la corrupción de la infancia a partir de la violencia y de la imposición de estereotipos que siembran en la niñez ciertos juguetes (por cierto, felicidades: pocas veces se ha interpretado con tanta acidez la perversidad implícita en las muñecas Barbie y todas sus variantes, llámeseles Bratz, Princesas o lo que se quiera).
Desde otro punto de vista, cuya lectura se superpone a la primera, el díptico habla también de uno de los más extendidos males de nuestra era post Festen (Thomas Vinterberg, 1998): la violencia sexual contra los niños
Ante obras como estas (hay que advertirlo), algún visitante puede sentirse legítimamente horrorizado, al punto de reprochar lo sucio y lo extremo de estas obras. Pero precisamente ante trabajos como este es indispensable que los espectadores no se queden en la mera provocación, sino que se pregunten qué es lo que el autor nos dice.
Porque estamos ante expresiones legítimas. Leo Flores no está haciendo sexplotation. Al contrario: nos ofrece una mirada cuestionadora a la que no le tiembla el pulso a la hora de acudir a una de las formas más sádicas y grotescas de la expresión gráfica para impugnar un problema ético que es el pan diario en sociedades tan desestructuradas como la nuestra. Mira de frente una realidad y nos comparte el acceso a ese portal que lleva a las mazmorras más lúgubres del espíritu humano.
¿Duele? Sí. Pero en trabajos como este díptico importa no asustarnos de lo que vemos, sino, en todo caso, atender a lo que quiere hacernos ver el realizador. Dos piezas muy valerosas.
Juega conmigo (Textil. Araceli Merlos, 2009)
Juega conmigo
En el textil Juega conmigo, Araceli Merlos nos presenta otra obra provocadora a causa de su ambigüedad. Algo hay de amedrantador en ese osito de peluche que, en principio, parecería absolutamente inocente, de no ser por elementos de alteridad como la largueza con que se prolongan sus piernas hacia abajo y la forma en que pende ante una ventana.
Como sea, mucho menos macabra que en el caso de Leo Flores, Merlos nos azuza con el temor que todos experimentamos ante el desafío de una nueva aventura. Es un temor luminoso, porque no proviene de una amenaza sino de un desafío.
Particularmente eficaz, en términos de solución visual, es la manera en que el rostro del oso ha sido concretado con la presencia de una escafandra de buzo que hace las veces de la nariz, los carrillos y la boca del personaje.
La imagen de la escafandra le otorga al ejercicio una de sus metáforas poéticas más precisas: la de sumergirnos en algo, la de rastrear el fondo de algo. Con Novalis (uno de los mayores románticos del siglo XIX), Merlos nos dice en esta pieza: "hacia dentro lleva el camino". En este caso, el camino del juego.
Barbie en aprietos (Óleo y acrílico sobre madera. Yoaltizitl, 2009)
Acechanza e indefensión
Acometiendo ideas similares a las de Leo Flores, la mixta Barbie en aprietos, que firma Yoaltizitl, vuelve sobre uno de los índices de aquel trabajo: el del abuso sexual y la violencia contra los niños. Hay un buen trabajo técnico a la hora de ensamblar e integrar los materiales de soporte (la madera y el cristal o plástico) y una imagen despojada, en la que una niña semidesnuda, apenas con la cabeza tocada por un gorrito de conejo blanco y unas bragas anaranjadas, se encoge sobre sí misma, abrazando a su muñeca, expectante ante la acechanza de un personaje al que no vemos.
Twenty years ago (Foto digital. Roxio Cuin, 2009)
Hacia el pasado
Tres fotografías digitales de Roxio Cuin nos llevan a un nostálgico viaje al pasado en el tríptico Twenty years ago al exhibir, en sendas imágenes, juguetes que hace veinte años fueron populares y que ahora perduran como un ejercicio mnemótico, como huellas del recuerdo, como apariciones espectrales de lo que un día fue.
Todo el efecto y el valor de este trabajo reside en el tratamiento que se le ha dado a las fotos, manipulándolas, para resaltar sus tonos avejentados, la mirada cenital (es un decir, ya que el encuadre no capta a los juguetes desde arriba, pero sí los enfoca y acentúa desde bordes fundidos en negro) y el protagonismo de cada objeto contra un paisaje campirano.
Todos estos tratamientos se resuelven en un definido sentimiento de melancolía que es quizá una de las notas más honestas de la colectiva.
Sin título (Políptico fotográfico. Valfre, 2009)
El hada enclaustrada
En su políptico fotográfico Sin título, Valfre propone seis atisbos a un personaje enclaustrado en el cuarto de sus juguetes. He aquí a la propia infancia como un hada de vestido, alitas y antifaz coexistiendo con peluches, casitas de muñecas e inquietantes collages y fotomontajes en los que asoma un Otro Yo.
Pensado un poco a la manera de los caleidoscopios, pero también con guiños que pueden remitir a la idea de la Linterna mágica (esos aparatos precursores del cinematógrafo), el políptico se organiza en seis cajitas vestidas con telas de colores y el conjunto (tanto por el tratamiento de cada foto en sí como por la composición del conjunto) rezuma un potencial evocativo que lleva indistintamente de la dimensión del recuerdo a la de lo imaginado y del ámbito de lo cotidiano al de lo sagrado. Una propuesta mucho más interesante de lo que aparenta a simple vista.
Caja boot (Cartón, plástico y papel recolectados mediante pepena. Sucio Curiot, 2009). Varios detalles a la instalación que incluye soldaditos de juguete, autos de plástico y un gigantesco personaje concebido, no a partir de metal, sino de cajas de cartón.
A lo gigante
La instalación Caja Boot, firmada por Sucio Curiot, ocupa completamente una sala de la galería y recupera eficazmente el espíritu apocalíptico de cierta tendencia del anime japonés que había sido tempranamente inaugurada en el cine de los años cincuenta por las películas de Godzilla (Ishiro Honda, a partir de 1954) y luego por toda una serie de robots gigantes cuyas series sembraron las historietas y la TV (de Goldar a los Transformers y de el Hombre de Acero a Reboot, pasando por Evangelion y los plateados personajes de Ultramán, Ultraseven et al).
Lo delicioso de esta instalación es que revierte a una cultura del desecho y del cartón la estética primermundista original, que endiosa (o que demoniza) a la tecnología. En este sentido, al mismo tiempo como una crítica a la impostura del High Tech y como un homenaje a esas sofisticadas fantasías que alimentaron el espíritu aventurero de la niñez, la pieza derrocha con frescura y ludismo deliciosos sentidos naive y kistch. En medio de ellos, el monumentalismo de la instalación también devuelve al espectador a la estatura física de un niño de tres años. Deliciosa.
Porny edición 1 (Textil. Twoh Porno, 2010)
Ante la masificación
Conservando el ludismo, el espíritu juguetón, el textil Porny edición 1 nos muestra a una serie de personajes de tela, entre los cuales sobresalen etiquetas de marca, todos prendidos por una red de la cual penden en un marasmo de cuerpos confundidos.
Un poco como en el caso de la instalación de Favio Martínez (de la que me ocupo más adelante), en este trabajo el empleo de la tela le da una gran calidez que sirve para mediar los aspectos más lúgubres del tema.
Perdura, en todo caso, una mirada crítica hacia la masificación (ya de gustos, ya de modas, ya de perversiones) en el abigarrado agl0meramiento de personajes cautivos de sus pasiones, deseos y gustos.
Más allá de esta primera lectura, llama la atención que este trabajo sea, además, el lanzamiento de una franquicia local. En efecto, estos muñecos Porny representan la primera generación de una serie de diseños que se pondrán en breve a la venta, como juguetes que responden a una estética actual (heredera de Ren y Stimpy, por un lado, y de una estilística emo, indudablemente).
Depósito de deseos (Globos de papel metálico, papel y cascabeles. Malam, 2009)
El entrañable kistch
No es un gato (aunque parece), sus ojos son a la vez lentes y antifaz. Con la boca de corazón, los cascabeles al cuello y su cuerpo plateado relleno de helio (o simplemente de aire, ya que no flota), Depósito de deseos, firmado por Malam, es otra notable aproximación a la dimensión feérica de la infancia.
La composición tiene además una conexión bastante precisa con el tema de los Reyes Magos (contexto del día en que se inauguró la colectiva) por el empleo de globos como los que tradicionalmente se emplean para mandar las célebres cartitas y con los cuales constituye el cuerpo y la cabeza del personaje.
Muñeca de trapo (Tela y acrílico. Viry Ordaz, 2009)
Sueños y agonías
Engañosamente inofensiva, la mixta Muñeca de trapo, de Viry Ordaz se ocupa con gran simplicidad de un tema esencial: el agridulce sabor de la infancia, con sus sueños y sus dolores coexistiendo y configurando las actitudes del niño y del futuro adulto.
La autora participa con una obra de arte objeto, un collage entre pintura acrílica sobre madera y el empleo de textiles y rellenos. Desde estos recursos, crea la imagen de una muñeca que sería totalmente neutra de no ser porque su cuerpo ha sido surcado por pequeñas salpicaduras de azules y rojos que se extienden por el fondo de delicados amarillos y que encuentran su eco en pequeñas esfera de tela de los mismos colores, que expresan a su vez placidez y pasión, ensoñación y sufrimiento, anhelos y sangre.
Sin título (Fieltro y materiales reciclados. Favio Martínez, 2010)
Alevosía y calidez
Uno de los trabajos más vistosos de esta colectiva es la escultura con fieltro y materiales reciclados Sin título, emprendida por Favio Martínez. La pieza exhibe (con un espíritu muy afín al discurso y los principios de los dibujos animados) una situación entre tres personajes. El primero de ellos sostiene una caña de pescar de la cual pende, a modo de señuelo, un ave. Debajo de ella, un gato enfundado en el cuerpo de una oruga mira atentamente a la suculenta presa, ignorando la trampa.
Lo interesante de la situación anterior es la manera en que un depredador nato (el felino) está a punto de convertirse en presa mediante la estratagema del cazador. A pesar de esto, lo cautivador del trabajo es que (no obstante cierto gesto alevoso de parte del primer personaje), el empleo de los materiales, en los que sobresale el fieltro, las telas, unos tenis y el hule-espuma, le otorga a la obra una enorme calidez que hace de la obra, en su conjunto, algo mucho más humorístico que dramático.
Run-Run (Instalación con camiones de carga de plástico. Asiatik, 2009)
La proliferación en serie
Muy atento a "la amenaza asiática" desde su propio seudónimo (Asiatik), el autor de la instalación Run-Rún nos ofrece una atenta mirada a la invasión del los productos baratos y en serie en el mundo moderno. En otras palabras, el asalto de la uniformidad.
La obra consta simplemente de un centenar o más de diminutos camioncitos de volteo que, como hormigas, trazan un camino poderosamente acentuado por la tensión visual que se establece entre la sucesión de figuritas idénticas (que en función de eso crean un ritmo), en contraste con el popurrí de colores que chocan entre sí (y que generan un ritmo distinto).
Un trabajo muy bello por la sencillez con que acomete un asunto de múltiples lecturas y que además le demanda al espectador un rasgo esencial de la niñez: el de prestarle atención a lo que hay en el piso.
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