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Este domingo, en la Muestra Internacional de Cine, se exhibe La caja de Pandora, quinto filme de la cineasta turca Yesim Ustaoglu que fue galardonado con la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián.
El filme destapa la caja de los relámpagos cuando la vida de tres hermanos se ve momentáneamente alterada por la desaparición de su anciana madre, enferma de Alzhaimer, y tienen que partir en su búsqueda hacia su pueblo natal, en la costa montañosa del Mar Negro.
Como road movie, esta película nos plantea un viaje físico donde se desahogarán viejas rencillas, diferencias en cuanto a modos de abordar el presente o el futuro, e incluso el pasado. Una prueba de la vida en la que deseos, miedos y frustraciones saldrán necesariamente a la luz cuando, por fuerza, la nueva situación hace necesario aunar esfuerzos y relajar diferencias para lograr salir airosos. Pero también es un viaje hacia el interior de las relaciones humanas, hacia el cómo se afronta la incómoda realidad de la vejez, la enfermedad, los prejuicios acompañantes y, en definitiva, la soledad que acarrea casi siempre la cara b de la vida, esa parte menos grata que de vez en cuando a casi todos, de un modo u otro, nos toca afrontar.
Relato contundente, radiografía dura y demoledora que no incurre en el melodrama lacrimógeno, hecha con ritmo pausado pero con suficiente sensibilidad, La caja de Pandora logra adentrarse en cada uno de los personajes y transmitir de forma más que correcta sus contradicciones y sus sentimientos, a pesar del ritmo extraordinariamente lento en varios de sus momentos, para reflexionar sobre el destino de los débiles o de los enfermos cuando ya no cumplen un papel social activo y sobre los grandes contrastes todavía existentes entre el medio urbano industrializado y el rural, así como acerca de las relaciones generacionales siempre conflictivas que, en este caso, se resuelven mediante un extraña pero positiva sintonía entre la abuela, excelentemente interpretada por la francesa Tsila Chelton, papel que le valió la Concha de Plata a la Mejor Actriz, y el nieto, un adolescente que todavía no ha encontrado su rumbo, a cargo del joven actor Onur Unsal , con una interpretación menos brillante, aunque aceptable.
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