El personaje de Lenin (Alejandro Herrera) en la puesta en escena de la agrupación jalisciense La Nao de los Sueños, dentro de las Jornadas Dionisiacas.
Absolutamente desechables, instalados en el sótano de la cadena no sólo alimenticia, sino existencial, tres adolescentes psicóticos coinciden en un departamento sucio y abandonado. En el socavón viven los hermanos Lenin (Alejandro Herrera) y Simón (Jesús Sánchez), quienes comparten un pasado turbio, violentados de diversas formas por sus padres. Hasta ahí llega Barreto (Ernesto González) para afinar los detalles de un asunto sórdido que se traen entre manos. Barreto se quiere suicidar; no sólo para ponerle fin a una vida a la que no le encuentra sentido, nublada por capas interminables de rencor, sino para vengarse de sus padres, a los que les achaca todos sus males. Lenin tiene una idea parecida, que además quiere compartir con su hermano menor Simón (Simona, todavía niña, en la dramaturgia original de Mariana Lecuona).
La manera en que los personajes alcanzarán sus fines y, sobre todo, la forma en la que nos permitirán ir descubriendo los motivos de su desesperación, establece el desarrollo de Comida para gatos (Mariana Lecuona, 2001), una pieza trágica de la que el grupo jalisicense La Nao de los sueños ofreció su versión en la segunda jornada del encuentro Jornadas Dionisiacas, en Morelia.
Absolutamente desechables, instalados en el sótano de la cadena no sólo alimenticia, sino existencial, tres adolescentes psicóticos coinciden en un departamento sucio y abandonado. En el socavón viven los hermanos Lenin (Alejandro Herrera) y Simón (Jesús Sánchez), quienes comparten un pasado turbio, violentados de diversas formas por sus padres. Hasta ahí llega Barreto (Ernesto González) para afinar los detalles de un asunto sórdido que se traen entre manos. Barreto se quiere suicidar; no sólo para ponerle fin a una vida a la que no le encuentra sentido, nublada por capas interminables de rencor, sino para vengarse de sus padres, a los que les achaca todos sus males. Lenin tiene una idea parecida, que además quiere compartir con su hermano menor Simón (Simona, todavía niña, en la dramaturgia original de Mariana Lecuona).
La manera en que los personajes alcanzarán sus fines y, sobre todo, la forma en la que nos permitirán ir descubriendo los motivos de su desesperación, establece el desarrollo de Comida para gatos (Mariana Lecuona, 2001), una pieza trágica de la que el grupo jalisicense La Nao de los sueños ofreció su versión en la segunda jornada del encuentro Jornadas Dionisiacas, en Morelia.
Jesús Sánchez en el papel de Simón, el hermano menor de Lenin. En la dramaturgia original de Mariana Lecuona el personaje es Simona, una puber todavía niña.
Una pieza híbrida
Híbrida por derecho propio, esta pieza se mueve entre los ámbitos de lo real y lo irreal. Oscila entre la miseria física, dolorosamente material en la que habitan los personajes, y toda una gama de horrores y maravillas que pulsan más allá, en las honduras de sus mundos interiores.
En este último sentido, será Simón (nuevamente: Simona, casi una niña, en el texto original de Lecuona) la puerta de acceso a ese mundo fantástico en el cual lo mismo se agitan, inquietantemente, latencias incestuosas y numinosos atisbos sólo asequibles al pensamiento infantil.
Pesarán en la puesta, sin embargo, las muchas orfandades que ciegan y deforman a los personajes por dentro.
Oscilando así, entre lo que sería una experiencia escénica heredera del teatro-documento que nos legó el sueco Peter Weiss hace cincuenta años, pero con los componentes políticos hondamente incrustados y casi ocultos en la exhibición de su tejido existencial, Comida para gatos es una radiografía de nuestro mundo moderno: este mundo post Festen (Thomas Vinterberg, 1998) donde los padres que asaltan sexualmente a sus niños y que los maltratan de muchas otras maneras son el pan de todos los días.
Y fruto de su circunstancia, nuestros tres personajes devienen algo así como los tres tristes tigres del trabalenguas popular (pero sin siquiera trigo qué tragar, dada la visión totalmente trágica): potencialmente provistos de todo para salir adelante, pero fatal y tempranamente envenenados del espíritu. Barreto es un rencor vivo; Lenin, una mueca de dolor. Simón, desde su beatífica inconsciencia de niño, es una caja de resonancia que proyecta, sin discriminación, relámpagos de horror y maravilla.
Los personajes de Barreto y Lenin, en primer plano. Simón al fondo.
De la puesta en escena
Teatro espejo, teatro reflejo, Comida para gatos le toma el pulso a una realidad de carencias infinitas. Pero a nivel de dramaturgia, el rasgo más demandante parece ser la tensión que el texto exige para que el tono naturalista (propio de una pieza) permita los resquicios por los que debe asomarse lo real maravilloso (un poco, pienso, a la manera de La historia de infancia de Nuc, de Elena Guiochins, que vimos en Morelia hace casi dos años).
Es precisamente en este punto donde la puesta en escena de La Nao de los Sueños no las ha tenido todas consigo en la función matutina del jueves.
Ha habido, de parte de los tres actores, un trabajo físico muy exigente, prácticamente extenuante, pero la vehemencia en la energía no ha encontrado su correspondencia con el ritmo, mucho más plano de lo deseable.
La experiencia demuestra que cuando un ritmo se achata o no se sostiene, el problema fundamental suele encontrarse en la actuación.
Ante este detalle hay que poner, en perspectiva, una escenografía inteligente, cerrada en un cajón cuyos muros descascarados nos permiten penetrar a la intimidad del cubo y a la atmósfera absolutamente crepuscular y desolada, que es más un paisaje mental que un territorio físico.
Los créditos de este trabajo incluyen a Adrián Nuche González en la dirección escénica y en la musicalización; Karina Morán Jiménez en la asistencia de dirección; Miguel Ángel Sánchez Rivera en la coordinación de producción; Isaac Martínez Vargas en la asistencia de producción; Michael Cuvellier en la escenografía; Rodrigo Sosa en la iluminación, y Andrés David en el vestuario.
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Algunos momentos de Comida para gatos, en versión de La Nao de los Sueños, de Jalisco.De la puesta en escena
Teatro espejo, teatro reflejo, Comida para gatos le toma el pulso a una realidad de carencias infinitas. Pero a nivel de dramaturgia, el rasgo más demandante parece ser la tensión que el texto exige para que el tono naturalista (propio de una pieza) permita los resquicios por los que debe asomarse lo real maravilloso (un poco, pienso, a la manera de La historia de infancia de Nuc, de Elena Guiochins, que vimos en Morelia hace casi dos años).
Es precisamente en este punto donde la puesta en escena de La Nao de los Sueños no las ha tenido todas consigo en la función matutina del jueves.
Ha habido, de parte de los tres actores, un trabajo físico muy exigente, prácticamente extenuante, pero la vehemencia en la energía no ha encontrado su correspondencia con el ritmo, mucho más plano de lo deseable.
La experiencia demuestra que cuando un ritmo se achata o no se sostiene, el problema fundamental suele encontrarse en la actuación.
Ante este detalle hay que poner, en perspectiva, una escenografía inteligente, cerrada en un cajón cuyos muros descascarados nos permiten penetrar a la intimidad del cubo y a la atmósfera absolutamente crepuscular y desolada, que es más un paisaje mental que un territorio físico.
Los créditos de este trabajo incluyen a Adrián Nuche González en la dirección escénica y en la musicalización; Karina Morán Jiménez en la asistencia de dirección; Miguel Ángel Sánchez Rivera en la coordinación de producción; Isaac Martínez Vargas en la asistencia de producción; Michael Cuvellier en la escenografía; Rodrigo Sosa en la iluminación, y Andrés David en el vestuario.
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