Manuel Ortega en el papel de Hidalgo y Eduardo Guízar en el papel de Allende en Hidalgo, el sol y el dedo.
Es una sucesión de ágiles cuadros escénicos que colocan al Padre de la Patria en perspectiva ante sus aliados, ante sus antagonistas, ante su historia y ante sí mismo. Es un abanico de estampas que instalan al cura de Dolores de cara ante sus enemigos externos… pero también ante los internos (“Vade retro, sacristán”, le espeta Hidalgo al asistente que, viperinamente, le desliza en cierto momento la tentadora oferta de que negocie con los realistas y se convierta en virrey). Pero es, sobre todo, la celebración del héroe con una alegría plena, henchida de sí misma, que niega cualquier media tinta y hasta cualquier desenlace trágico, pues la hora del fusilamiento ante el paredón es también la del personaje que abandona su circunstancia y se dirige al público para argüir los motivos por los que las leyendas son inmortales.
En el inter, un tratamiento ligero y por completo antisolemne hace de Hidalgo, el sol y el dedo una farsa deliciosa y, en este sentido, más pertinente que una docena de conferencias, presentaciones o disertaciones históricas más o menos solemnes en torno al tema.
La farsa Hidalgo, el sol y el dedo abrió las actividades de las Jornadas Dionisiacas, el miércoles en el foro El Refugio del Juglar.
Pequeña joya del teatro político
Desde estos atributos, la tragifarsa en dos actos Hidalgo, el sol y el dedo (Héctor Ortega, 2003) es una pequeña joya del teatro político mexicano contemporáneo: cuestiona a los héroes y los desmitifica... pero sin minimizar el aura heroica que los rodea. Son más héroes que nunca, pero también más humanos.
Es de este modo como no sólo podemos conocer, por ejemplo, los amoríos del sacerdote (el lugar más común de todos), los cuales sirvieron de pretexto para expulsarlo de Valladolid y enviarlo a Colima cuando su pensamiento se volvió incómodo para el status quo, sino los piquetes de ojos y movidas de tapete que ya en plenas campañas le dedicaba Allende de vez en vez, nunca convencido el capitán de que un religioso de sotana pudiera cumplir bien un papel militar. O la candorosa y absoluta entrega a la causa de Mariano, mejor conocido como El Pípila (“esa pinche puerta no me va a servir ni de garambuyo”, declara, presto al asalto contra la alhóndiga) y los predecibles duelos clasistas entre él y los emperifollados oportunistas que se han instalado como asistentes personales de don Miguel (“somos demócratas, pero todavía hay niveles”). El retrato de estos personajes “tan humanos” ha sido organizado de tal modo que nos permite respirar y hacernos cómplices de la complicada realidad social de la época, a comienzos del siglo XIX, a partir de lo cual es posible varios zarpazos satíricos a la complicada realidad social de nuestro tiempo, a comienzos del siglo XXI.
Vista parcial del elenco reunido para la lectura de teatro en atril.
Humor reflexivo
Lo más atractivo de una obra de “género chico”, como esta, es la calidad de su humor reflexivo. Toda la estructura (desde la concepción de la narradora que cobra la forma de una pregonera de hace doscientos años, transformada en guiño a los mass media de hoy, hasta los modismos de mestizos con ínfulas de peninsulares, equivalentes a la naca fresez de nuestros lúmpenes de hoy con ínfulas de clase media alta como la Doloritas que trata de tutearse con Hidalgo, a quien trata de “su Ilus” para afianzar su ascendencia sobre la plebe, como servidora del caudillo insurgente), está al servicio de un permanente juego de reflejos y ecos que van del México de hace doscientos años al de hoy.
Veremos, en el inter, a un Hidalgo muy receloso de dar el grito. Conoceremos a una plebe incapaz de comprender los verdaderos motivos del alzamiento, y para la cual es preciso “resumir” las ideas y darles una forma asequible. Atestiguaremos un jocoso encuentro entre fray Diego Abad y Queipo e Hidalgo, previo al estallido insurgente, en el que el primero declara su fe en la diplomacia, mientras el segundo va cobrando una clara conciencia de su papel y afirma (en una de las más bellas líneas del texto) que “ellos (el pueblo) son el cuerpo de Cristo y con ellos está Dios”.
No nos quedará más remedio que coincidir con el pragmatismo de un hombre de acción, como Allende, quien afirma en algún momento: “Por lo pronto, queremos una patria: ya después veremos qué hacemos con ella”. Confirmaremos cómo las divisiones internas entre la cúpula independentista contribuirá a debilitar la eficacia de los ataques insurgentes hasta desembocar en el episodio de Acatitla de Baján, y seremos cómplices de una visión en la que Hidalgo, ya cautivo, es visitado por la sombra de un Abad y Queipo muy arrepentido y muy consciente no sólo del juicio de la historia sino del propio destino que le espera, más allá de la muerte de su antiguo amigo.
El desenlace vendrá con el cuadro del fusilamiento y el estoicismo con el que Hidalgo soporta en pie dos cargas de fusilería (el dato es histórico), y la inopinada ruptura del guión, antes de la tercera descarga cuando, ya más allá del tiempo y de la muerte, el héroe se adelanta y regaña a sus verdugos en plan de “ya estuvo, ¿no?” (“¿Qué no ven que no pueden matar a quien pelea por la justicia?”).
Muy tópico. Sí. Pero no menos cierto. Y para redondear la simplísima alegría que se oculta tras esa verdad, he aquí una obra que no concluirá con la trágica muerte, pero tampoco con la exhortación acartonada y austera, sino con un alegre sonecito tropical que festejará lo imposible que es “tapar el sol con un dedo”.
Una imagen con el elenco y organizadores de las jornadas, al término de la función.
Por encima de lo fársico y aún de lo paródico, los personajes de esta pieza jamás pierden un ápice de su dignidad. Conseguir esto sin acudir al panfleto es otro de los aciertos del trabajo, con el que el miércoles por la noche comenzaron en Morelia las actividades de las Primeras Jornadas Dionisiacas, organizadas por el colectivo Proescénicas, con la colaboración de instituciones como el IMSS, la Universidad Michoacana, el Cedart Miguel Bernal Jiménez, la Escuela Popular de Bellas Artes, la Universidad Latina de América campus Morelia, el parque zoológico Benito Juárez, la dirección de la Casa de la Cultura de Morelia y el Museo del Estado, así como de una decena de patrocinadores privados. El trabajo ha sido coordinado por Manuel Ortega, quien también encarna al Padre de la Patria. Participan además Gloria Guilbert, Eduardo Guizar, Elizabeth Silva, Jaime Homar Jacobo, Santiago Hernández y Rodrigo Villamil.
Compañero Demetrio.-
ResponderEliminarGracias por su completísima cobertura. Gracias por seguir a estos necios incansables, amantes del vicio, teatreros de corazón y visera... pero sobre todos fervientes seguidores del dios Dionisio... "algún día recibiremos nuestra recompensa".... qué será teatro en todos lados, para todos los ojos.
Atte. La más pequeña de las hijas jejejejejejeje (quisiera)