Carlos Monsiváis con uno de sus gatos en la biblioteca casera.
Este sábado 19 de junio la memoria histórica de México ha perdido a uno de sus paladines. Eso, y no otra cosa, ha sido Carlos Monsiváis Aceves (DF, 1938-2010): cronista preciso de la realidad nacional; observador atento de cambios, reajustes y vaivenes de la cultura popular; crítico despiadado, tan irónico como inteligente, de la autoridad y sus delectaciones y excesos a lo largo de más de ocho sexenios.
También fue, a lo largo de su vida, un activista de numerosas causas de eso que alguna vez fue “la Izquierda” y que ahora carece de cualquier brújula política que vaya más allá del “cuánto ganas” y del “cuánto y cómo vendes”.
Por ejemplo, en libros como Aires de Familia, Monsiváis nos mostró claramente cómo fue que pasamos del culto a los héroes al culto a los personajes de la farándula (tanto la de espectáculos como la política).
Por otro lado, la historia de los suplementos culturales en México y, en general, de las secciones de cultura en los medios de comunicación impresos, sería inexplicable sin La Cultura en México, del que Monsi fue una de sus columnas vertebrales.
“Todólogo” exquisito y poseedor de una de las memorias más paquidérmicas del periodismo nacional contemporáneo (carajo, juro que lo recordaba todo), Monsiváis también fue impulsor y promotor de diferentes grupos, empresas y asociaciones relacionadas con la comunicación, con la cultura y con las causas sociales.
En Michoacán y, concretamente, en Morelia, esa influencia no podía quedar ausente y fue así como el autor de columnas tan memorables como ¡Por mi madre, bohemios! estuvo en la capital michoacana hace 18 años, en 1992, para ser el padrino en el nacimiento del diario Cambio de Michoacán, que sigue activo.
No tengo la foto a la mano, pero sin duda Guillermo Wusterhaus o Raúl López Téllez deben conservar esa imagen con la primera redación de Cambio flanqueando al autor de Amor perdido.
Carlos Monsiváis murió este sábado a las 13:48 horas en el área de Terapia Intensiva del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, derrotado por una insuficiencia respiratoria que lo había mantenido internado desde el pasado mes de abril.
No hay mejor homenaje que recuperar sus propias palabras.
He aquí, pues, extraído del sitio web Terra Magazine (sitio argentino tenía que ser), un clásico del universo monsivaisiano: su ensayo Periodismo y escritura: ¿qué es “escribir bien”?, del cual muchos de sus párrafos me han sido de invaluable ayuda y asistencia una y otra vez.
Periodismo y escritura
¿Qué es escribir bien?
Todavía hace medio siglo persistía la certeza: escribir bien era un deber de los periodistas, al ser la prensa el medio de la fuerza cotidiana de la expresión social, el gran modelo verbal que complementa al básico (la literatura), el ámbito donde la redacción correcta y elegante de las noticias es un instrumento informativo y formativo.
Entonces, el comentario más elogioso sobre un articulista es “tiene buena prosa”, y a un reportero se le festejan la oportunidad, el valor de la denuncia y la calidad de su impulso narrativo (antes de continuar, me sigue llamando la atención el uso del término “prensa escrita”, que festeja el pleonasmo por miedo a declararse en desventaja ante la televisión).
Hoy, a propósito de un reportero o de un articulista, es infrecuente oír el “escribe muy bien”, y lo común es la resignación de los lectores ansiosos de informarse, pese al enredo mortal de la sintaxis de un gran número de redactores y reporteros. El “hasta donde entiendo” es una manera muy sutil de aceptar que lo leído suele ser ilegible, o que, en el sentido tradicional, leer es ya con frecuencia aventurarse en los laberintos del enigma. O son muy confusos los métodos narrativos, o muy reiterativos, y si notas y reportajes se dejan leer es por lo general mérito de la avidez de los lectores, “coautores” obligados de los textos.
Esto no quiere decir ni mucho menos que todo el periodismo escrito sea ilegible o deleznable. Apunta al descuido de un gremio que cree cada vez más en las imágenes y menos en las palabras, y también al desarrollo de otros métodos de narrar y leer, inciertos o experimentales pero ya propios de otra etapa del periodismo. ¿Cuáles son los elementos que precipitan, encauzan o fijan estos cambios? Enumero algunos:
- El avasallamiento del analfabetismo funcional que, por vía de mientras, trae consigo la disminución del vocabulario. Se redacta acudiendo a menos palabras a las que bajo presión, se les obliga a decir más cosas.
- El desvanecimiento de contextos y de referencias antes seguras (de historia nacional o internacional, de temas bíblicos, de mitología grecolatina, de novela, de poesía, de referencias fílmicas o incluso televisivas). Estas alusiones ya no encuentran el público relativamente de otras épocas, o le resultan incomprensibles a la mayoría (cada cinco o diez años se modifica el mapa de las alusiones compartidas).
- La causa imperiosa e imperial de la tecnología adquiere un perfil “religioso”, algo inevitable en novedades tan impetuosas y vastas. Tal parece apenas ayer se descubrió, se implantó o se dejó ver lo estrictamente contemporáneo; por eso, la tecnología, en sus modificaciones incesantes, provee a sus usuarios de ventajas tan impresionantes que lo elevan a la categoría de eje de los puntos de vista.
- Internet es el ágora internacional, es la información madre, es la destrucción de la memoria pretecnológica de los periodistas, lo que se llamaba “la sabiduría del gremio”. Ésta todavía se usa pero ya más bien ligada a las evocaciones de la cultura oral que al profesionalismo. ¿Qué puede la mejor memoria contra Google o You Tube?
- Las redacciones de diarios y revistas son ya distintas por entero al volverse anacrónicas, o ni eso, sus atmósferas clásicas y típicas. La camaradería o el espíritu díscolo tradicionales no tienen razón de ser. ¿Para qué las discusiones políticas si existen las encuestas, esas enterradoras de la intuición?
- En las escuelas y facultades de comunicación se aprende, sobre todo, a localizar el campo de aprendizaje. Son legión estas instituciones (en México ahora hay cerca de trescientas), sus planes de estudios nunca coinciden (no hay tal cosa como “la formación similar”), la realidad de los estudiantes no se ajusta a las modificaciones incesantes, lo que se quiera, pero las escuelas y facultades de Comunicación crecen al prodigar la ilusión de lo contemporáneo.
- En la enseñanza de la comunicación pasa a tercer término, si les va bien, la información literaria y el deseo de escribir bien. Informar ahora es usar a fondo la tecnología, no el idioma, y las ventajas de la inmediatez extrema ocupan con todo el espacio. Si pierde, si lo hubo, el interés específico por la escritura. Se debilita la ambición de poseer un lenguaje variado y con matices.
- La diferencia entre medios electrónicos y medios impresos es impactante. En México, sólo el seis por ciento se informa a través de los medios impresos, tan múltiples, además, que no hay modo de ajustar los puntos de vista.
- El campo de la escritura se trastoca al aparecer el mercado literario, artístico y cultural con otras demandas y otro lenguaje público. ¿Quién sabe ahora lo que significa “escribir bien”? ¿Es la literatura light la única literatura que se reconoce? ¿No es cierto que cuando hoy se dice novelas, la referencia por antonomasia son las telenovelas? La industria fílmica, a partir de los efectos especiales, exhibe el tedio ante “los rollos” y ha perdido gran parte de sus recursos literarios.
- La reducción del vocabulario se traduce de varias maneras en la reducción del panorama noticioso. En última instancia, el uso de cada vez menos palabras quiere decir también el adelgazamiento de las noticias, porque al perderse los matices se desvanecen también las anotaciones psicológicas, sociales y culturales, y todo se ajusta a la precariedad de los patrones lingüísticos que el mercado aprueba.
- La competencia con la televisión, una batalla perdida en cuanto a la oportunidad de las noticias se refiere, se compensa por un hecho: la interpretación queda a cargo de la prensa, no obstante el despliegue de mesas redondas televisivas. Eso obliga en la publicaciones a darle más espacio a los dossiers, imposibles de incluirse en la televisión, reacia incluso a los reportajes.
- Ser comentarista o conductora de programas de televisión y radio es la ambición actual de muchísimas periodistas, en especial las muy jóvenes. Lo que se anhela no es trabajo periodístico sino la sobre-exposición mediática.
- Al concepto “clásico del periodismo” lo desplaza actualmente el de “noticias que hacen historia”: exclusiva mata a buena prosa y discurso crítico.
- ¿En qué momento se perdió, se extravió o se diluyó la noción canónica del escribir bien? No pueden fijarse fechas del cambio de percepciones literarias en la medida en que siguen admirándose, por ejemplo, la escritura de Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Sergio Pitol, Guillermo Cabrera Infante, Juan Carlos Onetti, Rosario Castellanos. Un canon -el irrebatible de “lo bien escrito”- aún funciona, pero es cada vez más arduo de explicar.
- La literatura light gusta o no, se acepta o se rechaza, pero las razones para afiliarse o desafiliarse a su lectura suelen ser implícitas. ¿Por qué Paolo Coelho mantiene tal cantidad de seguidores? ¿Qué es el best seller norteamericano: la línea del menor esfuerzo o el resultado de la abolición de las exigencias? ¿Alguien puede leer, en el sentido histórico, a redactores descuidados como Carlos Cuauhtémoc Sánchez?
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