Cuando el payaso Pipo y el mago Badalkabar, amigos y antiguos colegas en el Circo de los Hermanos García, se reencuentran en un pueblito al que han llegado representando, cada uno de ellos, a un circo diferente, sus problemas serán más grandes que simplemente decidir quién se presenta primero o en dónde, ya que ambos deberán enfrentarse a un vecino gruñón y afecto a la bebida que tratará de impedir que instalen sus carpas.
Así comienza el espectáculo La carpa de dos colores, con la que Fernando Mejía y Juan Carlos Rochín, de la agrupación Guiñoleros de la Universidad Autónoma de Sinaloa, se presentaron en el marco del Festival Internacional de Títeres de Morelia.
Distribuida en dos partes y con la primera de ella sufriendo caídas en el ritmo, La carpa de dos colores propone primero una historia dedicada al tema de la amistad y de contenidos didácticos en contra de adicciones como la del alcohol. Acomete el tema con simpatía (el vecino gruñón orinando contra un poste en la esquina izquierda del teatrino, lanzando agua real, o viendo cómo su cuello se prolonga jirafescamente ante el hechizo del mago Badalkabar), pero probablemente la resolución del conflicto entre ese personaje y los dos emisarios circenses se extiende un poco más de la cuenta.
Como sea, el ritmo logra mantenerse con dignidad merced a las cualidades actorales de Mejía y Rochín, que salen del paso airosamente.
La segunda parte de la puesta es una recreación del mundo cirsense con sus personajes sobrehumanos, mágicos o heróicos y consigue, no sólo una visión entrañable hacia fenómenos de feria prototípicos, como la Mujer Araña, sino una acertada interacción con el público.
EN VIDEO / La carpa de dos colores
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario