Lilith / Colectivo Luna Llena
Vestales de viento y fuego
Yo soy Lilith, la innombrable, la Shejinah, la primera mujer de Adán. Soy mujer y soy demonio; el demonio del deseo, la mujer que se introduce en los sueños lúbricos, la de pubis de fuego; el demonio de la rebeldía, la mujer insumisa; el demonio de la libertad, la mujer nocturna de barro de la tierra; mis Lilim se han mezclado con las hijas de Eva. Los vástagos de Adán me niegan porque, incapaz de reflejar mi imagen, soy el espejo de sus miedos.
Lilith / Teresa Dey
En Video / Lilith, del colectivo Luna Llena
Son cuatro presencias o, mejor aún: una sola presencia fragmentada en las cuatro letras sagradas e impronunciables del nombre de Yahvé o en los cuatro elementos de la antigüedad clásica que gravitan a su vez en el éter, el inaprehensible quinto elemento que configura y hace posible la realidad. O son los cuatro puntos cardinales indispensables para calcular la órbita de un eterno femenino maldito desde el principio de los tiempos: ese verbo secreto de Dios que se rebeló contra Dios mismo y cuyo nombre ha surcado las edades, la noche y las culturas para llegar hasta nosotros como sinónimo de lamia, súcubo, vampira o ramera: Lilith.
Estas y otras posibilidades concretan el contenido de la puesta en escena del grupo Luna Llena. Y esta multiplicidad de sentidos sólo es posible gracias a la libertad polivalente propia del lenguaje gestual y corporal que se despliega como pura alegoría desde un género casi virgen en Morelia: el del teatro aéreo.
Pero tampoco caeré en el perezoso relajamiento intelectual de aceptar al azar cualquier cosa. Libremente inspirada en La historia de Lilith, un cuento de Teresa Dey en su libro de relatos Mujeres transgresoras (editorial Punto de Lectura, México, 1997), esta Lilith de Luna llena es una aproximación a sensaciones, estampas e improntas que fluyen a partir de la plataforma anecdótica de aquel texto y en tal sentido es una historia de ángeles y humanos, de ascensos y caídas, de estigmas patriarcales y, sobre todo, de poderosas reivindicaciones de igualdad entre lo masculino y lo femenino. Sin embargo, para comprender todo esto es necesario, naturalmente, acudir primero al cuento.
La historia de Lilith se ocupa de la mujer que fue creada al mismo tiempo que Adán para compartir a su lado el Paraíso. Empero, dotada de los mismos atributos de su hombre, Lilith se negó a someterse a él. Los temas de la dignidad y de la igualdad entre géneros son el sustento del relato: Lilith exige equidad, Adán y Dios se la niegan y Lilith decide abandonar el jardín del Edén. Deliberadamente se va al desierto y allí encuentra a Samael (un ángel caído que más tarde la ayudará a vengarse de Adán convertido en la célebre serpiente).
Adán le suplica a Dios que haga regresar a Lilith y Yavéh envía a sus ángeles por ella. Hay línea memorable en esa parte del relato. Lilith se niega a volver; les argumenta: “¿Acaso ignoran que Elohim me regaló también la voluntad?”
De modo que Dios toma una costilla de Adán y crea a Eva. Habría sido un “final feliz” de no ser por el episodio de la serpiente y el fruto prohibido, con el que Lilith y Samael hacen que la pareja “abra los ojos” y reciba la maldición de Dios: aquella que, entre otras cosas, condena a Eva a ser dócil y sumisa a los deseos de su hombre. Adán, por su parte, recibe la orden de enseñorearse de ella, pero este ascendente conlleva también su maldición: “enseñorearse” de su mujer implica unos celos sin reposo.
Así pues, el cuento muestra el origen del antagonismo entre hombres y mujeres, así como la búsqueda de la igualdad, la equidad y la libertad. Toma a Lilith para convertirla en un arquetipo de la dignidad y para proponer lo indispensable de valorar la diferencia dentro de la igualdad. Estos temas están presentes en el trabajo escénico del colectivo Luna Llena.
Pero tampoco basta la referencia del cuento original para comprender este ejercicio que, entre otros elementos, introduce en uno de sus cuadros escénicos un índice de música precolombina. La referencia me ha remitido a una de las deidades más bellas y sobrecogedoras de las culturas mesoamericanas y muy concretamente del panteón azteca, donde recibió el nombre de Coatlicue: la de la falderilla de serpientes, la madre terrible de rostro bifronte que es al mismo tiempo engendradora y verdugo de la humanidad y sus destinos. La gran dadora de la vida y de la muerte. Blanca runa maternal, oscura calavera de obsidiana.
Más allá de las lecturas de contenido en las que es posible reencontrar una y otra vez a los cuatro significantes anecdóticos como unas vestales al servicio del sentido oculto y sagrado de Hécate (como vestales de viento y fuego), Lilith importa por los soportes y técnicas a los que acude el grupo Luna Llena para expresarse, en especial el sustento de largas telas para la práctica de teatro aéreo, un género casi inédito en nuestra ciudad.
Lo interesante es que no hay capricho en esta elección. El teatro aéreo es una plataforma escénica absolutamente híbrida que, por un lado, permite aprovechar y enriquecer lo meramente teatral con técnicas que provienen de lo circense, de la acrobacia y de la danza, y cuyo mayor valor es el de ofrecer un soporte muy generoso para desplegar cuadros plásticos de gran formato. Por otro lado, el echar mano de este “escenario vertical” (como suele describírsele) permite desarrollar un concepto teatral más amplio, que potencía el estudio de formas, conceptos, símbolos y situaciones. Una fusión de técnicas y dimensiones que le abre novedosos caminos a la escena.
Mucho camino hay que recorrer, porque lo cierto es que la experiencia ofrecida por el colectivo Luna Llena aún es incipiente. Pero también es cierto que ellas están abriendo una puerta. Marcan un hito. Y lo menos que uno puede hacer, con humildad y ojos limpios, es aceptar la invitación para conocer lo que cocinan detrás de esa puerta. Ha sido una bella función.
Estas y otras posibilidades concretan el contenido de la puesta en escena del grupo Luna Llena. Y esta multiplicidad de sentidos sólo es posible gracias a la libertad polivalente propia del lenguaje gestual y corporal que se despliega como pura alegoría desde un género casi virgen en Morelia: el del teatro aéreo.
Pero tampoco caeré en el perezoso relajamiento intelectual de aceptar al azar cualquier cosa. Libremente inspirada en La historia de Lilith, un cuento de Teresa Dey en su libro de relatos Mujeres transgresoras (editorial Punto de Lectura, México, 1997), esta Lilith de Luna llena es una aproximación a sensaciones, estampas e improntas que fluyen a partir de la plataforma anecdótica de aquel texto y en tal sentido es una historia de ángeles y humanos, de ascensos y caídas, de estigmas patriarcales y, sobre todo, de poderosas reivindicaciones de igualdad entre lo masculino y lo femenino. Sin embargo, para comprender todo esto es necesario, naturalmente, acudir primero al cuento.
La historia de Lilith se ocupa de la mujer que fue creada al mismo tiempo que Adán para compartir a su lado el Paraíso. Empero, dotada de los mismos atributos de su hombre, Lilith se negó a someterse a él. Los temas de la dignidad y de la igualdad entre géneros son el sustento del relato: Lilith exige equidad, Adán y Dios se la niegan y Lilith decide abandonar el jardín del Edén. Deliberadamente se va al desierto y allí encuentra a Samael (un ángel caído que más tarde la ayudará a vengarse de Adán convertido en la célebre serpiente).
Adán le suplica a Dios que haga regresar a Lilith y Yavéh envía a sus ángeles por ella. Hay línea memorable en esa parte del relato. Lilith se niega a volver; les argumenta: “¿Acaso ignoran que Elohim me regaló también la voluntad?”
De modo que Dios toma una costilla de Adán y crea a Eva. Habría sido un “final feliz” de no ser por el episodio de la serpiente y el fruto prohibido, con el que Lilith y Samael hacen que la pareja “abra los ojos” y reciba la maldición de Dios: aquella que, entre otras cosas, condena a Eva a ser dócil y sumisa a los deseos de su hombre. Adán, por su parte, recibe la orden de enseñorearse de ella, pero este ascendente conlleva también su maldición: “enseñorearse” de su mujer implica unos celos sin reposo.
Así pues, el cuento muestra el origen del antagonismo entre hombres y mujeres, así como la búsqueda de la igualdad, la equidad y la libertad. Toma a Lilith para convertirla en un arquetipo de la dignidad y para proponer lo indispensable de valorar la diferencia dentro de la igualdad. Estos temas están presentes en el trabajo escénico del colectivo Luna Llena.
Pero tampoco basta la referencia del cuento original para comprender este ejercicio que, entre otros elementos, introduce en uno de sus cuadros escénicos un índice de música precolombina. La referencia me ha remitido a una de las deidades más bellas y sobrecogedoras de las culturas mesoamericanas y muy concretamente del panteón azteca, donde recibió el nombre de Coatlicue: la de la falderilla de serpientes, la madre terrible de rostro bifronte que es al mismo tiempo engendradora y verdugo de la humanidad y sus destinos. La gran dadora de la vida y de la muerte. Blanca runa maternal, oscura calavera de obsidiana.
Más allá de las lecturas de contenido en las que es posible reencontrar una y otra vez a los cuatro significantes anecdóticos como unas vestales al servicio del sentido oculto y sagrado de Hécate (como vestales de viento y fuego), Lilith importa por los soportes y técnicas a los que acude el grupo Luna Llena para expresarse, en especial el sustento de largas telas para la práctica de teatro aéreo, un género casi inédito en nuestra ciudad.
Lo interesante es que no hay capricho en esta elección. El teatro aéreo es una plataforma escénica absolutamente híbrida que, por un lado, permite aprovechar y enriquecer lo meramente teatral con técnicas que provienen de lo circense, de la acrobacia y de la danza, y cuyo mayor valor es el de ofrecer un soporte muy generoso para desplegar cuadros plásticos de gran formato. Por otro lado, el echar mano de este “escenario vertical” (como suele describírsele) permite desarrollar un concepto teatral más amplio, que potencía el estudio de formas, conceptos, símbolos y situaciones. Una fusión de técnicas y dimensiones que le abre novedosos caminos a la escena.
Mucho camino hay que recorrer, porque lo cierto es que la experiencia ofrecida por el colectivo Luna Llena aún es incipiente. Pero también es cierto que ellas están abriendo una puerta. Marcan un hito. Y lo menos que uno puede hacer, con humildad y ojos limpios, es aceptar la invitación para conocer lo que cocinan detrás de esa puerta. Ha sido una bella función.
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