Entre personajes fresas y personajes lúmpenes, con elegancia y oficio, la actriz y dramaturga Paola Izquierdo puso fin, el viernes, a las actividades de extensión del festival de monólogos Teatro a una sola voz 2012 en Morelia. El circuito concluyó sotto voce y en deliciosa clave de farsa con los stand–up comedy De Princesas, sapos y otros bichos y La niña voladora.
Casa llena en el foro La Bodega, en una última noche rubricada por la hilaridad inteligente, es decir: por un humorismo real, capaz de hacer pensar antes de convocar la risa.
En la primera parte de la velada, Izquierdo interpretó De princesas, sapos y otros bichos (2006, de su propia autoría): un discurso que cuestiona el mundo de apariencias y estereotipos que siguen reduciendo a muchas mujeres a un mero objeto, echando mano de estrategias tradicionales pero también contemporáneas.
Así conocemos al personaje de la princesa–bióloga, quien se presenta como una investigadora dedicada al estudio de los anfibios y que está buscando a cierto espécimen particular que se le ha escapado y al cual necesita para concluir un proyecto. Sin embargo, en el transcurso del espectáculo, el asunto va revelando su verdadero perfil: el proyecto no es académico, sino exclusivamente matrimonial, y el ejemplar que busca nuestra protagonista no es un espécimen sino un prospecto.
No será este el único despropósito que delate la obra, pero vale la pena empezar por aquí.
La primera estrategia contemporánea de sometimiento femenil que denuncia el monólogo es, precisamente, ese prurito moderno de ir de licenciatura en licenciatura, de maestría en maestría y, si es posible, de doctorado en doctorado, que aqueja a muchas mujeres y a no pocos varones… no por el amor al conocimiento y tampoco, simplemente, porque así lo demanden las reglas del mercado nacional y supranacional (ya lo saben, ¿verdad? El auge de la oferta en licenciaturas y posgrados –casi todos marca patito, deliberadamente chafas y fáciles de concluir– responde a la necesidad de que México acredite cierto porcentaje de población con “alto perfil académico” ante instancias como el Banco Mundial, para que tales entidades le sigan facilitando diversos canales de crédito al gobierno. Debido a esta lógica perversa, el conocimiento no aumenta; al contrario: se reduce drásticamente el nivel de exigencia en todas las cátedras. El futuro que augura para nosotros este modelo educativo es absolutamente negro. Seguiremos siendo gatos y maquiladores al servicio de otros).
Pero, decía: aparte de lo anterior, la primera trampa que denuncia el trabajo es este ir de licenciatura en licenciatura o de postgrado en postgrado, que hace de muchas mujeres eternas hijas de familia o, en todo caso, permanentes adultas incompletas, inmaduras e incapaces de lanzarse de lleno a una vida profesional e independiente que sea activa y prolífica. Este achaque es particularmente característico entre la clase media y la clase media alta, dado el monto de las colegiaturas que habitualmente hay que erogar.
De aquí en adelante, todo es absolutamente tópico en esta farsa sabrosamente problematizada, empezando por el propio personaje que no es sino un lugar común: apenas una modosa y prescindible princesa–Disney, hija de papi y permanentemente esclavizada a los macabros dictados de la alimentación light, el consumo de productos orgánicos y otras modas dietológicas y cosméticas en uso.
Lo valioso es que estamos ante un tópico reconstruido de manera consciente.
Deslumbra Paola Izquierdo por la eficaz elegancia estilística con la que acude a un clásico y realmente lo homenajea: Alicia en el país de las Maravillas (Carroll, 1865), al tiempo que bocabajea toda la epidermia de la versión cinematográfica en dibujos animados (Disney, 1951) e intersecta todo esto con una de las tradiciones más puras del fairy tale europeo (la del sapo hechizado que hay que besar para que se convierta en un príncipe azul).
Como corresponde a los géneros chicos, todo ha sido estructurado con ligereza en este trabajo, pero la virtud de De princesas, sapos y otros bichos consiste en que tal ligereza no le arrebata un ápice de profundidad al discurso.
Mucho tiene que ver en esto la excelente formación actoral que demuestra Izquierdo, muy particularmente en el notable trabajo con su voz (el Coco de muchos actores), con la cual expresa cada matiz y cada intención con la energía correcta y la colocación precisa.
La segunda parte de la noche, con La niña voladora (también escrita por la actriz), propuso otro homenaje a un clásico gigante: El Principito (Exùpery, 1943) para presentarnos a un muchacho lumpen, hijo de la calle, de esos que sobreviven en el comercio informal, amamantados con chemo y expuestos a todas las asechanzas de la vía pública en las ciudades mexicanas de este violento Siglo XXI.
El personaje exhibirá todos esos deterioros, sazonados con apuntes críticos a distintas parcelas de nuestra realidad nacional, a través de la anécdota de cómo conoció a la niña voladora (obvio: voladora con solventes) que le da título al ejercicio y de cómo la breve existencia de la chiquilla tuvo un desenlace trágico.
Una noche en la que un talento verdadero elevó a estas dos expresiones de los géneros chicos a alturas de enorme dignidad. Un cierre memorable.
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