MICHOACÁN 2014
LA CRISIS Y
LA CRÍTICA
Bienvenidos a la primera entrega de este blog para 2014.
Qué más quisiera que comenzar deseándoles el proverbial "feliz y próspero año nuevo", pero aunque la intención está presente (y se las extiendo), lo cierto es que no son buenos tiempos. Comenzamos el año en Michoacán con escenarios inimaginables hace apenas una década, resultado de una crisis de fondo que trastoca, corrompe y desarticula las estructuras de todos los ámbitos de nuestra vida en común.
A donde volvamos la vista vemos entremezclados síntomas y causas.
A nivel de medios, por ejemplo, el cuadro es totalmente ezquizoide. Para enterarnos con puntualidad de lo que está ocurriendo en Michoacán ya no podemos recurrir a la prensa local, pues los periódicos de casa no ventilan ni le dan un seguimiento claro ni analizan a fondo cuanto sucede (la esporádica y digna excepción: Cambio de Michoacán). Al contrario, se procura minimizar el retrato de la violencia y de la barbarie en aras del supremo interés del turismo, de la buena imagen y de los pactos con la gestión en turno
Es en este vacío de información y de perspectivas donde la Internet y los recursos del ciudadano común en las redes sociales adquieren un valioso papel que, aunque sea de manera parcial, contribuye a dibujar los retazos de un enorme fresco que nos pone en contacto con el verdadero día a día en los terrenos de los grandes temas de nuestro momento: la inseguridad, el crimen, la falta de garantías y la espeluznante fragilidad que han alcanzado las instituciones y las figuras de autoridad convencionales.
Y así con todo.
Sales al mandado y tu bolsillo es acribillado por la ráfaga de nuevos impuestos, tan letales como una AK-47, aunque la agonía sea muy lenta. Hacia donde voltees miras la debacle de familias cada vez más disfuncionales y descubres cómo se incuba allí el huevo de la serpiente. Te enteras de las decisiones que asumen las cúpulas en materia de reformas constitucionales y descubres tu futuro irremediablemente hipotecado. Miras la polarización política, cada vez más despojada de ideología propia, y lo que queda es una competencia por los privilegios y liderazgos que da el cargo de gerente de piso en esta, la sucursal más desahuciada a la otra orilla del sueño neoliberal.
En semejante panorama, la disolución de la crítica es perturbadora.
En núcleos y contextos diversos hay preocupación por el vacío de voces que ejerzan una crítica digna de llamarse así. Habrá quien diga que se ha vuelto innecesaria, pero no. El ejercicio crítico sigue siendo imprescindible para que exista una esfera pública en la que el debate y la reflexión sean posibles.
El problema es que el papel de la crítica ha sido coptado por una pseudo-crítica dogmática, alabatoria, ignorante, acomodaticia y, a fin de cuentas, publicitaria, que ha ido cobrando visibilidad y poder a costa del silencio de voces más sensatas, capaces de formular observaciones, juicios y preguntas inteligentes.
Necesitamos espacios y voces que ejerzan la crítica, precisamente debido a las transformaciones que sufre el sistema. Sólo así podremos comprender y, en su momento, optar por las configuraciones que emergen de este momento de crisis.
Es precisamente durante las crisis que el pensamiento crítico está mucho más comprometido en términos políticos.
Pero a propósito de todo esto, es curioso que palabras aparentemente tan disímbolas como crisis y crítica sean habitualmente tan mal comprendidas, a pesar de que las dos tienen la misma raíz.
Las voces crisis y crítica proceden del sustantivo griego (“κρίσις”), que literalmente es “separación”, “distinción”, “elección”, “juicio”, “decisión”, “discernimiento”. Su forma verbal es “κρίνω” (“krino”), que describe el acto de “distinguir”, “separar”, “decidir”, “juzgar”, “preferir”, “interpretar”, “resolver”.
De modo que ni la palabra crisis ni la palabra crítica tienen el aire negativo, fatalista y acusatorio que solemos darles. Todo lo contrario. Son términos altamente positivos. En rigor, cuando alguien exige o propone emitir una "crítica constructiva" (como si eso fuera una gracia o una concesión) está formulando una redundancia: la crítica, en su acepción verdadera y original, siempre es constructiva
En el caso de la crisis, se trata del momento en que la rutina, lo establecido, lo ya dado, ya no nos sirve y compromete nuestra existencia, por lo que es imperioso renunciar a ese estado de cosas y optar por un camino distinto... pero no a tontas y a locas, sino sopesando las características y consecuencias de cada posible alternativa. Una crisis es tal porque nos demanda deliberar y elegir con criterio, otra palabra griega (“κριτήριον”, “criterion”) cuyo sentido original es “tribunal de justicia”: ese órgano público cuyos integrantes pueden juzgar con conocimiento y por lo tanto son críticos (“κριτικός”, “capaz de juzgar”), es decir, capaces de tomar la decisión correcta.
De manera sucinta, como lo formula el filósofo neolonés Severo Iglesias, la crítica es la facultad que nos permite analizar los detalles sin perder de vista el todo; es la capacidad de ver los árboles y el bosque al mismo tiempo.
La hora de la crisis es la de la decisión, la inteligencia y el valor. Por eso son tan temibles las voces que intentan convencernos de que "no `pasa nada", de que "no hay alternativas" o de que hay que guardar silencio porque no vale la pena pensar o procurar el cambio de las cosas, todo lo cual anula el sentido y las posibilidades de la crisis y de la crítica.
Pese a todo, vivimos un tiempo de crisis.
Hay que saber aprovecharlo.
Bienvenidos.
Sales al mandado y tu bolsillo es acribillado por la ráfaga de nuevos impuestos, tan letales como una AK-47, aunque la agonía sea muy lenta. Hacia donde voltees miras la debacle de familias cada vez más disfuncionales y descubres cómo se incuba allí el huevo de la serpiente. Te enteras de las decisiones que asumen las cúpulas en materia de reformas constitucionales y descubres tu futuro irremediablemente hipotecado. Miras la polarización política, cada vez más despojada de ideología propia, y lo que queda es una competencia por los privilegios y liderazgos que da el cargo de gerente de piso en esta, la sucursal más desahuciada a la otra orilla del sueño neoliberal.
En semejante panorama, la disolución de la crítica es perturbadora.
En núcleos y contextos diversos hay preocupación por el vacío de voces que ejerzan una crítica digna de llamarse así. Habrá quien diga que se ha vuelto innecesaria, pero no. El ejercicio crítico sigue siendo imprescindible para que exista una esfera pública en la que el debate y la reflexión sean posibles.
El problema es que el papel de la crítica ha sido coptado por una pseudo-crítica dogmática, alabatoria, ignorante, acomodaticia y, a fin de cuentas, publicitaria, que ha ido cobrando visibilidad y poder a costa del silencio de voces más sensatas, capaces de formular observaciones, juicios y preguntas inteligentes.
Necesitamos espacios y voces que ejerzan la crítica, precisamente debido a las transformaciones que sufre el sistema. Sólo así podremos comprender y, en su momento, optar por las configuraciones que emergen de este momento de crisis.
Es precisamente durante las crisis que el pensamiento crítico está mucho más comprometido en términos políticos.
Pero a propósito de todo esto, es curioso que palabras aparentemente tan disímbolas como crisis y crítica sean habitualmente tan mal comprendidas, a pesar de que las dos tienen la misma raíz.
Las voces crisis y crítica proceden del sustantivo griego (“κρίσις”), que literalmente es “separación”, “distinción”, “elección”, “juicio”, “decisión”, “discernimiento”. Su forma verbal es “κρίνω” (“krino”), que describe el acto de “distinguir”, “separar”, “decidir”, “juzgar”, “preferir”, “interpretar”, “resolver”.
De modo que ni la palabra crisis ni la palabra crítica tienen el aire negativo, fatalista y acusatorio que solemos darles. Todo lo contrario. Son términos altamente positivos. En rigor, cuando alguien exige o propone emitir una "crítica constructiva" (como si eso fuera una gracia o una concesión) está formulando una redundancia: la crítica, en su acepción verdadera y original, siempre es constructiva
En el caso de la crisis, se trata del momento en que la rutina, lo establecido, lo ya dado, ya no nos sirve y compromete nuestra existencia, por lo que es imperioso renunciar a ese estado de cosas y optar por un camino distinto... pero no a tontas y a locas, sino sopesando las características y consecuencias de cada posible alternativa. Una crisis es tal porque nos demanda deliberar y elegir con criterio, otra palabra griega (“κριτήριον”, “criterion”) cuyo sentido original es “tribunal de justicia”: ese órgano público cuyos integrantes pueden juzgar con conocimiento y por lo tanto son críticos (“κριτικός”, “capaz de juzgar”), es decir, capaces de tomar la decisión correcta.
De manera sucinta, como lo formula el filósofo neolonés Severo Iglesias, la crítica es la facultad que nos permite analizar los detalles sin perder de vista el todo; es la capacidad de ver los árboles y el bosque al mismo tiempo.
La hora de la crisis es la de la decisión, la inteligencia y el valor. Por eso son tan temibles las voces que intentan convencernos de que "no `pasa nada", de que "no hay alternativas" o de que hay que guardar silencio porque no vale la pena pensar o procurar el cambio de las cosas, todo lo cual anula el sentido y las posibilidades de la crisis y de la crítica.
Pese a todo, vivimos un tiempo de crisis.
Hay que saber aprovecharlo.
Bienvenidos.
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