El viaje de Ulises:

UN ODISEO

DOMESTICADO


El niño Ulises, un huérfano que vive con su abuela Clara, tiene la oportunidad de viajar al pueblito de La Concordia, su tierra natal, y descubrir el destino de sus padres durante un viaje de iniciación y crecimiento que corre paralelo a su entusiasta lectura de La Ilíada y La Odisea. Será su tío Virgilio (un guiño a Dante) quien conduzca el recorrido del niño y la abuela hacia un México rural ensombrecido por la violencia, pero del que todos saldrán fortalecidos por un final optimista que le apuesta a la benevolencia de una cultura contra la guerra.
En estos términos discurre la obra El viaje de Ulises, escrita y dirigida por Verónica Maldonado Carrasco y con la cual el Centro Dramático de Michoacán (Cedram) celebró las 500 representaciones de distintas puestas en escena dentro de su programa de teatro itinerante 2013 por municipios de Michoacán y tres estados del país.

Ágilmente articulada de acuerdo a los cánones escénicos de excelencia en uso, El viaje de Ulises echa mano de recursos mínimos indispensables: su escenografía austera y multiforme emplea telas, tablones, cuerdas y muy poco más y desde esos recursos recrea y sugiere paisajes y escenarios, ya de la odisea emprendida por el más astuto de los aqueos o del recorrido del pequeño protagonista y sus familiares por los páramos de la memoria. Chalupas, buques, acantilados, automóviles, monstruos, llanuras y casas abandonadas se configuran desde un espíritu minimal que lo mismo beneficia al pragmatismo de la puesta que anima al juego imaginativo de parte del espectador.
Las actuaciones, por su lado, son irreprochables, a partir de un grupo de cinco actores que representan el talento de varias partes del país: Frida Hernández, Alejandra Hinojosa, Rafael Mejía, Jaime Nogueron y David Hurtado.
Hay un correcto ejercicio de espejeo entre los episodios que transcurren en el mundo real de Ulises y el mundo recreado de la narrativa homérica, con codazos cómplices entre los personajes de uno y otro mundo y sus correspondencias.
Hay una dirección que aprovecha completamente las posibilidades del escenario itinerante que forma parte del proyecto Xanharati, recién nacido el pasado septiembre al amparo del programa de teatro vagabundo Rocinante.

A pesar de estos y otros aciertos, teatralmente eficaces y espectacularmente correctos, El viaje de Ulises es una experiencia que lo deja a uno reflexionando acerca del uso didáctico de un arte que, por momentos, deja de disfrutar de la libertad propia de su naturaleza estética para convertirse en la arenga de un valor, en la justificación de una idea ya concebida, en la mera defensa de un fin acotado de antemano.
Y es que el meollo de El viaje de Ulises no radica en el hecho de recuperar el sentido de odisea que define a toda vida humana (es decir, a toda vida consciente de su historia), ni de poner en perspectiva las hazañas y lecciones de los dos poemas mayores de la literatura griega, sino de someter sus principios y su esencia a un discurso que en más de un punto desnaturaliza su razón y sus posibilidades.
En aras de constituir un discurso a favor de la paz y en contra de la guerra, la adaptación acomete sus ajustes por los cabos más flacos de la hebra. Un ejemplo superlativo sería el de una Atenea que, renegando de sí misma, afirma estar cansada de ser la Diosa de la Guerra y que conmina a Odiseo a abandonar el sitio de Troya para volver a Ítaca con los suyos sin consumar la estratagema del Caballo de Troya ni masacrar a la ciudad.
La buena intención es explícita pero, de entrada (y ya sabemos de qué está empedrado el camino que conduce al Infierno) un personaje tan puro como el de Atenea la rapaz no merece ser traicionado de esa forma, ya que ella es también la tutora de la sabiduría, la estrategia, la justicia y la habilidad artística: índices, todos ellos, que matizan su papel tutelar guerrero.
Ha faltado, en este sentido, una indagación profunda hacia los arquetipos clásicos y esto se ha visto agravado por la intención de ofrecerle al público infantil un mensaje digerido o digerible en contra de la guerra y de la violencia.
Desde luego, el mensaje y su intención no son malos. Pero la manera de acometer la empresa no ha sido la más profunda ni la más inteligente. Créanlo. No voy a dar consejos porque nada es más chocante que fiscalizar una dramaturgia o una dirección aduciendo "deberían hacer esto" (al fin y al cabo, si alguien osa argüir en tales términos, pues que mejor agarre y se ponga a escribir y dirigir su propia obra). Sin embargo, puedo afirmar esto: sin necesidad de traicionar el espíritu sagaz de Odiseo ni la sabiduría que subyace y sustenta los oficios de Atenea e incluso sin forzar el papel de un Caronte que no es la Muerte, sino sólo el barquero de la Estigia, sin necesidad de todas estas salidas cómodas, realmente es posible hurgar en los clásicos y extraer un material poético legítimo, una trasliteración intensa y sentida, que permita decirnos lo mismo, pero con un mayor compromiso artístico: que la violencia es siempre el último recurso del incompetente y que, en el fondo, la guerra nunca resuelve algo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario