El cepillo de dientes
Carnaval del hastío
La clase media es la especie más cobarde que existe sobre la tierra.
Carlos Monsiváis
Copérnico Vega y Astrid del Ángel al inicio de la puesta
Ya asimilados por el hastío, por un implacable taedium vitae que ha reducido sus existencias a una caricatura y sus diálogos a meras citas publicitarias entrecomilladas, la pareja formada por Él (Copérnico Vega) y Ella (Astrid del Ángel) deja transcurrir sus días en una perpetua simulación en la pieza El cepillo de dientes (Jorge Díaz, 1961), ofrecida en la Muestra Estatal de Teatro de Morelia este lunes en el teatro Ocampo. A cuarenta y ocho años de su estreno en el Santiago de Chile adoptivo del dramaturgo bonaerense, el tema de este trabajo revela su absoluta vigencia. Mientras, la puesta acometida por la compañía Expresión Teatral ha resultado correcta.
Una probadita de limbo
Resulta en clave de farsa, El cepillo de dientes disecciona y exhibe bajo el microscopio la frivolidad de ese sector social alguna vez llamado “pequeño burgués” y hoy popularmente conocido como “clase media”. Él y Ella representan a un matrimonio socavado por la publicidad, el consumo y sus propias pulsiones más elementales, que como tales son inevitablemente egoístas. Inconcientes por completo de cuanto los rodea en términos de responsabilidad social, los personajes aparecen prisioneros en el limbo de sus propias afecciones: acuden a la mesa del desayuno, Ella sólo al pendiente del horóscopo matutino y de su sesión en turno del Método Silva de Control Mental (“empecemos bien el día: hoy debo hacer el bien a mis semejantes”) y Él sólo preocupado por tomar su café como Dios manda. A partir de esta situación, la virtuosa dramaturgia nos permite escudriñar las motivaciones que subyacen tras su aparente fachada de normalidad gracias a muy dinámicos y plásticos juegos con el lenguaje (siempre con cada línea haciendo contrapunto a lo que expresa cada personaje desde su gestualidad). Siniestros impulsos filicidas la arrebatan a Ella al pensar en voz alta cómo reemplazar el azúcar, el café y otros víveres cotidianos por sustancias ponzoñosas. Rabiosos desplantes de autoritarismo machista lo sacuden a Él a la hora de demandar que se le sirva el desayuno como lo exigen las formas. De una a otra cosa, la lectura del periódico como termómetro de una realidad enajenada, las confesiones íntimas bocabajeadas por el absurdo (“Te amo”, “¡Pervertido! Mira que enamorarte de tu propia mujer”) y el celo por proteger el espacio íntimo de cada cual, conducen a un abismo de fatiga existencial que concluye con el juego de un simulacro que apenas les ayuda a reactivar su también agotada pasión erótica: ambos fingen que Él asesina a su esposa y que más adelante seduce a la sirvienta (Astrid del Ángel en doble papel) para impedir que encuentre el cadáver y lo denuncie. En esta “farsa dentro de la farsa”, los personajes tocan fondo, y una vez concluido el guiñolesco coito Él y Ella regresan a su mundo habitual, más desencantados que nunca, preguntándose, en un pequeño atisbo de autoconciencia y mientras los bambalinones descienden sobre ellos, si realmente son necesarias tantas mentiras, tantas simulaciones, para llenar el vacío que los abruma y alcanzar un poquito de felicidad.
Los personajes en la escena del "patrón y la sirvienta".
Jocoso y despiadado
Estamos en las antípodas de Round de sombra, ofrecida el domingo. Si en la pieza de Carmina Narro el tema de las parejas autodestructivas era acometido con un sentido trágico y oscuro, en El cepillo de dientes no queda sino exhibir la grotesca realidad de tales parejas con un humor sardónico y eficazmente crítico. La dramaturgia de Jorge Díaz, fallecido hace apenas dos años, es un jocoso pero despiadado ejercicio de desnudamiento. Y la gran vigencia del texto radica precisamente en la manera en que disecciona una futilidad que, precisamente hoy, es la moneda corriente en sociedades como la nuestra. Inútil parece decir que la frivolidad y el sinsentido de los personajes de este trabajo ya no son defectos de una clase social determinada, sino una muleta del espíritu que se ha extendido a todos los ámbitos. Todas las preocupaciones con las que se nos ha ido domesticando en los casi cincuenta años que median desde el estreno de esta pieza hasta hoy apuntan a inquietudes mínimas, epidérmicas, anecdóticas: qué telenovela ves, qué shampoo usas para el cabello, cuál es tu pareja ideal, qué teléfono celular llevas contigo, qué película vamos a ir a ver al cine hoy… temas absolutamente periféricos que nos distraen de nosotros mismos y nos llevan al naufragio, no sólo individual, sino colectivo. En El cepillo de dientes se miran tales preocupaciones como lo que realmente son: palpitaciones de infusorios, estremecimientos de amibas, rutinas sin sentido como la de esos escarabajos que escalan una ramita y que al llegar a la cúspide descienden por el otro lado para repetir el ciclo interminablemente.
El buen momento del juego de sombras.
Del absurdo y de la puesta
Esta pieza es célebre por ser la primera experiencia teatral latinoamericana que hacía suyos algunos principios de lo que se llamaría el “Teatro del absurdo”. En efecto, varios mecanismos de ese movimiento figuran en la estructura del trabajo: a primera vista, la anécdota parece carecer de un significado preciso, algunos de sus diálogos son machaconamente reiterativos y rompen con las secuencias dramáticas que eran convencionales en la segunda mitad del siglo XX. Lo más importante, sin embargo, es el directo enfoque existencialista sobre el que reposa la historia y su manera de cuestionar humorísticamente a la sociedad y a los individuos. Habría mucho más que decir, porque pocos movimientos han sido objeto de tantos disparates, calumnias e incomprensiones como el teatro del absurdo, pero por hoy dejémoslo así. En cuanto a la solución de la puesta, el grupo Expresión Teatral ha brindado una función correcta. Los actores han colocado el acento en la gestualidad corporal. Ambos tienen la energía arriba, bien instalada (son capaces de llenar el espacio con sus gestos), y el escenario ha sido bien aprovechado por los trazos. Mientras, concientes del tono fársico del texto, los personajes han sido construidos con trazos gruesos, que los llevan en varios momentos al ámbito de la caricatura. La decisión es válida y pertinente, aunque quizás valdría la pena ponderar los beneficios de un tono un poco más contenido.
Una discreta felicitación
Como sea, lo que sí es un placer es advertir la manera en que el teatrista Copérnico Vega ha ido desarrollándose sobre la escena. Este es un tema que ya había sido comentado hace algunos años, pero es prudente volver a él por varias razones. En esta muestra estamos viendo en pasarela a diferentes tendencias del teatro estatal, particularmente del moreliano, y Copérnico Vega representa a una de ellas: la de Francisco Bautista (q.e.p.d.) y la de todos aquellos teatristas que, en lo general, descollaron en la ciudad entre los años setenta y fines de los años noventa: todos más o menos autodidactas, todos creciéndose al castigo sobre las tablas, todos esencialmente empíricos pero apasionados. Desde esta perspectiva, Copérnico es de los pocos integrantes de esa camada escénica que han podido volver la mirada hacia atrás, reflexivamente, para aprender de los propios errores y de las propias experiencias.Nunca puede uno renegar de la propia parroquia y en el quehacer de este teatrista perduran tics y guiños inconfundibles a los que han sido sus orígenes y su camino. Pero dentro de esta marca de identidad hay un crecimiento, un proceso. Ya no estamos ante el Copérnico Vega de personajes bravucones y machistas de una sola pieza, esos sí acartonados, sino ante un personaje que se ríe críticamente de aquellos y que exhibe registros más profundos. Enhorabuena, aunque estos procesos internos siempre tardan en ser reconocidos por la mayoría.
EN VIDEO: Momentos de la puesta de Expresión teatral.
HOY EN LA MUESTRA
Miércoles, junio 24 Instantes escénicos Recuperando parcialmente las premisas de una obra previa (Hilo que falta), cinco mujeres contemporáneas hacen suyos textos y situaciones extraídos de diez arquetipos trágicos del teatro clásico: Antígona, Andrómaca, Ismene, Penélope, Medea, Hécuba, Yucasta, Helena, Ifigenia y Casandra, en este ejercicio emprendido por Valentín Orozco, Sergio Monreal, Erandini Alvarado y Claudia Fragoso, y en el que participan Angélica Cabrera, Erandini Alvarado, Claudia Fragoso, Paulina Rosas y Valentina Freire Ochoa. Foro La Capilla de la Casa de la Cultura de Morelia, 20:30 horas. Entrada libre.
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