Las vírgenes prudentes

Desarmando atavismos

¿Qué hay, espíritu loco? ¿Qué desorden anda suelto en la floresta?
Oberón a Puck en Sueño de una noche de Verano / W. Shakespeare

Saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe; he aquí el verdadero saber.
Confucio

Las ahijadas con Apolonia en una escena de la puesta del grupo procedente del municipio de Indaparapeo.

Cuando una de las tres hermanas Espejo sufre un desliz y queda embarazada, las trillizas acuden a su astuta madrina Apolonia en busca de consejo.
La sagaz mujer propone que las tres abandonen el pueblito donde viven y vayan a la ciudad de México para que allá nazca el bebé, lejos de miradas indiscretas y sin que nadie tenga la menor oportunidad de saber cuál de ellas fue la que “se comió la torta antes del recreo”. El plan incluye entregar a la criatura recién nacida a algún orfanato capitalino, a fin de que las tres muchachas (todas con novio y en edad de merecer) puedan regresar al rancho “tan señoritas como siempre” y retomen el curso de sus vidas.
Pero las cosas no serán tan simples ni tan alevosas en la comedia fársica Las vírgenes prudentes (Antonio González Caballero, 1969) y la fuerza del amor impedirá que las muchachas abandonen a su suerte a la criatura. El amor también será el responsable de que los tres galanes apechuguen su machismo, sus prejuicios y consientan en guardar silencio y no hacer reclamaciones, por el bien de todos, afrontando el porvenir en compañía de sus medias naranjas.

Clásico nacional en la muestra
Auténtico clásico dentro de las casi cincuenta obras de teatro emprendidas por el pintor, escultor, guionista de radio, cine y televisión, caricaturista, pedagogo y escritor Antonio González Caballero (San Luis Potosí, 1927 – Distrito Federal, 2003), Las vírgenes prudentes atesora la esencia de la dramaturgia de este artista tan inquieto como inclasificable (por más que el pensamiento académico y formalista quiera asfixiar toda su obra con la camisa de fuerza del “costumbrismo”). El trabajo desborda un mexicanismo inconfundible; debajo de sus pinceladas aparentemente gruesas hay un despliegue de virtuosa sutileza que matiza con tanta precisión que no se nota. Parece, en primera instancia, que el trabajo es un espejo que refleja una realidad y el “cómo somos” cotidiano, pero que muy pronto se transforma, ahora sí, en una ventana que nos permite atisbar las posibilidades de un mundo nuevo (aquel donde el poder domesticador y paralizante de los prejuicios y de los dogmas es derrotado por la saludable agua corriente de la emoción y la vida).
La comedia participó en la Muestra Estatal de Teatro de Michoacán representando al municipio de Indaparapeo, de la mano del grupo de teatro de la Casa de la Cultura de esa localidad y en dirección de Ignacio Rodríguez Alanís.

Más que costumbrista
Deliciosa en su género, Las vírgenes prudentes es, efectivamente, una comedia costumbrista: retrata la mentalidad prototípica de los habitantes de prácticamente cualquier pueblito de la provincia mexicana. La situación se instala en el ambiente conservador, macho y tradicionalista de tales lugares, en medio del cual el autor deja caer un conflicto absolutamente hilado “a medida” de esas circunstancias.
Pero más allá de la estructura formal costumbrista, González Caballero ya mostraba en esta obra de 1967, bien consolidadas, las primeras armas de lo que sería su exigente, eficaz y aún poco conocido Método de Apoyos para el Actor (emprendido públicamente desde 1969 y hasta su muerte, aunque su germen se remonta a los años cincuenta).
Uno de los grandes placeres ante esta obra es entonces advertir la manera en que el autor perfila y concreta a sus personajes, en varias ocasiones resueltos desde contundentes líneas de diálogo que los expresan, en sus virtudes y defectos, en su ternura o en sus prejuicios, con una singularidad que emerge de un muy completo estudio tipológico que recurre a los principios de su sistema actoral: el manejo de pesos y sub-pesos escénicos, la actitud vital del personaje, su frase esencial, la creación de atmósferas, el manejo de energías, el control de las zonas por las que la energía circula o se estanca… todo lo cual desemboca en un único objetivo: darle al actor herramientas muy precisas para que pueda crear personajes vivos, esto es, estéticamente reales.

Lección: juego y escena
Aparentemente, estaría de más decir que el trabajo actoral de los integrantes del grupo de teatro de la Casa de la Cultura de Indaparapeo no alcanza las altísimas demandas internas del texto, y que tan sólo han cumplido con una puesta tradicional en la que las actuaciones aún son muy mecánicas. Pero, asombrosamente, esto no basta: no expresaría la verdad acerca de esta puesta. Y no sería justo afirmarlo a rajatabla.
Porque cada experiencia debe ubicarse en su contexto. Y la verdad es que, para el contexto del que procede el grupo, la suya ha sido una cumplida experiencia teatral. Pero una vez dicho esto (que hará fruncir el ceño a muchos y que a algunos otros les parecerá una concesión, aunque no lo es), me voy a arriesgar aún más:
Hay una lección indispensable que el grupo de Indaparapeo nos ha dado a todos, incluso a los estudiantes universitarios de teatro que acuden a las aulas de la Escuela Popular de Bellas Artes, en Morelia: estos jóvenes del interior del Estado han venido y nos han recordado de la manera más directa posible que el teatro es juego y que una experiencia escénica honesta y genuina puede perderlo todo, excepto la frescura y el ludismo, si es que quiere conservarse mínimamente fiel a su razón de ser.
¿Paradoja? ¿Sentimentalismo trasnochado? No. Por increíble que parezca, los actores de Las vírgenes prudentes muy bien pudieron haber incurrido en todos los pecados de la Biblia teatral durante su función en la Muestra, sin embargo, a despecho de eso, han dado una de las mejores funciones de todo ese foro. La suya es una puesta absolutamente viva: sus artífices saben atrapar la atención del público, lo sorprenden y lo convencen, ganan su complicidad y lo conmueven. Dialogan con él. Si eso no es teatro, entonces yo no sé qué pueda serlo.
En todo caso, contra la soberbia solemne y pontifical (esa sí trasnochada) de otros, la agrupación de Indaparapeo ha salido adelante porque sus integrantes se divirtieron mucho durante el montaje y ese saludable rasgo se nota. Brilla, es contagioso y cautiva.

Ajuste y desempeño
El gusto por todo esto (y aquí sí hay una nota más íntima, subjetiva) se acrecienta al considerar que Las vírgenes prudentes tuvo un significado especial para Antonio González Caballero: la concepción de esta comedia fue su manera de reconciliarse (cuando alcanzaba los cuarenta años de edad) con un doloroso episodio de su primera infancia. Esta obra fue su amoroso ajuste de cuentas con el pasado.
Por lo que atañe al grupo de Indaparapeo, la dirección de Ignacio Rodríguez es correcta y minimalista: hay muy pocos elementos en escena a fin de colocar el centro de la atención en el trabajo de los intérpretes, todos los cuales están bien acotados en sus trazos e intenciones. De entre ellos, los empeños más logrados corresponden a Nancy Vences y al propio Ignacio Rodríguez, así como a Andrea Vega y Ana Karen López.
A excepción de los dos primeros, sería difícil hablar de actores, particularmente desde una perspectiva académica. Pero aquí volvemos a lo mismo: estamos ante un grupo procedente de un lugar donde la academia no existe. Y a pesar de eso y de todas sus limitaciones (limitaciones desde un pensamiento teatral académico), el grupo sí está haciendo teatro y lo está haciendo con una honestidad que se echa de menos en varios de nuestros ejemplares capitalinos, presuntamente "más leídos y estudiados". Probablemente sea esta la puesta en escena más atractiva e interesante que veremos, correspondiente a los grupos del interior del Estado: esa "provincia de la provincia", donde el teatro, a pesar de todo, está vivo y se mueve.


EN VIDEO: Algunos extractos de Las vírgenes prudentes, en la función ofrecida en la Muestra Estatal de Teatro.

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