Centenario natal del poeta
Homenaje a Miguel Hernández
Con un programa de danza, música y poesía, el último día de noviembre se conmemoró en Morelia el centenario natal del poeta español Miguel Hernández. La actividad se emprendió en el Centro Cultural Universitario, a cargo de Gisela Barajas, Rocío Guzmán y el dueto de Marina y Mariano.
En pocos poetas como en Miguel Hernández vida y poesía han estado tan entrelazadas. El pastor de cabras valenciano que nació en 1910 en Orihuela fue desbordado muy pronto por una pasión poética que potenció todas las demás pasiones de su vida: una vida de apenas 31 años, arrebatada como tantas otras por los furores de la Guerra Civil española.
Lo cierto es que en los años que le tocó vivir a Hernández sólo se le conocen dos ocupaciones: la de pastor del ganado de su padre y la de poeta. La primera lo enraizó con las verdades elementales de la tierra, pero la segunda lo condujo a un anchuroso mundo intelectual con los artistas de la Generación del 27, esa gallarda camada que incluyó a autores del calibre de Max Aub, León Felipe, Lorca, Rafael Alberti, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre y José María de Cossío, entre otros.
Socialista convencido, la crisis en ascenso para la España que a partir de 1934 se debatía entres los coletazos de la Primera Guerra Mundial y los anticipados alientos de la Segunda, ella misma envuelta en los conflictos y contradicciones de la Segunda República, lo condujo a simpatizar activamente con el bando de los Republicanos y a emprender todas las formas posibles de propaganda a su favor.
Al término de la guerra (que concluyó con la rendición incondicional de los vencidos y con una dictadura franquista que fue implacable contra sus adversarios), Hernández encontró la muerte por enfermedad en las mazmorras insalubres del régimen, envuelto por el halo casi legendario de la anécdota fúnebre según la cual fue imposible lograr que su cadáver, consumido por la neumonía, la tifo y la tuberculosis, cerrara los ojos.
Lo cierto es que en los años que le tocó vivir a Hernández sólo se le conocen dos ocupaciones: la de pastor del ganado de su padre y la de poeta. La primera lo enraizó con las verdades elementales de la tierra, pero la segunda lo condujo a un anchuroso mundo intelectual con los artistas de la Generación del 27, esa gallarda camada que incluyó a autores del calibre de Max Aub, León Felipe, Lorca, Rafael Alberti, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre y José María de Cossío, entre otros.
Socialista convencido, la crisis en ascenso para la España que a partir de 1934 se debatía entres los coletazos de la Primera Guerra Mundial y los anticipados alientos de la Segunda, ella misma envuelta en los conflictos y contradicciones de la Segunda República, lo condujo a simpatizar activamente con el bando de los Republicanos y a emprender todas las formas posibles de propaganda a su favor.
Al término de la guerra (que concluyó con la rendición incondicional de los vencidos y con una dictadura franquista que fue implacable contra sus adversarios), Hernández encontró la muerte por enfermedad en las mazmorras insalubres del régimen, envuelto por el halo casi legendario de la anécdota fúnebre según la cual fue imposible lograr que su cadáver, consumido por la neumonía, la tifo y la tuberculosis, cerrara los ojos.
Con el título Del amor y de la vida, la velada incluyó la lectura de una docena de poemas de Hernández y un programa musical que recorrió los ámbitos de la Trova, la canción de protesta y otros géneros propios de la segunda mitad del Siglo XX. Hubo asimismo intervenciones de danza a cargo de Rocío Guzmán.
El video, debajo de estas líneas, recoge tres momentos de la velada.
EN VIDEO / Tres aspectos de la velada
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