Cuando la princesa Trenzas de Oro es secuestrada por un brujo con la ayuda del diablo, el caballero se ve obligado a enfrentar a esos personajes para salvar a la chica en peligro. Sin embargo, más allá del tópico, pocas cosas son lo que parecen en El caballero de la mano de fuego, un texto original del argentino Javier Villafañe y puesto en escena por La Compañía del realizador español Víctor Biau.
Guiños lorquianos surcan esta historia, parcialmente dialogada en versos endecasílabos, pero lo más bello de la puesta en escena es la conciencia parateatral que surca su estructura, con unos títeres que continuamente pueden dialogar con su titiritero e incluso asomarse a dudas metafísicas cuando descubren (y nos comparten) las manos que los conducen y les dan vida por debajo de sus atuendos.
Por lo demás, prácticamente todas las constantes del teatro guiñol (infaltables palizas incluidas) arropan a este trabajo de guiños irónicos, en los que los diablos de sardónicas carcajadas siempre están a punto de ahogarse con sus explosiones de risa; en los que las indefensas princesas no son siempre tan indefensas y en los que el héroe es más cobarde de lo que parece recomendable.
Empero, ninguno de estos defectos es alevoso. La obra, resuelta como un unipersonal (le toca a Biau encarnar a ocho personajes), tiene a la ternura como su emoción fundamental. Es la ternura la que pone en perspectiva la maldad de los villanos, así como los defectos de las víctimas, de los héroes y de los personajes secundarios.
Afirma el titiritero Víctor Biau en su página electrónica que tenía un enorme deseo de representar este espectáculo por algunas de sus características, entre ellas por la belleza de su texto escrito en verso y “porque quería tener en su repertorio un Villafañe”.
Al respecto, hay que abundar aquí en algo muy importante:
Quienes hayan tenido la fortuna de acudir a la función de El caballero de la mano de fuego, durante las jornadas del Festival Internacional de Títeres de Morelia, habrán podido saldar una deuda a la memoria de Javier Villafañe. Ustedes no están para saberlo (pero yo sí para contárselos): Villafañe fue uno de los titiriteros más indispensables de Latinoamérica en el siglo XX.
Nacido en Buenos Aires en 1909 durante la Noche de San Juan (cuando diablos, brujas y otras presencias nocturnas andan beatíficamente sueltas), Javier Villafañe fue poeta, escritor y, desde muy pequeño, titiritero. En 1935, luego de conocer al poeta andaluz Federico García Lorca, a Villafañe y a su amigo Juan Pedro Ramos les entró la idea de convertirse en titiriteros ambulantes. Con ese fin concibieron la carreta La Andariega y con ella y su caballo se lanzaron a recorrer los caminos de Argentina y de varios países de la región.
Villafañe daba sus funciones en los pueblos; durante los trayectos construía a sus personajes (entre ellos el célebre presentador de sus funciones, maese Trotamundos). En cada lugar se detenía a platicar con la gente para recoger su tradición oral de cuentos, mitos y leyendas.
Comenzó a publicar y tuvo una producción fructífera. Entre sus títulos más importantes figuran Los sueños del sapo, Historias de pájaros, Circulen, caballeros, circulen, Cuentos y títeres, El caballo celoso, El hombre que quería adivinarle la edad al diablo (donde figura El caballero de la mano de fuego), El Gallo Pinto y Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote.
En 1940, gracias a su labor, recibió una beca de la Comisión Nacional de Cultura para divulgar la actividad titiritera. Sin embargo, cinco lustros más tarde, hacia 1967, su libro Don Juan el Zorro fue censurado por la dictadura militar argentina. Como tantos artistas del momento, Villafañe decidió abandonar su país y se asiló en Venezuela, donde trabajó para la Universidad de Los Andes y fundó un taller de títeres dedicado a formar artistas.
En 1978, con apoyos del gobierno venezolano, Villafañe cruzó el Atlántico y repitió su experiencia trashumante latinoamericana en España, donde recorrió con su carreta de títeres los caminos de Don Quijote a través de La Mancha, tal como lo narra Cervantes Saavedra en su famosa novela.
Javier Villafañe pudo volver a su natal Argentina hasta el año de 1984, donde se instaló los últimos años de su fructífera vida. Allí murió a los 86 años de edad, el 1 de abril de 1996.
EN VIDEO / El caballero de la mano de fuego
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