Jorge Luis, el inventor de

Borges
: mesa de homenaje

No como escritores, sino como lectores entusiastas, un grupo de autores locales inauguró este lunes las jornadas para celebrar el 110 aniversario natal del escritor argentino

Imagen del sello postal conmemorativo emitido hace diez años, en 1999, por el gobierno argentino, para festejar el centenario natal de Jorge Luis Borges.

A unas horas de que concluyera propiamente el mes de aniversario, este lunes 31 de agosto un grupo de autores morelianos dio inicio a las jornadas de homenaje Jorge Luis, el inventor de Borges, con el que ofrecen una serie de reflexiones en torno a la obra poética, cuentística y ensayística de uno de los mayores escritores del hemisferio.
En efecto, el bonaerense Jorge Francisco Isidoro Luis Borges nació, ochomesino, el 24 de agosto de 1899, hace 110 años, justo en el gozne de dos siglos. A lo largo de su vida desarrolló una obra gallardamente desafiante a la hora de idear inéditas formas de interpretar la realidad desde el ámbito de lo fantástico.
En memoria del autor, y retomando una experiencia emprendida por primera vez hace tres años, al seno de la Escuela de Letras Hispánicas, el poeta michoacano Marco Antonio Regalado y un grupo de artistas de diversos ámbitos están realizando esta semana diferentes actividades nocturnas, siempre a partir de las 20:00 horas, en el café Mandrágora. En la velada inaugural del lunes, tres autores dieron lectura a sus textos, ensayos de aproximación al autor de Crónica Universal de la Infamia, Ficciones y cuentos tan memorables como El Inmortal, El jardín de los senderos que se bifurcan y El Aleph.

Omar Arriaga Garcés en la primera intervención de la velada.

Un Borges poliédrico
Omar Arriaga Garcés abrió las actividades con la lectura de su ensayo Borges, el encantador de las serpientes, que sería ante todo un mosaico de ágiles improntas dedicadas a describir, pero sin encasillar.
Desde el comienzo mismo del texto, Arriaga había advertido del riesgo de “quedarse en el simulacro al hablar de Borges”, dado que ya son muchos quienes lo han glosado: desde ese Borges ficticio que tanto ha sacado de quicio a autores como Humberto Eco hasta el Georgie doméstico, familiar, más íntimo, que siempre aparece en pequeños atisbos cuando se escudriña con atención su pequeño pero entrañable círculo bonaerense.
Precisamente, Arriaga Garcés optaría por moverse entre estos dos extremos, en esa dimensión borgeana que media entre “las confesiones rotundas en voz baja y las ficciones”.
Tomaría como ejemplo el poema Limites, “atroz al sintetizar la angustia existencial en una época privada de la idea de Dios, en la que si pretendiésemos hablar de milagros, sólo podríamos hablar de un miserable milagro… Y eso, si se da”.
Desde ahí propondría un Borges humanista, en el entendido de que el humanismo consiste en conocer las propias limitaciones y aceptarlas. Un Borges rotundo, con el cual, a pesar de lo aparente, no caben las especulaciones. Un ciego apolíneo absolutamente conciente de que es más lo que ignoramos del universo que lo que sabemos de él.
En uno de los momentos más radicales de su breve pero sustancioso texto, haría un llamado a volver de manera inteligente a los clásicos (que, en gran medida, es justo lo que hizo Borges). Parafrasearía a Rimbaud y lanzaría: “hay que ser absolutamente modernos, todos los caminos conducen a Roma”.
Hacia el final de su intervención llamaría la atención al mordaz, satírico aliento que Borges le imprime a sus cuentos y poemas, todos los cuales “nos miran mas allá de lo que llamamos humor”.
“Da la impresión –concluiría– de que el autor de Ficciones le falta el respeto a la realidad del lector. Pero hay otro Borges, más humano a fin de cuentas, quien hace posible la encarnación de los libros; el Borges que se jacta de los libros que ha leído, no de los que ha escrito (en el célebre prólogo que el autor preparó para su Biblioteca Borges). Con ese Borges quiero esta noche quedarme”.

Jesús Chávez Flores: el humor en la obra de Borges.

Como el gato de Cheshire
En el segundo turno, Jesús Chávez Flores compartiría el texto La sonrisa de Georgie, que sería una reflexión sembrada de citas y anécdotas sobre el humor, las bromas y la risa, y el sentido lúdico de todo esto en la obra de Borges. Un texto bienvenido por su desenfado, pero no exento de agudezas.
En lo esencial, tras recuperar conceptos asociados a Erasmo, Papini y Samosata, entre otros, quienes asientan que la risa surge cuando se advierte cierta falta de armonía en el mundo y, sobre todo, que la risa fluye de la lucidez de la mente (por más que los idiotas se distingan porque ríen todo el tiempo), se preguntaría de qué reía Borges y diría: “De la credulidad de sus lectores o escuchas. Borges sólo ponía en evidencia nuestra debilidad ante su erudición”. Haciendo de esto el leit motiv de un juego de espejos, propondría al autor bonaerense como un burlón caricaturista que se ocupó en cada ocasión de lograr que el burlado fuera quien se ocupara de hacer su propia caricatura.
Desde aquí, pasaría al segundo término de la relación citada, es decir: el del burlado. Porque, en efecto, ¿de dónde surge el burlado, el objeto de burla? Chávez Flores apuntaría: “Del deseo de figurar de algún modo. Porque la naturaleza del burlado siempre es esquizofrénica: se genera en su interior un Yo débil y un Yo fuerte defensor que niega la realidad. Y como la unión de estos dos yoes se da en la complacencia, en la enajenación, pocas veces el burlado advierte sus incapacidades”.
Advertiría que este sentido del humor en Borges es siempre un juego y, como tal, una experiencia totalmente sana. No hay, de primera intención, el deseo de humillar o menospreciar al lector. Al contrario, el Borges que escribe es generoso hasta a la hora de brindar pistas para desarmar sus maravillosos juguetes literarios o para explorarlos y reinventarlos a placer. En cambio, Borges sí afilaba su sarcasmo, y sobre todo su ironía, cuando se enfrentaba a eruditos de distinto cuño.
Al respecto, Jesús Chávez recuperaría una colección de anécdotas deliciosas, entre ellas la relacionada con la existencia de ese libro infinito que aparece en El libro de arena y la desternillante pregunta de si realmente existía un Aleph en alguna parte de Argentina, pero también otras intensamente iluminadoras, como la que da sentido a la intención de descubrir… y si no, inventar, la ficticia gran biblioteca de Babel.
De una a otra cosa, el ponente celebraría que “siempre hay regocijo en la mente de Borges al suscitar sorpresa, asombro, engaño”. Después de todo, “el humor es un arma vindicativa”, como dice Carlos Monsiváis y, por tanto, “no es difícil imaginar a Borges alegrísimo por elucubrar”, cada vez que se sentaba ante la desafiante hoja en blanco.
Concluiría: “El mejor Borges, el más sabio y el más entrañable es el humorista, sin estridencias, pero agudo. El humor es un arma cuando se esgrime con desenfado, pero Borges también es benevolente. Deja pistas. Busca cómplices. Su sonrisa es contagiosa pero no virulenta”. Consideraría todo esto como aciertos. Después de todo, “de los espíritus que niegan, el burlón es el que menos molesta a Dios”.

Marco Antonio Regalado cerró la primera sesión de lecturas.

Escéptico y metafísico
En la última participación de esta primera jornada el poeta Marco Antonio Regalado Reyes hablaría sucintamente del ensayo y de la poesía del autor homenajeado leyendo sendos fragmentos de su ensayo Jorge Luis, el hacedor de Borges.
Adujo: “Borges respiraba literatura. No era crítico ni filósofo. Soñaba, vivía la literatura. Y así fue como se convirtió en uno de sus personajes. Jorge Luis fue el hacedor de Borges”.
Plantearía: “Quien escribe es un hacedor. De tan sencilla, su obra se torna compleja y viceversa. Es así que sus textos representan una de las escasas empresas del siglo XX que crearon nuevas realidades y que entraron en contacto con culturas y épocas distintas”.
Consideró que la palabra clave que sirve para describir su quehacer es “búsqueda”. “La suya fue la búsqueda de las posibles unidades de las búsquedas metafísicas”.
También señaló un pertinente proceso de transliteración en su obra. Dijo: “Cultivó cuento, ensayo y poesía. Cuentos que eran poesía; poesías que eran ensayos; ensayos que eran cuentos”, todo ello arropado por su deslumbramiento más sincero: el que le despertaban los problemas teológicos y metafísicos.
Desde la perspectiva de sus ensayos propuso a Borges como un idealista en lo filosófico; un “niño sorprendido por las construcciones fantásticas de la razón” y que tuvo como modelos y maestros a pensadores como Schopenhauer y Baruch Spinoza.
“Ateo a su manera, sus temas son el tiempo, la eternidad, la pluralidad. Y enamorado de las ideas, detrás de ellas encontró la Idea (ya fuera Dios, Vacuidad o Primer Principio). Fue siempre ese y el otro Borges: siempre luchando dentro de sí el escéptico con el metafísico”.
“Como los sueños –agregó–, las narraciones de Borges tienen valores múltiples. Sus emblemas son el espejo y los laberintos. Laberintos de tiempo, de libros…”
“Y sus ensayos son excepcionales por la pizca de duda con la cual pone en tela de juicio todos los conocimientos”.
En cuanto al tema de la poesía, Marco Antonio Regalado afirmaría su predilección por el poemario El otro el mismo (1964) para señalar que el Borges poeta “tiene siempre la extraña capacidad de hablar de los orígenes. Participa de los comienzos del tiempo y prodiga el ser a las cosas que emergen de su palabra poética”.
“A través del logos poético, restituye mundos simbolicos. Vislumbra la realidad como una totalidad, una experiencia superior de la que todos participan”.
Congregaría todo esto en una imagen muy afortunada, que le debemos a Mallé; el “conocimiento auroral”: que forma parte del principio de todo, allí donde un autor apela a la memoria como primer conocimiento.
El mismo Borges lo dijo alguna vez: “No se trata tanto de decir algo nuevo, sino de recordar algo olvidado”. Finalmente, Regalado recuperaría la manera en que la poesía de Borges emprendió una experiencia atípica: del verso libre de sus primeras obras al respeto cada vez más cuidadoso por el metro formal. “He ahí otro viaje-reflejo para un poeta ultraísta más bien tímido”, para cuyas palabras recuperó una observación formulada por Octavio Paz: su poesía es de luces o sombras repentinas, no de palabras esculpidas”.

Vista general de la primera mesa en las jornadas de homenaje al escritor argentino.