Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce

De la errata a la indisciplina

Muy pocas veces leemos o escuchamos el proverbio completo, que dice así: “errar es de humanos, pero errar mucho es de necios”.
Erramos cuando caemos en una distracción (ya sea del pensamiento, de la emoción o, como se dice a veces, del espíritu). Se trata de una falta de atención hacia lo que reflexionamos, hacia lo que hacemos o decimos. Una pérdida de sentido con respecto a nuestro actuar.
La errata es una experiencia universal. Todos, absolutamente todos, incurrimos en alguna de manera ocasional. Y de allí la primera y benevolente parte del proverbio: “errar es de humanos”.
Sin embargo, cuando las erratas dejan de ser ocasionales y se vuelven habituales, ya no son errores inocentes; se convierten en el síntoma de un problema más grave que se llama falta de disciplina. Y de allí la segunda parte del refrán: “… errar mucho es de necios”.
Y este asunto de las erratas y la indisciplina viene a cuento porque durante la inauguración de las exposiciones Siempre primavera, XV años de gráfica, de Cristóbal Tavera (Morelia, 1975) y Espejos y Sombras, de Bernardo Calderón (DF, 1962), el pasado viernes 11 de mayo, en el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce (Macaz), saltaron a la vista no una o dos, sino una decena de erratas en las cédulas de sala y en otros elementos museográficos de ambas muestras.
Si se tratara apenas de un par de errores, el lapsus bien se podría pasar por alto y sería suficiente con llamar la atención hacia tales imprecisiones en privado, para que se corrijan. Sin embargo, tratándose ya de tantas distracciones, de tantos errores... en suma de tanta falta de orden, es necesario hacer el señalamiento pertinente.
Y es necesario, sobre todo, porque no es la primera vez que ocurre.
En rigor, durante el último año las exposiciones del Macaz han padecido constantes erratas y omisiones que rebasan con mucho la “media razonable”.

Un apunte acerca de la exposición
de fotografías de Reuter y Meyer

Sin ir más lejos: durante la pasada muestra fotográfica dedicada a obras de Walter Reuter y Pedro Meyer (abierta el 22 de marzo pasado y concluida hace dos semanas), fue asombrosamente triste descubrir que todas las obras de Reuter iban dizque “sin título”.
El trato que le dieron en el Macaz a los trabajos de ese autor fue particularmente sentido para mí porque yo estuve presente en el hotel Morelia-Misión, en algún otoño, a comienzos de los noventa, para entrevistar al personaje. El padre del periodismo gráfico mexicano contemporáneo vino a esta ciudad a donar esas fotos, que constan de una selección de materiales pertenecientes a dos series emprendidas por Reuter en los años cuarenta y setenta del siglo XX.
Viendo la manera en que esos ejercicios fotográficos dedicados a momentos y escenarios significativos para Michoacán fueron tan ninguneados en las fichas de obra individuales (porque la exposición de Reuter no mereció ni siquiera una cédula de sala propia), sólo me pude preguntar: “¿de veras nadie supo en el museo que las imágenes que estuvieron exhibiendo en su planta alta corresponden a las series Paricutín (1946) y Purépechas (1970)?”
Claro. Alguien dirá que han pasado 16 años desde aquella visita, en la que Reuter, por cierto, era trasladado ya en silla de ruedas… pero, entonces, ¿para qué tiene el Macaz un supuesto departamento de Investigación?
Y es que, en la exposición dedicada a Reuter, el colmo, para mí, fue ver la foto que capta en todo su hieratismo y en toda su dignidad de esfinge al campesino Dionisio Pulido, el propietario de la milpa por la que apareció la primera fumarola de lo que sería el Paricutín, y advertir que la cédula, como todas las demás, figuraba “sin título”. Pero la verdad –nunca es tarde para proferirla– es que esa serie de fotos dedicadas a Pulido (Reuter hizo una docena de tomas, desde distintos ángulos) tiene un título preciso. Se llama El dueño del volcán. En cuanto a las obras de Pedro Meyer, aunque allí sí se conservaron los títulos de la mayor parte de las fotografías, las erratas también hicieron de las suyas. La más significativa de ellas fue la dedicada a La tristeza del pez–diablo (que, por cierto, en realidad se titula La tristeza es del pez–diablo, pero en fin). La errata fue… pero ¿para qué me extiendo, si “una imagen dice más que mil palabras”? Vean este breve video:

Reuter y Meyer / erratas y omisiones


Del error a la descortesía

Bien. Lo anterior ha sido solamente para probar que esta no es la primera vez y que por eso es importante que la nueva dirección del Macaz, ahora a cargo del autor visual Mizraím Cárdenas Hernández, sea capaz de imponer una disciplina mínima indispensable para la dignidad del museo, porque ya se está viendo que si lo deja todo en manos de los subalternos, nomás riegan el tepache.
Y es que, vean si no se justifican los señalamientos.
En la planta alta, en el tarjetón informativo dedicado a las obras de Cristóbal Tavera y su exposición Siempre primavera hay nada menos que cinco erratas ortográficas. ¿Son razonables cinco erratas en un texto que no pasa de los mil 300 caracteres? Son apenas dos párrafos, 237 palabras.
La imagen que sigue, que es una fotografía editada de ese tarjetón, es elocuente. Y para que se entretengan un poco, hasta les dejo de tarea encontrar la quinta errata, no consignada, pero que es fácil de ubicar: es la omisión de otro acento, aparte del que debe llevar la palabra "qué".


Deben saber que el texto anterior corresponde a un documento crítico escrito por el grabador, serigrafista y dibujante Miguel Carmona Virgen (a quien por cierto me alegra mucho reencontrar en estos tejemanejes de los eventos). Miguel no sólo es un autor importante en su especialidad, sino uno de los pocos que, aparte de la actividad creativa, es capaz de articular reflexiones lúcidas acerca del quehacer visual. Esto hace doblemente lamentables los descuidos con los que se ha transcrito su texto.
Pero, por si lo anterior no fuera poco, en la misma tarjeta hay otro detalle grave, un error que, en el mejor de los casos es una descortesía y en el peor un insulto.
Como se puede ver en la siguiente imagen, las cédulas de mano y las cédulas de sala han sido diseñadas para que en el espacio inferior, al centro, aparezca el nombre del autor del texto. A la derecha hay otro espacio para acotar brevemente el perfil o la filiación del autor. Pues el caso es que todos esos documentos respetan el diseño excepto, curiosamente, el que contiene el texto de Miguel Carmona, a quien no sólo le mocharon el nombre de pila sino que omitieron cualquier breve apunte.
Eso hay que corregirlo a la brevedad.


Y bueno, cuando parece que la canción no está solamente cantada, sino "requete cantada", salta otra liebre. La siguiente foto muestra cómo ni los propios trabajadores del Macaz escapan a sus propias distracciones. La firma de Juan Manuel Pérez Morelos en la cédula de sala que recibe al visitante en la planta alta del Macaz lo transforma en "Juan Maunel".


Ustedes dirán si soy un "exagerado" o si realmente está muy sucia la curaduría. Hasta ahorita llevamos siete erratas, todas ellas en la planta alta... y todavía me falta, para concluir, cotejar con Cristóbal Tavera si las cédulas de obra dedicadas a sus estampas y grabados son correctas.
Ese cotejo hay qué hacerlo porque, miren: para concluir con este post, por el momento, noten que en la planta baja, en la exposición dedicada a los óleos del maestro Calderón, también hay erratas en las cédulas de obra:



Tantos errores, imprecisiones y lapsus ya no son un asunto de la casualidad, de una pequeña distracción o de la mala suerte. Y el Macaz, que ya tiene algunos años arrastrando la cobija (de manera singularmente patética durante el último año), no se merece seguir sorteando, cual alma en pena, estas consecuencias del desorden y del muy mexicano "ahí se va".