Tres monólogos / Diván

Poéticas trasgresiones del Yo

EN VIDEO / Diván (fragmentos)



“Señor, el culo está en el lugar correcto, justo detrás de usted; si está fuera de lugar usted debería consultar a su médico de cabecera”.
El diario de Jockey

“¡Pero si es el culo! Ah, mi querido caballero: si observáis con cuidado las leyes de la naturaleza, veréis que nunca nos han señalado más altar que el agujero del culo. Al resto los tolera, pero a este lo ordena”.
Dolmancé ante Eugénie, dirigiéndose al hermano de Madame Saint-Ange, en La filosofía de alcoba o los maestros libertinos (Marqués de Sade, 1795 / Grupo Editorial Babilonia, Madrid, 1991)
Un fragmento, aunque con variaciones en la traducción, en este enlace al blog
Descontexto


Instalado a solas con su analista en el proverbial y temible diván de las confesiones absolutas psicoanalíticas, un hombre de mediana edad, de clase acomodada y de gustos refinados emprende para sí y para los espectadores diversas reflexiones sobre la relación que guarda y sobre los placeres y delirios que le despierta la parte más íntima de su cuerpo, aquella que es también la más íntima tuya, mía y de cualquier otro: su ano.
Es así como el ano (el culo, el aniceto, el punto, el ojete, el asterisco, la cola, el chimuelo, el hoyo, el fundillo, el tercer ojo, la dona, el anillo, el orto, el cicirisco, el medallas, el pedorro, el mofle, el tamal, el chico o el chiquistriquis… entre una decena más de apodos) deviene protagonista del monólogo Diván, original del psiquiatra, escritor y dramaturgo chileno Marco Antonio de la Parra (Santiago de Chile, 1952).
Esta experiencia teatral, acometida más como un ejercicio escénico que como una puesta propiamente dicha, fue presentada en Morelia el pasado 15 de abril en el foro La Bodega, en dirección escénica de Fernando Ortiz, con dirección de actores de Eva Sánchez Lara y la actuación (excelente) de Alejandro Yustiaza. La función tuvo como marco una sesión en la que varios teatristas morelianos concluyen sus prácticas profesionales para obtener el título de pasantes ante la Universidad de Guadalajara.

Poderosamente introspectiva pero, al mismo tiempo, vehementemente existencial, Diván es una pieza que lleva al extremo una pregunta universal: el “¿quién soy?” que todos, tarde que temprano, nos formulamos alguna vez en la vida.
Para el protagonista de este monólogo, la respuesta es el resultado de una búsqueda contundente y, sobre todo, desafiante: ha encontrado su esencia en la parte más privada de su anatomía, en el ano y en ese fértil semillero de sensaciones de toda índole asociadas a los muy activos nervios del perineo y del tejido adiposo que rodea a tan secreta abertura.
Desde esta perspectiva, las cuitas que le revela a su invisible psicoanalista llevan a nuestro personaje a una serie muy variada de estaciones, que van desde la suficiencia irónica (“no intente entrar a mi cabeza… a mi cabeza sólo se entra por mi culo”) hasta la apología erotómano-poética (“el culo es el viento de mi paisaje interno; mi tormenta; mi lluvia de arena; mis desiertos; mi luna. De noche cago mi luna, exploto en estrellas. De día es el sol de la humanidad plena”).
Entre ambos extremos, el notable texto de De la Parra explora distintas posibilidades tonales y temáticas asociadas a la parte más invisibilizada de nuestro cuerpo.
Este último apunte es quizás el más importante. En efecto, muchas son las culturas que han mantenido al ano lejos de cualquier reflector o escaparate, ya porque la oquedad natural para expeler nuestros desechos sólidos no parece brindar el menor atractivo o porque hay una explícita y prejuiciosa sensación de rechazo al conducto final de nuestro sistema digestivo.
Es precisamente contra esta tendencia a rechazar al ano, no con una simple indiferencia (que es una cosa), sino con un explícito deseo de invisibilizarlo (que es otra), que el texto incluido en la antología de monólogos Tintas frescas enarbola un espíritu saludablemente subversivo.

Más allá de cualquier lectura meramente psicoanalítica (y que probablemente reduciría el tema exclusivamente a la segunda de las tres fases de desarrollo psicoinfantil propuestas por Freud, con sus afectos sadomasoquistas o exhibicionistas), Diván explora luces y sombras pocas veces hurgadas en relación con la parte final de nuestro tracto digestivo. Se arriesga y nos propone a un personaje que acomete una empresa heróica y casi titánica: la de ir a contracorriente de todos los usos y costumbres de nuestra tradición para solazarse públicamente en los secretos de ese orificio socialmente ninguneado e incluso victimizado.
Ese es, me parece, el acento más sobresaliente del texto, ya que en ese afán de dar voz y conciencia a las reflexiones acerca del ano, el personaje no hace sino apropiarse soberanamente de su libertad individual, así sea llevándole la contraria al resto el rebaño.
Por lo demás, las lecturas caracterológicas propias del psicoanálisis (o de lo que alguna vez fue esa disciplina) no están ausentes de este protagonista que pasa sucesivamente de las actitudes dominantes a las timoratas, o de las complacientes y hedonistas a las dogmáticas, por no hablar de los trazos de su péndulo emocional entre el autoelogio y la autocrítica.
Y sin embargo, Diván sigue siendo mucho más que una mera puesta en escena de postulados psicologistas. Muy en deuda con el existencialismo sartreano, esta pieza (a la que el equipo realizador le ha dado una textura realista) seguramente haría las delicias del filósofo parisino que nos exigió volvernos responsables de nosotros mismos. Porque en esta puesta en escena no hay, en última instancia, sino una permanente demanda en esa dirección: la de asumirnos completos, plenos, sin ignorar ni soslayar la menor trayectoria en ese intento.

Evidentemente, hay un solo punto de referencia a la hora de pensar en la pieza Diván: la sexofilia (a la vez socio-moralmente cuestionadora y místicamente reivindicadora) del marqués de Sade, antítesis perfecta –dicho sea de paso– de la sexofobia que nos impuso en Occidente la tradición católica.
Esto también me parece de interés en Diván, porque un discurso como el de este monólogo nos obliga a pensar en cosas como la siguiente: si el centro incandescente del misticismo a la occidental es la relación hombre-Dios, su equivalente en términos de sensualismo y sensorialidad ¿no es acaso la relación entre un hombre y su ano?
Y lo interesante es, precisamente, que un ejercicio como este sea capaz de despertar preguntas de esta clase. Muy fecundo en ese sentido, Diván está lleno de sugerencias, algunas jocosas, otras alarmantes, todas valiosas a la hora de proponer un “más allá” de lo que meramente acota el texto.

Es difícil tratar de andarse por las ramas ante una propuesta como la de Diván, con un personaje que, si bien es un hedonista, logra transformar ese hedonismo tan sensorial (el amor a su ano) en una muy clara posición política (pues critica y cuestiona cuanto constriñe su aliento de libertad). He aquí, entonces, un personaje herético y, sobre todo (debo insistir), de clarísima vocación titánica, ya que asume el compromiso de elegir y de optar, a fin de decir lo que piensa, totalmente a contracorriente de todo cuanto dictan las normas sociales, la formalidad y, en suma, la trayectoria de los usos y modismos de la marea común (“Usted no me puede decir lo que está bien y lo que está mal. Mi culo es lo único realmente mío”).

Pero si el texto es una delicia, la actuación que emprende Alejandro Yustiaza se va al tú por tú con la dramaturgia.
Un acucioso trabajo de conciencia corporal, muy stanislavskiano en su tratamiento, así como un proceso de construcción de personaje desarrollado con la técnica actoral de Antonio González Caballero (donde la secuencia “impulso, cuerpo, voz” y el poderoso soporte que dan los elementos del Cuadro de personaje son guías firmes y confiables, que demuestran una vez más la eficaz sabiduría con que fueron concebidos), permiten que el actor brinde una actuación galvanizante, a pesar de que todavía se trata de una mera primera aproximación al personaje, propia para un ejercicio (como es el caso), y por consecuencia todavía capaz de vuelos mucho más altos a la hora de pensar en una puesta propiamente dicha.
Por lo pronto, esta primera aproximación de Yustiaza a su muy complejo personaje ya le otorga un cimiento firme para, a partir de ahí, comenzar una exploración más profunda, que sea capaz de extraerle todos los delicados matices que propone el texto a lo largo de su muy provocativo desarrollo. Una obra en proceso que promete intensidades a las que vale la pena estar atentos.