Manuel Ortega en entrevista

Treinta años como actor


El actor Manuel Ortega se ocupa este año de dar vida a don Juan Tenorio en la puesta en escena de la obra de José Zorrilla. Esta es la cuarta ocasión en que Ortega colabora en el montaje, pero la primera en la que lleva el estelar. El intérprete está cumpliendo treinta años como hombre de teatro, algunos de cuyos perfiles comparte en esta entrevista.

Manuel Ortega en camerinos, enfundado en sus atuendos y listo para el ensayo general antes del estreno, este miércoles, de Don Juan Tenorio.

Estás cumpliendo treinta años como actor. Creo que yo siempre te voy a recordar por tu protagónico en Macbeth (Fernando Ortiz, 2001). Esa fue inolvidable, pero ¿cómo empezó todo?
Mi primera temporada como actor comenzó a finales de 1979, en la ciudad de México, en la puesta en escena de Quiero vivir, que se presentó en el Foro Azcapotzalco y más adelante en el teatro El Galeón. Yo considero que allí nací como actor.

Y antes de eso, estudiaste… ¿en el Centro Universitario de Teatro (CUT) de la UNAM?
No. Yo había egresado del Centro de Arte Dramático A.C. (CADAC), en Coyoacán, y tuve la suerte de formar parte de la última generación que recibió clases directas del maestro Héctor Azar, quien más adelante se ocupó exclusivamente de la dirección del plantel.
Conocí al maestro Azar en el grupo Ejército Blanco. Ahí participé en la ópera rock Eco para mi grito, que incluyó la grabación de un álbum con los temas de la puesta en escena.
Luego, cuando dejo Ejército Blanco, entonces sí me voy a hacer teatro en la UNAM.

¿También con un teatro socialmente conciente?
Sí. La primera obra en la que participé allí fue una paráfrasis de Asesinato en la Catedral, de Thomas S. Elliot, que se inspira en un hecho real: el asesinato de Thomas Becket, Arzobispo de Canterbury, quien regresaba a Inglaterra después de un exilio de siete años en Francia y fue asesinado a la puertas de su propia catedral, allá por el año 1170. Lo emboscaron cuatro caballeros del rey de Inglaterra, a la sombra de un conflicto entre religión, política y poderes. En esa puesta en escena trabajé con Roberto Sosa padre y con Roberto Sosa hijo, con Teresa Rábago y Víctor Trujillo, con varios de los cuales conservo una buena amistad hasta ahora.

¿Víctor Trujillo?
Sí. Con Trujillo hice televisión, primero en la UTEC, hace ya 25 años, así como teatro-bar y otras experiencias. También he participado en labores de cine, en María de mi corazón, y de doblaje.

El doblaje es una experiencia muy demandante. ¿Fue directamente para alguna firma como Televisa?
No. Yo era actor del SAI, el Sindicato de Actores Independientes. Y te hablo de hace más de veinte años; de modo que el sistema, me refiero tanto a la Iniciativa Privada como al gobierno, no nos quería por rojillos. En ese sentido, yo y muchos de mis compañeros enfrentamos vetos y otros obstáculos. Por ejemplo, nunca pudimos hacer trabajos de doblaje para empresas como Televisa, pero sí emprendimos una serie de trabajos de doblaje, como una cooperativa, para programas que se transmitían en países de Centro y Sudamérica.

Eran tiempos difíciles para lo que en ese entonces era todavía la izquierda.
Así es. Pero no me arrepiento en absoluto. En el SAI, por ejemplo, conocí a Pepe Caballero, quien había estudiado con los grandes de la generación anterior: Héctor Mendoza, Ludwik Margules, Luis de Tavira, y Juan José Gurrola. Con él, yo y otros actores hicimos muchísimas cosas, incluyendo teleteatro. La primera obra a la que Caballero me invitó a participar fue El destierro. También en el SAI pude trabajar bajo la dirección de Margules en La cabeza del dragón, de Valle Inclán. De las obras de ese periodo que recuerdo con cariño están Los hombres subterráneos, de Alejandra Gutiérrez, quien venía regresando de una estancia en la Unión Soviética, en Moscú. Ese título se inspiraba en la obra de Fedor M. Dostoievski, autor al que ella había ido a estudiar. En aquella ocasión trabajé también por primera vez con el escenógrafo Alejandro Luna y con Álvaro Guerrero, que ahora está más dedicado al cine.

Animoso, pero con la cara de desvelo, Manuel Ortega durante la entrevista realizada tras el ensayo general emprendido entre la noche del lunes y la madrugada del martes, para la XXXII temporada de Don Juan Tenorio.

¿Y Alejandro Aura? Recientemente participaste en un acto de conmemoración a Aura, aquí en Morelia. Lamento no haber podido ir.
Conocí a Alejandro a comienzos de los años ochenta. Un hombre admirable por todo lo que supo hacer. Fue cuentista, empresario, poeta, promotor cultural, dramaturgo, funcionario del sector cultural, conductor de radio… Me parece que para que una persona sea capaz de darse a sí misma como lo hizo Alejandro se necesita mucha, muchísima generosidad.
Comencé a colaborar con él en la puesta de Salón Calavera, que se estrenó en 1982. De gira con esa obra, llegué por primera vez a Morelia en 1984 y todos nos enamoramos de esta ciudad. Dimos casi ochocientas funciones con Salón Calavera en aquella gira y recorrimos prácticamente todo el país. Fue una experiencia inolvidable y a partir de ese momento cultivé con Alejandro una amistad estrecha, que se prolongó hasta el final, en 2008, pasando por experiencias como la de las tertulias en El hijo del Cuervo, ese centro bohemio y cultural que fundó Aura a fines de los ochenta en colaboración con Carmen y Pablo Boullosa como parte de los muchos esfuerzos que hizo para promover espacios y actividades culturales.

Hablabas de tu visita a Morelia en 1984. ¿Desde entonces te instalaste en Michoacán?
No, eso fue unos años más tarde. Pero esa visita sí fue indispensable para que mi familia y yo eligiéramos esta ciudad cuando decidimos abandonar el DF, en 1987. Por cierto, hablando de mi familia, me emociona mucho, ahora que Alejandro ya no está entre nosotros, recordar que yo me casé usando el smoking que él se ponía para las funciones de Salón Calavera. Ya próxima mi boda, le comenté a él un día que aún no había resuelto lo de mi smoking para la ceremonia. Alejandro me dijo: “Pues el mío te queda ¿no?” Y me lo dio.

Es la generosidad de la que hablabas
Sí. No es fácil encontrar personas como él.

¿La de Salón Calavera fue tu primera experiencia en una gira nacional como actor?
De esas dimensiones tan amplias, sí. Pero no fue la última. Luego de Salón Calavera, y ya colaborando con los circuitos culturales que en aquellos años auspiciaba el ISSSTE, participé en una gira nacional casi tan amplia como la que tuve con Salón Calavera. Fue para un recital con obras del poeta León Felipe. Alcanzamos las 750 representaciones. Más adelante, también en los circuitos del ISSSTE, me animé a adaptar una farsa de Juan José Arreola: Tercera llamada, tercera, o empezamos sin usted, y nos volvimos a ir de gira.

¿Es decir que has conocido todo el país?
Casi. No todo, pero casi. Lo que sí es cierto es que en esas giras del ISSSTE llegamos a dar funciones hasta los sitios más insólitos.

A ver. Sorpréndeme. ¿Cómo cuáles?
Las plataformas petroleras marítimas de PEMEX. Hay unas cien plataformas de ese tipo, sólo en la región de la Sonda de Campeche. Puede haber cientos, a veces miles de obreros trabajando en cada una. Así: miles. Sin duda es una vida dura, difícil. Esos trabajadores del petróleo son personas admirables.

Sí me sorprendiste. ¿De modo que se iban en barco?
No. En helicóptero, de una a otra plataforma. Así que te puedo decir que he dado funciones de teatro incluso a veinte kilómetros mar adentro, casi en los límites de las aguas territoriales mexicanas.

¿Y dejaste todo eso para venir a Morelia?
A mí me parece que nunca debes lamentar las decisiones que tomas. Después de todo, se supone que las tomas responsablemente ¿no? Lo de Morelia tuvo que ver fundamentalmente con la salud de mi hija, que padece de los pulmones. Tú sabes que la ciudad de México dejó de ser hace mucho La región más transparente de la que escribía Carlos Fuentes. Hablando con mi esposa, y recordando la experiencia de 1984, cuando conocimos Morelia, decidimos dejar la capital en 1987 para instalarnos aquí.

¿Cuál dirías que fue el cambio más drástico que supuso dejar la ciudad de México?
Precisamente el de hacer teatro con la regularidad de antes. En el Distrito Federal puedo decir que pude vivir de hacer teatro. En Morelia eso es muy difícil, ante todo porque ya tenía la responsabilidad de ver por mi familia. El hecho es que al llegar a Morelia intenté recuperar el proyecto de la farsa de Juan José Arreola, para continuar con las giras y hablé con los actores que me parecían más interesantes en la ciudad. Lamentablemente… ¿cómo lo diré con justicia?... todos tenían ya sus vidas armadas, ¿no? Tenían trabajos, recibían un sueldo y tenían la obligación de cumplir horarios y labores específicas por ese salario, de manera que nadie se animó a abandonar su seguridad económica a cambio de una aventura teatral como la que implica una gira. Así se dio. Ni modo. Tuve que cancelar el convenio que tenía con el ISSSTE.

Y te convertiste en empresario…
Me convertí en empresario. Pero estoy contento. Nunca he dejado el teatro. Unos años más tarde regresé a la escena en lo que era el restaurante bar Cantera Jardín, de Sofía Rojas. Tuvimos una larga temporada con ¡Ay, Cuauhtémoc, no te rajes! Así empecé a hacer teatro bar, un género al que le tengo mucho cariño precisamente por el recuerdo de Alejandro Aura y de otras experiencias en el DF, como las que tuve en el bar Guauuu! con Ana Ofelia Murguía, Germán Robles y otros. Luego monté Bajo la ley de Herodes y más tarde, con Alfredo Durán, comienzo a colaborar en Don Juan Tenorio. Esta es mi cuarta ocasión en esta puesta. Mientras tanto, En 2001, con Fernando Ortiz, presentamos Macbeth. En 2005 participé en la película La dama que llora, en el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Y aparte de aparecer en Don Juan Tenorio ¿piensas hacer algo para conmemorar tus treinta años de actor?
Sí, pero todavía es un proyecto. Estoy pensando en un monólogo, aunque dados mis compromisos y mi agenda, ya será para el 2010.

¿Te vas a subir, como otros, al tren del Bicentenario de la Independencia?
No. Para nada. Pero no porque ese tema no valga la pena, al contrario, sino porque lo que tengo necesidad de decir no pasa por el bicentenario.

¿Estás contento con el Tenorio?
Mucho. De cierta manera es muy significativo porque en 1979 mi primera temporada como actor en Quiero vivir también comenzó a finales de año, por estas fechas, así que el Tenorio es una excelente forma de celebrar.