¿Me vas a sacar los ojos para que no te persiga mi última mirada? ¡Mi última súplica! ¡Para que mi último ruego no te agujere la conciencia! ¡Dime, Mauro! ¿Qué me vas a hacer?
El personaje de Maty a su verdugo
Lomas de Poleo Edeberto Pilo Galindo, 2001



En el principio es la Oscuridad. No hay lápidas ni flores. Apenas las siluetas de tres mujeres tocadas por haces de luz que las anuncian en el escaso límite de su esplendor y su descomposición.
Son tres lucecitas empeñadas en abrirse paso en medio de una negrura que es luto, dolor y olvido. Tres cuerpos que van cobrando forma a pedacitos, como sus propias historias fragmentadas. Tres voces al filo del limbo que hacen de la palabra conjuro para recordarse, explicarse y tratar de alcanzar la paz.
Así comienza la puesta en escena de Ánima sola (Alejandro Román [Morelos, 2009] en versión de Fernando Ortiz [Morelia, 2012]), donde asistimos a los relatos de tres almas en pena que recrean la manera en que la violencia y la muerte se precipitaron sobre sus vidas.
Es la historia de Carmen, tempranamente separada de la abuela Rafaela en su Veracruz natal para irse de bracera, pero que se queda varada en una inclemente Ciudad Juárez donde las fábricas de maquila surten de carne fresca al negocio de la trata de blancas.
Es la historia de la tijuanense Adriana, edecán y taibolera de la discoteca Blue y amante de un capo local, cuya posición privilegiada desata las intrigas de la Marlene, quien maniobra para tenderle un cuatro y sacarla de la jugada.
Es la historia de Érika, enamorada y encinta del gallardo Gabriel de Jesús que, aliado con narcos sinaloenses, podría ayudarla a vengarse de El Zanate: el cacique, talamontes y narcotraficante de la sierra guerrerense que destruyó su pueblo y asesinó a su padre.
Ninguna de estas tres mujeres saldrá airosa de su circunstancia. Adriana, calumniada por la Marlene, quien la hace sospechosa de filtrarles información a los militares de la zona, será torturada y descuartizada por El Águila y sus secuaces. Érika, con todo y su primogénito en las entrañas, será emboscada por los sicarios de El Zanate y morirá al lado de las esposas de los socios de su amado Gabriel de Jesús con el cuerpo cosido a tiros de AK–47. En cuanto a Carmen, recién despedida con otras trabajadoras de la fábrica por atreverse a pedir más seguridad, será secuestrada, violada y asesinada por El Diablo, líder de los Barrio Azteca, una pandilla que hace los trabajos sucios para el crimen organizado en Juárez.
La obra se estrenó el miércoles 23 de mayo en el centro cultural Bubamara (Av. Acueducto # 2606) y se mantendrá en temporada los días miércoles, jueves y viernes de cada semana durante todo el presente mes de junio.
La recepción comienza a las 20:30 horas y el precio de admisión es de 60 pesos.

Juego de estructuras
Inscrita en el contexto de los feminicidios que a partir de los años noventa comenzaron una escalada inédita en el país (preludio al horror que enlutaría a miles de hogares más en la década siguiente y hasta hoy, en medio de las luchas de poder y de las peleas territoriales entre mafias), Ánima sola aborda el tema desde una perspectiva precisa: el punto de vista de las víctimas.
Por otro lado, tal como lo ha resuelto el director Fernando Ortiz, el trabajo que se presenta en la capital michoacana es un notable híbrido genérico.
Ánima sola comparte elementos del auto, ya que sus personajes son alegóricos (y están tácitamente implícitos en un imaginario religioso, son almas en pena). Carmen, Érika y Adriana objetivan las emociones de dolor y desesperación que definen a las víctimas anónimas de la violencia de género y contribuyen a darles un rostro. Es decir: individualizan una tragedia colectiva y, al hacerlo, la humanizan. Le devuelven su carácter de experiencia íntima, directa, ante la cual no cabe la indiferencia.
La puesta en escena también participa de la tragedia y, en este sentido, el personaje de Carmen es el más señero porque esta madre soltera que ama a su hijo, José, pero que también reniega de él y lo golpea y suele encadenarlo o dejarlo deambular como perro sin dueño por las violentas calles de Juárez porque le recuerda tanto al padre, terminará comprendiendo que el niño ya ha sido absorbido por la pandilla de los Barrio Azteca y que ha colaborado a su secuestro. Aparte del trasfondo social que hay en su anécdota (y que tiene que ver con la explotación  y con el papel de las maquiladoras norteñas como tapaderas de actividades ilícitas), este apunte íntimo en el que el niño, resentido, se vuelve contra su propia sangre, marca para Carmen un arco trágico perfecto, pues la última cosa que advierte Carmen, antes de perder el sentido a manos de El Diablo, es que del cuello de su verdugo pende la medallita guadalupana que le había entregado la abuela Rafaela y que había desaparecido de la casa.
Ánima sola también tiene que ver con el género didáctico (en la tipología que establece Cecilia Alatorre, y en la que incluye al auto) desde el momento en que sus personajes se instalan en un ámbito fantástico: las tres protagonistas son espectros, ánimas solas que vuelven sobre sus vidas y explicarse el “cómo” y el “por qué” de sus muertes.

La narraturgia como catalizador
Pero hay un rasgo más en la obra que, en gran medida, cataliza este juego de estructuras genéricas y estilísticas. Por su uso privilegiado de la oralidad, Ánima sola pertenece al movimiento dramatúrgico y teatral contemporáneo llamado “narraturgia”, en el que la palabra adquiere una presencia decisiva, aunque desde una perspectiva heterodoxa: Ya no es la palabra al  servicio de un diálogo entre personajes (que es lo común), sino de la palabra como canal para un mini–relato autorreferencial por el que circulan anécdotas que son, a la vez, descripción, evocación y reflexión.
Desde este tratamiento, la palabra es la gran protagonista de Ánima sola.
No hay pierde. Desde su libreto sin acotaciones, desde las imágenes poéticas que convoca el texto y desde la exigencia de que la palabra no sirva a un diálogo teatralmente convencional aunque haya varios personajes en escena, Ánima sola le da a la narración oral un papel de poderosa introyección. A cada momento los espíritus de Érika, Carmen y Adriana acuden a sus recuerdos o a procesos de verbalización que se convierten en episodios de auto–descubrimiento en acto. Están creando conciencia de sí mismas desde cada uno de sus relatos individuales.
Hace ya varios meses tuve, aquí en Morelia, mi primer encuentro con dos puestas en escena narratúrgicas: Inmolación y Curva peligrosa, ambas del autor hidalguense Enrique Olmos de Ita y las dos dirigidas por Rodolfo Guerrero. Lo que en su momento escribí de la primera de ellas podría repetirlo aquí para el caso de Ánima sola, pero mejor sigan este enlace al sitio Telón de fondo, donde podrán descargar en PDF o en Word una muy buena entrevista en la que Olmos de Ita abunda acerca de su experiencia en la narraturgia, y de la cual aquí sólo les comparto este párrafo:

La idea es que haya un texto que sea dramatizable por actores, pero que su estructura sea absolutamente narrativa, que prescinda de los diálogos. Pero, lo más importante es que sucedan cosas en distintos planos: no sólo un plano narrativo en primera, segunda o tercera persona, sino que haya personajes narrando, sintiendo, diciendo lo que piensan. Eso articula una especie de corifeo contemporáneo donde suceden muchos registros que no están en función de un tiempo verbal, lo cual es muy interesante para un actor o para varios actores. Desde el punto de vista de la dirección escénica, lo que es muy complicado de la narraturgia es que, al prescindir del diálogo, la estructura dramática se vuelve el único reducto desde el que parte la obra. Si una obra tiene mucha narración, muchos detalles, encontrar la estructura dramática es muy complicado. Pero tengo la impresión de que la buena narraturgia sigue teniendo conflicto y sigue teniendo personajes muy identificados”.

Por otro lado, Ánima sola discurre por un tiempo narrativo que no es lineal. Al contrario: abriendo en medias res, la obra cumple continuos movimientos de prolepsis y analepsis, pues que las historias de Carmen, Adriana y Érika son un permanente ejercicio de premoniciones y recuerdos, de retornos al pasado y anticipaciones del futuro. Esta estructura acentúa la vis poética del ejercicio porque opera a favor de la conciencia imaginante del espectador.
Un rasgo más le da a Ánima sola algo insólito, una textura rulfiana: es su concepto de iluminación. Me gusta. Pienso que Fernando Ortiz resuelve extraordinariamente bien aquello que en su momento nos quedaron a deber Alfredo Durán y Neftalí Coria con su versión de Pedro Páramo (El derrumbe de las piedras, 2005). Ortiz se arriesga a proponer un escenario completamente a oscuras por el que se mueven estas tres almas en pena, apenas iluminadas por lámparas de mano con las que van enfocando partes de sus cuerpos o señalando los pocos elementos de utilería (zapatos abandonados, frascos de tintes y de maquillaje, paños, cochecitos de juguete…). Gracias a este recurso, a nivel de imagen, en Ánima sola todo es atisbo, vistazo fugaz: el equivalente visual de los murmullos que dan sentido al mundo literario que nos legó el autor de El llano en llamas.
Por lo demás, la esencia de este concepto de iluminación ya se anunciaba hace veintiún años, en la puesta en escena de Una tal Raimunda (Fernando Ortiz, 1991, sobre dramaturgia de Delfina Careaga [1985], con inmejorable escenografía de Jarmila Masserova y producción de Chunga, ensamble cultural A.C, que representó a Michoacán en la Muestra Nacional de Teatro de aquel año, en Aguascalientes). Aquella vez el personaje de Raimunda (Ligia Mazariegos) aparecía a momentos bajo un cenital, el resto de la iluminación dependía de una treintena de velas dispuestas sobre la estructura de una rejilla de madera.

Las sobresalientes actuaciones
Ánima sola también se sostiene en el trabajo de tres actrices que, dadas las demandas de la dramaturgia y del propio concepto para la puesta en escena, deben situar en su voz y en la gestualidad corporal los acentos expresivos más importantes. En este tenor, Ruth Merchán (Érika) Laura Camacho (Carmen) y Daniela Fuentes Marín (Adriana) cumplen y arman personajes vivos. Eso se percibe de inmediato en el ritmo actoral. Han comprendido bien a sus personajes y  se sienten cómodas con el texto.
El trabajo emprendido por Eva Sánchez Lara y Alejandro Yustiaza para la dirección de actores, echando mano del sistema de apoyos de AGC, les ha dado a las actrices mucha seguridad para crear a sus personajes. Esto permite a su vez que las tres actrices confíen y hagan trama entre sí (aún a pesar de que cada uno de sus personajes va, como quien dice, “por su cuenta”, narrando su propia historia). Esto no siempre se logra y en Ánima sola hay aplaudir el acierto, que permite engendrar un hecho poético real.
Es así como la obra conecta con los espectadores, a los que no deja que se aíslen, sino que los mantiene interiormente muy activos, participando de cuanto sucede en el escenario.

Teatro, género y violencia: un contexto
Amaneció bravo el presente año teatral moreliano. Ánima sola se suma a una serie de trabajos escénicos que se han venido ocupando de temas político–sociales asociados a distintas manifestaciones de la violencia.
Todo comenzó el 19 de enero pasado en el Centro Cultural Prados Verdes con el estreno de la mini–pieza Trabajo público (Rafael Camacho sobre  breve dramaturgia del  suizo Daniel Goetsch [Zurich, 1968]), en la que asistimos a los preparativos que emprenden dos suicidas y donde estremece la línea más intensa de uno de ellos, el terrorista dispuesto a volarse en pedazos: “Soy el fantasma de unos tiempos sin paz”.
Tres semanas más tarde, el 10 de febrero y en el mismo foro Bubamara donde ahora se presenta Ánima sola, José Ramón Segurajáuregui estrenó el monólogo Logo mono, de Alfonso Plo (Zaragoza, 1964), que reflexiona sobre el compromiso artístico y la violencia en nuestro mundo actual. El tema de aquel trabajo fue el de la responsabilidad que le toca a cada quien para impedir que la realidad siga siendo este espectáculo de vesianismo e indiferencia en que la hemos convertido.
Más allá de estas dos citas locales recientes, el tema de la violencia de género tiene un largo camino andado en el teatro nacional de la última década.
La primera referencia que conservo fuerte y viva en la memoria (así de poderosa fue la impresión que me provocó) es la terrible imagen de aquella mujer que, ya en trance de agonía después de ser ultrajada y abandonada a su suerte, avanzaba penosamente contra un viento tempestuoso y se iba disolviendo en el desierto, arena ella misma, en la puesta de El que dijo sí y el que dijo no (Organización Teatral de la Universidad Veracruzana, 2001), vista aquí en Morelia, en la sala Silvestre Revueltas de la EPBA en noviembre de 2003, durante la XXIVMuestra Nacional de Teatro, a cargo del ya fatigado pero aún revulsivo y eficaz director Abraham Oceransky, quien adaptaba con gran libertad el clásico brechtiano para ocuparse de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez.
En esa misma edición de la muestra participó otro trabajo dedicado a las coloquialmente llamadas “Muertas de Juárez”: la pieza Lomas de Poleo, (Chihuahua, 2001) en dirección del veterano realizador chihuahuense Edeberto Pilo Galindo, que abría en tono mayor desde su primera escena, con el episodio de la violación de Maty.
Para cerrar una suerte de tercia, también aquella vez se presentó aquí el tríptico Desazón, (dramaturgia de Víctor Hugo Rascón Banda en dirección de José Caballero, DF/INBA, 2002) que se ocupa de tres casos de violencia de género.
Más allá de estos trabajos, todos estrenados hace diez años, también tengo presente el excepcional monólogo La mujer que cayó del cielo (Víctor Hugo Rascón Banda, 1999), que llegó a Morelia en 2005 como parte de una gira nacional, y en el cual la actriz Luisa Huertas interpretaba soberbiamente a la rarámuri Rita Quintero, una mujer que fue internada 12 años en un hospital siquiátrico de Estados Unidos por el sólo hecho de que no sabía hablar en inglés ni en español.
Otro título imprescindible (nunca lo he visto representado, pero la dramaturgia es intensa –la publicó la revista Paso de Gato en 2003–) es la pieza Hotel Juárez, también de Rascón Banda que, hasta donde sé, es el único texto teatral que denuncia abiertamente la complicidad de los sindicatos con el secuestro, abuso y asesinato de mujeres en las maquiladoras de Ciudad Juárez.
Una obra más que no he visto aún, pero que se ha convertido en caballo de batalla, en estas lides, con casi diez años de representación en distintas partes del país y del extranjero, a cargo de las más variopintas agrupaciones, es Mujeres de arena. Con dramaturgia de Humberto Robles, pero en la que figuran textos de Denise Dresser, María Hope, Malú García Andrade, Eugenia Muñoz, Marisela Ortiz, Antonio Cerezo Contreras, y Juan Ríos Cantú, Mujeres de arena se basa en los testimonios de varias víctimas y de sus seres queridos que, en la puesta en escena se transforman en cuatro personajes: una joven asesinada y tres mujeres.
No puede faltar aquí Antonio Zúñiga, muy buen dramaturgo, –eso nadie se lo discutirá– y su texto Estrellas enterradas, obra de teatro en cinco postes y un prólogo (Chihuahua, 2001), estrenado en 2002 por la compañía teatral .3 Consérvese en escena, que ofrece un retrato agudo de la irracional violencia masculina que opera en la lógica de los feminicidios, a través del personaje de Teo y la siniestra forma en que se va develando su afición por las niñitas.
En cine también hay varios títulos dedicados al asunto, casi todos ellos de orden documental. La lista la abre Señorita extraviada (Lourdes Portillo, 2001) y prosigue con Madres de Juárez luchan por justicia (Zelma Aguilar 2005), En el borde (SteevHise, 2006), Una noche en Juárez y Juárez, la ciudad de las mujeres desechables (ambos de Alex Flores y Lorena Vassolo, 2006) y Bajo Juárez (Alejandra Sánchez y José A. Cordero, 2006), entre otros. Mientras, en el cine de ficción hay al menos tres referencias indispensables: La ciudad del silencio / Bordertown (Gregory Nava, 2006), La Virgen de Juárez (Minnie Driver, 2006) y El traspatio (Carlos Carrera, 2008).
La lista no se agota aquí. Faltaría pensar en la narcoliteratura y en personajes como el de La Callagüita en La esquina de los ojos rojos (Rafael Ramírez Heredia, 2006, poco antes de fallecer) o en trabajos de frontera como los del escritor y dramaturgo Luis Humberto Croswhaite. Pero de momento es suficiente.

Identidad de coyuntura
Los involucrados en el proyecto de Ánima sola se han congregado en el grupo autodenominado Colectivo 60mil. El nombre, indican en un comunicado, alude al número de muertos que nos ha legado el último lustro, durante el régimen del presidente Felipe Calderón.
Ese nombre es lo único que no me satisface de cuanto rodea a este buen ejercicio artístico. Yo le veo dos defectos: es un título de coyuntura (y, por tanto, oportunista) y expresa una forma de pensamiento–cliché (que, al serlo, oculta una veta dogmática de cuyos efectos hay que prevenirse).
Por lo demás, desde que escuché el apelativo no he dejado de preguntarme, con una sonrisa íntimamente sardónica, qué van a hacer sus integrantes ante las permanentes actualizaciones en el ejecutómetro nacional extraoficial. ¿Se cambiarán el nombre por el de Colectivo 75mil –es un decir–para mantenerse al día y ser fieles a lo que ellos consideran que es una alusión “estremecedora” e “impactante” que los deja jactarse de ser fieles a la realidad y “socialmente conscientes”?
Créanme: hay un mal síntoma en ese título, intoxicado de estrategia mediática (eficaz pero trivial). Por ahora sólo señalo el contrasentido de un colectivo que –supongo– va a impulsar o proponer otros trabajos artísticos relacionados con los derechos humanos, pero que lo primero que hace es desmarcarse de cualquier compromiso humano con las víctimas y con el público a la hora de irse por los números. No es lo mismo contar el número de muertos que contar las historias de nuestros muertos.
Tampoco siento prudente el tono pontificador que matiza ciertas partes del comunicado de prensa. Son cosas que me hacen pensar, pongo por caso, en quienes despotrican contra el hambre después de zamparse un gran banquete. Por fortuna, al falso franciscano lo delatan sus eructos. Ya habrá cómo abordar el tema, que tiene que ver con el asunto de cuál es la relación que guardan entre sí el arte y la política. De momento sólo he querido dar acuse de que he tomado nota.