Caleidoscopio del desamor


Los actores Alberto García y Lucía Díaz en una de las escenas de Intimidad (Hugo Hiriart, 1984) en versión de Hasam Díaz y la agrupación moreliana Pólux Teatro.

Nunca es fácil aceptar al desamor cuando llega a nuestra vida: ese momento en el que agonizan la complicidad, el deseo y el entusiasmo que definen una relación de pareja. El desamor es el tema de Intimidad (Hugo Hiriart, 1984), la cual fue estrenada por el director Hasam Díaz y la agrupación Pólux Teatro a comienzos de este año en Morelia.
Pero si el desamor es el asunto muy particular del que se ocupa esta puesta en escena, su desencanto es caleidoscópicamente multiplicado a través de su paso por dos parejas que se desdoblan en cuatro, potenciado a partir de las situaciones patéticas o ridículas que protagonizan y resignificado por las distanciadas reflexiones que, en determinados momentos, emite cada personaje, insólitamente situado como observador frío e imparcial de la tragedia o el absurdo de los otros.
Intimidad fue la tercera de las seis obras morelianas que el pasado fin de semana audicionaron en Morelia ante dos jurados de la XXXI Muestra Nacional de Teatro, con miras a figurar en el escaparate de diciembre próximo en Guadalajara.

Uno
Acompañada por los lánguidos compases de un piano (música original de Heriberto Díaz), de la oscuridad surge una pareja que atraviesa el escenario, encaramada la una encima del otro, que la lleva a cuestas como entre ciertos insectos cuando cumplen sus ritos de apareamiento. Ese tránsito fugaz preside la primera escena de Intimidad, que nos lleva al espacio más íntimo de nuestros mundos domésticos: la alcoba en la que Martha (Cuauhtli Hernández) y Julio (Jaime Noguerón) despiertan y comienzan su día discutiendo por algo tan nimio como una extraviada aguja de coser.
Sin embargo, lo que parecería anunciarse de esta manera como una probable comedia de enredos, deja de serlo tan pronto como Martha y Julio se congelan en plena escena e ingresa una Pipa (Lucía Díaz) que estudia críticamente a los personajes e invita al público a escudriñar con más cuidado la circunstancia que protagonizan. En efecto, en el subtexto de la situación pulsa un intenso duelo de poder a través de reproches mutuos que son desmenuzados y analizados a detalle por la narradora.
Similares mecanismos de ruptura y distanciamiento serán permanentes a lo largo de la puesta en escena, enriquecidos por un juego de reiteraciones en el que una misma situación se repite en cuatro distintas conjugaciones entre los personajes (primero son las parejas de Martha y Julio y de Pipa y Pedro, luego las de Julio y Pedro y de Martha y Pipa), tan sólo para mostrar que en el desamor, como en ciertas operaciones matemáticas, el orden de los factores no altera el producto, que en este caso es una experiencia amorosa que se mantiene, agridulce, a medio camino entre el cielo y el infierno.

Dos
Lo anecdótico es, probablemente, lo de menos en una dramaturgia como la de Intimidad, ya se trate de la disputa por irresponsabilidades e incomprensiones mutuas (“¿En vez de emborracharte no crees que sería mejor que buscaras empleo? Sí, los sábados, domingos y fiestas de guardar. Porque no sé si habrás notado que no nos alcanza. En vez de andar pensando genialidades deberías darnos para comer. Porque no sé si has notado que hay que comer todos los días”) o por alardes varoniles de open mind que, a la hora de la hora, cuando viene la confesión pedida de parte de la pareja, no saben aguantar vara y dejan salir al “macho ilustrado” que al parecer todos llevamos dentro (“¡¿Perdiste tu virginidad arriba de un coche?!” “No. Adentro”. “¡¿Cómo es posible?!” “Era un coche muy grande”).
En cambio, lo que realmente importa es la estructura del trabajo, con esa sucesión de rupturas que nos permiten, como espectadores, ir poniendo en perspectiva experiencias bien conocidas, prácticamente universales, y que se transforman en una suma de situaciones muy exigentes porque obligan al público a confrontarse consigo mismo, a revisar sus propias actitudes ante el amor que agoniza.
De todos los cuadros escénicos dedicados a estas rupturas y distanciamientos (muy brechtianos, por cierto), recupero sólo el siguiente, que es uno de los más significativos y en el cual Julio propone el leit motiv de lo que es toda la obra:
“Permítaseme un símil: todos podemos diferenciar entre un color rojo y un color azul; pero hay ciertos tonos de color de los que no sabríamos decir si se trata de un rojo o un azul. Y es precisamente ese tono vacilante y ambiguo el que colorea la existencia de esta pareja indecisa entre el sufrimiento o el placer, entre la dicha o la pena. Álzanse uno frente a la otra como obstáculos, como el aire de la paloma de Kant, que se siente como un freno, pero sin el cual no se puede volar” (la metáfora aparece en la introducción de Crítica de la Razón Pura, Emmanuel Kant, 1781). “Y es aquí donde aparece la flor de las contradicciones: no puedo vivir contigo, no puedo vivir sin ti. La vida de la pareja es un callejón estrecho pero de doble sentido. Las cosas van y vienen. Vamos a ver”.
De manera que, desde esta estructura y desde las premisas que operan a través de ella, Intimidad se convierte, adicionalmente, en un interesante replanteamiento del viejo conflicto decimonónico entre las posiciones encontradas del empirismo y el racionalismo que hasta hoy juegan un papel tan grande en nuestra vida cotidiana.
Por lo demás, una última ruptura, que en gran medida nos convoca a poner a prueba la mecanicidad (algo bergsoniana en su sentido) de las matrices del amor, se convierte en una insólita especie de cuadro musical en el que las parejas bailan y representan, estilizadamente, los ritos del encuentro sexual, mientras la música es acompañada por una voz mecánica, autómata, que exhibe al amor como una mera fisiología de la pasión.

Tres
No es manda, desde luego; sin embargo, para disfrutar plenamente de Intimidad vale mucho la pena acercarse a un libro imprescindible de Hugo Hiriart: Los dientes eran el piano (Tusquets Editores, 1999), que reúne ensayos donde el autor reflexiona sobre el arte y la imaginación. Dos textos de ese libro, en particular, brindan claves decisivas para comprender la manera en que acomete sus procesos creativos este dramaturgo, poeta y escritor. Se trata de La oropéndola de plata y Más sobre las irregularidades.
Hiriart afirma que, generalmente, la imaginación trabaja articulando conjuntos de regularidades y que lo importante, creativamente, es alterar esas regularidades. ¿Qué pasa, por ejemplo, si en vez de proponer una imagen regular, como la de un perro que duerme sobre un tapete, ante la chimenea de una sala, la imagen que se propone es la de un caballo? Hiriart sostiene que mecanismos de este tipo conducen de inmediato al territorio de la fábula.
Y es esto, precisamente, lo que hace Hiriart en Intimidad. Todo el texto le apuesta a bordear ese aspecto de la imaginación: la alteración de las regularidades. De ahí la importancia de las rupturas y de los juegos de transiciones que ponen en tensión la lógica habitual de la simple comedia y desarrollan (estilística y genéricamente) configuraciones inéditas.
Evidentemente, tal propuesta dramatúrgica exige de la dirección un trabajo de problematización particularmente elaborado (aunque su resultado, en la puesta, sea de una muy decantada simplicidad). En este sentido, Hasam Díaz sale adelante con el compromiso: va a lo esencial indispensable, emprende una escenografía ligera, define su espacio como el de un teatro-arena y se respalda con un grupo de actores que asumen y saben responder al desafío, empezando por Lucía Díaz y un Jaime Noguerón que, por cierto, es el único actor que está participando en las audiciones por partida doble (en los elencos de Intimidad y de La verdadera venganza del gato Boris)... aunque también hay que decir que, durante la función sabatina, ante la dirección artística de la Muestra Nacional, la energía no siempre estuvo en su sitio y hubo ciertas premuras en el ritmo.

EN VIDEO

Algunos momentos de Intimidad en la función de la agrupación moreliana Pólux Teatro para el jurado de la MNT.