MELCHOR OCAMPO: EL

HOMENAJE Y SU REFLEJO




Fuertemente politizada debutó este año la actividad cultural institucional de Michoacán.
La presentación del libro Melchor Ocampo, 1814–2014. Bicentenario, celebrada el lunes 6 de enero en la Biblioteca Pública Universitaria, estuvo rubricada por el mensaje del gobernador Fausto Vallejo, uno de los comentaristas de la tarde. El mandatario comparó las reformas consumadas por el presidente Enrique Peña Nieto en las últimas semanas con aquellas que impulsaron los liberales decimonónicos de hace ciento cincuenta años.
Su intervención se puede ver en el clip que abre este post.

La presentación editorial congregó a la flor y nata de la clase política actualmente en el poder y tuvo tres oradores. Secundaron al gobernador el rector de la Universidad Michoacana, Salvador Jara, y el secretario de Cultura de Michoacán, Marco Antonio Aguilar Cortés

UNIDAD EN TORNO A REFORMAS
En lo esencial, el discurso de Vallejo Figueroa fue una semblanza del personaje homenajeado que abarcó sus facetas como naturalista, diplomático, jurista y funcionario público. Fue hacia el final de su intervención cuando el gobernador emitió el equivalente a un mensaje político. Afirmó:
Ahora, en los nuevos tiempos de la nación, gracias al trabajo unido de muchos actores políticos que participaron en el Pacto por México, en el país vivimos un tiempo diferente, marcado, igual que con Ocampo, por un ánimo reformador.
Hoy contamos con la visión de liderazgo de nuestro Presidente de la República, el licenciado Enrique Peña Nieto, quien corresponsablemente ha impulsado las reformas estructurales para construir un México de justicia. Son reformas que urgían a nuestra nación y que hoy son una realidad. Las reformas nos permiten transitar hacia la modernidad, atacando los problemas más grandes y sensibles, pues todas en su conjunto tienen un profundo sentido social que garantizará el crecimiento económico de nuestro país.
Es momento de que todos asumamos la responsabilidad que nos corresponde como ciudadanos, como gobierno y como actores políticos. Hoy es vigente el clamor de Ocampo cuando señalaba, ante los acechos a la patria, que “os ruego que permanezcáis unidos para juntos materializar estas reformas que se traducirán en desarrollo y bienestar para todos los mexicanos”.
Al igual que el ilustre Melchor Ocampo en su tiempo, debemos participar de estas transformaciones de nuestra nación para que el día de mañana podamos decir: “muero creyendo que he hecho por el servicio de mi país cuanto he creído en mi conciencia que era bueno”.

CONTENIDOS DEL VOLUMEN
En forma previa, el rector nicolaita ofreció una visión general de los contenidos del ejemplar.
El libro se distribuye en doce ensayos, uno por capítulo. La mayoría de los textos fueron escritos ex profeso para esta edición. Otros son materiales recuperados por el valor de la información que aportan a partir de proyectos de investigación.
El temario del volumen se integra de la siguiente forma:
Melchor Ocampo, ¿criollo o mulato? (Álvaro Ochoa–Serrano); Los orígenes de don Melchor Ocampo (Ramón Alonso Pérez Escutia); Melchor Ocampo y el Colegio de San Nicolás (Adrián Luna Flores y Eusebio Martínez Hernández); Pobrecitos federales, qué lástima me dan...! El conflicto entre liberales y conservadores en la lírica de la Tierra Caliente (Jorge Amós Ayala Martínez); "El único medio moral de fundar la familia": Melchor Ocampo y la secularización del vínculo matrimonial (Cecilia Adriana Bautista García); Don Melchor Ocampo y la Sociedad Civil ante la invasión estadunidense (Raúl Jiménez Lescas); Ocampo y sus libros (Moisés Guzmán Pérez); La construcción del Estado liberal: los valores políticos de Ocampo (Oriel Gómez Mendoza); La formación del reformador (Martín Tavira Urióstegui); Ocampo en el exilio: 18531855 (José Herrera Peña); La figura del héroe: Melchor Ocampo en los murales de Alfredo Zalce en Morelia (Miguel Ángel Gutiérrez López), y Melchor Ocampo en los libros, las primeras biografías (Gerardo Sánchez Díaz).

NAVEGAR EN EL PENSAMIENTO
En su intervención, el secretario de Cultura, Marco Antonio Aguilar Cortés, evocó que hace cien años, en la casa localizada en la esquina sureste de las calles Rayón y Allende, el gobierno municipal moreliano de la época mandó grabar una placa de mármol para honrar la memoria del constitucionalista. La placa rezaba: “En este lugar, el 6 de enero de 1814, nació Melchor Ocampo” y perduró durante medio siglo. “Fue así como, debido a un decreto municipal, más de una generación nos quedamos con la firme idea de que Ocampo había nacido en esta capital”. Al fin –concluyó–, los dueños de la vivienda, que a cada tanto temían que el gobierno les expropiara el inmueble, fueron al ayuntamiento y devolvieron la placa.
La anécdota ilustró los equívocos y misterios que rodean la figura de Ocampo, empezando por la identidad de sus padres y terminando por la de los autores intelectuales de su asesinato, ya que, en su momento, todos los líderes conservadores decimonónicos negaron fehacientemente haberlo mandado matar.
Con todo, Aguilar Cortés desestimó estos detalles para explicar al personaje, pues es el alcance de sus actos lo que dimensiona su estatura. “Los grandes hombres –dijo– son como las águilas: no son de los picachos donde nacen, sino de los infinitos por donde cruzan. Un hombre como Ocampo es universal”.




Durante su intervención, el funcionario acentuó el perfil enciclopedista de Ocampo y su pasión por la lectura, pero acotó: “no sólo leía libros, sino que sabía leer la realidad: los fenómenos de carácter social, político, histórico. Fue astrónomo, diplomático, legislador, político, gente de letras”.
Consideró que, si bien fue el doctor José María Luis Mora quien comenzó la estructuración de las que llegarían a ser las Leyes de Reforma, a partir de 1833, Ocampo consuma ese esfuerzo. “Fue el heredero indiscutible de Mora [en esa tarea], pero curiosamente los dos nunca se llevaron bien”.
También abordó el tratado McLane–Ocampo, documento que le cedía al gobierno de Estados Unidos ciertos derechos territoriales sobre México, pero que nunca se consumó porque el Senado estadunidense rechazó la propuesta.
“Aquí se ve la inteligencia de Ocampo –encomió–. Es cierto que el tratado le daba derechos a los Estados Unidos… pero la parte contraria, los conservadores, estaba entregando todo el país. La oferta era necesaria para que los liberales consiguieran el apoyo estadunidense. Lo más señero es que Ocampo calculó que el senado de aquel país no aprobaría el tratado, porque implicaba darles ventajas estratégicas a los sureños cuando estaba a punto de estallar la Guerra Civil Norteamericana.
En algún momento señaló que, en los tiempos que vivimos, el célebre apotegma de Ocampo, "es hablándonos y no matándonos como debemos entendernos", es vigente en muchos municipios de Michoacán y recordó que Ocampo consideraba que la mayor debilidad de los mexicanos es el ser proclives a la desunión. “Pero quien no sabe unir no puede lograr de ninguna manera la prosperidad de un país”.
Concluyó indicando que Ocampo vive navegando en el pensamiento de los que estamos vivos. “A la muerte de Ocampo, los más importantes son los Melchor Ocampo que podamos generar. Seguramente el propio Melchor Ocampo vería que son más importante esos futuros Ocampos que él mismo”.


REFLEJOS, RETOS Y ACTITUDES
Cada época tiene su singularidad. Es cierto que “la historia se repite”, pero sólo en cierto sentido; nunca lo hace de la misma forma. Es más un reflejo que una repetición. Las batallas que se libraron durante la Reforma, en el siglo XIX mexicano, tuvieron motivos, medios y estrategias distintos a los de nuestro tiempo, aunque en los dos casos el meollo era y es el de poner al país al día con las corrientes que orientan la realidad mundial y resolver contradicciones internas.


La necesidad del Estado Mexicano de hace ciento cuarenta años era la de adoptar para el país un modelo de gobierno republicano, desmarcado del clero y de las monarquías. El conflicto interno consistía en dirimir si se optaba por una estructura federal o por una de tipo centralista. El triunfo liberal nos condujo a la primera alternativa, matizada por un fuerte componente nacionalista que aspiraba a “hacer patria” y darle una identidad al país que, luego de consumar su independencia en 1821 y de transitar por cincuenta y tres gobiernos en apenas cuarenta años, venía de lidiar con dos imperios (el de Iturbide y el de Maximiliano), dictaduras (la de López de Santa Anna fue la más señera del periodo) y algunos ensayos de gobiernos republicanos constitucionales. En términos reales, ese ideal de nación no se consumaría sino hasta las administraciones que encabezó Porfirio Díaz, aunque a costa de una dictadura que en el siglo XX desembocaría en la Revolución Mexicana.


Hoy los retos son distintos. Las batallas del poder a nivel macro se han deslizado al campo de la economía. La globalización de las trasnacionales y la revolución informática han reducido el mundo y han orillado a los gobiernos de los países en desarrollo, como México, a abandonar su vocación social para convertirse en meros gestores que facilitan el flujo de un capital que ya ni siquiera es propio y que brindan a las corporaciones supranacionales y a sus socios locales mano de obra barata y otros beneficios que poco aprovecha el mercado interno.

Lo más delicado dentro de este panorama es que distintas formas de especulación han reemplazado el papel del trabajo. Es aquí donde medra el mal de nuestro tiempo, el del crimen organizado: esa figura que al margen de leyes, instituciones y gobiernos, despliega sus propias formas clandestinas de especulación y explotación, sustentadas en las estrategias del miedo, la invisibilidad y la violencia para alcanzar el más directo de sus fines: easy money.
Habría mucho qué matizar, pero es claro que los problemas de hoy no se pueden abordar con el espíritu de los reformistas decimonónicos, por más que la actitud de muchos de ellos sea universal e intemporalmente inspiradora.

Habitamos una tierra brava. Michoacán ha sido bastión de la guerra de Independencia, cuna del constitucionalismo mexicano y catalizador de otros poderosos movimientos de masas como el de los cristeros o el que legitimó al Frente Democrático Nacional de 1988.
Este año, cuando conmemoramos el bicentenario de la promulgación de la Constitución de Apatzingán, fundadora del Estado Mexicano, Michoacán está desgarrado por una violencia que no es sino el síntoma más visible de una descomposición estructural profunda: la de instituciones que han perdido la brújula de la vocación social que les dio origen; la disolución de la autoridad ante la emergencia de nuevos valores, todavía en proceso de definición y que ya prefiguran la identidad de generaciones por venir. A estos fenómenos de dimensión metahistórica (porque llevan consigo principios y fundamentos que dirigen la realidad), hay que sumar todas las pequeñas pero significativas contradicciones de un Estado Mexicano que todavía se siente incómodo de abandonar abiertamente el compromiso social que heredó de la Revolución, para asumir cabalmente su nueva identidad como gerente de piso. De aquí surgen buena parte  de las dificultades que le impiden reconciliarse consigo y con el pueblo a través del reconocimiento de valores que son parte de su historia: la legalidad, la solidaridad, el respeto, la justicia y la transparencia.

En este tenor, es extraña la sensación que despiertan ceremonias como la del pasado 6 de enero en la Biblioteca Pública Universitaria. La etiqueta y el ritual despiden un aire preciso. Las formas son vetustas. Los discursos, contenidos. Perturba la actitud de tenso enmascaramiento porque el disfraz no logra disimular la percepción de impotencia y debilidad que define al actual gobierno michoacano. Peor, todavía, porque más allá del dintel, en las calles, está pasando mucho y de la peor manera.
Así comienza nuestro 2014. Las miradas de soslayo apenas ocultan lo ominosos y terribles que los próximos meses pueden llegar a ser.