“El mayor crimen está ahora, no en los que matan, sino en los que no matan pero dejan matar”.
José Ortega y Gasset

“La vida de los muertos está en la memoria de los vivos”.
Cicerón

“Hay ciertas pistas en la escena de un crimen que por su naturaleza nadie puede recoger o examinar. ¿Cómo se recoge el amor, la ira, el odio, el miedo…? Son cosas que hay que saber buscar”.
Dr. James T. Reese

Una imagen de La historia de infancia de Nuc como se exhibió en la Muestra Estatal de Teatro 2008, en Morelia.

En alguna comunidad del mundo rural mexicano y apenas adolescente, de luciditos 12 años, la pequeña Nuc ha sido vendida y entregada en matrimonio a John, el sobrino gringo del “señor Smith”, un conocido del pueblo. El esposo muestra pronto su verdadera naturaleza: es un traficante de pornografía y “anda como un tigre hambriento”. Abusa de la niña, la fotografía. También la convierte en objeto de su brutalidad; la golpea y la maltrata ante la indiferencia de la comunidad, que cierra los ojos a cuanto sucede. Libre para actuar a su antojo, John terminará asesinando a Nuc y arrojando su cadáver al río.
Ahora, el pueblo de Nuc vive atormentado. El espíritu de la niña muerta habita entre las gotas de agua. Su tristeza se derrama en una permanente lluvia que amenaza desencadenar una tragedia para los campesinos de la región. ¿Cómo restaurar el orden de un mundo natural que ha sido roto por las trasgresiones de la crueldad humana?
De esto se ocupa la tragicomedia La historia de infancia de Nuc: de cómo se convirtió en fantasma y de cómo descubrió que era una niña eterna (Elena Guiochins, 2006), en dirección de María Elena Barrientos y Ramsés Figueroa. La obra se estrenó en Morelia hace dos años, en 2008; participó en la Muestra Estatal de Teatro de ese año y aunque no obtuvo premio, sino mención honorífica, tanto el exquisito texto de Guiochins como el trabajo de los jóvenes universitarios egresados de la Escuela Popular de Bellas Artes resultaron toda una revelación.
Recuperar esta pequeña joya del teatro michoacano reciente es una excelente manera de reiniciar las actividades de este blog. Vean el video, más adelante; descubrirán que vale muchísimo la pena.

Exorcismo y expiación
Dice el sacerdote del pueblo, durante el rito de exorcismo con el que abre y cierra la obra: “Nuestra niña está enojada. Nuestra niña está destruyendo el mundo con sus aguas. Se oye rugir a la lluvia. ¡Abre los ojos, Nuc! ¡Y perdónanos! Despierta a ver tus ofrendas. Evítanos más desgracias”.
La obra en sí es un exorcismo. Pero debo acotar la palabra; tiene demasiados ecos prestados del pensamiento cristiano, con sus demonios y sus posesos. En Nuc, en cambio, el rito es un supremo acto de toma de conciencia de parte de la comunidad, que nada hizo cuando pudo salvar a la pequeña, y que ahora asume sus culpas. Sucesivamente veremos en tal proceso al anciano sabio de la aldea y al joven que representa a la comunidad, así como a la propia madre de la niña, cuyo personaje cumple un arco particularmente intenso: comenzó ignorando a su pequeña cuando estaba viva, pero ante la Nuc muerta podrá desahogar su desaliento y toda su ternura fracasada. Así se volverá consciente al fin, describiéndolo, del yugo que la ciñe por el hecho de ser mujer.
La obra se desarrolla desde una narración “no lineal”. A lo largo de una sola noche, la del exorcismo, el tiempo escénico se bifurca en dos: el tiempo ritualizado del conjuro y el tiempo idealizado de los recuerdos, a través de los cuales Nuc reconstruye la tragedia que vivió. Ambas líneas avanzan y llegan a su clímax en el cuadro en el que la madre de Nuc acude a las orillas del río y allí, en “tiempo real”, dialoga con la sombra de su hija y pone en orden su corazón. Es así como el espíritu de Nuc es liberado de su pena.

Etnias, infancia, femineidad
La desgracia de las etnias en México consiste en que el Estado Mexicano, una vez consumada la Independencia, asumió la tesis de que, para ser un país moderno, México tenía que dejar de ser un país de indígenas. Esta idea no ha variado en doscientos años y ella misma es heredera del pensamiento de tres siglos de dominio colonial.
Oficialmente, el Estado y sus distintos instrumentos de gobierno afirman trabajar a favor del pluriculturalismo. Esto es así, sobre todo, en una época como la actual, en la que las palabras “democracia” y “tolerancia” son proferidas como panacea para todos los males. Pero los esfuerzos reales que se emprenden en ese sentido son diminutos. Poco o nada pueden hacer contra las grandes mareas globales que han ido uniformando los gustos, las costumbres y la idiosincrasia de los pueblos del orbe a un modelo exclusivo: el impuesto por el modo de vida de las clases medias mestizas occidentales.
Desde un contexto sociopolítico, La historia de infancia de Nuc es una obra muy atenta a estos hechos. Su contexto da cuenta de la situación en que vive la mayoría de los pueblos indígenas nacionales (56 grupos étnicos en el país), con sus ancestrales rezagos en materia de salud, vivienda, educación y derechos patrimoniales. Pero lo significativo del texto de Guiochins es que se ocupa de explorar un tema inédito en la escena, y que se suma a los de pobreza extrema, hambre, insalubridad, inseguridad, violencia, destierro, analfabetismo y desempleo. La historia de infancia de Nuc se ocupa del asunto de la explotación sexual de los niños indígenas (algo que en polos turísticos como Cancún, en el sureste mexicano, es pan de todos los días).
El anterior va estrechamente urdido a otro tema: el de la discriminación hacia la mujer a partir de las actitudes autoritarias, la mentalidad patriarcal y el machismo: actitudes que determinan el papel y el lugar de lo femenino en sociedades como las de América Latina.
He aquí, pues, la exposición de un sistema de control y dominio profundamente arraigado en la mentalidad de nuestras sociedades, en donde mujeres y niños son vistos como objetos y no como personas con derechos y libertades. El panorama se ha ido envileciendo durante las últimas dos décadas con el auge de esa forma de explotación llamada “turismo sexual”, en el que la mayoría de las víctimas que son violentadas sexualmente, prostituidas y explotadas son mujeres, casi todas adolescentes e incluso niñas.
Un informe de la UNICEF emitido en 2008 durante un congreso internacional en Río de Janeiro, indicaba que, en ese entonces, cada día cinco mil 472 niños y adolescentes menores de edad sufrían de explotación sexual en países que integran América latina y el Caribe. La estadística es fuerte: significa que cada hora son ultrajados sexualmente 228 menores de edad en el continente.
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La actriz Nora Lucía Díaz en el papel de la madre de Nuc / Fotos en este post: cortesía de Ramsés Figueroa.

El pensamiento mágico
Lo mejor de La historia de infancia de Nuc es que, aunque no es ajena a ninguno de estos hechos, tampoco los aborda como panfleto; ni siquiera como un espejo que “refleja” una realidad. Remontando ambas posibilidades, esta tragicomedia amplía su mirada social para dotarla de un sentido cósmico, sagrado.
Esto es importante.
Continuamente, el trabajo oscila entre el plano de una circunstancia humana (inmanente), con toda su carga social y aún política y el plano de lo sobrehumano (lo trascendente), en el que cada diminuto acto de los hombres tiene una consecuencia en el mundo como totalidad.
Vemos así, por ejemplo, que la lluvia que asuela al pueblo de Nuc es un símbolo de fecundación terrenal, pero también es una suprema expresión del llanto. Es, asimismo, una manifestación de la urgencia por lavar una culpa, por redimir un error.
Con una poética intensa y precisa, en esta obra la pequeña Nuc actúa al compás de las aguas en las que se ahogó. Canta en el rumor del río pero también se anuncia, amenazante, en la lluvia permanente que se derramar sobre la región.
Es por este vínculo mágico entre la acción cotidiana y los grandes ciclos naturales, entre la voluntad humana y los equilibrios de la naturaleza desde una perspectiva numinosa, que la obra resulta tan intensa. Esta es también la razón por la cual las tensiones del drama culminan con la acción decisiva de los habitantes del pueblo de “darse cuenta”: de asumir la resignación, la ira, el dolor y comprender la culpa de quienes escucharon a la niña pedir ayuda, porque su marido andaba “como tigre hambriento” y no hicieron algo para ayudarla.
Habrá quien diga, con desdén, que una puesta de este tipo coloca al espectador en una cierta posición infantil y reduccionista: la de aceptar sin condiciones la posibilidad de lo mágico, el fenómeno milagroso. Esto no es así. Lo que realmente hace esta obra es colocarnos, como una auténtica “rara avis”, de cara a uno de los estilos narrativos más difíciles de conseguir: el estilo trascendente.

El estilo trascendente
Han pasado casi cuarenta años desde que, en 1972, Paul Schrader articuló analíticamente las características de lo que hoy se conoce en el cine como el “estilo trascendental”, que consiste en la revelación o expresión de lo sagrado, de lo Numinoso en la existencia.
Y aunque la categorización que emprendió Schrader responde específicamente al lenguaje del cine (de hecho, la concibió estudiando los filmes de Ozu, Dreyer y Tarkovski), sus índices son aplicables a cualquier otro arte discursivo. En este sentido, La historia de infancia de Nuc cumple con una estructura en la que están presentes los tres requisitos de ese estilo: su desarrollo entre las estaciones de lo cotidiano, la disparidad y la estásis.
Siguiendo a Schrader, lo cotidiano plasma los momentos comunes de la vida con sus resonancias existenciales, culturales, políticas y sociales. Este punto de partida nos prepara para un hecho difícil de explicar o milagroso, que se manifiesta a través de las estructuras de representación de lo rutinario, lo familiar y lo cercano.
A esta manifestación corresponde la disparidad, que no es sino una suma de elementos poéticos que nos permiten atisbar una realidad distinta que respira a través de lo aparente. Las metáforas son indispensables en esta operación, en la que se plantea una relación intrigante entre el mundo de lo humano y el mundo natural
La disparidad en el estilo trascendental se cierra con la acción decisiva, escribe Schrader, que nos conduce a “una explosión de emoción espiritual totalmente inexplicable dentro del contexto de ‘lo cotidiano’…”. La disparidad se basa también en un sufrimiento profundo que se da en medio del conflicto humano.
Finalmente, la tercera y última fase del estilo trascendental, la estásis, es una mirada reposada y casi estática de la vida que trasciende la disparidad. Muestra de qué manera el ser humano vuelve a ser unidad con la naturaleza (y a través de ella, con “el espíritu”, con todo lo que es sagrado) y devienen una sola entidad. Por ello, lo que rodea al hombre deja de verse de la misma manera. Así, Nuc ha sido humana, pero se convierte en un elemento más de la unidad del cosmos. Es la “niña-lluvia”, la “niña-agua”. La clave –al final de la obra– de un orden que puede ser (y será) restablecido.

La buena puesta
Una excelente escenografía, económica y eficaz, que no precisa más que una enorme tela impresa a la usanza del batik en el piso, semejando la tierra; un cortinaje de carrizos al fondo y un tronco para distintos usos, es la plataforma del trabajo que, lúdicamente, también apela entre sus recursos a una diminuta casita de juguete con la que Nuc evoca el hogar que compartió con John.
El concepto de la puesta no es propiamente minimalista, pero está muy depurado en sus elementos. A la vez, la dirección es pródiga, generosa, en su atención a los detalles de lo poco que hay. De esta forma (a través de la atención a los pequeños detalles) se consigue una experiencia intensa que accede a lo mágico trascendente para mostrarnos a una Nuc que se ha convertido en una niña-lluvia: ella es a la vez un reproche, un fantasma y un elemento del mundo natural, cuyos interminables y copiosos aguaceros están destruyendo el pueblo donde vivía.
Muy sobresaliente, asimismo, la música de Eros Alexis Ortega, que comprende bien el sentido onírico del trabajo y sugiere sin ilustrar. El compositor propone una música de requintos glisados y vestidos electroacústicamente para obtener una atmósfera abierta a permanentes y dinámicas sugerencias de sentimiento.
Uno de los mejores momentos del teatro moreliano de hace dos años, que transcurre en el lapso de una noche, mientras la comunidad emprende un ritual para expiar la culpa de una indiferencia colectiva que hizo posible la tragedia y convoca al espectro para que encuentre la paz. La obra se estuvo presentando en breves temporadas hasta ya entrado 2009 en un formato de teatro de cámara en el foro La Capilla de la Casa de la Cultura de Morelia.

EN VIDEO


Una edición condensada en video de la puesta en escena de La historia de infancia de Nuc.

S a n t o y s e ñ a

La historia de infancia de Nuc: de cómo se convirtió en fantasma y de cómo descubrió que era una niña eterna

Dirección: María Elena Barrientos y Eli Ramsés Figueroa.
Dramaturgia: Elena Guiochins
Con: Yury Gómez (Nuc), Jaime Noguerón (John), Bernardo Villarreal (Anciano), Lucía Díaz (Madre de Nuc) y Manuel Martínez (Relator)
Diseño escenográfico: María Elena Barrientos
Realización escenográfica: Lucina Gonzáles
Casita de juguete: Angélica Cabrera Sanabria
Iluminación: Hassam Díaz Hierro
Apoyo técnico: David Ramírez
Musicalización: Eros Alexis Ortega Ortiz
Diseño de vestuario y maquillaje: Freddy Valdovinos
Realización de vestuario: Venus Solorio
Bisutería: José Manuel Álvarez (“Chester”) y Jaime Noguerón
Diseño de cartel: Jaime Noguerón
Entrenamiento actoral: Eli Ramsés Figueroa Zúñiga
Producción general: María Elena Barrientos

RECURSOS EN LA WEB
La explotación sexual de niños, niñas y adolescentes en América Latina
Esta es la segunda edición de un documento emitido en 2004 por el Instituto Interamericano de la Niñez, que es un organismo dependiente de la Organización de Estados Americanos (OEA), especializado en monitorear el tema.