Ritual Purépecha, de Foro-4

Mito y documento


El niño, cuando nace, cae a la tierra como el maíz. Nosotros también caemos a la tierra; caemos a la tierra para ser sembrados, como el maíz.
Conseja náhuatl

Aspecto al maquillaje corporal, uno de los códigos empleados en la puesta Ritual purépecha.

Sin el maíz, sería imposible pensar en América Latina tal como la concebimos. En corto: sin la milpa, el paisaje rural de nuestras naciones sería irreconocible.
Pero el tema del maíz remonta el ámbito agrícola. Más que una planta, es uno de nuestros grandes símbolos continentales y, particularmente, un referente de diálogo intercultural entre distintas etnias del hemisferio. Digamos que es el alimento más generoso de todos: ha nutrido a nuestras diferentes culturas desde parámetros identitarios, cosmogónicos, políticos, sociales, productivos y económicos.
Por lo demás, el teosinte (que es el nombre propio del maíz doméstico, cultivable, que todos conocemos) surge en el altiplano mexicano hace unos nueve mil años y de allí comienza a extenderse hacia el sur, siguiendo las rutas emprendidas por los grupos humanos que lo domesticaron, de modo que el grano tiene en México su significación más antigua.
A pesar de lo anterior, el maíz está sufriendo la misma suerte que el mundo rural en general y que el ámbito de la producción agrícola en particular. De manera especial, el abandono del campo mexicano por parte del Estado ha encontrado su más reciente configuración en la manera en la que distintas firmas extranjeras operan en nuestro país para experimentar a campo abierto con especies de maíz transgénico (genéticamente modificadas). La amenaza detrás de estos experimentos es absolutamente real: puede llevar a la desaparición de la amplia diversidad del maíz en México. Un simple chapuzón en la internet puede conducir a decenas y decenas de estudios interdisciplinarios que se ocupan del tema desde los más amplios ejes de investigación.
La atención brindada al asunto del maíz en este contexto (y por extensión al papel de la tierra como sustento de todo lo creado) es un punto significativo en la puesta en escena Ritual Purépecha, con el que la Compañía Teatral Foro 4, de Morelia, se presentó el martes en las jornadas del II encuentro Identidades del Teatro Latinoamericano, en Morelia.

Otra imagen de Ritual purépecha, en la función del teatro Melchor Ocampo.

Escena y documento
Si en El ritual maya (hacia 1994), Foro 4 acudía a textos del Chilam Balam y otras fuentes para hablar de la riqueza mítica de las etnias-madre mesoamericanas y de su sometimiento por parte de los conquistadores europeos, tomando como referencia la experiencia mayense del sureste mexicano, en Ritual purépecha hay una atención similar a los orígenes, a las raíces y a lo mítico, pero desde la perspectiva de un mundo actual en el que la depredación de los modelos productivos tradicionales del campo está destruyendo una riqueza no sólo alimentaria sino identitaria, cultural.
El enfoque del grupo en este trabajo está en deuda con el Teatro-Documento que surge en América Latina hacia los años setenta por influencia del sueco Peter Weiss: un “teatro de información” que usa material auténtico (expedientes, actas, cartas, cuadros estadísticos, balances de empresas, entrevistas, declaraciones oficiales, reportajes, etcétera) y lo da al escenario sin alterar su contenido, pero reelaborándolo en lo formal.
En el caso de Foro 4, esta parte testimonial cobra forma en los fragmentos de una entrevista en video con Guadalupe Medina, mujer de conocimiento y habitante de la comunidad lacustre de Ihuatzio, en Michoacán, a través de la cual se recupera un testimonio directo que nos comparte no solamente el pensamiento mítico aún vivo en relación con el maíz entre la cultura purépecha, sino la percepción del mundo campesino sobre los problemas económicos, políticos y culturales que mantienen acotado al cultivo y lo amenazan.
Mientras, las partes dedicadas al documental se combinan con una representación en escena que hace el contrapunto poético a los “datos duros” manifestados en la entrevista.
Siempre ceñidos al dato real, cuatro integrantes del grupo le dan una representación antropomorfa al maíz y a animales míticos como el coyote (siguiendo, pero sin copiar, la referencia de imágenes como las que han llegado hasta nosotros en el Códice Madrid, el Códice Borgia o en murales como los del Templo Rojo de Cacaxtla o en el tablero de la Cruz foliada en Palenque).
A su vez, los intérpretes dan voz a textos que acentúan la naturaleza sagrada de la planta. El ejercicio se redondea con tres acotaciones indispensables: la primera son los diálogos en purépecha que aparecen como voces en off a lo largo de la representación. El segundo es la música de Jorge Reyes, que viene a ser (voluntariamente o no) el primer tributo público que me toca ver, dedicado al músico uruapense recientemente fallecido e inexplicablemente olvidado por casi todo el mundo. El tercero es la música de pirekuas y la aparición en escena de una mujer purépecha (Alejandra Benítez) en un cuadro final muy pertinente, donde una lluvia de granos de maíz es una celebración de la fecundidad.

Un aspecto del cuadro final.

Obra itinerante
Ritual purépecha comparte una herencia con espectáculos como El maíz, ritual escénico (Jesusa Rodríguez, 2004, estrenada en Nueva York en el marco de la exposición Azteca, del Museo Guggenheim, y apenas vista en México hasta 2006, en la ciudad capital).
La escenografía, al mismo tiempo discreta y sugestiva (como ha sido casi siempre con el quehacer de Juan Arévalo) recrea una milpa. A su vez, el director Sergio Camacho consigue un ritmo eficaz y un uso acertado de lo que podría denominarse una “estética visual precolombina”.
En breve diálogo, posterior a la función, Sergio Camacho recordó que esta obra surge como parte de una beca del sistema estatal de creadores, en 2004, que les fue congelada. El proyecto consistía en realizar una investigación acerca del maíz criollo antiguo y su presencia en la ribera del lago.
“Fuimos a diferentes pueblos, para hallar algo interesante”, señaló, y finalmente encontraron a la señora Guadalupe Medina, “a quien contactamos por amigos en el Centro de Readaptación Social (Cereso) David Franco, donde hemos trabajado con los internos. En una ocasión, al presentar El ritual maya y hablar acerca de nuestro proyecto de investigación, algunos de ellos nos dijeron que en Ihuatzio había una mujer interesante para nuestro trabajo y fuimos a buscarla”.
Desde su estreno hacia 2005, Ritual purépecha ha tenido una vida itinerante, cuya experiencia más reciente fue su participación en una gira de doce días por pueblos aledañas a Valparaíso, Chile, en noviembre pasado, cuando la representaron tanto en ámbitos urbanos mestizos como en comunidades mapuches como parte de intercambios culturales que se emprenden al seno del COTACUM.
Actualmente, Foro 4 trabaja en la adaptación a la escena de una novela sobre Emiliano Zapata. Este grupo nació a comienzos de los años noventa en Morelia y, de entre su repertorio, los títulos que me resultan más significativos son En Altamar, de Slawomir Mrozek y ¡Shhh!, Marcos, de autoría del propio grupo, junto con El ritual maya.
Otros títulos del grupo incluyen Monte Calvo, de Jairo Aníbal Niño; La Pura muerte Pura, con textos de Jaime Sabines y otros poetas; Ángel de mi Guarda, de Adam Guevara; Pedro Páramo y El llano en llamas, de Juan Rulfo y adaptación propia; Ausencias en Movimiento, sobre letras de sor Juana Inés de la Cruz en adaptación de Sergio Camacho, Cosas de muchachos, de Wilebaldo López y un reciente tributo a la poesía de Gaspar Aguilera.
Entre los títulos suyos que no he visto figuran la pastorela Vamos Niños a Belén, Relatos del viejo Antonio, la puesta Viva México con textos de Juan Rulfo, Norma Román Calvo y Teresa Sánchez y un homenaje a Ramón Martínez Ocaranza a partir de su libro Patología del ser.

EN VIDEO


Tres momentos de la puesta en escena del grupo moreliano.