La complicidad es inmediata y, ya con la audiencia en el bolsillo, da comienzo la puesta en escena del unipersonal para actor y títeres Fausto, un cuento del demonio (Iván Olivares, 2002), que adapta libremente el Fausto de Goethe (1806-1808, con primera reedición revisada por el autor en 1829).

Dos
Nada falta en este Fausto. Ahí está el encuentro entre Dios y Mefistófeles, guiñándole el ojo al relato bíblico del Libro de Job, mientras los dos personajes sobrehumanos apuestan entre ellos por la fidelidad al Cielo del justo pero muy ambicioso doctor Fausto. Allí está la bella Margarita, pizpireta y juguetona a sus muy luciditos trece años, pronta para convertirse en la carnada del demonio y en la protagonista de su propia tragedia. Allí están el criado de Fausto y el inquietante perro que anuncia la tempestad. Allí están los viajes por el mundo, el pacto de sangre, la vecina Martha, la sed inaudita de conocer todas las cosas y el hermano de Margarita, Valentín, dispuesto a limpiar la honra filial a costa de su propia vida. Allí están, en fin, la bruja, el tema de la soberbia como perdición y un Fausto rejuvenecido, encarnado esta vez por Jesús, un joven que es extraído de entre el público para representar el papel.
Pero si los hechos esenciales están allí, el tono romántico de la obra original pasa a segundo plano, cubierto por el tono menor, fársico, prácticamente de género chico, que ha sido el elegido por el dueto Olivarez/Márquez para emprender esta experiencia escénica.

Tres
En efecto, este Fausto a la mexicana es, ante todo, un artilugio de enamoramiento. Ha sido concebido para públicos jóvenes, diseñado con ligereza y organizado en continuas interacciones con el público, a fin de cautivarlo y, probablemente, de animarlo a acercarse a la obra original. Sobre todo, el trabajo tiene muy presente el temperamento nacional, básicamente melodramático y desmadroso, propio de nuestra cotidianeidad.
Respondiendo a tales perfiles, las sombrías implicaciones del texto de Goethe se aligeran; el albur se asoma (“Soy Mefistófeles. Vengo del averno… ¿a ustedes nunca nadie los ha mandado al averno?”); los estereotipos, ya machistas, ya misóginos, están a flor de piel (“¡Fausto! ¡Fausto! Te amo, haz de mí lo que quieras ¡Trátame como tu muñeca!”, le dice Margarita a su enamorado, siendo ella, precisamente, un títere. Mientras, el propio asistente del sexagenario doctor Fausto tiene algunos guiños gay). En tanto, nuestro demonio se vuelve chispeante y ocurrente. Parecería que el trabajo está a un paso de trivializar sus contenidos, pero justo al rozar esa frontera, la estructura muestra sus bondades y el relato original queda indemne: condensado, pero fiel a su sentido.

Cuatro
Lúdico desde el momento en que echa mano de los títeres y desde que se permite fracturas ágiles y cómplices con la concurrencia, Fausto, un cuento del demonio extiende ese espíritu juguetón a las inventivas formas de resolver distintas situaciones escénicas.
Así, por ejemplo, en el terrible momento del Pacto con las fuerzas infernales, la sangre con la que Fausto firma se convierte en una caracoleante cinta de encendido color rojo. La bruja que le devolverá la juventud a nuestro ambicioso y anciano hombre de ciencia es construida “de un brochazo”: es apenas un sombrero picudo del que se asoman las mechas verdes y una nariz ganchuda. Un gran baúl que es abierto en medio del escenario se transforma en la catedral donde Margarita, casi en el último momento, parece que saldrá a salvo de sus peripecias… sólo para ser apresada entre rejas por su filicidio y morir, como en la obra original, en brazos de su mal amante.
Por lo demás, el gesto más mordaz de la puesta (y en este sentido, un tanto cruel), tiene que ver con dos hechos muy relacionados entre sí. Primero, la situación de que, estando en un país como México, algo, forzosamente, tiene que salir mal en la función, de modo que al invocar al títere que hará las veces de Fausto rejuvenecido, nuestro titiritero-demonio descubre que la utilería no está a la mano. Segundo: para salvar la situación anterior, Mefistófeles regresa a las butacas y elige a un joven de entre el público para que encarne a Fausto. veinteañero. Y esta presencia (que no personaje, evidentemente) será el títere más espectacular de los siete u ocho que rondan el escenario.
He aquí, pues, una hybris a la mexicana. Un espectáculo que ya anda cumpliendo los diez años de vida y que en algunos momentos se nota fatigado, pero que en lo general captura y convence.
De hecho, hace algún tiempo ingresó a las ediciones del Programa Nacional de Teatro Escolar, como una estrategia de fomento a la lectura.

Santo y seña

Fausto un cuento del demonio
Sobre el texto original de Goethe
Adaptación: Iván Olivares
Actúa: Emmanuel Márquez
Actor Suplente y Coordinador de producción: Francisco Valdez
Fausto rejuvenecido como 40 años: Algún ambicioso capaz de vender su alma
Escenografía y títeres: Yuriria Almanza
Musicalización: Jorge Omar Cortés
Iluminación y Audio: Francisco Valdez


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