Este sábado por la tarde dan a conocer a los ganadores en las distintas categorías en competencia del VIII Festival Internacional de Cine, incluyendo los trece cortos michoacanos en competencia. Valgan, mientras, estos apuntes a algunos de los mejores trabajos que he visto en la categoría de casa.

Presencia étnica: documental y mito
Dos cortos se dieron la mano en el programa: Sïrukua Tsakapu (Piedra de hormiguero), del realizador Raúl Máximo Cortés, un documental que se ocupa del tema de la greta y la contaminación con plomo en la alfarería vidriada, y Auikanime, la que tiene hambre, de Pável Rodríguez. Son primos, no sólo por su idiosincrasia, que alude a la etnia purépecha, sino por la trayectoria de sus autores, que en la última década han sido de los realizadores más constantes en la entidad.
Algo similar ocurre con el cortometraje Luna, dirigido por Manuel Cisneros Verduzco, no sólo por la amplia experiencia del autor de Bio-bit (ganador del FICM en 2004), sino por la participación de Juan Pablo Arroyo Abraham: otro “peso pesado” local a quien no sólo lo avalan sus créditos académicos sino su colaboración en decenas y decenas de documentales al seno de la extinta Solaris/Observatorio y su propia creación personal, en la que sobresale el documental Clandestino (2008).
Auikanime es casi un mediometraje (37 minutos) y fue emprendido por Pável Rodríguez y su equipo con una beca de Coinversión que contribuyó a sufragar su costo de 20 mil pesos. El filme recupera una historia que aparece en la Relación de Michoacán y la adapta libremente para asociarla al mito de la Cihuacóatl azteca.
El relato se ambienta en 1530, cuando los españoles ya se instalaron y tiene como protagonistas a Hopotaku y a su esposa, Tsipa. Nadie sospecha aún que la presencia europea traerá la ruptura de las tradiciones autóctonas y es entonces cuando la Auikanime, encarnada en una mujer recientemente fallecida en el parto, llega con Tsipa para ofrecerle un topo, en secreto trueque por el recién nacido de la mujer.
Sellado el pacto con la presencia sobrenatural, tanto Tsipa como su esposo maniobran para salvar a su hijo y la estrategia pasa por aceptar el bautizo cristiano, con la esperanza de que “la magia” de la nueva religión sea capaz de cambiar el destino del niño.
Al final no será la nueva Fe, sino el sacrificio de Hopotaku por su hijo, lo que salvará al bebé. Mientras, hay una profecía trágica (“los dioses tienen hambre, Tzintzuntzan será su alimento”), pero un epílogo esperanzador: la estampa a contraluz de Tzipa y su hijo, ambos vivos, contemplando el ocaso en las aguas del lago.

Una leyenda en su tercer tratamiento
Inspirado en la ópera de cámara Luna (Luis Jaime Cortez, 2003, con libreto de Antonio Zúñiga, que a su vez adaptaba su dramaturgia de 2001 para la obra teatral Una luna de Pinole, sobre leyenda rarámuri), el cortometraje Luna (Manuel Cisneros 2010) es, al mismo tiempo, una recreación de la primera parte de la ópera, de la puesta teatral y de la leyenda (aquella en que la niña Margarita es fascinada por el reflejo de la luna sobre las aguas del lago y, desoyendo los consejos de su enamorado, Panalachi, es atrapada por la luna) y una aproximación plástica a la música de Cortez Méndez y a algunos de los instrumentos que intervienen en su interpretación.
Sobre las voces de los niños que, al cantar narran el mito, se sobreponen imágenes (a veces afortunadas, otras meramente ilustrativas); pero también hay un segundo discurso a base de close up a metales, percusiones y cuerdas: secuencias grabadas en estudio y enriquecidas por un juego de luces y colores, que se alterna con el relato.
Hay una riqueza polisémica innegable en este trabajo, que declara al mismo tiempo su amor a la narración y su amor a la música.


La idea de mi madre, corto dedicado a los Niños de Morelia.

Dos rarezas en la sección michoacana
Una rara avis en la sección michoacana ha sido el filme Amairen Idea (La idea de mi madre), de la autora Maider Oleaga, quien nos acerca a tres octogenarios: Lucía Michelena, José Henales Bermejillo y Alfredo González Olaskoaga, a quienes la Guerra Civil española convirtió en exiliados. Dos llegaron a México como “Niños de Morelia”; el tercero, José, fue primero a la URSS y años después emigró a nuestro país.
Este documental se filmó en 2008, cuando se cumplieron 71 años desde la diáspora de republicanos y la Fundación Idi Ezkerra organizó un homenaje que llevó a estos y otros refugiados a un breve viaje por su tierra natal (Bayona para Lucía, Irún para Alfredo y Balmaseda para José). Un largometraje entrañable, pero en el cual el Gobierno de Michoacán ha sido apenas un colaborador. La cinta ha sido coproducida por ETB (Euskal Telebista), del país Vasco, y TV UNAM.
Otro título curioso es La odisea de Mateo (2010), con el que la actriz Elpidia Carrillo (originaria de Parácuaro, aunque radica en California), está debutando como directora en este festival. Su contexto es el perene tema migratorio y formula una mirada crítica a la realidad social mexicana. El filme se ambienta en 2006, cuando Cristina, una maestra oaxaqueña, es encarcelada a raíz de los conflictos en aquella entidad y deja a su bebé, Mateo, con su amiga Adela, a quien le encarga lo lleve a Estados Unidos y busque a Domingo, padre de la criatura. El desenlace es oscuro y ambiguo: Adela descubre que Domingo ha sido probablemente asesinado. Con el niño en brazos, sentada en una banca pública de Los Ángeles, la mujer reflexiona: “Quizás Cristina idealizó la situación; sabía que no hallaría a su padre; sin embargo quiso hacerme venir a Estados Unidos para darle un mejor futuro a su hijo. Sí. Pero la realidad… La realidad es otra cosa”.


Lightme up! (¡Enciéndeme!), una producción de animación local.

Alternativas en animación
Pasando al terreno de la animación, el corto local más significativo de esta competencia se lo debemos a Omar Hernández Peña, cofundador de Eunoia Studios, en Morelia: Light me up! (¡Enciéndeme!). Con guión propio y de Juan de Dios León y una estupenda dirección de arte en la que colabora, con los dos citados, Kai Palacios, narra una correcta anécdota acerca de la niña-genio que busca el amor perfecto y opta por construir un robot, aunque durante el proceso descubre que la perfección causa muchos, muchos problemas.
Otro trabajo animado, pero en técnica tradicional, es Dulce 2010, de Juan Paulín. Realizado a fines de 2009, es como una carta a los Reyes Magos: comienza describiendo con ágiles trazos a un 2009 ya agonizante, cargado de violencia, juegos infantiles vacíos, contaminación, delincuencia, carestía galopante… todo el rosario de desventuras que azotan al país, y concluye con un voto benévolo (pero no exento de ironía) en torno a un 2010 más amable para la convivencia.
El realizador franco michoacano Dominique Jonard es otro autor de larga trayectoria en tierras pirindas. Avecindado en Morelia desde hace más de veinte años, ha hecho de la capital michoacana su centro de operaciones para desplegar su mayor pasión: la animación stop motion, colaborando con niños de distintas regiones del país. En El talador arrepentido (Jonard, 2010), trabaja con niños guanajuatenses y crea una fábula ecológica en la que predomina el estilo naïve de todas sus producciones con enorme encanto. Jonard ya ha ganado reconocimientos al seno del FICM.
No es mucho, pero esto es lo mejor que ha habido.

Acorazado, de Álvaro Curiel de Icaza


Silverio durante la celebración de su fiesta de cumpleaños, en Cuba.

Con un ángel enorme, cautivador, el largometraje Acorazado, de Álvaro Curiel de Icaza, cumple exitosamente un arriesgado desafío: brindar un retrato crítico del mexicano. Para conseguirlo, sólo el humor pudo brindar la conjugación precisa. Es a través del humor como Curiel de Icaza logra captar aquello que nos define, nuestros matices de relativismo moral, de culto a la güeva, de falta de compromiso y de muy aceitada corrupción.
La historia, que comienza y culmina en México con un interregno en la isla de Cuba, tiene como protagonista al jarocho Silverio (Silverio Palacios, absolutamente a la altura del papel), un personaje sin oficio ni beneficio pero con grandes dotes como merolico. Aconsejado por uno de sus camaradas, El Alacrán (Salvador Sánchez), Silverio pone en práctica un descabellado plan: lanzarse al mar en una barca improvisada y tratar de alcanzar las costas de Miami, haciéndose pasar por un cubano renegado de la Revolución, es decir, un gusano (“Si te hubieras largado en el ’94 –durante la Crisis de los Balseros–, ya estarías trabajando allá, legal, y mandándole dinero a tus cetáceos”).
Así pues, sólo armado de su desesperación, de sus no muchas luces y del deseo de un futuro mejor, Silverio se prepara a emprender (literalmente) su Viacrucis y se embarca en un destartalado vocho para surcar el Golfo de México y alcanzar el Sueño Americano, no cruzando el desierto, sino el mar.
Pero la brújula descompuesta que le han dado y las corrientes predominantes en el golfo conducen al personaje, no a los Estados Unidos, sino a la isla de Cuba, donde supera el primer desconcierto y se declara, ya no un renegado del régimen de Castro, sino un disidente del capitalismo salvaje que asuela las tierras mexicanas.
Recibido con la tradicional hospitalidad cubana, pero también con un ávido interés de explotar el suceso mediáticamente, Silverio es incorporado a la sociedad cubana y se le dispensan los privilegios posibles, dada la condición de la isla: un cuarto propio y un buen trabajo como taxista en la zona turística del país.
Es precisamente aquí donde comienza la parte más agridulce del retrato. Si desde el principio habíamos descubierto (y gozado) las dotes verborréicas y, por consecuencia, demagógicas del personaje, y si más adelante habíamos confirmado la ligereza con la que podía declararse a favor de una causa o de su opuesta, ahora vamos viendo hasta dónde Silverio puede llevar consigo las prácticas que nos definen: nuestra impuntualidad proverbial, por ejemplo, o los hábitos corruptos que son el sello de la clase política mexicana (el tráfico de influencias, el acopio de bienes…), todas antagónicas a los principios de una cultura que, como la cubana, conserva aún ciertos pudores que por aquí hemos perdido.
Es preciso, ante todo, no perder de vista lo esencial: es este estudio de “lo mexicano” el verdadero leit motiv de un filme que aprovecha la perspectiva que le da el colocar al personaje en un entorno distante y extraño, a fin de hacer más explícita su conducta. Silverio se dedicará a ganar dinero de manera ilegal traficando exitosamente con tabacos, licores y otros bienes y servicios ajenos a su oficio de taxista. Mientras, se enamora de una bella cubana, cumple con los compromisos mediáticos que le piden y procura disimular las apariencias.
Pero en este filme, tan importante como las anécdotas exteriores lo es el proceso interior, que moviéndose entre la nostalgia por el terruño y la angustia y el horror que sufre cuando comprende su conducta, lleva a Silverio a embarcarse de regreso a México, a donde llega inconfundiblemente transformado, luego de esa sana pero (entre nosotros) poco frecuente costumbre de mirarse de cuerpo entero frente a un espejo que no disimula ninguna verdad. Una comedia atractiva y muy, muy inteligente.