Todo estaba listo para la primera sesión del ciclo Diálogos intergeneracionales, al amparo de la retrospectiva Cronografía visual en Michoacán, que aloja el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce (Macaz). Un discreto pero entregado grupo de personas nos reunimos el jueves 9 de agosto en la planta alta de la antigua casona solariega, en el bosque Cuauhtémoc, dispuestos a escuchar con interés a Juan Carlos Jiménez Abarca, quien es uno de los pocos frutos de verdadero valor que ha dado hasta hoy la carrera de Historia del Arte de la Universidad de Morelia.
Fue una sorpresa para varios de los allí reunidos el enfrentar la súbita inclusión de un segundo ponente en el programa de la tarde. Esa noche, ya conectado a la internet, yo confirmaría que ni la cartelera cultural semanal de la Secretaría de Cultura (Secum) ni una nota preventiva emitida por el departamento de Comunicación de la dependencia, anunciaban otra cosa que no fuera la charla del columnista de Cambio de Michoacán y colaborador del Centro de Investigación y Documentación de las Artes de la propia Secum.
El caso es que, como preámbulo a la plática de Juan Carlos Jiménez, se anunció la presencia de Juan Manuel Pérez Morelos, del departamento de investigación del Macaz, quien se ocuparía –se dijo– de formular algunos comentarios introductorios a los movimientos romántico y modernista en el contexto de tres de los abuelitos significantes de esta colectiva: Manuel Ocaranza, Félix Parra y Luis Sahagún.
El hecho no habría pasado de ser una imprevista pero aceptable adición al programa, de no ser porque, déjenme decirlo así, la puesta en escena se convirtió en una puesta en desgracia.

Para empezar, la “breve charla” terminó por extenderse una hora y media (el reloj interno de mi videocámara da fe, agónicamente, que la intervención se extendió de las 2:24 a las 3:50 [la memoria de mi equipo está ajustada a otro uso horario, pero el punto es que se sigue tratando, exactamente, de una hora con 26 minutos]).
Y la extensión no habría tenido nada de malo si hubiera sido amena, honesta y verdaderamente personal; es decir, si Juan Manuel Pérez Morelos realmente se hubiera presentado para dialogar con la audiencia y compartir conocimientos suyos, resultado de sus experiencias y reflexiones en torno a un tema.
Y es que, permítanme recordárselos, el valor de una charla o ponencia consiste en la posibilidad de que el conferencista sea capaz de ofrecer una perspectiva propia, personal, sobre el asunto que lo ocupa. Lo importante es que nos diga algo que no podamos encontrar en un libro, sino que sea consecuencia de un pensar activo.

Por el contrario (y en segundo lugar), Pérez Morelos no nos ofreció ninguna opinión personal, ninguna reflexión propia, ninguna perspectiva suya. Lo que hizo, en cambio, fue leer retazos y pedacería de textos entresacados de otras fuentes a las que ni siquiera tuvo la decencia de darles crédito (salvo a algunas de las imágenes-ficha proyectadas en una pantalla, cortesía del Museo Nacional de Arte [Munal], en el DF).
Es penoso ver a alguien que presume de contar con estudios de nivel maestría y de impartir clases en un aula universitaria conducirse como un preparatoriano irresponsable, de esos que para salir del paso en los deberes escolares entran a la página BuenasTareas.com para agenciarse el primer texto que les parece satisfactorio y, gracias a la magia del copy–paste, descargarlo y ofrecerlo como propio.

Estoy meneando la cabeza. ¿Qué les digo? Esta clase de estafas se detectan de inmediato. Como el texto no era suyo y como obviamente no se tomó el esfuerzo de estudiarlo lo suficiente, la lectura que hizo Juan Manuel Pérez Morelos fue tremendamente accidentada, sin ritmo, sin plasmar los énfasis donde era preciso, sin dejar que las ideas del texto respiraran a su propio aire… la clase de errores inevitables cuando uno no comprende el sentido de lo que está leyendo.

Los daños fueron graves. El mayor, sin duda, consistió en espantar al público. En el video que abre este post y que resume algunos momentos de la lectura, incluyo dos tomas dedicadas a los asistentes a la charla.
La primera corresponde al comienzo de la intervención del investigador del Macaz (un paneo que va del 00:52 al 01:08). Hay 21 personas sentadas en las sillas, de las que pueden descontar a tres: el director del Macaz, la transcriptora que elabora los boletines de la Secum y un fotógrafo y camarógrafo que sube imagen de los eventos de la Secum a la página electrónica institucional. Es decir, hay 18 personas del público.
La segunda toma corresponde a la recta final de la intervención de Pérez Morelos (del minuto 08:19 al 08:28). Sólo quedan 11 personas sentadas; descuenten a dos: el funcionario Iván Holguín y la redactora de la Secum. En total, son 9 integrantes de la audiencia. Nueve (la mitad) se han ido.

El hecho de dar una conferencia sin la preparación mínima indispensable es una falta de respeto. Primero, para el ponente, que no se respeta a sí mismo lo bastante como para darle a su participación la estatura intelectual que cabe esperar de un académico. Luego, para el anfitrión de la noche, pues todos los que acudimos aquella tarde al Macaz lo hicimos convocados por el nombre de Juan Carlos Jiménez y por el prestigio que este joven crítico e historiador de arte se está construyendo, gracias a un trabajo bien hecho. Finalmente, es una falta de respeto hacia el público, al que siempre le resulta extenuante verse obligado a descifrar los contenidos de una mala lectura y a seguir el curso de ideas mal hilvanadas.

Hay que querernos un poquito más a nosotros mismos y ser menos perezosos. Creo que esa es la actitud que marca la diferencia entre la honestidad y el fraude. Qué bueno que el personal del Museo de Arte Contemporáneo quiso sumarse a las actividades de este ciclo de conferencias; eso es estupendo y hay que alentarlo. Pero qué malo que, al menos por esta vez, el responsable de las investigaciones en el museo haya optado, en su colaboración, por el disimulo.
Y para colmo, una vez concluida su lectura, el muy bribón se disculpó, se levantó y se escurrió para ir cumplir un compromiso en el Museo de Arte Colonial, con la catedrática Nelly Sigaut, que ojalá lea de alguna manera estas líneas y le propine un buen jalón de orejas a su pupilo. Se lo ha ganado a pulso.
Por lo demás, exhibo esto porque representa uno de los males más generalizados de nuestro tiempo: me refiero a esa actitud de pretender ser más de lo que uno es, de aparentar lo que uno no es. Muchos, muchísimos de los problemas que vivimos, derivan de esta manera de conducirnos. Hay que luchar contra ella.

Y bueno. En fin. Les comparto a continuación el texto íntegro que Juan Manuel Pérez Morelos leyó durante su intervención dedicada al Romanticismo. Esta versión la descargué del sitio web de Scribid, del que soy suscriptor, y la pueden encontrar, si lo desean, en este enlace.
Pero el mismo texto se encuentra en por lo menos otros siete sitios distintos, entre ellos el clásico Buenas Tareas, cuyo enlace es este.

Vale. Que lo aprovechen:

El Romanticismo
Es un movimiento cultural y político originado en Alemania y en el Reino Unido a finales del siglo XVIII como una reacción revolucionaria contra el racionalismo de la Ilustración y el Clasicismo, confiriendo prioridad a los sentimientos. Su característica fundamental es la ruptura con la tradición clasicista basada en un conjunto de reglas estereotipadas. La libertad auténtica es su búsqueda constante, por eso es que su rasgo revolucionario es incuestionable. Debido a que el romanticismo es una manera de sentir y concebir la naturaleza, la vida y al hombre mismo que se presenta de manera distinta y particular en cada país donde se desarrolla; incluso dentro de una misma nación se manifiestan distintas tendencias proyectándose también en todas las artes. Se desarrolló en la primera mitad del siglo XIX, extendiéndose desde Inglaterra a Alemania hasta llegar a países como Francia, Italia, Argentina, España, México, etcétera. Su vertiente literaria se fragmentaría posteriormente en diversas corrientes, como el Parnasianismo, el Simbolismo, el Decadentismo o el Prerrafaelismo, reunidas en la denominación general de Posromanticismo, una derivación del cual fue el llamado Modernismo hispanoamericano. Tuvo fundamentales aportes en los campos de la literatura, la pintura y la música. Posteriormente, una de las corrientes vanguardistas del siglo XX, el Surrealismo, llevó al extremo los postulados románticos de la exaltación del yo.

Características
El Romanticismo es una reacción contra el espíritu racional y crítico de la Ilustración y el Clasicismo, y favorecía, ante todo:
La conciencia del Yo como entidad autónoma y, frente a la universalidad de la razón dieciochesca, dotada de capacidades variables e individuales como la fantasía y el sentimiento.
La primacía del Genio creador de un Universo propio, el poeta como demiurgo.
Valoración de lo diferente frente a lo común lo que lleva una fuerte tendencia nacionalista.
El liberalismo frente al despotismo ilustrado.
La de la originalidad frente a la tradición clasicista y la adecuación a los cánones. Cada hombre debe mostrar lo que le hace único.
La de la creatividad frente a la imitación de lo antiguo hacia los dioses de Atenas. La de la obra imperfecta, inacabada y abierta frente a la obra perfecta, concluida y cerrada.
Es propio de este movimiento un gran aprecio de lo personal, un subjetivismo e individualismo absoluto, un culto al yo fundamental y al carácter nacional o Volksgeist, frente a la universalidad y sociabilidad de la Ilustración en el siglo XVIII.
En ese sentido los héroes románticos son, con frecuencia, prototipos de rebeldía (Don Juan, el pirata, Prometeo) y los autores románticos quebrantan cualquier normativa o tradición cultural que ahogue su libertad, como por ejemplo las tres unidades aristotélicas (acción, tiempo y lugar) y la de estilo (mezclando prosa y verso y utilizando polimetría en el teatro), o revolucionando la métrica y volviendo a rimas más libres y populares como la asonante. Igualmente, una renovación de temas y ambientes, y, por contraste al Siglo de las Luces (Ilustración), prefieren los ambientes nocturnos y luctuosos, los lugares sórdidos y ruinosos (siniestrismo); venerando y buscando tanto las historias fantásticas como la superstición.
Un aspecto del influjo del nuevo espíritu romántico y su cultivo de lo diferencial es el auge que tomaron el estudio de la literatura popular (romances o baladas anónimas, cuentos tradicionales, coplas, refranes) y de las literaturas en lenguas regionales durante este periodo: la gaélica, la escocesa, la provenzal, la bretona, la catalana, la gallega, la vasca... Este auge de lo nacional y del nacionalismo fue una reacción a la cultura francesa del siglo XVIII, de espíritu clásico y universalista, difundida por toda Europa mediante Napoleón.
El Romanticismo se expandió también y renovó enriqueció el limitado lenguaje y estilo del Neoclasicismo dando entrada a lo exótico y lo extravagante, buscando nuevas combinaciones métricas y flexibilizando las antiguas o buscando en culturas bárbaras y exóticas o en la Edad Media, en vez de en Grecia o Roma, su inspiración.
Frente a la afirmación de lo racional, irrumpió la exaltación de lo instintivo y sentimental. «La belleza es verdad». También representó el deseo de libertad del individuo, de las pasiones y de los instintos que presenta el «yo», subjetivismo e imposición del sentimiento sobre la razón.
En consonancia con lo anterior, y frente a los neoclásicos, se produjo una mayor valoración de todo lo relacionado con la Edad Media, frente a otras épocas históricas.