Malaventura / Michel Lipkes

Malaventura: epifanías

de esplendor y decadencia


Isaac López, el protagonista de Malaventura, intenso y acertado debut del cineasta Michel Lipkes en el 9° Festival Internacional de Cine de Morelia.

Cine de atmósferas en el más cumplido sentido del término, relato agridulce y polivalente en correspondencia a nuestro incierto mundo actual, el largometraje Malaventura, del muy intuitivo Michel Lipkes, es una pieza de cine alegórico que ha despertado mi mayor interés. El filme se proyectó el viernes en la penúltima función de la sección de largometrajes mexicanos en competencia, dentro del Festival Internacional de Cine de Morelia.
He aquí un fresco que registra los andares de un anciano solitario entre los ruinosos esplendores del centro histórico de la ciudad de México. Una sombra que se desliza entre las sombras, develando a su paso un mundo paralelo, invisibilizado pero cercano, distante e íntimo, sembrado de gestos, claves y signos que continuamente le dan sentido a algo siempre mayor que la mera anécdota.
Hace rato que no veía en pantalla un relato como este, capaz de continuos momentos de intensidad (algunos incipientes, otros excelentemente consumados), que resultan tan expresionistas como surreales al mismo tiempo: siempre balanceándose entre el existencialismo más explícito y la alegoría más esquiva (o, si se prefiere, abierta), generando así una dimensión propia para el extrañamiento, para un estado de alerta que en sus momentos privilegiados puede tocar en lo más vivo a un espectador atento.
Como una suerte de taciturno alter ego del entrañable profe Isak Borg (Fresas Silvestres, Bergman 1957), el octogenario don Isaac López, protagonista de Malaventura, emprende un recorrido por los barrios que acotan su vida. El personaje nos conduce de ese modo a un tránsito a pie por resquicios de La Merced, La Ciudadela y las inmediaciones de Palacio Nacional.
A lo largo de este viaje, los vetustos paisajes a veces lyncheanos (esa rata muerta entre la tierra y el pasto del baldío, que me remite tanto a la oreja de Terciopelo Azul), a veces Anderssianos (esa cantina de ancianos crepusculares recitando fragmentos de Los proverbios del Infierno, de Willian Blake, que me lleva a recordar el bar de despojos humanos de Canciones del segundo piso o, de ese mismo filme noruego, la secuencia del metro) y a veces Oliveiranos (la permanente pátina de un tiempo en suspensión durante la travesía de Viaje al principio del mundo) devienen suma, muerte y transfiguración de los horrores y desolaciones de una ciudad presente que refleja a sus habitantes en el gozne de un tiempo de cambios y metamorfosis.
En más de un sentido, pues, el recorrido de este anciano que procura por la noche llamadas telefónicas fallidas a un ser querido; que languidece con el ocaso de su propio pulso en calles donde sangres más jóvenes gritan, anónimamente, “¡Poncho, vámonos a la Revoluciooón!” o vocean un intencionado “mexicanos al grito de guerra”, es una suerte de testimonio / testamento al bit de un mundo completo que languidece y le va cediendo el paso a un Porvenir desconocido, pero previsible. El canto del cisne de un México que agoniza definitivamente para que termine de parirse a sí mismo el México que lo sucederá.
¿Subjetivo? De acuerdo. Pero esta es precisamente una de las virtudes legítimas del notable debut de Lipkes: su largometraje se mueve con un envidiable equilibrio entre lo ambigüo y lo preciso. Y la riqueza polisémica (pero no necesariamente arbitraria) de esta bella conquista, permite una y otra vez que desde lo preciso individual se abran amplias parcelas de interpretación general. Todo un logro, ya muy bien prefigurado por el más reciente corto del cineasta: El niño sin piernas no puede bailar y la demoledora metáfora de ese lánguido gordito huérfano en pos de certezas emotivas e identitarias a las cuales aferrarse, por grotescas o violentas que pudieran ser.
Mientras tanto, el filme de Lipkes abre con un deslumbrante plano-secuencia que registra el modesto cuartito donde vive don Isaac. Un encuadre perfecto, frontal, que de manera muy teatral capta cuanto es preciso ver (ventana de tenues cortinas incluida al centro de la toma), y con el cual nos atrapa en un amanecer que es pura sustancia cinematográfica gracias a la manera en que Lipkes exacerba calculadamente la sensorialidad de claroscuros, de ruidos incidentales, de acciones cotidianas y de una música a menudo construida con un empleo muy poco ortodoxo pero muy efectivo de las percusiones de metal.
El tratamiento continuará en imágenes tan impactantes como la de ese edificio en ruinas, superviviente del sismo del ’85 (¡26 años más tarde!) en cuya fachada perdura un nicho y su virgen, imagen que me antoja mucho a pensar en los patéticos pero genuinos elementos que todavía permiten que nuestra idea de México se mantenga endeblemente en pie en medio de todo aquello que erosiona pactos sociales, identidades, modelos de convivencia o ideales colectivos.
Sí. “El gusano perdona al arado que lo troza”. Pero qué otra le queda, ¿no? Quien piense lo contrario confirmaría, por ese sólo hecho, que “el necio no ve el mismo árbol que ve el sabio”. Pero los matices también existen. En este aparente vaivén de relativismos, los carros de la basura se antojan más bien ambulancias o carrozas fúnebres, pero los gandallas cobradores del Nuevo Orden son simplemente lo que parecen: los anodinos lacayos de un poder también invisibilizado pero espeluznantemente real.
Moviéndose así: entre viacrucis individuales y ruinas colectivas, entre complicidades y remordimientos, entre impotencias y culpas, Malaventura termina por transformarse en un viaje por el más clásico y bienvenido de los temas: el de las lacrimae rerurm que tan bien conocían los griegos y que no son sino las lágrimas del mundo, el dolor en las cosas como el secreto más íntimo y profundo de cada existencia, y ante cuya imagen o intuición es difícil evadir el apremio de cuestionamientos muy demandantes hacia uno mismo, por aquello del como me ves te verás. Un bello, muy bello debut. Felicidades.

Malaventura / Conferencia de prensa