Un total de setentaiuna obras que dan testimonio de la vocación pictórica en Michoacán y de su contexto sociopolítico durante el virreinato (del siglo XVI a los albores del XIX) constituyen el contenido del primer volumen de Pintura Virreinal en Michoacán. El libro es fruto de las investigaciones coordinadas por la doctora Nelly Sigaut desde el año de 2007 al seno del Seminario Permanente de Estudios de Pintura en el Occidente de México.
La obra, que debió aparecer el año pasado, fue una de las víctimas del desastre económico que le ha heredado al estado el gobierno de Leonel Godoy Rangel, ya que su edición se pospuso por falta de fondos de parte de la pasada administración en la Secretaría de Cultura.
Las obras que documenta este trabajo, muchas de ellas anónimas, están organizadas en cinco apartados temáticos. Las primeras doce se ocupan de temas marianos. Otras siete corresponden a lienzos que aluden al personaje de Cristo. Cuarentaidós más se dedican a las imágenes de santos canonizados. Otras cuatro son retratos y, finalmente, las seis restantes tratan de temas alegóricos.
Para presentar la edición, que es apenas la primera parte de un proyecto de largo alcance que procurará documentar las expresiones de arte virreinal en todo el territorio del actual estado de Michoacán, se organizó una velada en el Museo de Arte Colonial, en Morelia, el viernes 20 de julio.
Los comentaristas de la noche fueron, todos ellos, expertos en el arte novohispano durante la Colonia: el doctor Oscar Mazin, titulado por la Escuela de Altos Estudios y Ciencias Sociales, en Francia; especialista en el estudio de la iglesia y la sociedad novohispana y el imperio español en los siglos XVI y XVII. El doctor en historia Manuel Ramos Medina, director del Centro de Estudios de Historia de México, en Chimalistac, y Tomás de Híjar Ornelas, maestro del Seminario de Guadalajara, titular de la parroquia de Santa Teresa, en el centro histórico tapatío, e investigador de los mártires de la Cristiada.

Doctor Mazin: obra y contexto
El doctor Mazin recordó que este catálogo procede del Seminario de Estudios de Pintura en el Occidente de México, que estuvo precedido por un levantamiento que ella misma efectuó desde 1993 en el convento de San Agustín, para repertoriar la pintura que en él existe.
Entre los rasgos importantes de la obra, señaló que los estudios incluyen un breve análisis de los modelos iconográficos de los que proceden las imágenes, así como una descripción formal de cada cuadro. “También se destacan las circunstancias o procesos propiamente históricos del Michoacán de los siglos XVI al XIX, mediante los cuales los autores se esfuerzan por dar cuenta de la factura, el arraigo local, la procedencia, la circulación y el destino de las pinturas”.
Celebró el hecho de que “nos encontramos con que este catálogo es impensable sin el concepto de ciudad episcopal, como lo fueron Valladolid de Michoacán, Puebla de Los Ángeles o Oaxaca. Y es que la ciudad episcopal fue la entidad que vertebró el orden social en Hispanoamérica. La monarquía indiana, es decir, el imperio español en América, fue un imperio hecho de ciudades y sin la ciudad no se entiende ese imperio”.
Al interior de ese orden, evocó que fue en torno de las iglesias catedrales que “se dieron una serie de condiciones más o menos regulares y duraderas que permitieron la organización de numerosas gentes, grupos y corporaciones”.
También destacó el papel del material en la comprensión de las fundaciones de obras pías que permitieron el florecimiento de templos y colegios, así como de la práctica de las artes ñpara embellecerlos.
“En Valladolid de Michoacán, el Colegio de Santa Rosa María tuvo su origen en la fundación de obras piadosas por parte de obispos y de canónigos. La iglesia de San José nació como una simple ayuda de parroquia de la catedral. El Colegio de Infantes de la catedral arrancó de las fundaciones de becas para muchachos por parte de algunos canónigos, mismas que coronó la liberalidad del obispo Sánchez de Tagle. En fin. La iglesia de Nuestra Señora de Cosamaloapan, otra ayuda de parroquia surgida en el antiguo barrio de San Francisco, resultó de las fundaciones piadosas de un grupo de canónigos originarios de la diócesis de Puebla. Y así podríamos seguir enumerando los orígenes en términos de obras pías o de fundaciones por parte del clero catedral que tuvieron las distintas corporaciones”.
Desde esa perspectiva destacó, como motivo privilegiado de estudio, la importancia de la diócesis como unidad geopolítica. “Desde tiempos del imperio romano, que se apoyó de manera original sobre una trama de poderes locales organizados en torno a la ciudad, en las Indias, es decir en la actual Hispanoamérica, la unidad básica en la que dichas ciudades florecieron, fue la diócesis”.
“Esta demarcación no es exclusiva de las fuentes de origen eclesiástico, y no lo es porque en el centro de la Nueva España la diócesis llenó el vacío suscitado por la estrechez del territorio comprendido por las Alcaldías Mayores y la jurisdicción sumamente vasta de las reales audiencias de México y de Guadalajara”.

Manuel Ramos: apuntes al proyecto
El segundo presentador de la velada, Manuel Ramos Medina indicó que con este volumen se inicia una serie editorial que apoyará generosamente a los investigadores del arte novohispano, además de ofrecer una herramienta para un público amplio interesado en los recintos religiosos y conventuales del territorio michoacano.
Consideró que tanto el seminario como el libro editado por el Colmich y el Centro de Investigación y Documentación de las Artes de la Secum. “son, sin duda, un ejemplo que envidiarían otros estados carentes de este tipo de apoyos culturales y pienso concretamente en el estado de Hidalgo, que tanto necesita investigaciones de esta clase para preservar su patrimonio”.
Indicó que la distribución metodológica de los contenidos,en cinco temas, fue planteada por la doctora Sigaut en un trabajo que originalmente iba a estar dedicado sólo al estudio de las pinturas del templo y convento de San Agustín, en Morelia. “Previamente –evocó–, la doctora había catalogado el conjunto restaurado por Adopte una obra de arte A.C. para la dirección de Sitios y Monumentos de Conaculta, en 1993. Así se estudiaron 93 pinturas correspondientes a los siglos del XVII al XIX y este fue el antecedente para que el Seminario Permanente de Estudios de la Pintura del Occidente de México tomara bajo su responsabilidad el estudio del conjunto”.
“Felizmente –dijo– la tarea se salió completamente de los márgenes y se siguió con el estudio y catalogación del acervo que se conserva en Michoacán en sitios alejados y poco difundidos. Y con esta primera publicación se forjan los cimientos de un ambicioso proyecto que pretende reconstruir la historia de la pintura del periodo de la administración española desde el siglo XVI hasta principios del siglo XIX”.

Entre otros puntos de interés, el ponente llamó la atención hacia el hecho de que en este volumen resalta la imagen de María, la madre de Jesús.
“Casi todas las catedrales de las diócesis de la Nueva España y del Perú llevan la advocación de la Purísima Concepción. ¿Por qué tan presente esta imagen? Este tema nos lleva a los tiempos remotos de los pueblos mediterráneos, donde la figura de la Diosa Madre fue venerada. Desde el siglo XIV el rey Juan de Aragón tomó la iniciativa de apoyar la Inmaculada Concepción como emblema de su corona y, posteriormente, lo asumieron los reinos peninsulares. Fue el rey quien decretó, antes de morir, la celebración de la fiesta solemne en todas sus posesiones, así como la pena de destierro a los opositores del misterio de la purísima concepción, incomprensible por la razón”.

Un crisol imbatible: Tomás de Híjar
Finalmente, Tomás de Híjar Ornelas recordó que, a raíz de la consumación de la Independencia, a fines de septiembre de 1821, a los mexicanos les dio por construir su casa, comenzando por la bóveda. De modo que a un malogrado imperio sobrevinieron otras fórmulas que deambularon de la república federal a la centralista, restauraron el imperio, retomaron el camino republicano que hasta la fecha conservamos. “Después fue necesario echar los muros, abrir los vanos, hacer el trazo y, por último, sustentar el edificio en sólidos cimientos, tarea que permitió, al calor del nacionalismo de los años treinta del siglo pasado, reconocer con humildad que éstos ya existían. Que eran milenarios. Y que a ellos se añadieron de manera compleja y singular, Europa, África, Asia y Oceanía, en un crisol tan rico que ni siquiera el embate brutal del consumismo global de nuestros días ha podido desdibujar”.
“La contribución a ese proceso no podría entenderse sin la participación activa y fecunda de dos matrices: la religiosidad amerindia anterior a la agregación de los territorios de la América continental a España y la peculiarísima raigambre de la cultura hispana del siglo XVI, modelada por raíces judeocristiano-musulmanas, de suerte que la Evangelización en estos territorios terminó siendo un crisol cuya amalgama resultó diversa, plural, heterogénea e inagotable”.
“¿Cómo prescindir entonces, para alcanzar una comprensión sumaria de estos capítulos primigenios de una cultura, de una civilización nueva y distinta a las que hasta entonces componían el mosaico etnográfico de la faz de la tierra, de estos testimonios icónicos que nos transmiten de forma inmediata ideas y sensaciones valiosas en su tiempo para comunicar lo que aquí estaba pasando?”
“En esto radica la importancia de cobrar conciencia de la tarea que este volumen abre hacia un perímetro superior al que tuvo inicialmente. Lo que en su momento fue una negativa rotunda para secundar un proyecto estético laudable, ha terminado siendo el inicio de un largo derrotero donde podrán incorporarse de manera gradual e interdisciplinaria tanto los estudios de los fenómenos sociales como las más diversas y variadas ciencias interesadas en articular lo que pasó en su tiempo para conformar el presente que hoy protagonizamos y el futuro que les aguarda a quienes tomen de nuestras manos la estafeta”.
“Encontrará el lector y el espectador en los capítulos de esta obra contenidos teóricos y visuales planteados desde una lectura ágil, bien calibrada y armoniosa, tejida en cinco apartados que no siguen un orden jerárquico o eclesial, si bien éste los produjo, sino un orden entrañable y afectivo, el del pueblo para el cual fueron hechos estos cuadros”.
“Mucho hemos de agradecer a los autores su respeto y ecuanimidad éticas al abordar cada una de las 71 obras; su actitud propositiva no sólo supera los criterios esteticistas de una percepción estilizada que redujo a los historiadores y críticos de las Bellas Artes, desde su parcial visión eurocéntrica decimonónica a transformarse en una suerte de jueces implacables, dedicados a confinar con adjetivos peyorativos las más de las veces las producciones que no alcanzaban a pasar el estrecho cuello de una botella ajena a su impronta espacio-temporal”.
“Vemos así cómo el ícono, liberado de prejuicios, se transforma en un documento y en un soporte de información de excepcional valor, recobrando desde la lectura in situ una dignidad superior a la que pudiera tener suspendido a los muros asépticos de una galería, de un museo o de una colección particular. Además, la vista del conjunto suspende por un momento casi milagroso los desperfectos ocasionados por el manoseo y el vandalismo de restauraciones brutales y muy desafortunadas”.
“Convertidas en documentos visuales, estas obras se vuelven una fuente copiosa e integral de capítulos enteros donde venimos a enterarnos de las gestas protagonizadas por los ascendientes de quienes estamos aquí, desatando una energía incontenible, para la cual las etiquetas de arte colonial, religioso, sacro o cristiano, se vuelven insuficientes, inútiles y parciales. Arte, simplemente, en la más lisa y pura de sus acepciones: virtud y disposición para hacer algo. El que en su tiempo estuvo al alcance de autores regionales y locales, anónimos los más, identificados unos pocos: los Becerra, Juan de Sámano, Manuel de Tapia… quienes nos impelen hoy a reconocer las motivaciones humanas y trascendentes de su tiempo, su legítimo derecho a seguir expresando sus anhelos, tan válidos como los nuestros, pero que durante mucho tiempo fueron desdeñados, al grado de sólo quedarnos exiguos despojos de un patrimonio despreciado por incomprendido”.
“Esta noche -concluyó-, cuando el pillaje y el mercantilismo adquieren un renovado furor bajo la modalidad del saqueo y el robo, tan despiadado o más como el de los iconoclastas del pasado, alzan su voz y se hacen oir estos artistas para revelarnos, gracias a los esfuerzos de catálogos como el confeccionado por Nelly Sigaut y su equipo, que sin su léxico el nuestro quedaría mutilado e ininteligible en sus aspectos esenciales”.

Sigaut: apuesta a la continuidad
Al final de la presentación, la doctora Nelly Sigaut tuvo una breve intervención para agradecer el esfuerzo invertido en la edición de este primer volumen de estudios sobre la iconografía colonial en Michoacán. Celebró la colaboración de los fotógrafos que hicieron el levantamiento de imagen y, de manera particular, hizo un público agradecimiento al actual secretario de Cultura, Marco Antonio Aguilar Cortés, quien no solamente reasignó recursos para editar el trabajo, sino que se ha comprometido a garantizar el tiraje de, por lo menos, los próximos dos volúmenes de la serie, saldando de este modo la deuda contraída por la gestión anterior de la Secum y afianzando un proyecto de divulgación que, entre otros valores, tiene el de coadyuvar a conocer y a proteger el patrimonio artístico de la entidad.