La dirección del Archivo Histórico y Museo de la Ciudad presentó la tesis de Gabriela Cervantes, uno de los primeros estudios escritos en Morelia, hace casi una década,sobre las juntas secretas en la actual capital michoacana

Vista parcial del público durante la conferencia.

Aunque la conspiración de Valladolid no prosperó, dejó un legado ideológico que fue retomado poco después por los conspiradores de Querétaro. Personajes como Mariano Michelena se ocuparon de difundir los contenidos del movimiento vallisoletano a diferentes ciudades del virreinato. Por otro lado, aunque la conspiración de 1809 defendía “entre comillas” la lealtad a Fernando VII, su sentido sí fue explícitamenre revolucionario por dos razones. Primero, porque buscaba un cambio radical en la distribución del poder entre criollos y peninsulares, abogando a favor de un gobierno americano y, segundo, porque a diferencia de la conspiración de 1808 en la ciudad de México, en la que el virrey se midió contra la Audiencia y fue, a fin de cuentas, un enfrentamiento entre cúpulas, la conspiración de Valladolid fue la primera con un sustento social, que tomó en cuenta a la clase indígena, para la cual proponía cambios favorables.
Estas fueron algunas de las singularidades compartidas con el público durante la presentación del libro La Conspiración de Valladolid de 1809. Un paso a la independencia, de la historiadora Gabriela Cervantes Trejo. El material fue la tesis de licenciatura de la autora hace casi una década, que fue editada como libro a fines del año pasadoen una coedición del Congreso del Estado, la Coordinación de la Investigación Científica y la Facultad de Historia de la UMSNH, así como por el Sindicato de Profesores de la Universidad Michoacana, para sumarse a las conmemoraciones por el bicentenario de la gesta insurgente.
La presentación se realizó en la galería de exposiciones temporales de la Dirección del Archivo Histórico Municipal y Museo de la Ciudad.


El director del Archivo Histórico, durante sus intervenciones como moderador.

Los contenidos
Durante la presentación, la historiadora Tzutzuqui Heredia Pacheco detalló sucintamente que en la historiografía de la independencia emprendida desde Michoacán faltaba un título dedicado a la Conspiración de Valladolid, de lo cual se desprende el carácter pionero de la tesis de Cervantes Trejo.
Señaló, por lo demás, que la obra se distribuye en tres capítulos abrazados por una introducción y las conclusiones.
El primer capítulo da cuenta del estado general de la Nueva España ante las Reformas Borbónicas en un arco temporal que va de 1760 a 1808. La presentadora comentó que durante ese lapso se fueron implantando en la Nueva España cambios en materia fiscal, en la producción de bienes, en el ámbito del comercio y en cuestiones militares. Estos cambios procuraban aumentar la recaudación de impuestos en beneficio de la Corona Española, así como reducir el poder de las élites locales y aumentar el control directo de la burocracia imperial sobre la vida económica de sus colonias. Sin embargo, aunque estas reformas intentaban redefinir la relación entre España y sus colonias en beneficio de la península, su éxito fue limitado. De hecho, el descontento que despertaron entre las elites criollas locales aceleró el proceso de emancipación por el que España perdió la mayor parte de sus posesiones americanas en las primeras décadas del siglo XIX.
El segundo capítulo, que es el central del libro, se ocupa de la conspiración de Valladolid en sí. Describe su génesis, la trayectoria de sus principales impulsores y el sentido de la conjura, “que lo que buscaba era integrar una Junta de Gobierno similar a las que se estaban configurando en España a partir de mayo de 1808, tras la invasión francesa y el secuestro de Fernando VII y su padre, Carlos IV, en Bayona”.
En efecto, en España, ante el vacío de poder creado por la ausencia del rey legítimo y por la colaboración del Gobierno con los invasores, se fueron formando las Juntas de Defensa, organismos revolucionarios que y asumieron la soberanía para defender la independencia frente a los franceses. Primero fueron juntas locales, luego provinciales, siempre coordinadas por la Junta Central Suprema, establecida en Aranjuez, que asumió la tarea de dirigir la guerra y gobernar a la península en las zonas no ocupadas. Esa Junta Central Suprema se trasladó más tarde a Sevilla y fue reemplazada en 1810 por una Regencia que se estableció en Cádiz.
Con ese mismo espíritu de salvaguardar la soberanía ante el régimen de José Bonaparte, los conspiradores vallisoletanos “ven la posibilidad de echar mano de un pacto social para conservar la fidelidad de la Nueva España al legítimo rey de España”.
Pero este capítulo “también acerca al lector a un ingrediente inédito: el sustento social de la conspiración de Valladolid: los indios y las castas”. Así, el texto nos presenta a caciques como Pedro Rosales o María Inés García, mostrando el papel que jugaron en la organización de lo que habría sido un organizado alzamiento armado para hacerse del poder.
“En este libro, la autora nos muestra cómo la conspiración de Valladolid ha articulado una importante participación de las bases indígenas, cuyas mujeres son protagonistas indispensables, que sirven de enlace entre los conspiradores y aún como espías desde su papel como sirvientas de los hogares vallisoletanos criollos”.En suma, el capítulo muestra cómo la Conspiración de Valladolid no buscaba la independencia de la Nueva España, pero en cambio hereda sus planes y sus objetivos a lo que sería la Conspiración de Querétaro.

La académica Tzutzuqui Heredia Pacheco en sus comentarios.

‘Algo puede pasar’
En su turno, el maestro Jaime Álvarez Cabrera acentuaría el hecho de que los tres capítulos del libro ofrecen al lector el panorama completo del escenario cultural y social de la Nueva España de fines del siglo XVIII y principios del XIX.
“Detalla, por ejemplo, cómo las Reformas Borbónicas son leyes impulsadas para darle mayor poder a la corona española sobre sus colonias”, para contra contrarrestar el control previo que, sobre ellas, tenía “la Iniciativa Privada de la época”.
Recordaría que tales reformas tienen como precedente un decreto de 1751 que prohíbe la fundación en las colonias de más monasterios y conventos, estrategia que iba directamente en contra de los jesuitas, que serían expulsados poco después de todos los territorios del Nuevo Mundo.
Más adelante, en 1805, las Reformas Borbónicas alentarían la creación de las Milicias, cuerpos militares ya no conformados por veteranos españoles al servicio del Ejército Real, sino por jóvenes, muchos de los cuales eran incorporados por medio de “la leva” (designados para el servicio contra su voluntad). Entre los integrantes de este cuerpo de milicias figuró el más tarde cacique indígena Pedro Rosales, pero también sobresalen nombres como los de Abasolo, Michelena, Allende e incluso Iturbide.
“Es al seno de las milicias donde muchos criollos cobran conciencia de las marcadas diferencias con los peninsulares”.
Álvarez Cabrera señalaría que el libro también da cuenta de la expulsión de los jesuitas en 1867, hecho que levanta la indignación popular porque entonces como ahora los jesuitas representaban al sector más ecuánime del clero, echando mano de la razón y de las ciencias con una orientación socialmente consciente.
A pesar de la expulsión, dijo el comentarista, Hidalgo tuvo la oportunidad de estudiar con los jesuitas por lo menos dos años, desde 1765, en el colegio de San Francisco Javier, empapándose de sus ideas revolucionarias.
Y ya ocupado del tema del célebre cura de Dolores, el comentarista recordaría que desde 1808 Hidalgo sostuvo reuniones con personajes de Valladolid, de San Miguel el Grande, Pátzcuaro y otras ciudades. “No extraña, a fin de cuentas, que don Miguel haya estado involucrado con la conspiración vallisoletana”.
Por otro lado, también detalló que la fallida insurrección del anciano virrey Iturrigaray en la ciudad de México, en 1808, orienta a los criollos del resto del país a organizar conspiraciones alejadas de la capital colonial. De allí que se organicen movimientos en Tlalpujahua, Aguascalientes, Guanajuato, Valladolid, San Luis Potosí y Pátzcuaro… en muchos lugares excepto en la ciudad de México.
El investigador citaría que el libro también da cuenta de la crisis económica recrudecida en la Nueva España a partir de la puesta en marcha (entre 1803 y 1808) de los Vales Reales, con los que se obligaba a la población (tanto a las clases pudientes como al pueblo) a pgar las deudas que tuvieran con el clero, a fin de que la iglesia envira todo ese dinero recaudado las arcas de la corona española para sostener la guerra contra Francia. El hecho es que la política de los vales reales causó mucho malestar y acentuó los brotes de rebelión.
Hablaría asimismo del impacto de la tasa de alfabetismo como un factor importante para las conjuras y para el posterior estallido de la guerra insurgente. Recordó que en 1800 se calculaba la población de la Nueva España en 6 millones de almas, el 60 por ciento de las cuales pertenecían a mestizos y otro 20 por ciento a “blancos”, entre los que figuraban criollos y peninsulares. Otro 20 por ciento cubría a la población indígena.
De esta cifra de 6 millones de novohispanos, 85% eran analfabetos. No sabían leer ni escribir y no tenían, por tanto, acceso al conocimiento o a la información impresa. Sólo un 15% de la población era letrado y de ese porcentaje muy pocos participaban de las esferas del poder político y económico.
El historiador concluyó citando los paralelismos históricos entre 1810 y la actualidad. Consideró que compartimos una ausencia significativa de bonanza económica y un sistema políticamente corrupto, en tanto que una nueva forma de analfabetismo se expande al segregar a muchos de conocimientos como la computación o el aprendizaje del idioma inglés, que hoy son parámetros indispensables para acceder a posiciones de poder.
“Esta es una obra que nos hace reflexionar –dijo–. Y es preciso que quienes detentan el poder piensen bien en su responsabilidad. Algo puede pasar”.

El historiador Jaime Álvarez Cabrera habla de la obra.

Del ideal de autonomía a la
búsqueda de la independencia

Finalmente, la autora del libro tomó la palabra para señalar que la investigación que da forma al libro fue su tesis de licenciatura en la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana en un momento en el que no existían investigaciones alusivas al tema.
“Hoy ya existe una bibliografía en la que ha colaborado incluso la actual rectora de la Universidad Michoacana, pero mi tesis ha formado parte de los trabajos pioneros en el estudio de la Conspiración de Valladolid. El tema es importante porque nos lleva a antecedentes que coinciden con los antecedentes de la guerra de independencia. Los factores son bien conocidos: el conflicto entre criollos y peninsulares, que era un problema clasista y social, así como las Reformas Borbónicas con las que la monarquía española se tiraniza y se gana la animadversión de las colonias. De hecho, las conspiraciones pueden comprenderse como la respuesta natural a los abusos de los Borbón”.
La autora matizaría también varias de las observaciones vertidas por los comentaristas, enriqueciendo el panorama descrito. Evocaría que durante la Colonia la educación sólo era asequible para los criollos y peninsulares, que eran los únicos que podían acceder a planteles como el Seminario Tridentino. “Y en esas aulas circulaban las ideas de la Ilustración, gracias a las cuales se genera un movimiento ideológico que es el que alimenta a las conspiraciones”.
Entre las influencias externas del periodo citaría precisamente las ideas de los ilustrados (Montesquieu, Diderot, et al), así como el impacto de la Revolución Francesa en 1789 y la independencia de las trece colonias norteamericanas de la corona inglesa, proceso que se consumó en apenas un breve año de guerra… a lo que se suma la ocupación francesa contra España.
La historia señalaría asimismo que conspiraciones como la de Valladolid buscaban la defensa de los grupos criollos reprimidos en América. “Se llamaban a sí mismos fidelistas, porque se declaraban leales a Felipe VII, pero a la vez eran separatistas, porque pugnaban por romper los nexos políticos con España. Esto significa que los conspiradores vallisoletanos buscaban la autonomía de España, pero no la Independencia tal como la comprendemos actualmente. Había una fina, sutil hebra umbilical que no querían romper con la Madre Patria. No buscaban, en este sentido, el divorcio total con España”.
Sin embargo, lo que sí es muy significativo de la conspiración de Valladolid es que es la primera que busca como apoyo un significativo sustento social. “Fue García Obeso quien buscó nexos y respaldo de parte de los indígenas, al establecer una alianza y un pacto de compromiso con Pedro Rosales, cacique local que lidereaba numerosos barrios de indios en los alrededores de Valladolid”.
Señaló asimismo que, aunque fallida, la conspiración vallisoletana dejó un legado ideológico que fue recuperado por la conspiración de Querétaro. “Sabemos que Mariano Michelena fue uno de los conspiradores más activos, difundiendo los contenidos de las juntas en Pátzcuaro, Querétaro y otras ciudades, de modo que a mí me parece que la de Querétaro es una derivación de la conspiración vallisoletana, que fue la que sentó las bases de algo que daría frutos un año más tarde”.

La historiadora Gabriela Cervantes Trejo, autora del texto, comparte perspectivas acerca del material.


EN VIDEO

Un fragmento de entrevista con la autora del libro y una de las integrantes de la mesa de comentaristas.


La mega fiesta

y la mega cruda

El presidente Calderón durante la presentación del programa de festejos 2010, en el Centro Empresarial Banamex.

Hace casi cien años, en 1910, don Porfirio encabezaba los festejos más costosos que hasta entonces se habían visto en la historia del país, con el objetivo de celebrar el centenario de la Independencia. La mega pachanga de hace una centuria, sembrada de excesos, fue coronada aquel 15 de septiembre con la inauguración de la Columna de la Independencia. Pero luego de todo el dispendio, la cruda de semejante Noche de copas llegó dos meses después bajo la forma del estallido de la Revolución Mexicana. Para mayo del año siguiente, apenas ocho meses más tarde, Díaz dimitía a su cargo presidencial y el país se sumergía en la antesala de la Decena Trágica, que nos llevaría a la vorágine de la guerra civil.
Casi tan fastuosos y artificiales como los de hace cien años (en el sentido de que son un festín de oropel, organizado –como hace diez décadas– por una oligarquía empresarial, política y religiosa, que le está dando a la conmemoración un sentido absolutamente populista… y esta vez, mediático), los festejos del bicentenario propuestos esta semana por el presidente Felipe Calderón auguran una mega fiesta cuya mega cruda ni me quiero imaginar.

Entre la algarabía y la grosería
El alarde más grosero de cuantos se dieron a conocer es, indudablemente, la contratación de la empresa Spectak Productions, del australiano Ric Birch, para que coreografíe los dos eventos más espectaculares de 2010: el del bicentenario de la Independencia, el 15 de septiembre, y el del centenario de la Revolución, el 20 de noviembre. Ambas celebraciones tendrán, aparte de su ostentosa producción, una difusión masiva por TV a través de canales públicos y privados que garantizan su transmisión a todo México y a varios países de Europa, Estados Unidos y Sudamérica.
Hasta ahora, nadie ha dicho “esta boca es mía” para revelar en cuánto va a salir el chiste de contratar a Birch, cuya empresa se ha especializado en producir ceremonias mundiales y espectáculos masivos. Hasta hoy, Spectak Productions ha producido las ceremonias de apertura de los Juegos Olímpicos en Los Ángeles (1984), Barcelona (1992), Sydney (2000) y Turín (2006). También asesoró la apertura y la clausura de las Olimpiadas de Pekín (2008).
Y aunque la federación anda muy calladita y nadie ha mostrado los términos del contrato que (con recursos públicos) se le ofreció a Spectak Productions, la ceremonia de apertura de las Olimpiadas en Sidney, hace diez años, costó 42 millones de dólares. Ese es el nivel de juego en el que se mueve Birch y no es cualquier moco de pavo.
La dimensión del dispendio es absolutamente ciega e insultante. Y no es que yo sea un aguafiestas, pero miren ustedes: convivir es una cosa y dilapidar es otra. El gobierno federal podría muy bien darse el gusto de una súper fiesta como la que nos están anunciando si el nivel de bienestar social del país se pareciera, aunque fuera un poquito, al que disfrutan naciones como Holanda o Bélgica, donde todos andan bien comidos, bien vestidos y hasta sexualmente satisfechos.
Pero basta echar una mirada alrededor para confirmar que, si en eso de “darle vuelo a la hilacha” los mexicanos nos pintamos solos y no nos va tan mal, en todo lo demás la situación está para llorar. No estamos en absoluto bien comidos, ni bien pagados… lo que es peor: ni siquiera bien educados (y de allí tanto requiebro a la hora de invocar al civismo, a la solidaridad y a otras especies fósiles).
El caso es que las cada vez más precarias condiciones de vida son tan explícitas que sólo la ceguera puede explicar que la administración calderonista se empecine en la alternativa del Pan y Circo cuando el país está en franca bancarrota… ¡Perdón!, bancarrota es una palabra políticamente incorrecta… cuando el país está en franca crisis.
Es un hecho: los festejos por el centenario y el bicentenario son totalmente esquizofrénicos: el programa que se nos ha anunciado poco o nada tiene qué ver con el México real que vivimos todos los días.

En la casa de los dueños
Ceremonia extraña como la que más, el anuncio de las conmemoraciones de este Año Patrio por parte de la federación no pudo encontrar mejor sede que el Centro Empresarial Banamex (alguna vez Banco Nacional de México, hoy filial del Citibank).
Pero tratándose de un programa de festejos orientados a episodios de nuestra historia y nuestra identidad, cualquiera puede preguntarse: ¿no habría sido mejor anunciarlos en Palacio Nacional, en el Museo Nacional de Antropología e Historia, en el Palacio de Bellas Artes, en el Auditorio Nacional o, ya de perdis, en alguna chalupa, chinampa o invernadero en Xochimilco?
No. Tenía que ser en la sede de una firma dedicada a las finanzas y la especulación (dos de las actividades por las cuales el México de hoy está en bancarro… perdón, en crisis).
O quizá no haya equívoco. Soy yo el que yerra al sugerir un foro como el Museo de Antropología. Es la Presidencia de la República la que está en lo correcto al mostrarnos, con un signo tan claro, en manos de quién está realmente el changarro, del cual el señor presidente es un empleado más.

¿Qué México festejamos?
El editorial del periódico El Universal en su edición electrónica del 11 de febrero, fue dedicado íntegramente al tema del anuncio de los festejos por parte del mandatario. El texto, titulado ¿Qué México festejamos?, es contundente y sin desperdicio. Dice en su primer párrafo: “Había dos formas de conmemorar el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución. La primera era revisar nuestros 200 años de vida bajo una perspectiva histórica, reflexionar sobre quiénes fuimos y quiénes debimos ser. Implicaba organizar foros en toda la República, actividades culturales entre las clases populares, disertaciones desde los centros del pensamiento nacional, proyectos de profunda significación científica y social. Pero se decidió la segunda opción: alquilar botargas, lentejuelas, maquillaje y fuegos artificiales con el objeto de embriagarnos frente a la ilusión de que somos una gran nación por la magia de las pirámides precolombinas, los mariachis y los tacos al pastor”.