Cuadros de una exposición

La lúdica reinvención

Bella clausura del Primer Festival Nacional de Títeres de Morelia a cargo del grupo Brujerías de papel, con la obra más popular de Modesto Mussorgsky

Una imagen de El viejo castillo


El Primer Festival Nacional de Títeres de Morelia concluyó el sábado con la participación del ensamble italo-mexicano Brujerías de Papel (María Teresa Trentin Treviso y Edwin Salas), quienes presentaron una serie de cuadros escénicos inspirados en la suite para piano Cuadros de una exposición (Modesto Mussorgsky, 1873), cuya música fue interpretada en vivo en el escenario del teatro Stella Inda.
La ilustración de la obra de Mussorgsky devino una elevada experiencia, que sin romper con la fidelidad al sentido de la suite, se permitió respetuosas y enriquecedoras fantasías en torno a los temas de la composición musical. Para aprehender lo anterior en sus implicaciones, vale la pena, ante todo, un breve repaso a la labor de Mussorgsky.

La centaura alada y el poeta


La suite
Obra maestra de esa forma llamada música programática, Cuadros de una exposición, de Modesto Mussorgsky, atesora lo mejor del genio romántico decimonónico, pero desde una estructura que ya anunciaba el advenimiento del nuevo siglo y sus audacias armónicas y cromáticas.
La suite, originalmente compuesta para piano, describe vivamente los contenidos de una exposición póstuma con obras del pintor y arquitecto Viktor Alexandrovich Hartmann, gran amigo de Mussorgsky. Hartman había fallecido poco antes y Mussorgsky no encontró mejor tributo para su amigo que interpretar musicalmente las obras plásticas, dotándolas así de movimiento. Cuadros de una exposición consta así de diez temas (Gnomo, El viejo castillo, Tullerías, Bidlo, el ballet de los polluelos, Dos judíos polacos, Mercado de Limoges, Catacumbas, La cabaña con patas de pollo y La gran puerta de Kiev), intercalados por el Promenade (Paseo), que representa al visitante del museo recorriendo la exposición, de un cuadro a otro.


El pelirrojo Modesto Mussorgsky, con su perpetua botella de alcohol.

La puesta
Dando su rostro a “un cuadro anónimo de Hartmann”, Edwin Salas sirvió de introductor de la obra, cuyo primer Promenade serviría para presentar a un pelirrojo Mussorgsky, perpetuamente sujeto a una botella de alcohol para mitigar los sinsabores de la muerte de su amigo.
El primer tema, Gnomo, que en la suite representa a un duende que se retuerce grotescamente, fue acometido por Brujerías de Papel como la anécdota de un personaje que acosa a una mariposa que revolotea a su alrededor.
El segundo tema, El viejo castillo, que en la obra musical retrata un castillo medieval, ante el cual canta un trovador, devino en la puesta en escena de la breve e intensa historia de amor entre un bardo y una centaura alada que habita el castillo.
Tullerías, con la que Mussorgsky interpretó la algarabía de niños jugando en un jardín conservó ese mismo sentido con la imagen de una pareja de niños jugando a la pelota.
Otro cuadro que conservó casi literal su sentido fue el de Bidlo, acerca de una rústica carreta de dos ruedas de madera enganchada a un buey que se niega a seguir prestando su fuerza. Ballet de polluelos en sus cáscaras también conservó todo su vitalismo humorístico con la anécdota de unos pollitos festivos que danzan y disputan su espacio con un tercero.


Durante la clausura de las jornadas del festival.

Mientras, el momento más inquietante en esta serie de cuadros vendría con el tema Dos judíos polacos, en el que Mussorgsky representaba a dos personajes antitéticos: uno rico y arrogante, el otro pobre y plañidero. Brujerías de papel respetó el tratamiento con la visión de dos ancianos, uno menesteroso, todo cabeza y boca, mendigando comida, y otro estilizadamente delgado e indiferente a los reclamos del primero. Esta pieza maestra del relato breve concluye con un gag tan justiciero como sombrío.
Para El mercado de Limoges, en el que Mussorgsky retrata a mujeres que discuten animadamente en el mercado, Brujerías de papel elabora una brevísima fábula sobre la vendedora que va siendo despojada de toda su mercancía, pero que obtiene al final una recompensa.
Mientras, uno de los segmentos más aplaudidos llegaría con Catacumbas, en el que Mussorgsky ilustraba la imagen de su amigo Hartmann con dos sombras, visitando las catacumbas a la luz de una linterna. Para este apartado, el grupo de titiriteros ha optado por un lúdico encuentro entre Mussorgsky y la muerte. La calavera, deliciosamente lúdica, ha sido caracterizada como un personaje amante de los malabarismos circenses, que luego de alardear de ellos con el público le da al protagonista un “susto de muerte”.
Tras ese cuadro, y en uno de los momentos más entrañables de la obra, Brujerías de papel interpretaría La cabaña sobre patas de pollo como un benévolo encuentro entre el fallecido Mussorgsky y la bruja Baba Yaga -la habitante de la cabaña en el folclor popular de Europa del Este- quien con sus sortilegios devolverá al compositor a la vida.
La función concluiría con la muerte y la bruja Baba Yaga bailando fragmentos de la versión sinfónica de la suite (Ravel, 1920), que muy pronto devendría alegre ritmo tropical para cerrar, con temperamento latino, una encantadora noche de homenaje.


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La perfecta


fábula política


-Si ordeno a un general que vuele de flor en flor como si fuera mariposa, que escriba una tragedia o que de pronto se transforme en un ave marina y no lo hiciera, ¿quién estaría en falta, él o yo?
-Vos-contestó el Principito con tono seguro.
-Correcto. Se debe pedir a cada cual, lo que está a su alcance realizar. La autoridad posee un primer sustento, que es la razón -dijo el rey-. De tal forma que si ordenas a tu pueblo arrojarse al mar, seguramente este se inclinará a una revolución. Me creo con el derecho de exigir obediencia ya que mis órdenes están dentro de lo razonable.


El Principito, capítulo X
Antoine de Saint Exupery


La actriz y titiritera Adriana Martelli durante el cuadro en el que los gatos arriban para acabar con la plaga de roedores.


Cuando el Reino de los Perros es castigado por una plaga de ratas, a causa de la basura que generan los canes con sus malos hábitos de higiene, la solución de los científicos reales es simple: contratar gatos para que libren a la ciudad de los roedores.
Pero una vez resuelta la amenaza ratonil, el ministro real le anuncia a su majestad, Perrey, que ahora hay un problema más difícil: nadie sabe qué hacer con todos los gatos que han quedado en la ciudad.
El dilema será resuelto de manera muy desafortunada por un soberano que ignora lo peligroso que pueden ser los caprichos a la hora de dirimir problemas políticos, es decir, aquellos asuntos que involucran el bienestar y la sana convivencia de toda una comunidad.
Y es que el rey, nublado en su juicio por un afecto, considera que la presencia felina es ideal para cumplir un viejo sueño acariciado por un abuelo suyo: hacer que los gatos canten y ofrezcan un concierto, pero no maullando, como corresponde a su naturaleza, sino ladrando como si fueran perros.

En su papel de ministro, Martelli le anuncia al monarca Perrey la crisis generada por el exceso de basura en el reino de los perros.


El disparate del soberano da pie a un conflicto con visos de Holocausto en la obra El desconcierto de los gatos, un unipersonal para titiritera con máscaras, títeres de mesa y títeres de vara que fue ofrecido en la penúltima jornada del Festival Nacional de Títeres, a cargo de la compañía Badulake Teatro, del DF.
En el escenario, la carioca Adriana Martelli se ocupó de la actuación (interpretando a dos narradores, al ministro real y a un detective) y de la animación de media docena de personajes con un gran encanto y una técnica que se movió indistintamente y con soltura entre los territorios del titiritero, del cuentacuentos y del actor.


Una vista general de la titiritera y su mesa-escenario.

Respeto y libertad
El rasgo más hermoso de El desconcierto de los gatos reside en la sabiduría de un relato que, detrás de su aparente inocencia, se ha convertido en la experiencia más política de cuantas hemos visto en este festival de títeres. Teatro político, en efecto… pero emprendido de la manera correcta: sin aludir directamente a ninguna anécdota coyuntural de la realidad ni a la menor parodia, sino trasladando los sentidos de lo real al ámbito de lo fantástico para transformarlos en metáfora poética.
Así, el gran tema del respeto (valor fundamental de cualquier relación política) ha sido el leit motiv de un cuento soberbio, original del cubano Enrique Pérez, en el cual un deseo inaudito: el de violentar la naturaleza de los seres, deviene una fábula acerca de la intolerancia y de la violencia en contra de lo diferente.
Adoctrinados por un maestro de canto a ladrar como canes, los gatos seguirán maullando de todas maneras y, al término de los fracasados ensayos, mientras nadie se atreve a decirle al rey la verdad, harán un desastre del concierto de gala, empecinados en lanzar sus inevitables “miau-miau” y reafirmar su esencia durante la interpretación de la Quinta Sinfonía de Bethoveen (cuya obertura es una suprema manifestación de miedo, de temor reverente ante el advenimiento del Destino). Así desencadenarán la ira de Perrey, quien considerará el asunto como una afrenta y ordenará que a todo gato que maúlle en su reino se le corte la cabeza.
Acosados, los gatos huirán para salvar su vida y, acorralados en lo más alto de una montaña, a orillas del mar, en las costas del Reino de los Perros, en un maravilloso gesto de audacia poética desplegarán unas alas que no tenían para realizar lo que parecía imposible: escapar del yugo de los perros y alcanzar su libertad.


Hacia el final de la representación, en el número musical que cierra el trabajo.

Relato y virtuosismo
Lo que a la razón le podría parecer un disparate, la conciencia estética lo transforma en un momento sublime. Los gatos con alas, ya representados con burbujas de jabón o como diminutas figuritas en los extremos de un abanico de hilos de alambre, se convierten en un signo teatral de inapelable veracidad, gracias al ejercicio de Martelli.
Es que la belleza de toda la puesta en escena ha radicado, precisamente, en la capacidad de la actriz de asumir seriamente su compromiso con el juego y de convocar incesantemente a una imaginación activa, que codifica y transmuta cada imagen en un detonador de sentidos.
A esta habilidad se suma el encanto en la confección de unos títeres en los cuales se exploran ingeniosas variantes de técnicas tradicionales (los gatos como títeres de vara, pero realizados como si se tratara de acordeones de hule-espuma, con dos varas, una en la cola y otra en la cabeza, para dotarlos de una eficaz y absoluta flexibilidad felina, por ejemplo).
Esto, y el constante movimiento de Martelli en los terrenos de la actriz, de la cuenta-cuentos y de la titiritera (pasando sucesivamente a las canciones y al empleo de máscaras y disfraces muy simples) ha redondeado una experiencia singularmente memorable: poética, sencilla, poderosa y juguetona. Inolvidable.


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Alguos momentos al comienzo de la obra.



El duende y el leñador, de Ars Vita

Bemoles de una fábula

de buenas intenciones

Noche difícil, la de la cuarta jornada nocturna del festival, con una puesta en escena poco convincente


Los titiriteros Jorge Vega y Lourdes Miramontes al término de la función del jueves en el foro La Bodega.

Cuando a un ambicioso rey le da por crear nuevos impuestos, con el fin de comprar un cañón para atacar al reino de Al Lado, su atolondrado soldado se va a cumplir las órdenes, ansioso por golpear a quien no pague el tributo.
Mientras, el joven leñador Pedro, de inexplicable acento norteño, abandona su humilde hogar aconsejado por su anciano padre, quien le ha dado todos sus ahorros para que el muchacho salga a conocer el mundo y se enamore.
Así las cosas, a inmediaciones del palacio (en cuya torre vive confinada la princesa Flor de Sol) Pedro es interceptado por el guardia, despojado de sus bienes y conducido a un calabozo.
El personaje será rescatado del mal trance por el duende Cuchuflás, gracias al cual Pedro podrá huir de la mazmorra y conocer a la princesa. Ambos se enamoran y cuando Pedro tiene un encuentro definitivo con el rey, el duende intercede otra vez en ayuda del joven y condena al rey a “tener un corazón”, con lo cual el monarca desiste de atacar a sus vecinos y permite el matrimonio de su hija con el plebeyo. También castiga a su mal soldado por robar.
En estos términos se resuelve la anécdota de El duende y el leñador, un muy elemental ejercicio de teatro didáctico que se presentó en la cuarta jornada del Festival Nacional de Títeres de Morelia.

Sin personajes
Tan mala como la segunda versión cinematográfica de La historia interminable (George T. Miller, 1990, terminando de destazar la entrañable novela de Ende de 1982, tras el primer filme de Wolfgang Petersen en 1984), El duende y el leñador tiene dos problemas que son mortales: un libreto muy poco problematizado y actores sin timing.
Pero, ante todo, ¿por qué cito aquí La historia interminable? La referencia a ese añejo filme viene a cuento porque, tanto en la película como en esta puesta en escena, el conflicto se resuelve exactamente de la misma forma (y con la misma mala mano). En la película, Bastian gastaba su último deseo en el reino de Fantasía para darle a la reina Xaide un castigo ejemplar: (“Deseo… deseo ¡que tengas corazón!” y ¡zas!, algo crujía dentro de Xaide y una furtiva lágrima asomaba por los ojos de la hasta entonces malvada bruja).
La solución resulta muy gratuita en El duende y el leñador porque, hasta ese momento, los titiriteros han descrito la maldad del rey, pero nunca la han mostrado. De hecho, ninguno de los personajes está cabalmente construido y eso se echa de ver muy pronto en la puesta.
Hay una princesa que se nos presenta por primera vez sólo por medio de su voz, parafraseando la canción La muñeca fea (Francisco Gabilondo Soler, 1935), lamentando su suerte y haciéndonos creer que realmente es un personaje visualmente repulsivo, pero muy pronto vemos que la princesa no tiene el menor defecto, que vive enclaustrada por vagos designios de su padre y que el asunto de “la pobre Princesa fea” ha sido una coartada tramposa, sin la menor justificación.
El duende Cuchuflás (que debería ser el co-protagónico, dado el título de la obra) no tiene más que dos o tres intervenciones y el personaje jamás es explicado para que adquiera algún encanto, algún misterio o, en definitiva, algún rasgo de interés.
El soldado, a su vez, más que un personaje es una suma de tics armados con brocha gorda, exactamente como el televisivo Quico (El Chavo del 8, en el periodo 1973-78 de una temporada que se extendería hasta 1980), a quien se parece asombrosamente. El caso del soldado es particularmente triste, porque el vitalismo animista propio de los títeres se ha disuelto en mera febrilidad.

Timing y sentido
Dejando a Pedro en paz (para no agotar el tema), los anteriores apuntes vienen de una dramaturgia poco problematizada. Ese escollo habría podido salvarse si los actores-titiriteros, en su interpretación, hubieran compensado con ingenio y encanto las limitaciones. Por desgracia, su trabajo ha carecido de esa cualidad específica de movimiento y de vitalidad emocional que se denomina timing, y que es preciso revisar para comprender por qué está fallando en esta fábula.
Aunque mucha gente lo considera así (algunos profesionales incluidos), el timing no es sinónimo de ritmo, a pesar de que tiene que ver con él. Tampoco es una mera cuestión de “tú me das pie y yo te replico de inmediato”, sino algo mucho más orgánico.
El timing es la habilidad psico-emocional para reconocer y reaccionar a los cambios y oportunidades expresivas de una determinada situación.
Esto es muy claro, por ejemplo, en los dibujos animados que podemos ver en la televisión. La vida y la psicología de esos personajes, su manera de responder a cuanto sucede, es absolutamente distinta a la de cualquier actor real, para quien el timing es distinto.
Este es precisamente el problema de los integrantes de Ars-Vita: no pueden desprenderse de su timing humano (y este es un problema de actuación) para darle a sus personajes el timing que le corresponde: el de un títere.

Tres finales
Lidiando con estas complicaciones, la obra llega a su desenlace cuando el duende le da al rey un corazón. A partir de allí, los integrantes de Ars Vita, del estado de Hidalgo, hacen un último malabar para intentar que la obra parezca compleja: articulan tres finales diferentes para que el público elija, al final, cuál de los tres prefiere.
El primer final es el clásico de cuento de hadas: leñador y princesa se casan, se besan y son “felices para siempre”. El segundo final se ocupa de mostrarnos a un leñador que se ha convertido en un marido desobligado, parrandero y borrachín que no muestra ninguna… ¿cómo le dicen hoy? “conciencia de género” hacia su pareja. El tercer final, a su vez, propone a un Pedro leñador que se ha convertido en la réplica exacta del mal rey del comienzo de la obra, elucubrando cobrar más impuestos para poder equiparse y hacerle la guerra al reino vecino.
Evidentemente, los niños siempre elijen el primer final. Pero hay algo en lo cual quién sabe si hayan pensado ya los integrantes de Ars Vita: ¿no es evidente que los tres finales ofrecidos no son en absoluto distintos, sino sucesivos? No hay conflicto entre los tres, sino una limpia continuidad que lleva del primer beso al desencanto de una rutina que conduce al alcoholismo y de allí al uso y abuso del poder.
En fin, queda a continuación el sucinto testimonio en video.

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Algunos extractos de El duende y el leñador, la puesta en escena del grupo Ars Vita, dentro del Festival Nacional de Títeres.