El duende y el leñador, de Ars Vita

Bemoles de una fábula

de buenas intenciones

Noche difícil, la de la cuarta jornada nocturna del festival, con una puesta en escena poco convincente


Los titiriteros Jorge Vega y Lourdes Miramontes al término de la función del jueves en el foro La Bodega.

Cuando a un ambicioso rey le da por crear nuevos impuestos, con el fin de comprar un cañón para atacar al reino de Al Lado, su atolondrado soldado se va a cumplir las órdenes, ansioso por golpear a quien no pague el tributo.
Mientras, el joven leñador Pedro, de inexplicable acento norteño, abandona su humilde hogar aconsejado por su anciano padre, quien le ha dado todos sus ahorros para que el muchacho salga a conocer el mundo y se enamore.
Así las cosas, a inmediaciones del palacio (en cuya torre vive confinada la princesa Flor de Sol) Pedro es interceptado por el guardia, despojado de sus bienes y conducido a un calabozo.
El personaje será rescatado del mal trance por el duende Cuchuflás, gracias al cual Pedro podrá huir de la mazmorra y conocer a la princesa. Ambos se enamoran y cuando Pedro tiene un encuentro definitivo con el rey, el duende intercede otra vez en ayuda del joven y condena al rey a “tener un corazón”, con lo cual el monarca desiste de atacar a sus vecinos y permite el matrimonio de su hija con el plebeyo. También castiga a su mal soldado por robar.
En estos términos se resuelve la anécdota de El duende y el leñador, un muy elemental ejercicio de teatro didáctico que se presentó en la cuarta jornada del Festival Nacional de Títeres de Morelia.

Sin personajes
Tan mala como la segunda versión cinematográfica de La historia interminable (George T. Miller, 1990, terminando de destazar la entrañable novela de Ende de 1982, tras el primer filme de Wolfgang Petersen en 1984), El duende y el leñador tiene dos problemas que son mortales: un libreto muy poco problematizado y actores sin timing.
Pero, ante todo, ¿por qué cito aquí La historia interminable? La referencia a ese añejo filme viene a cuento porque, tanto en la película como en esta puesta en escena, el conflicto se resuelve exactamente de la misma forma (y con la misma mala mano). En la película, Bastian gastaba su último deseo en el reino de Fantasía para darle a la reina Xaide un castigo ejemplar: (“Deseo… deseo ¡que tengas corazón!” y ¡zas!, algo crujía dentro de Xaide y una furtiva lágrima asomaba por los ojos de la hasta entonces malvada bruja).
La solución resulta muy gratuita en El duende y el leñador porque, hasta ese momento, los titiriteros han descrito la maldad del rey, pero nunca la han mostrado. De hecho, ninguno de los personajes está cabalmente construido y eso se echa de ver muy pronto en la puesta.
Hay una princesa que se nos presenta por primera vez sólo por medio de su voz, parafraseando la canción La muñeca fea (Francisco Gabilondo Soler, 1935), lamentando su suerte y haciéndonos creer que realmente es un personaje visualmente repulsivo, pero muy pronto vemos que la princesa no tiene el menor defecto, que vive enclaustrada por vagos designios de su padre y que el asunto de “la pobre Princesa fea” ha sido una coartada tramposa, sin la menor justificación.
El duende Cuchuflás (que debería ser el co-protagónico, dado el título de la obra) no tiene más que dos o tres intervenciones y el personaje jamás es explicado para que adquiera algún encanto, algún misterio o, en definitiva, algún rasgo de interés.
El soldado, a su vez, más que un personaje es una suma de tics armados con brocha gorda, exactamente como el televisivo Quico (El Chavo del 8, en el periodo 1973-78 de una temporada que se extendería hasta 1980), a quien se parece asombrosamente. El caso del soldado es particularmente triste, porque el vitalismo animista propio de los títeres se ha disuelto en mera febrilidad.

Timing y sentido
Dejando a Pedro en paz (para no agotar el tema), los anteriores apuntes vienen de una dramaturgia poco problematizada. Ese escollo habría podido salvarse si los actores-titiriteros, en su interpretación, hubieran compensado con ingenio y encanto las limitaciones. Por desgracia, su trabajo ha carecido de esa cualidad específica de movimiento y de vitalidad emocional que se denomina timing, y que es preciso revisar para comprender por qué está fallando en esta fábula.
Aunque mucha gente lo considera así (algunos profesionales incluidos), el timing no es sinónimo de ritmo, a pesar de que tiene que ver con él. Tampoco es una mera cuestión de “tú me das pie y yo te replico de inmediato”, sino algo mucho más orgánico.
El timing es la habilidad psico-emocional para reconocer y reaccionar a los cambios y oportunidades expresivas de una determinada situación.
Esto es muy claro, por ejemplo, en los dibujos animados que podemos ver en la televisión. La vida y la psicología de esos personajes, su manera de responder a cuanto sucede, es absolutamente distinta a la de cualquier actor real, para quien el timing es distinto.
Este es precisamente el problema de los integrantes de Ars-Vita: no pueden desprenderse de su timing humano (y este es un problema de actuación) para darle a sus personajes el timing que le corresponde: el de un títere.

Tres finales
Lidiando con estas complicaciones, la obra llega a su desenlace cuando el duende le da al rey un corazón. A partir de allí, los integrantes de Ars Vita, del estado de Hidalgo, hacen un último malabar para intentar que la obra parezca compleja: articulan tres finales diferentes para que el público elija, al final, cuál de los tres prefiere.
El primer final es el clásico de cuento de hadas: leñador y princesa se casan, se besan y son “felices para siempre”. El segundo final se ocupa de mostrarnos a un leñador que se ha convertido en un marido desobligado, parrandero y borrachín que no muestra ninguna… ¿cómo le dicen hoy? “conciencia de género” hacia su pareja. El tercer final, a su vez, propone a un Pedro leñador que se ha convertido en la réplica exacta del mal rey del comienzo de la obra, elucubrando cobrar más impuestos para poder equiparse y hacerle la guerra al reino vecino.
Evidentemente, los niños siempre elijen el primer final. Pero hay algo en lo cual quién sabe si hayan pensado ya los integrantes de Ars Vita: ¿no es evidente que los tres finales ofrecidos no son en absoluto distintos, sino sucesivos? No hay conflicto entre los tres, sino una limpia continuidad que lleva del primer beso al desencanto de una rutina que conduce al alcoholismo y de allí al uso y abuso del poder.
En fin, queda a continuación el sucinto testimonio en video.

EN VIDEO
Algunos extractos de El duende y el leñador, la puesta en escena del grupo Ars Vita, dentro del Festival Nacional de Títeres.

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