Festival Nacional de Títeres en Morelia


Los tres cochinitos y

la mirada sociofamiliar


Exquisita tercera noche con el actor xalapense Lorenzo Portillo, de la agrupación Merequetengue y una fábula clásica en clave paródica

Caracterizado como Mamá Cochina, el actor Lorenzo Portillo en una escena de la obra ofrecida en la tercera noche del festival.

En la tercera función de gala del Primer Festival Nacional de Títeres en Morelia, el miércoles, correspondió el turno al xalapense Lorenzo Portillo, de la agrupación veracruzana Merequetengue teatro, quien mantuvo en alto la estafeta de la calidad que se ha visto por estos días en el encuentro con la parodia La verdadera historia de los tres cochinitos: un unipersonal para titiritero y máscaras (mamá cochina), títeres de mesa (los cochinitos) títeres de vara simple (el gusano) y bocones con partes vivas (el lobo feroz).

Otro momento del notable trabajo en escenario de mesa, con el realizador jarocho

Versiones y revisiones
La verdadera historia de los tres cochinitos se inspira en el relato popular de la tradición galesa, de acuerdo a la adaptación que hizo en 1890, en su antología Cuentos de hadas ingleses, el escritor y recopilador Joseph Jacobs. La suya no es la primera, pero sí la más popular recuperación de la fábula.
Por lo demás, esta no es la primera vez que se emprende, con altísima calidad, una revisión a este célebre cuento que, en su versión original, ensalza el valor de ser cautelosos y precavidos. Apenas en la pasada década de los noventa, el escritor Jon Sciezka y la ilustradora Lane Smith realizaron una notable versión del cuento, titulada precisamente The True Story of the Three Little Pigs by A. Wolf (literalmente La verdadera historia de los tres cochinitos por un lobo), en la que resultaba que los tres cochinitos son unas fichitas y el lobo feroz, más bien silvestre, sólo había acudido a ellos en busca de un poco de azúcar para elaborar un pastel para su abuelita loba.
Ese álbum, de 1989, marcó una pauta importante en la cultura de los libros ilustrados para niños, dentro de la industria editorial europea, con un poderoso aliento narrativo y una intensa propuesta visual. Ahora, ya en el ámbito de los títeres y desde un contexto totalmente mexicano, el eficaz ejercicio desplegado por Lorenzo Portillo ha resultado, al mismo tiempo, inteligente, ágil y actoralmente virtuoso.

El rehilete y la luna, ya en la recta final del espectáculo.

El juego en contexto
La cuidadosa puesta en escena ha sido organizada con elementos que remiten a milpas, y otros elementos del mundo rural mexicano. Esta postura de concepto comienza desde la confección de la mesa-escenario con un enorme tapete de mimbre. A su vez, Portillo aparece con guayabera y sombrero campirano y a lo largo de la obra aparecerán poderosos referentes a la cultura popular mexicana, coloridos rehiletes por delante.
A partir de este contexto, Portillo narra una historia en la cual, ante todo, explica el por qué los cochinitos del cuento tradicional estaban solos y a merced del lobo: la madre ha tenido que partir como indocumentada a los Estados Unidos. Este guiño a la realidad, que es la prerrogativa de toda parodia, se extenderá a lo largo del relato a citas de los problemas de nuestro tiempo: la contaminación de mantos acuíferos por parte de la paraestatal PEMEX, las duras condiciones tributarias impuestas por la Secretaría de Hacienda, las ganancias de los coyotes con su tráfico de indocumentados, el reajuste de modelos de vida a causa de los procesos de transculturación, la depredación contra el sistema educativo por el vesianismo del sindicalismo magisterial y, sobre todo, la alevosía de un sistema protagonizado por el lobo en contra de una sociedad indemne (encarnada por los cochinitos), pero a la cual el titiritero-narrador conminará varias veces (mediante deliciosa copla) a que piense para encontrar las soluciones mejor razonadas y más perdurables a los problemas.



EN VIDEO

Algunos momentos del eficaz ludismo desplegado por el xalapense Lorenzo Portillo en su trabajo La verdadera historia de los tres cochinitos, echando mano de títeres de mesa y bocones. También una disculpa por la errata en el apellido: Padilla en vez de Portillo. Esa imprecisión será corregida en breve.

Parodia y honestidad
Lo más hermoso de La verdadera historia de los tres cochinitos, tal como nos la ofrece Portillo, es la manera en que emprende el juego paródico. Acude a la forma más pura de la parodia: no a la mediatizada por la comedia popular moderna, sino a la que está más cercana al sentido griego original del término, a partir de la cual critica irónicamente acontecimientos políticos, sociales, literarios y escénicos, para emitir opiniones que son eficazmente transgresoras.
Este sentido de transgresión se conecta a su vez, de forma muy natural, con ese mismo rasgo, presente en la infancia y la adolescencia, y es esta honestidad vital la que culmina dándole al trabajo una vida propia, una existencia singular realmente envidiable.
Otra noche exquisita.


Exposición de títeres

en el foro La bodega



Josefinita, personaje para el espectáculo De puntitas en la calle (2003), realizado por Margueritha Pavia y Esteban Vargas.


Una bella y didáctica colección de títeres, casi todos pertenecientes a compañías nacionales, se exhibe en el foro La Bodega dentro del Primer Festival Internacional de Títeres de Morelia.
Salvo rarezas como los bunraku de la tradición oriental, o los folclóricos marrotes procedentes del medioevo, la muestra comparte con el público una extensa variedad de técnicas, que van del hilo y el guante al bocón con partes animadas.
Pero sirva esto más bien como una invitación para visitar la muestra, que permanecerá abierta al público hasta el domingo próximo.



Títeres confeccionados en técnica de marioneta para el espectáculo El Torito (1996), a cargo del grupo Skene, en Guanajuato.



De la agrupación Andarte Sonando, los títeres emprendidos en técnica de bocón para el espectáculo La flauta mágica.



Barba Azul y sus hermanas, para el espectáculo del mismo título, presentado en 2007 por el grupo Osomantis, en Baja California Sur.



Vista parcial de una parte de la exposición. Pendientes de la tela, las calacas confeccionadas por Gabriela Ortiz Monasterio para De la cuna a la mortaja (1996).



Títeres para teatro de sombras pertenecientes a la puesta en escena de La tortuga y la palabra mágica (1992), por parte de la agrupación guanajuatense Teatro de los Pájaros.



Puppy, marioneta checa perteneciente a una colección particular.



Marco Polo, un bocón realizado por Rosanna Cedeño para el espectáculo Fabulario en concierto (2006)



Una pareja de títeres de guante procedentes de la cultura china. Piezas pertenecientes a un coleccionista particular.


Otro de los títeres presentes en el foro La Bodega.

Festival Nacional de Títeres de Morelia

Para títeres

… y titiritero

César Tavera, de Baúl Teatro, mostró los entretelones del guiñol en una audaz y lúdica segunda función del festival

Una imagen del titiritero neolonés César Tavera, del grupo Baúl Teatro, durante su intervención en la segunda función del Festival Nacional de Títeres de Morelia.

Confirmando la sabiduría de sus 25 años como titiritero al frente del grupo neolonés Baúl Teatro, el realizador regiomontano César Tavera ofreció una función deslumbrante el martes, en la segunda jornada del Primer Festival Nacional de Títeres.El autor brindó el unipersonal Guiñol de París, una fábula en torno a las relaciones filiales. Sin embargo, lo más interesante de la función fue que, en un rapto absolutamente audaz, Tavera optó por despojar al teatrino de su faldón de tela para que los espectadores pudieran presenciar, no sólo el trabajo de los títeres, sino el del titiritero, quien quedó expuesto a la vista del público: vulnerable, pero a la vez poderosamente protegido por el dominio absoluto de su arte.

Despojado de su faldón de tela, el teatrino permitió que el público contemplara, íntegro, el trabajo del titiritero en una experiencia que demostró que la imaginación y la atención, como atributos activos, no dependen de lo que generalmente se le ofrece al público en forma pasiva.

De lealtades filiales
Echando mano de títeres de guante, a la usanza más tradicional del arte del títere en Occidente, Tavera narró la sencilla anécdota del Señor Guiñol y su hijo Guillermo, quienes deben cruzar un cerro poblado de ratas, pozos y demonios para visitar al abuelo paterno con motivo de su cumpleaños.
Temáticamente, la historia se ocupa de la importancia de las relaciones al interior de la familia, ya que padre e hijo sostendrán un conflicto que será resuelto cuando ambos deban unirse y reconocer sus lazos de lealtad para enfrentar a uno de los demonios que habitan en despoblado.La anécdota, bien problematizada, aprovechó recursos guiñolescos centenarios, como el del gag del golpe y porrazo, pero estos y otros recursos se abrieron a una tensión particular en el momento en que Tavera se despojó de los telones y permitió que niños y adultos se hicieran cómplices de su trabajo como actor y titiritero.

Al término de la función, el director de Baúl Teatro convivió con los niños y paterfamilias que subieron al escenario a felicitarlo.

Una noche lúdica
El rasgo esencial de la noche fue el ludismo. La velada había comenzado como una sesión didáctica en la que el realizador compartió con los niños algunas definiciones de la técnica de los títeres, para familiarizarlos con la herramienta.
Más adelante, apenas comenzando la función, a la hora de asumir la difícil decisión de desnudarse artísticamente ante la concurrencia, lo que Tavera realmente hizo fue convocar a todos a sumarse al juego. Un juego activamente imaginativo, a través del cual el creador norteño mostró cómo la imaginación es un atributo integrador que devela o invisibiliza selectivamente parcelas enteras de experiencia, en correspondencia con los procesos de los cuales está tomando parte.
Hace apenas unas semanas, durante el taller que impartió en Morelia Abraham Oceransky, el realizador veracruzano advertía a los alumnos que, exceptuando el caso de los verdaderos maestros de la actuación, lo común es que los actores más cobardes sean aquellos que prefieren ocultarse detrás de una máscara, olvidando que las máscaras no disfrazan, sino que revelan, pero que los más cobardes de todos los actores eran los que trabajaban con títeres y marionetas.
La observación de Oceransky era formulada en el contexto de un taller en el que se estaba invitando a los participantes a hacerse conscientes de la enorme riqueza expresiva del lenguaje no verbal implícito en nuestros cuerpos.
La anécdota viene a cuento porque en las primeras tres jornadas del Festival Nacional de Títeres de Morelia hemos sido privilegiados testigos de grupos y titiriteros que no son en absoluto “actores cobardes” (porque sí los hay), sino genuinos oficiantes de altísimos ritos imaginativos, vivos, inteligentes y juguetones.Tres extraordinarias jornadas.



EN VIDEO

Un breve atisbo en video al quehacer del titiritero neolonés César Tavera