Espejos y sombras, de Bernardo Calderón

El lirismo ecléctico

Lo fugitivo permanece y dura
Quevedo

Expresionismo significa darle forma a lo vivido, de tal manera que sea comunicación y mensaje de un yo a un. Como en el amor, hacen falta dos
Oskar Kokoschka




Con la inauguración de las exposiciones Siempre primavera, XV años de gráfica, de Cristóbal Tavera (Morelia, 1975) y Espejos y Sombras, de Bernardo Calderón (DF, 1962), el pasado viernes 11 de mayo el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce (Macaz) ofreció la primera muestra de su trabajo bajo la nueva administración que opera en la Secretaría de Cultura de Michoacán, de la cual depende el recinto. El evento también marca el debut de la nueva dirección del propio Macaz, a cargo del autor visual Mizraím Cárdenas Hernández.
Para darle a cada una de estas exposiciones la atención que se merece, distribuyo la información en dos entradas distintas. Comienzo con estos apuntes a Espejos y sombras, que se aloja en dos salas de la planta baja del Macaz.


Expresionista por temperamento (ese temperamento que le permite imprimir una poderosa gestualidad a la pastosa pincelada, para acentuar el subjetivismo… aunque no tanto en la construcción de las formas, que nunca se desprenden de una figuración clásico–académica, sino en los contenidos plásticos que las revisten); arrebatadamente romántico por sus temas (que se ocupan del mundo natural, de la fragilidad de la vida y de presencias que se revelan solamente por sus improntas, ya sean sombras o reflejos) y poseído por una definida vehemencia impresionista (cuando tensiona el cromatismo en pos de la luz a partir del tratamiento que le da a los colores complementarios), el pintor Bernardo Calderón Magallón nos comparte, en Espejos y sombras, un lirismo íntimamente festivo, naturalista y a menudo preñado de un sentido de lo teatral.
La exposición consta de una selección de 22 obras procedentes de la serie Cauces fragmentados (2009) y de obra realizada durante el año pasado.
Pero antes de seguir, debo matizar lo descrito, porque ante óleos como estos el recurso fácil, pero también perezoso, es hallar y enumerar los elementos de las corrientes de las que ha abrevado el autor para consolidar su quehacer visual de varias décadas. Y es que formular un simple recuento, aunque sea un recuento justo, limita las perspectivas. No olvido que la conciencia artística es siempre sincrética y que, en consecuencia, ningún cuadro u otra experiencia de arte visual es una mera “suma de parte” sino una estructura completamente nueva.


Así pues, lo primero que habría qué decir es que el autor no le teme en absoluto a la ilustración, a pesar del riesgo de limitar de ese modo la potencia de su conciencia artística como conciencia imaginante, es decir: como fundadora de formas (o de maneras de ver) inéditas que colaboren a articular el lenguaje visual propio de una época.
Por el contrario, Calderón se asume completamente realista desde una perspectiva romántica. Realista porque no renuncia a las formas del mundo tal como las percibimos con el ojo del “sentido común”. Romántico porque le importa acentuar las áreas de sensación y, más allá de eso, desarrollar los temas implícitamente metafísicos de la brevedad de la existencia, de nuestra fugacidad puesta en contraste con el mundo de la naturaleza y porque busca (aunque no siempre la alcance) una definida potencia emocional –pathos– para revelar la ternura, la desesperación u otros sentimientos a partir del gesto intenso cuando, por ejemplo, interpreta y plasma las manos de sus modelos.
No hay que buscar en sus cuadros mayores complicaciones; lo que el artista tiene qué decir está a la vista y lo ofrece generosamente para que los espectadores puedan compartir esa ansia de Infinito (otro rasgo romántico más) que asoma en algunos de sus lienzos. Es así como, desde una posición esencialmente realista–romántica, el autor concibe una pintura fuerte que desemboca, por fin, en un lirismo luminoso y ecléctico.


Hecho el deslinde anterior, puedo pasar a otros detalles que singularizan su obra. Calderón amasa los colores con fuerza, pero nunca con violencia, a partir de un óleo muy pastoso. Este regodeo suyo con la materia, este placer por trabajar fluidamente con pinceles o espátulas muy cargadas, es un rasgo muy propio del temperamento hispano americano, que en la plástica siempre ha sido muy sensible, por lo general, a los “valores táctiles”.
Por otra parte, aunque sus pinceladas establecen ritmos frescos y vigorosos, el resultado final no siempre es dinámico, sino más bien estático y, en tal sentido, contemplativo. Esto me sorprendió en un principio, pero poco después encontré su explicación cuando el propio artista reveló que no suele trabajar a partir de modelos o temas “en vivo”, sino a partir de un registro fotográfico previo. Esta forma de trabajar brinda un control más preciso sobre todo el proceso, pero al mismo tiempo le arrebata a la experiencia cierta cuota de espontaneidad y, sobre todo, cierto sentido de lo aurático, y este distanciamiento no puede dejar de sentirse.
Esto por un lado. Por el otro, aunque en algunos de sus lienzos libera la pincelada de tal manera que uno diría que está a punto de emprender a partir de ella una caligrafía rítmica y colorística, ese impulso se detiene poco antes de consumarse completamente, ceñido sin duda por el tratamiento realista elegido por el autor, y el resultado final es más bien decorativo, aunque sigue bien animado por la vehemencia apasionada con la que resuelve la temperatura del color y sus contrastes.
Sería interesante (me atrevo a imaginar) lo que podría conseguir si, jugando, se arriesgara más en esa dirección, aunque fuera sólo como un divertimento, en vez de emplear sus virtuosos trazos y ritmos de color para rellenar formas y figuras definidamente naturalistas.
En todo caso, tal como está, la suya es una pintura de gran vitalidad que aprovecha la energía del color en sus gamas altas y brillantes, desentendiéndose la mayor parte de las veces de las tonalidades bajas y sordas. De allí el sentido positivo, luminoso, que abraza al conjunto de la obra.
Por lo demás, la pluralidad del enfoque espacial, con encuadres que pasan por el escorzo (los dedos de una de las manos que figuran en Tango) y los ángulos picados (como en Ecos de piel o en Huella transitoria) contribuyen a darle variedad a estos trabajos que también revelan una apremiante necesidad de cambio en la superficie pero una no menos urgente necesidad de permanencia en la profundidad.


La exposición Espejos y sombras se mantendrá abierta al público en la planta baja del Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce hasta el próximo día 1 de julio.

poliedro.00@gmail.com