Rocío Boliver en Morelia

Una tarde con Lilith


El pecado supremo es la limitación de
espíritu; todo lo que se comprende, está bien.
OSCAR WILDE / Epístola In Carcere et Vinculis (De Profundis) 

Rocío Boliver al comienzo de su conferencia en la UdeM.

Es Lilith. Una de sus manifestaciones. No hay duda con respecto a eso.
Aparece aguda e intensa, consciente de sí, preñada de la rebeldía, el encanto y la dignidad de quien sabe quién es, lo cual le permite exponer las entrañas sin miramientos y a flor de piel. Es como si encarnara —me digo— una idea de aquel santón de los sesenta, el Maharishi Mahesh Yogui. ¿Alguien se acuerda?: “Mi afuera estar adentro, mi adentro estar afuera”.
Es Rocío Boliver. Entera y de una pieza. Lo increíble es que La Congelada de Uva está en la capital michoacana, en el auditorio Fundadores de la Universidad de Morelia (UdeM) ante un centenar de azorados y atentos alumnos que siguen cada una de sus frases y proposiciones.
La sesión mantiene una auténtica línea caliente, como le dicen los músicos a un concierto de alta sinergia con el público. La atención se mantiene en alto desde la declaración inaugural y contundente de “sólo sé enseñar mi cola”, hasta diversas sugerencias con las que nuestra más extrema oficiante del Arte Acción mexicano invita a los jóvenes a expandir su perspectiva. Les sugiere que procuren clásicos contemporáneos indispensables como el de Zygmunt Bauman (La Modernidad Líquida, que exhibe la mendicidad en que han caído las relaciones humanas, sofocadas por el individualismo capitalista) o que se arriesguen a probar la generosa incertidumbre de vivir en ese estado de gracia que los griegos llamaban epokhé y que Husserl recuperaría para la fenomenología contemporánea como la condición mental que “suspende el juicio” para no mutilar lo que pueden aportarnos los aleccionadores tormentos y delirios de la realidad y de nuestro mundo interior.
Convencida, Boliver seduce y convence. Lo interesante es que en su discurso, contra lo que podría creerse, no hay obscenidad. Nada es sucio. Lo que hay, en cambio, es una mirada despiadadamente directa, una lucidez irreductible y una vehemencia que a momentos adquiere una extraña cualidad de ternura.
Todo es tan genuino que desarma, tan natural que no escandaliza. No hay sino vida fluyendo a su ritmo: sin adornos y sin estigmas.

Desde el mundo interior
Quince de septiembre. Tarde de viernes en Morelia. El abarrotado auditorio de la UdeM, con capacidad para unas sesenta butacas, no permite una presencia más. Ha de haber unos cien alumnos congregados en el recinto.
La introducción corre a cargo de la gestora y promotora cultural Erandi Avalos, de la organización civil Núcleo, Arte y Letras, que es la que ha hecho posible esta actividad.
Luego de la presentación, la conductora del ya extinto pero bien recordado programa La Polaca, del canal 13, desarrolla una semblanza de su vida con el título Sobreviviente a la censura.
Comenzará mostrando el video de un trabajo que presentó en un reciente festival internacional de performance, en Brooklyn, que es parte de su proyecto Entre la menopausia y la vejez. Sobre la pasarela, la experiencia es hard-core puro, como se puede ver en las imágenes debajo de este párrafo. Sin embargo, no es sexplotation: hay ideas circulando, emociones en movimiento; un orden y un sentido que le están vedados a la mera fetichización del sexo.

Tres aspectos del video con un fragmento del performance con el que Boliver participó en un reciente festival internacional de Brooklyn. 
Poco más adelante, Boliver explicaría: “Un artista debe trabajar en aquello que lo conflictúa; de allí debe sacar su material. Yo comencé en el performance a los 35 años de edad y en ese momento lo que me interesaba era el mundo queer. Ahora, a mis 57 años, hablo de lo que vivo, de lo que me preocupa. En Entre la menopausia y la vejez pienso en las mujeres que pasan por ese periodo y en todo lo que implica para ellas en nuestra sociedad contemporánea: el paso fugaz del tiempo, el deterioro del cuerpo, la cercanía de la muerte y las presiones de un sistema capitalista y mercantil que vende ficticias panaceas de juventud y de belleza”.
“El tema —insiste— debe llegar siempre desde adentro. Sólo de ese modo es posible hablar con una verdad que sea capaz de tocar al Otro”.
“Hay que partir del inconsciente más oscuro —abunda—. Mi trabajo es No–lineal. Tiene mucho que ver con el sueño, porque las experiencias oníricas son las únicas capaces de sobrepasar el colador de la razón, que nos entrega todo ya muy filtrado. El performance atraviesa la razón y la obliga a ponerse en entredicho, porque todo es tan intenso y tan inmediato en el performance, que la razón no sabe a dónde acomodar la hecatombe de la experiencia que está viviendo”.
La artista es de la opinión de que “quien no valora el performance, es porque nunca ha tenido la oportunidad de ver uno bueno”.


“Nunca como Dios manda”
Incidentalmente, las experiencias performativas de La congelada de uva (o, como ella prefiere referirlas: sus ejercicios de Arte-Acción), son tan buenas que jamás dejan al espectador indiferente. Puede despertar la repugnancia más visceral o la admiración más filosa, pero lo que cuenta es que nadie permanece igual tras presenciar su trabajo.
El escándalo más reciente (hizo de ella un trend-topic en el canal Twitter) ocurrió el sábado 7 de julio del 2012, durante una de las mega-marchas de protesta por el triunfo electoral del priísta Enrique Peña Nieto como Presidente de la República.
Instalada en pleno Zócalo de la ciudad de México, la autora se amacizó a un poste, se acuclilló “de aguilita”, debidamente despojada de las prendas necesarias; luego pujó y pujó y terminó defecando sobre una imagen del rostro del presidente electo, impresa en un cartel de campaña. No conforme con el gesto, ocupó su mano derecha en embadurnar a placer la materia fecal por la superficie de la publicidad electoral. Quien desee consultar uno de los videos que inmortalizaron esta manifestación efímera, puede dar click aquí.
La acción fue performativamente perfecta: entraña pura, mensaje directo, materialización de un deseo. Para todos los que alguna vez hemos dicho o pensado “me cago en la política”, el acto de Rocío Boliver fue tan inédito como implacable.
Durante la charla con los universitarios de la UdeM, la artista puntualiza: “Lo más importante para mí es no hacer nunca las cosas como Dios manda, sino buscando siempre otra forma, otra manera de emprenderlas. Desde luego, esto me pone en una posición de enfrentamiento con la divinidad, pero me permite reafirmarme como persona”.
En efecto, como dice cierta conseja, de la cual abrevaron tanto Nietzche como Kant, Heidegger y Baudelaire, “ser, es ser diferente”. Es aquí donde autores como Boliver desafían el espíritu de rebaño que suele dominarnos, para construir una individualidad propia que invita a otros al convite de novedosas epifanías de la originalidad.


Más adelante, el resto de la charla ilustra el derrotero de Boliver por el arte.
Nacida al seno de una familia de intelectuales (el abuelo materno, Enrique Jiménez, fue matemático, rector de la Universidad de Sevilla y ferviente Republicano; su padre, Ángel Boliver, fue un pintor y muralista que se alejó de modas, poses y reflectores y desarrolló una búsqueda intensamente personal, muy celebrada por personajes como Vicente Leñero; tres de sus cinco hermanos también son artistas en distintos campos), la autora detalla que fue una niña singular que a los 12 años de edad ya había leído al Marqués de Sade, a Nietzsche, a Sartre y a Kafka, entre otros.
Y todo porque un padecimiento de los riñones la obligó a guardar rigurosa cama durante tres años, de los 11 a los 14 años de edad. Durante ese periodo de convalecencia, “aparte de masturbarme”, devoró los libros que había en la bien surtida biblioteca de sus padres. De modo que creció en un ambiente lleno de estímulos que la llevaron a construir un rico mundo interior.
“Había mucho adentro, poco afuera. Descubrí pronto el momento Zen del Aquí y el Ahora. También me familiaricé con el feísmo y con lo grotesco y comprendí la necesidad de mirar de frente a la bestia que somos cada uno de nosotros, como una réplica a todo lo apolíneo”.
El recorrido es intenso y lleno de giros de veleta. Boliver irá del mundo del arte al del modelaje profesional. Se casará con un millonario y hará vida hogareña chic; luego ingresará a los medios de comunicación con distintos proyectos y llegará incluso a trabajar en la Secretaría de Gobernación, al tiempo que su cercanía con el maestro Juan José Gurrola (pionero del performance en México al lado de Arrabal, Jodorowsky y otro puño de geniales alucinados), la conducirá a los senderos de lo dionisíaco y de lo bacanal.
El resultado está a la vista. Una Lilith que resplandece en su oscuridad, que perturba con sus provocaciones, que sacude a los durmientes y hace del sexo la última arma que, todavía hoy, es capaz de estremecer a los hatos de ovejas, previniéndolas contra el degolladero.
“Yo estoy en contra de la dineylandización de la realidad —dirá en uno de sus momentos conclusivos—. Es un fenómeno terrible. Todos preferimos vivir en Disneylandia porque esa es una realidad anestesiada en la que nada real ocurre. En el mundo de Disney hasta los peligros más terribles están domesticados, todos los monstruos son manejables y, finalmente, inofensivos. Por eso preferimos eso a afrontar la realidad”.
“Sin embargo, es la parte oscura donde nos aguardan los verdaderos desafíos. Sumergirnos en la Caja de Pandora que somos nosotros mismos puede hacernos más nobles, aunque no sepamos por dónde nos conduce, ya que esa experiencia participa del epifenómeno, de la física cuántica, del efecto mariposa... Yo nunca sé por qué se me ocurre lo que se me ocurre, pero en cada Arte-Acción, en cada performance, hallo una verdad y me corto un ovario. El arte es honestidad. Sin eso, no hay nada”.

La dura bondad del suero
La sesión en la Universidad de Morelia ha sido extensa, de casi hora y media, pero el paso del tiempo apenas se ha dejado sentir.
Mucho más tarde, rumiando la jornada a solas, me digo que, indudablemente, el arte cura, como dice Jodorowsky, y que en ese sentido Rocío Boliver es una auténtica curandera.
La apariencia es nada, lo epidérmico no importa. Es el sentido lo que cuenta.
Y Rocío Boliver se revuelve contra su origen. Inmuniza contra las mismas iras y miserias que la han traído al mundo. A ella y a nosotros. Su Arte Acción es un suero; por eso es tan doloroso y tan subversivo… a veces tan intragable. Y siempre provocador.
Me lo repito: su arte es un suero.
Y duele porque, como todos los sueros, se ha decantado a partir de venenos. Ella es el antídoto contra lo impronunciable, lo oculto y lo tabú. Su Arte Acción es la cura contra los prejuicios y temores de esa mentalidad de antiparras que siempre está intentando confinarnos en el gris y pequeño reino de lo certero, de lo seguro, de lo definido. De lo muerto. Más vale compartir la medicina.

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Rocío Boliver · Entrevista