Como Judas tembló ante su crimen,
aquel crimen que al mundo asombró,
de un cobarde lo mismo repite,
otra historia que a otro hombre perdió.

Fue Guajardo el vil de los viles,
que no pudo en las luchas de honor
conquistar con aquellos fusiles
la existencia de un libertador.


La traición de Guajardo / Corrido anónimo (fragmento), en Corridos de la Revolución Mexicana. Selección de Jesús Romero Flores. Ediciones Encuadernables de El Nacional. México, 1941, p. 179-182.


Vista parcial de la disposición escénica para la lectura dramatizada Emiliano Zapata, de Contrapeso, en el foro El refugio del juglar.

Implacable, cruda, verista, la pieza en tres tiempos Emiliano Zapata (Mauricio Magdaleno Cardona, 1932) es un estudio de la traición, una crónica del desencanto y un retrato popular de lo que fue, en su momento, la bola suriana.
La obra figura dentro del programa de lecturas dramatizadas impulsado por la Secretaría de Cultura de Michoacán y el proyecto es acometido por la Asociación Teatral Contrapeso, en dirección de Roberto Briceño.
Se trata de una de las mejores propuestas del programa.

Dos intrigas
Nueve años se prolongó la gesta zapatista en México, a comienzos del siglo XX. La pieza Emiliano Zapata se concentra en los dos últimos, antesala de la muerte del líder agrarista. El trabajo explora las circunstancias y los motivos detrás de dos de las intrigas que rodearon al jefe revolucionario, la segunda de las cuales lo condujo fatídicamente a la hacienda de Chinameca. Pero el texto también se ocupa de registrar el espíritu, el pulso íntimo, tanto de los camaradas como de los antagonistas del caudillo.
Divididos en dos actos, los tres momentos de Emiliano Zapata se distribuyen entre 1917 y 1919.
En el primer tiempo vemos cómo, al seno del ejército suriano, los líderes de la bola cuestionan la lealtad del profesor Otilio Montaño, uno de los luchadores más veteranos del movimiento e integrante de la cúpula zapatista. Desilusionado por la violencia y la anarquía propias de toda guerra y en pos de soluciones diplomáticas, Montaño ha entrado en arriesgados tratos con el enemigo, colocándose al filo de la lealtad.
Entre el cariño que le guarda Zapata y los duros cuestionamientos de su propia gente, el general Montaño terminará por ser fusilado (tras el incidente de la revuelta en Buenavista de Cuéllar).
En el segundo tiempo, ubicado dos años más tarde, vemos cómo se desarrolla la emboscada planeada por el general Pablo González, la cual es emprendida por el muy joven y ambicioso general gonzalista José María Guajardo, a la sazón de apenas 27 años de edad, quien se gana la confianza de los revolucionarios y conduce a Zapata, ya cuarentón, al lugar de su sacrificio.
En el tercer tiempo, consumado el crimen, el general Guajardo celebra el éxito de su operación y sueña con los beneficios que espera recibir, absolutamente ciego al destino que le aguarda a él mismo (murió fusilado un año más tarde, luego de abandonar las filas de Carranza para declararle su lealtad a Álvaro Obregón).

Otro aspecto de la pieza. Al fondo, de pie, Justo Alberto Rodríguez en el papel de Emiliano Zapata.

Las estaciones de la deslealtad
El primer tiempo de la puesta cumple con envidiable agilidad los compromisos de presentar a los personajes, su circunstancia y de soltar el conflicto.
Han pasado siete años desde el comienzo de la Revolución y un grupo variopinto que incluye a Remedios, a Feliciano Palacios y a miembros de tropa y simpatizantes de la bola suriana, se reúne. Los zapatistas cuestionan la lealtad de Montaño, quien acaba de liberar a un grupo de presos, soldados del general Bárcenas, que iban a ser fusilados.
Todos desconfían del profesor, pero también saben del afecto que le profesa Zapata. No en balde, Montaño fue quien redactó el Plan de Ayala (el documento que le dio un definido contenido social a la Revolución Mexicana).
Los momentos más intensos de este primer tiempo se dan en el encuentro entre Zapata y Montaño, porque sus diálogos son un intercambio de matices que muestran el complejo escenario de la revolución.
“Quiero que cambiemos el atentado por el derecho”, aduce Montaño, para defender su decisión de liberar a los cautivos. Más tarde le pide a Zapata no ser cómplice de las ilegalidades de la bola (“¿Eran estos nuestros sueños de hace siete años?”).
Zapata le replica que es el precio de la guerra. Le espeta que tiene miedo y le echa en cara: “Haz tenido tratos con el gobierno”. La contestación de Montaño pende en la delicada línea del relativismo moral: “No. Ha sido un intercambio de impresiones”.
Pero, a fin de cuentas, Montaño es un hombre de una sola pieza. Confiesa que ha visto al general González Garza y anuncia su decisión de abandonar el movimiento. Cara a cara, sin disimulos, como hombre, le pide a Zapata un salvoconducto que le permita irse en paz.
La situación es rota por la irrupción de zapatistas que anuncian que su posición está siendo rodeada por las tropas de Bárcenas. La bola se organiza; le da una puerta de escape a Zapata y los demás se aprestan para la resistencia.
Este encuentro Zapata-Montaño explora una crisis interna al seno del zapatismo, pero también es un parámetro que pone en perspectiva la otra intriga, la del segundo acto, donde un agente extraño, el general Guajardo, llega sin escrúpulos para engañar y conducir a su muerte al líder morelense.
Un segundo acto en el que los zapatistas pueden distenderse para hablar de sus sueños y expectativas: la inminente captura del general Bárcenas y la esperanza de que en unos cuantos meses triunfe el Plan de Ayala “para cambiar el rifle por el arado”.
Hay expectación entre la tropa por la gran novedad del momento: ese Guajardo que se ha pasado al lado de los revolucionarios. Pero también encontramos a un Zapata más circunspecto, que echa de menos a su hermano Eufemio, ya asesinado, y al mismo Montaño, que fue fusilado por traición.
Una Remedios muy ilusionada se reúne con Emiliano y los más cercanos a Zapata (Salgado y Palacios) se revelan muy contentos (“Hay algo que huele a feria”).
Lo tremendo de la situación es que los líderes surianos creen en Guajardo porque necesitan y quieren creer en él. En algún momento, Zapata hasta le reconoce una vocación agraria. En cambio, es el pueblo, los indios, quienes dan las voces de advertencia, la mayor de ellas cuando alertan a Zapata de que Guajardo ha llegado a una de las reuniones con hombres del general Bárcenas: 59 de los más crueles soldados, que han provocado mucho sufrimiento en las comunidades de la región.
El clímax de este episodio llega cuando Zapata pone a prueba a Guajardo y le ordena detener a esos 59 hombres para pasarlos por las armas. Es un trago difícil para el traidor, pero el general acepta y se echa al bolsillo a un Emiliano que rechaza ver los pequeños signos que delatan al infiltrado (cuando Guajardo propone tomar Tamaulipas “por las hembras y el mucho dinero” que obtendrán del saqueo, Zapata lo corrige: “un general zapatista es pobre”, pero pasa por alto la actitud del personaje, que revela su temperamento más profundo).
Ya en camino hacia Chinameca, sitio de mal agüero porque los zapatistas ya habían tenido allí dos malas experiencias en la guerra, viene la escena patética, con una Remedios que encarna la intuición popular, pero también el destino de Casandra, y que inútilmente le pide al caudillo que no entre a la hacienda.
Consumado el crimen, Guajardo brindará cínicamente con viandas y coñac (el coñac al que tan afecto era Zapata, en efecto) para ilustrar el camino que tomará la revolución, en manos de personajes más preocupados por el dinero que por cualquier otro ideal (la emergente burguesía y el empresariado del Siglo XX, originalmente protagonizada por los militares sobrevivientes a la época de los caudillos, como Plutarco Elías Calles).

Reconstrucción, breviario y alegoría
No hay vuelta de hoja. Al mismo tiempo reconstrucción histórica y alegoría terrible sobre la crisis revolucionaria, la obra Emiliano Zapata hace del espectador el testigo de los bruscos cambios en el poder. Con un nervio acaso sólo equiparable a lo que en literatura hicieron Rulfo o Azuela, Magdaleno y Contrapeso nos muestran en este trabajo la decepción de una revolución interrumpida y consumada en la traición.
Porque el asesinato de Zapata fue la consecuencia natural de una “época de caudillos”, en la que matar al líder bastaba para desarticular un movimiento.
Pero con los diálogos y actitudes del general Guajardo, la pieza también nos muestra la configuración y el prototipo de los que nacerían los “nuevos ricos” del México postrevolucionario.
Porque a fin de cuentas, el general Guajardo es un “cachorro de la Revolución”: el prototípico hijo bastardo de ese Ogro Filantrópico en el que se convertiría el Estado Mexicano del siglo XX y al que tan bien describiría unas décadas más tarde Octavio Paz.
Pero en la obra hay también espacio para mostrar otros extremos de luz y sombra: la fatiga en los ideales de muchos que empuñaron las armas, así como la congruencia de otros hasta el momento de su muerte.
Surcando todos estos contenidos, Emiliano Zapata nos permite comprender el ambiente y las situaciones extremas de ese período, que orillaron a sus personajes a la corrupción, a la traición o a la muerte, o aún para satisfacer las ambiciones de un caudillo en detrimento de otro. La pieza en sí es un pequeño pero muy completo breviario del maquiavelismo de la deslealtad.

Sheyla Romero como la narradora.

Una puesta que convence
Con un tratamiento definidamente realista, pero que no se niega resquicios para vetas narrativas mucho más audaces, la dramaturgia de Mauricio Magdaleno en Emiliano Zapata tiene una construcción muy contemporánea. Me refiero en especial a esas dislocaciones temporales, apenas perceptibles pero muy presentes, que potencialmente pueden conducir a la puesta a ámbitos oníricos y que le dan muy pertinentes matices de alegoría (la anécdota de la traición a Zapata contiene en sí misma toda la historia de deslealtades y bandazos que marcaron al movimiento armado que estalló en 1910). Esta es una de las grandes y gratas sorpresas del texto. Podría haber sido escrito ayer y no hace sesenta años.
El elemento de poliperspectividad implícito se acentúa por el esquema de lectura dramatizada con que Contrapeso está presentando el trabajo. Los códigos se purifican, gracias al buen desempeño general de los participantes en la lectura y a la buena dirección de Roberto Briceño. El resultado está a punto (o así me lo parece) de elevar todo el asunto al nivel de un auto trágico: una alternativa que no se riñe en absoluto con el sentido didáctico que le da soporte a la obra.
Me es difícil hablar de los trazos de dirección para esta puesta y de la luminotecnia, porque El Refugio del Juglar, donde me ha correspondido verla, no es un espacio noble para un correcto despliegue escénico (lo cual no le resta un ápice a la generosidad de los impulsores de ese foro). Con esta tácita reserva, la estructura emprendida por Contrapeso se intuye muy correcta. Por ejemplo en la distribución que se le da a los actores como punto de partida con la narradora al centro, detrás de todos los demás personajes, los cuales se hallan dispuestos en semicírculo en sus asientos y con los actores que dan vida a los principales antagonistas, Zapata y Guajardo, en los extremos del espacio escénico.
Por lo demás, el nivel actoral de los participantes está bien alineado. Esto contribuye a darle unidad al trabajo, cohesión y eficacia. Y como se trata de una experiencia de teatro en atril, la voz adquiere una importancia singular. Desde este ámbito, ha sido una grata sorpresa descubrir las posibilidades del poeta Ernesto Hernández Doblas (Bitácora Clandestina, Oscura Luz, Lugar de muertos, Museo de Musas, Inventar París), quien no sólo comprende muy bien su texto en el papel del secretario particular de Zapata, Feliciano Palacios, sino que proyecta sus matices con precisión. Ha resultado tener una voz muy bien educada. En este mismo sentido, la presencia vocal más débil y la que precisa más trabajo para ponerse a la altura de los demás es la de Metzery Jacobo (en el papel de Remedios).
Pero en su conjunto, Emiliano Zapata es un trabajo que captura y convence.

Una deuda saldada
Siempre he alucinado con la película El compadre Mendoza (Fernando de Fuentes, 1933), por la sabiduría con la que el filme lleva un tema explícitamente político a un ámbito doméstico y, desde ese terreno aparentemente nimio, lo resuelve en impecables términos dramáticos. No sólo el “espíritu de una época”, sino la idiosincrasia misma de la política mexicana (desmitificada en las entrelíneas de la cinta, de una vez por todas), está plasmada en la historia de don Rosalío Mendoza y sus maniobras constantes, en plena Revolución Mexicana, para quedar bien con los villistas, con los huertistas y con los carrancistas, encontrándose él mismo, como hacendado, en medio de los bandos en conflicto e incluso como compadre de uno de los generales revolucionarios, al que finalmente traiciona.
Pero aunque sabía que Mauricio Magdaleno era el autor del cuento en que se basa El compadre Mendoza (con todo y la frase más lapidaria del personaje: “el respeto que merecen siempre los pesos”, más vigente hoy que nunca), así como de los guiones de varias obras mayores del cine mexicano de la Edad de Oro, mi conocimiento de él llegaba hasta ahí. Me refiero a que jamás me preocupé por escudriñar en su vida o en su obra, más allá de su cita en las fichas técnicas de las películas y ni siquiera tenía su nombre muy presente.
Tan es así que el día de la función de Emiliano Zapata, en El Refugio del Juglar, al término de la función me acerqué al director Roberto Briceño y, al vaivén de la plática, le solté:
– Oye, y el dramaturgo, Magdaleno… me suena pero no lo ubico. ¿Es mexicano? ¿español?
Briceño me miró con los ojos como platos y, con el mismo tono de voz que debieron usar para preguntarle a San Jorge “¿que acabas de matar un qué?”, me espetó:
– ¿Cómo que no lo conoces? Pero si Mauricio Magdaleno es el autor de… –y prosiguió con la bochornosa (para mí) lista de Río Escondido, Maclovia, Flor silvestre, María Candelaria
Y bien. Sí. Hasta hace una semana, Mauricio Magdaleno me era tan desconocido como Elías Lönnrot. Pero las cosas ya son distintas.
Gracias al Emiliano Zapata ofrecido por el grupo Contrapeso, acabo de empezar a saldar esa deuda.
Por lo pronto (¡salve, oh, San Googlebooks!), he pasado una noche y una madrugada imantado a las primeras 70 páginas de la novela histórica El resplandor y entre los propósitos de Año Nuevo que hace unos meses dejé en blanco, “para lo que se ofrezca”, ya incluí el agenciarme la novela para leerla completa. Los interesados en darse un chapuzón en la sabiduría literaria de Magdaleno pueden acceder a la primera parte de El resplandor dando click
aquí.
Para redondear una primera aproximación literaria al autor, también están disponibles los tres primeros relatos de sus Cuentos completos: Las campanas de San Felipe, Pasos a mi espalda y Las víboras (asequibles aquí).

Emiliano Zapata
Asociación Teatral Contrapeso
Dirige: Roberto Briceño
Dramaturgia: Mauricio Magdaleno
Asistente de dirección: Lenina Cuiriz
Iluminación: José Ramón Segurajáuregui
Con: Sheyla Romero (Narradora), Metzery Jacobo (Remedios) Itzel Chávez (Vieja / Jefe indio 2); Curro Toraya (Jefe indio 1); Juan Velasco (Palúdico / general Jesús María Guajardo), José Juan Suanate (Eufemio Zapata / Salomé Salgado [1]), Ernesto Hernández Doblas (general Feliciano Palacios); Miguel Vázquez (general Otilio Eduardo Montaño Sánchez) y Justo Alberto Rodríguez (Emiliano Zapata).


[1] En los estudios que he consultado sobre Zapata no he localizado información acerca de Salomé Salgado. Hay mucha, en cambio, sobre Jesús H. Salgado. Uno de los textos más amplios (click aquí) enfatiza que “en todos los combates que presentó a las tropas contra el gobierno maderista, el general Jesús H. Salgado salió triunfante”. Se detalla que “el general Salgado combatió también contra los carrancistas hasta que, en 1919, perdió la vida en la barranca de Los Encuerados, en Tecpan de Galeana y Petatlán, en la Sierra Madre del Sur”.
Hay, sin embargo, una página de internet en la que sí figura el capitán primero Salomé Salgado. Se le cita como recipiendario de una carta escrita por Zapata. La página web es muy curiosa: su autor cuestiona la verticalidad de Zapata y lo presenta como un títere de allegados a Porfirio Díaz y a intereses estadunidenses para impedir que el Plan de San Luis (que ya llevaba en germen vetos a la explotación petrolera por extranjeros) se cumpliera. El autor del material es el ingeniero Pablo González Miller, hijo del general Pablo González Garza (autor intelectual del asesinato de Zapata). El único problema de la página es que los documentos que presenta su autor como testimonios de su punto de vista tienen los vínculos deshabilitados. La misma página está vedada y sólo se accede a ella desde la versión en caché, que abre desde
aquí.

RECURSOS EN LA WEB

La muerte del general Zapata y la práctica de las emboscadas. El historiador Manuel González Ramírez recuerda que tres años antes de la emboscada contra Zapata en Chinameca, los zapatistas intentaron una maniobra similar contra el general Pablo González Garza, enviándole al general Vicente Navarro para que fingiera pasarse a su bando y lo envolviera en una emboscada que no prosperó. El texto recupera material documental sobre el proceso que se le siguió al general Navarro. Huelga decir que el general González tenía muchas y poderosas razones personales para respaldar la intriga emprendida por los carrancistas y para pagarle a Zapata “con la misma moneda”, enviándole a su incondicional, el general Guajardo.

El Plan de Ayala. Facsimilar del texto original. Se presenta en sus dos versiones: en manuscrito y en el documento impreso.

La muerte de Zapata. Una entrevista con el general zapatista Amador Acevedo, uno de los hombres más cercanos a Zapata y a los hechos que condujeron a su muerte, en la hacienda de Chinameca